Confieso, sin particular orgullo, que he leído casi toda la obra
literaria de Leonardo Padura. Fue a finales de los noventa que una amiga me envió
Pasado perfecto y poco después Vientos de Cuaresma, que le valiera el
Premio UNEAC en 1993. Me siguieron enviando sus libros editados en Cuba y luego
por mi parte compré los que aparecían en España. He prestado algunos que nunca
me han sido devueltos, por lo que no poseo una colección muy completa de su
obra, pero no es una pérdida que lamento.
Cuando primero me tropecé con su obra, me llamó la atención el universo
que describía, algo que no había visto en ninguna obra literaria editada en
Cuba en los mas de quince años que yo llevaba fuera. Mostraba unos ambientes
habaneros que hasta entonces permanecían ocultos en la literatura que se
producía en la isla. Padura se había forjado en el periodismo y esta carrera le
dio oficio y le enseñó a conocer las reglas del juego cultural cubano. Sabía
atreverse hasta donde decía peligro en esos códigos de censura no escritos ni
bien definidos que predominan en la dictadura cultural cubana.
Pero me resultaba interesante, porque su investigador se movía con
desenfado y sin mucho enjuiciamiento entre personajes orilleros y en
situaciones de alta criminalidad. Nada de eso se mostraba en las anteriores
novelas policiales cubanas que yo conocía, como Enigma para un domingo de Ignacio Cárdenas Acuña, o El cuarto círculo, de Luis Rogelio
Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera, por citar sólo dos las obras pioneras
del género en la Cuba revolucionaria. De todos modos, siempre hay que
desconfiar de una novela cuyo héroe es un teniente del Ministerio del Interior.
Con el tiempo, comencé a pasar del interés a la abulia. Empecé a notarle
los tics, los recursos que repite en cada libro, su obsesión conque Ava Gardner
se bañó desnuda en la piscina de La Vigía, el grupito de amigos de Mario Conde,
inevitables en cada libro del personaje y otras manías por el estilo. Lo peor
fue cuando empecé la lectura de las obras no policiales o marginalmente
policiales, que me llevó a fijarme en su prosa. Para mi horror me percaté de lo
cursi de su lirismo y la poca eficacia de su escritura cuando abandona lo estrictamente
narrativo. Con la excepción de El hombre
que amaba a los perros, que sí es una novela muy buena, probablemente lo
mejor que ha escrito, en su obra predomina lo ridículo, y cuando se vuelve
introspectivo, solo suena a pretencioso.
En su novela más reciente, La
transparencia del tiempo, no se hace esperar para mostrar ese lirismo picúo.
Como si no bastara con el título, el libro abre con el siguiente párrafo: “La
luz rotunda del amanecer tropical, filtrada por la ventana, caía como el haz
teatral proyectado sobre la pared donde pendía el almanaque con sus doce
cuadrículas perfectas, distribuidas en cuatro hileras de tres rectángulos cada
una”. No me explico como con tanta gente a quienes le agradece consejos
editoriales, nadie se atrevió a disuadirlo de ese comienzo. Luego empieza a
narrar y esa suerte de narrativa periodística le sale bien, pero para que no
nos olvidemos de su lastimosa y, lo repito, ridícula prosa, vuelve a la carga
con: “Sus pies han sido los caminos recorridos: de la inocencia a la culpa, de
la ignorancia al conocimiento, de la paz a la muerte, del paseo placentero y el
pesado acarreo montaraz a la fuga sin retroceso…”, y por si no hubiera
suficientes clichés, frases hechas y lugares comunes, una página después ataca
con: “Un transcurrir que ni siquiera merecía una denominación que implica
movimiento…”, ante lo cual uno enmudece de tanto sin sentido. Estas dos citas
se encuentran en las páginas 40 y 41 de la edición de Tusquets.
Esta vez parece que a Padura se le agotaron las ideas y le debía trabajo
a la editorial, porque La transparencia
del tiempo está “basada” (para no mencionar plagiada) en El halcón maltés, la extraordinaria novela
de Dashiell Hammett. Menuda pretensión. La única diferencia es que con Conde ya
retirado hace más de una década de la policía, al ejercer como una especie de “investigador
privado” dentro de las limitaciones de la isla, el personaje toma más de Philip
Marlowe que de Sam Spade, por comportarse más como un marginal, aunque ambos
son unos cínicos desilusionados que aún conservan un poco de idealismo.
La novela trata sobre el robo de una virgen negra, de valor desconocido
y a la que se le atribuye poderes divinos. Se divide en dos relatos. El de la
pesquisa detectivesca y la historia de la virgen que nos refiere a la Garrotxa
catalana y hasta las últimas cruzadas. La parte detectivesca es legible, aunque
muy similar a toda la obra anterior de Padura-Conde, sin ningún aporte
temático. Nos regresa siempre a su grupo de amigos y las “excepcionales”
comidas que prepara la mamá del flaco, un ser inmaculado y estereotípico a no
más dar y a su mentalidad de adolescente barriotero. Pero la parte de la historia
de la virgen es simplemente insoportable y aburrida, además de estar escrita en
esa prosa paduriana de lirismo sin brújula Ya al final yo pasaba esas páginas
sin prestar mucha atención.
Por mucha admiración que expresan los escritores cubanos por Hemingway,
me parece que se relaciona con su aspecto de aventurero, de macho supremo,
ignorando siempre su aspecto de “americano feo” (porque por todo lo que he leído
de él, como persona, Hemingway debió ser un tipo intratable), ya que ninguno
escribe ni lejanamente parecido a él, que si algo era fue un maestro de la
prosa precisa y eficiente, que encontraba la belleza en la simplicidad. Padura
en esta novela sobre todo, hace alarde de un alambicamiento que a veces lo hace
perder el objetivo del párrafo y debilita la narrativa. También aburren los homenajitos
y referencias a Piñera y a Novás Calvo, que se notan traídos por los pelos,
guiños inútiles, pataleos de mono amarrado.
Junto con La cola de la serpiente,
esta novela forma lo peor de la obra de Padura. De una obra por lo general
prescindible, La transparencia del tiempo
es merecedora del más rápido olvido.
Padura es un escritor que escribe para extranjeros. Su atractivo está en
que sabe crear un reportaje periodístico sobre un mundo marginal, con los toques
y controles necesarios para satisfacer tanto las buenas conciencias burguesas
como los ideales de la izquierda de salón, para que puedan pensar que aunque
todo está podrido en La Habana, por algún lado todavía flota el prístino ideal
que engendró la Revolución Cubana. Incluso el lenguaje cede al gusto del editor
y se hace neutro y a veces españolizante.
Por eso, no me avergüenza decirlo, pienso que por esas politiquerías del
premio Nobel, si algún día deciden dárselo a un cubano, ese será Leonardo
Padura. Ya se ganó el Princesa de Asturias,
que se lo han ganado también Vargas Llosa, Cela y Günter Grass, todos nobelistas.
Es un temor que me asecha cada octubre.
Roberto Madrigal
a la fuga sin retroceso me ire yo (quien por la gracia de mi ignorancia o la luz de la Santa Persona no ha leido a Padura) sin pedirte en prestamo olvidado un libro escrito por tan vil culebra. Un nobel para ese personaje seria in pecado contra natura.
ReplyDeleteTu siempre fiel amigo del norte....