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Monday, December 30, 2013

Para Juan Carlos, con amor y sordidez


(Este es el comienzo de un texto de Jorge Posada que se encuentra complete en mi otro blog Archivo del diletante)

Jorge Posada

"¿Quién no lleva luto por Humphrey Bogart, muerto a los 58 años de un cáncer de esófago y medio millón de whiskies? Ni flores ni coronas sobre la tumba de un duro".

Del obituario que André Bazin le dedicó en Cahiers du Cinéma en febrero de 1957.

 
Hace poco, a su vuelta de un viaje a La Habana, mi amigo, el pintor naïf Javier Sáez, me llamó por teléfono para darme la noticia de la muerte de Juan Carlos Granados. Como siempre hacía, Javier fue a verlo al timbiriche de la Plaza de Armas donde Juan Carlos llevaba más de quince años vendiendo libros de uso, revistas viejas, fotografías de celebridades y cosas así. Cuando no lo encontró en el lugar acostumbrado, le preguntó por él a un muchacho que lo sustituía a cada rato y se enteró que había muerto el mes anterior. Su mujer, María Elena Escalante, lo dejó leyendo en un butacón y salió a la calle a comprar algo. Al regresar, no lo vio moverse, y creyó que se había quedado dormido mientras leía, pero se había muerto de un ataque cardíaco.

La noticia me dejó pasmado, y minutos después que la supe llamé a cuatro amigos que conocieron bien a Juan Carlos: Rafael Saumell, Esteban Álvarez, Roberto Madrigal y Sara Calvo, a quienes también se les acabó la tranquilidad del día y del mes. Desde entonces no he hecho más que pensar en Juan Carlos; en los ratos que pasamos juntos; en las caminatas por La Rampa y en las reuniones de todo el grupo de socios; en sus frases lapidarias; en las muchas historias que protagonizó y que con los años se hicieron legendarias; en su humor lacónico que quizás pocos llegaron a comprender.

Conocí a Juan Carlos a la entrada de un cine habanero, la Cinemateca de Cuba, para nosotros —amantes del Manual de gramática de Rafael Seco— la Cinemateca a secas.  Fue el 25 de diciembre de 1970; por estos días navideños se cumplen 43 años; una Navidad más aburrida, llena de frustración y miserable que triste; sin lechón, congrí ni turrones; sin manzanas, melocotones y peras; sin la familia reunida, sin villancicos y sin Reyes Magos. Una época en que lo único que nos alegraba un poco la existencia era saber que éramos jóvenes, que todavía estábamos vivos y que algún día nos iríamos de aquel infierno en que se había convertido el país.

Hacía poco que trabajaba como traductor en el Instituto Nacional de la Pesca donde me hice amigo de Esteban y Richard Oteiza, quienes también trabajaban como traductores. Los tres nos pasábamos el día hablando de música, de literatura y, sobre todo, de cine. Cinéfilo empedernido, Richard me convenció de ir ver la película que ponían esa noche, Boudú sauvé des eaux, el clásico de Jean Renoir, con su teoría de que para poder entender bien la nueva ola que tanto nos gustaba a todos había que ver el cine francés de los años treinta.

Llegamos y nos encontramos con uno de aquellos insoportables apagones que anulaban a cualquiera. Esperábamos sentados en el quicio del portal, resignados a que volviera la luz, cuando vi la sombra de un hombre que se acercaba cargado de libros, se sentaba al lado de nosotros, y saludaba a Richard con voz recia de sargento de pelotón que luego tan familiar sería para mí: «¿Qué pasa, Riccardo?». Me sorprendí cuando pronunció el nombre con la doble C, como si fuera a la italiana, y que llamara a Richard por su verdadero nombre, algo que ninguno de sus amigos, ni los de antes ni los de después, hemos hecho nunca. Richard me lo presentó y Juan Carlos se sentó al lado de nosotros, ignorándome con una actitud que se balanceaba entre cierta gravedad y la indiferencia de un cartero musulmán. Todavía sin mirarme, le comentó a Richard que estaba muerto de caminar, que se había pasado el día yendo de un lado para otro y le enseñó un par de libros que me resultaron ajenos. (Para continuar  pinche: http://archdil1.blogspot.com/2013/12/para-juan-carlos-con-amor-y-sordidez.html)

Thursday, December 26, 2013


Tercer aniversario

Hoy ya se cumplen tres años de bloguear, por lo que no temo repetirme y de nuevo desear una feliz navidad y un mejor 2014 a todos los que me leen, seguidores y asiduos, así como a quienes divulgan mis entradas. Gracias a todos, incluyendo a Armengol, Ballagas, Cancio, Gálvez, Hernández Busto, Isis, Ponte, Rita Martin, Rosado, Ted Henken, Teresita, Verónica y Zoe. A Café Fuerte, Cubaencuentro, Diario de Cuba, Penúltimos Días y Tumiamiblog. Ahora también añado a todos los que comentan y me divulgan por Facebook, entre ellos Juansi, Jesús Rosado, Mercy Frances, Midalys Palacios, Jorge Sotolongo, Liu, Idalia, Cira, Nicolás y tantos otros que si sigo buscando no termino esto. Gracias otra vez.

Roberto Madrigal

Friday, December 20, 2013

Los tiempos siguen cambiando


 
 
Antier me dieron una noticia que me molesta mucho en lo personal. Cierran el Barnes and Noble que me queda a pocas cuadras de la casa. “Los demás seguirán abiertos” me reafirma uno de los empleados, pero por supuesto, quedan a millas de distancia. La razón del cierre de este establecimiento es que el nuevo dueño del local subió el alquiler y no resolvieron la disputa: o sea, que la librería no hace suficiente dinero para pagar el nuevo contrato. Lo cierto es que por más de veinte años voy al menos una vez a la semana a esta próximamente difunta librería. Tengo una larga trayectoria con Barnes and Noble en general y con esta tienda en particular.

Comencé como cliente de estos libreros a mediados de los ochenta, cuando vendían exclusivamente por catálogo. Tenían títulos muy interesantes y que casi nadie ofrecía. A finales de los ochenta, decidieron experimentar y abrir su primera tienda de venta directa. Aunque su casa matriz siempre ha estado en Nueva York, la abrieron en Cincinnati, a pocas cuadras de mi casa. Tuvieron mucho éxito y lo que entonces era un local de tamaño estándar, se convirtió en la primera mega tienda de su tipo en todo el país. Se mudaron a unos metros al sur. Al espacio que todavía ocuparán hasta el último día del año.

Más allá de mi frustración personal, del saber que ya no podré ojear, hojear y manosear mis revistas favoritas o algún libro que me llame la atención mientras me tomó un café, esto es un paso más en la desaparición de las librerías. Por lo que se ve, apenas las grandes cadenas sobrevivirán con algunas tiendas físicas, gracias a su diversificación. Los libros parecen ser un subgénero en estas librerías que venden CDs, DVDs, agendas, libros para colorear, juguetes y muchas cosas que no tienen nada que ver con el mundo del libro pero que le dan el necesitado influjo de efectivo. Quizá sobrevivan los anticuarios y los que venden libros raros, gracias a esos dueños perseverantes que se resignan con un poco margen de ganancias y porque ofrecen productos únicos. Algunas tiendas locales, que han adoptado el molde de Barnes and Noble, quizá sobrevivan. Puedo pensar, aquí en Cincinnati, en Joseph-Beth, una cadena local excelentemente abastecida y con un buen restorán. En Miami puedo pensar en Books and Books, pero ya hasta Universal, con su hegemonía sobre la venta de libros en español, tuvo que cerrar.

Los tiempos cambian. La internet, y especialmente Amazon, es el presente y el futuro de las transacciones librescas. Pero a pesar de mi dolor por la pérdida que me toca, no pienso que el fin de las librerías sea el fin del libro. La internet ofrece toda una serie de ventajas.

De repente, uno tiene la conveniencia de conseguir libros de cualquier lugar del mundo en cuanto salen. Hay un flujo mayor de información, uno está más enterado de las novedades y probablemente haya más lectores, aunque lean en tabletas o en los teléfonos portátiles. Es cierto que la basura proliferará, pero eso siempre ha sucedido.

Por otra parte, la autopublicación puede ahora competir con menos desigualdad con las grandes editoriales, que ahora tendrán menos recintos en los cuales promocionar sus productos y tendrán que volverse más imaginativas. Ahora, la información sobre cualquier libro está al alcance de un teclazo. Solamente hay que saber promocionarse. La autoridad de los blogs aumentará en la medida que estos pueden dar a conocer una obra y dar opiniones sobre ellas, y cada cual escogerá qué opinión le interesa. Es un futuro (y ya un presente) que presenta muchos retos, pero no hay por qué temerle. ¿No es acaso la creatividad la base de la literatura?

La internet ofrece conveniencia y mejores precios. Sí, estoy triste por la noticia y creo que en cierta medida me arruinaron las navidades, pero no voy a estancarme en esta pérdida. Los tiempos siguen cambiando y la vida es lo que es. Uno pude aportar lo suyo, pero no puede detener el curso de las permutaciones. Mi viejo Barnes and Noble ha muerto. ¡Qué viva mi viejo Barnes and Noble!

 
Roberto Madrigal

Thursday, December 12, 2013

Lo que no cambian los cambios



No cabe duda de que en Cuba han ocurrido cambios en la esfera política, cultural y económica desde que Raúl Castro tomó el poder tras la enfermedad que sacó a su hermano de la prolongada vida dictatorial. Desaparecidos el protagonismo y el principal protagonista, el liderazgo constituidos por septuagenarios y octogenarios que llevaban décadas viviendo parasitariamente de la gesta delirante que alimentaba, incluso sin recursos, el Máximo Líder, se quedó sin narrativa.

La actuación del gobierno cubano en las últimas 72 horas, en respuesta a las acciones de los disidentes durante las celebraciones del día de los derechos humanos, pone en evidencia, una vez más, no solo la lentitud e inoperancia de los cambios, sino hasta qué punto son realmente fundamentales.

En los últimos seis años se han introducido medidas que en el aspecto económico han permitido a  un pueblo adocenado por décadas de miseria, participar en un capitalismo de subsistencia que no pasa del buhonerismo barato. No solo eso, sino que han eliminado ciertas oportunidades que estas medidas han creado y que pudieran llevar más allá de estos límites. El gobierno se aferra a mantenerse como el principal empleador y como regulador absoluto de los empleos que se generen tras sus nuevas medidas, sea tanto con organizaciones extranjeras como con iniciativas locales.

En el plano cultural es cierto que hoy se dicen cosas que llevaban de inmediato a la cárcel apenas una década atrás, pero siempre sobre temas que ya son imposibles de esconder, como la miseria, la farsa del periodismo y la caída de la utopía. En realidad permiten condenar al presente porque prácticamente el gobierno quiere hacer ver que la realidad cubana de hoy no es responsabilidad de los gobernantes, sino de fuerzas extemporáneas que proceden no se sabe de dónde (los exégetas no se atreven a mencionar otra cosa que no sean pequeñas traiciones y por supuesto el embargo y el enemigo foráneo).

En el plano político se han hecho de la vista gorda, hasta cierto punto, con los blogueros y los periodistas independientes, porque conocen que su impacto mayor es en el exterior y ya su imagen está demasiado dañada y de forma irreparable, por lo que no les preocupa. Saben bien que hay muchos ciegos por ahí que siguen sin querer ver y les basta para subsistir.

¡Ah! Pero los ingratos, en vez de disfrutar el margen de maniobrabilidad que se les ha concedido, han decidido radicalizarse y salir a la calle, con más audacia, en el plano nacional. ¡Eso sí que no! Por lo tanto, no han vacilado en recurrir a los viejos métodos, siempre tan efectivos, los mítines de repudio, las turbas enardecidas y amenazantes, instigadas por el gobierno, la actuación de la policía, el ejército y la seguridad del estado tanto usando sus uniformes oficiales, como disfrazados de paisano, como civiles escandalizados. Para escarmentar a estos ingratos, han añadido algo nuevo en los últimos años, un cambio, el uso de la violencia abierta y grosera por parte de las autoridades, de la que por tantos años se cuidaron (no les hacía mucha falta entonces).

Esto apunta al problema fundamental de lo que no cambian los cambios. Mientras estos vengan estrictamente desde arriba, desde los mismos que detentan el poder hace más de cincuenta años, estos serán no solamente quienes decidirán los límites de las modificaciones, sino que además son los únicos que saben cuáles son en realidad los cambios. Además de no definirlos, tienen el poder de cambiar los cambios, de hacerlos retroceder y de actuar contra sus consecuencias cuando les sea conveniente.

Los métodos no han cambiado. Mientras un solo grupo de individuos conserve el derecho único de delimitar el curso de la inmigración, del abastecimiento de materiales de consumo, del pensamiento intelectual, del objetivo de la educación, de la producción cultural, de los derechos civiles y del orden político, las bases y la esencia de la sociedad totalitaria se mantienen inmutables. La esperanza es que a veces hay procesos que se escapan de la mano de quienes los desatan y se convierten en irreversibles.

 

Roberto Madrigal

Friday, December 6, 2013

La precipitada fuga de Lord Jim



El argumento de Mapa dibujado por un espía, está claramente esbozado en la primera respuesta que escribe Cabrera Infante a Tomás Eloy Martínez en lo que ya se conoce como la famosa “entrevista a Primera Plana”. Esta entrevista es la que inicia la colección de artículos que Cabrera Infante recopiló en Mea Cuba y en el prólogo del libro están las alusiones a su complejo de Lord Jim. La novela que ahora presenta la editorial española Galaxia Gutenberg es una crónica detallada de estos hechos, con detalles de nombres y lugares, pero sin salirse de los límites del esquema. Uno de los capitanes que lanzó al agua la nave de la revolución, repasa ahora, tras breve ausencia,  el estado de su embarcación y de sus tripulantes. Debe tomar de prisa una decisión muy personal que tendrá graves consecuencias para muchas personas. Pero es un hecho inevitable.

Tras accidentalmente escapar de una muerte accidental el primero de junio de 1965, El (como mayormente es referido el personaje en el libro, otras veces es Cabrera), es notificado unas horas más tarde de que su madre se encuentra grave y que debiera ir a La Habana de inmediato. En las próximas pocas horas en las cuales gestiona los pormenores de su viaje, todavía antes de partir, es informado que ella se agravó de repente y ha muerto. Un día después parte de Bruselas, donde funge como agregado cultural de la embajada cubana, y no regresará hasta el tres de octubre, último día en que verá La Habana, y no la hará ya como diplomático. Lo acontecido en esos cuatros meses, encuentros y desencuentros, cotilleos y admoniciones, así como aventuras sexuales y hasta amorosas, conforman la trama de este libro.

La muerte de la madre, que sirve como detonador de la historia y catalizador de la decisión, ocupa un lugar relativamente pequeño en la obra. Sus consecuencias emocionales conciernen poco al autor, pero es que la introspección no es el fuerte de la escritura de Cabrera Infante, quizá por eso su personaje más fuerte es la ciudad. Curiosamente, en este caso, La Habana no destaca como personaje, sino como telón de fondo. Quizá se deba a que tras tres años de ausencia, la encontró dilapidada, fantasmagórica, triste y en pleno proceso de decrepitud. Lo cierto es que el personaje apenas se atreve a regresar a sus lugares habituales de antes, a pesar de que les ronda de cerca. Aquí aparecen varios de los tigres que rugían impenitentes en su primera novela, pero esta vez apenas maúllan.

A veces crónica personal, a veces ajuste de cuentas, a veces novela de intrigas y finalmente folletín sentimental, la novela (y resulta novela desde el momento en que el autor narra en tercera persona y se convierte en su alter-ego) es inclasificable, como siempre se ufanó Cabrera Infante que eran sus obras, a las que prefería denominar “textos”, pero esta vez por una supuesta razón mayor: se nos presenta como una obra inconclusa que estuvo engavetada por muchos años. De ella, y de diferentes maneras y con diferentes títulos habló Cabrera Infante a lo largo de los años, siempre previniendo de su próxima publicación. Argumentalmente está bien construida y finalizada. Es cierto que, dados ciertos descuidos de estilo, parece una obra a la cual el autor puso a un lado para después realizar los arreglos finales de lenguaje, forma y redacción, o sea, le falta el pulimiento literario. Es por ello que sería injusto un enjuiciamiento crítico del libro desde este punto de vista.

Cabrera (el personaje) se encuentra con viejos amigos del inicio de la utopía, sufre el abuso de los burócratas, transita diferentes maniobras palaciegas, conversa con sus amigos de entonces, muchos de los cuales no serán los de siempre y como mecanismo de compensación, siempre se da a la gimnasia pélvica con diferentes mujeres, que no serán otra cosa que curiosos objetos de su deseo hasta que al final parece enamorarse de una y entra en una relación que de antemano sabe no llegará a ninguna parte. Las utiliza para evadir la realidad. A veces llega a ser molesto, a los efectos de la trama este aspecto del personaje como seductor irresistible. La distraen de otros aspectos que se quedan en la superficie, como su relación con la desbandada tripulación de Lunes.

Por sus páginas desfilan Rine Leal, Juan Blanco, Luis Agúero, Walterio Carbonell, Marta y Sara Calvo, Lisandro Otero, Alberto Mora, Carlos Franqui, Oscar Hurtado, Tomás Gutiérrez Alea, Heberto Padilla, Nicolás Guillén, Antón Arrufat, Virgilio Piñera, Alejo Carpentier, Enrique Oltuski, Ingrid González, Raúl Martínez, Cecilia Guerra, Felito Ayón, Héctor Pedreira, Ambrosio Fornet, Martha Frayde, Carlos Rafael Rodríguez y muchos otros políticos defenestrados. Unos más protagónicos que otros. Muchos están desarrollados a partir de lo que conocemos de ellos, por lo que el libro le interesará a quienes estén interesados en saber algo de estos personajes y el periodo, pero no creo que trascienda a quienes no les interese el tema. Tampoco existe ninguna revelación, a no ser que el lector se desayune a esta hora de que la salida de Cabrera Infante de Cuba se debió a la intervención de Carlos Rafael Rodríguez y Osvaldo Dorticós, a solicitud de Alberto Mora.

El grupo vive aterrorizado acerca del futuro de la vida intelectual en Cuba mientras se reúnen en los dos Carmelo, en los cines, a la entrada de los teatros y en sus casas. No se ve a nadie sufriendo ningún castigo (de nuevo, a no ser que el lector conozca bien el destino de los personajes). Todos se debaten entre las tres opciones que Cabrera Infante le señalaba al intelectual cubano en aquel momento: la complicidad, el silencio o el exilio. La única en estas páginas, que llama a  una actitud militante de oposición, es la recientemente fallecida Martha Frayde. Al resto los paraliza el pavor (y más adelante el Pavón).

Las pinceladas del deterioro de la ciudad son más bien esporádicas aunque precisas y agudas. No hay afán abarcador ni de monserga. Hay mucha nostalgia de lo que ya no está y un poco de nostalgia anticipada, pero sin sentimentalismo. Su relación con “Silvia” la casi adolescente de la que se enamora al final del libro, es bastante predecible en su desenvolvimiento de folletín, pero gracias al estilo de Cabrera Infante, uno se ahorra el sentimentalismo barato.

Tampoco se ven aquí los juegos de palabras típicos de la literatura de Cabrera Infante. El lenguaje es directo, casi hemingweyano, despojado de lirismo y concentrado en la eficiencia de la narración, la cual está bien lograda. El desarrollo es lineal y la lectura fácil y amena. Creo que es un acierto la edición de este libro, siempre y cuando sea cierto, como advierte en el prólogo el editor Antoni Munné, que “El trabajo editorial se ha limitado a transcribir al máximo su literalidad, a pulirlo en lo que se refiere a la ortipografía y a ponerlo en condiciones de ser llevado a la imprenta” (aunque asusta un poco que luego añade: “además…de alguna que otra coma añadida”, lo cual siempre hace suponer que el autor se hizo “comprensible” cuando a lo mejor quería permanecer “incomprensible”), ya que llena un vacío editorial creado por expectativas alentadas durante muchos años por el propio autor. Es fundamental para los estudiosos de Cabrera Infante, ya nos vendrán las exégesis, y de interés para quienes como yo, han sido aficionados a su obra sin ningún interés académico. No creo que resuene más allá de este ámbito.

Cada cual hará la lectura a su manera, toda obra tiene muchos niveles de lectura. A mi, al final de este episodio de un Lord Jim tropical que sabe dejará la nave a la deriva, que mueve todos los resortes posibles para conseguir su deserción, con sus escapadas eróticas, me comenzó a recordar la canción de Johnny Mercer, “One For My Baby (and One More for the Road)”, en la interpretación de Sinatra, y al igual que El en un momento de la trama, echar mano de un añejado escocés para meditar sobre el asunto.

 
Mapa dibujado por un espía. Autor: Guillermo Cabrera Infante. Círculo de Lectores, Galaxia Gutenberg. Barcelona 2013. 396 páginas.

 
Roberto Madrigal