Revisando hace unas semanas el excelente blog de la
traductora española Marta Rebón (Rumores Etéreos), que se dedica al arte y la
literatura rusas, leí un excelente trabajo sobre un escritor para mi, hasta ese
momento, desconocido. El artículo, que trata sobre la publicación en español de
un libro de este autor ruso, Daniil Jarms, me resulta interesante y me lleva a
buscar más sobre el mismo y finalmente a comprar un libro suyo en inglés, Incidences. Es un verdadero
descubrimiento.
La edición que poseo fue impresa en Londres en 1993, por
una oscura editorial, Serpent’s Tail, que se dedica a publicar obras de Pessoa,
Onetti y Walser. Es un texto que reúne cuentos y obras de teatro de Jarms
(Kharms para quienes lo buscan en inglés). La obra de este autor comenzó a
publicarse en los Estados Unidos en el 2006.
Jarms es un maestro del absurdo que se adelantó a Ionesco
y a Beckett. Sus cuentos, con la excepción de La vieja, que es un relato de 29 páginas, tienen una extensión que
va de entre 39 palabras (An Encounter),
hasta cinco o seis párrafos. Su prosa sencilla, es impecable en cuanto a
sintetizar la narrativa, o más bien la ausencia de narrativa. Sus obras no
solamente son un desafío y una burla de todo tipo de convenciones literarias,
sino que a la vez convierten el proceso narrativo en una total inutilidad. Sin
embargo, uno no puede dejar de leer este libro que sorprende a cada vuelta de
página.
Ataca con acidez los patrones morales de la sociedad, es
cruel, desenfadado, sardónico y agresivamente burlón, un verdadero nihilista
que no tiene piedad ni paz con nadie. Despliega un desprecio absoluto por el
acomodamiento del ser humano, capaz de aceptar pasivamente el atropello o el
látigo de quienes les guían. Los ve capaces de llevar sus instintos animales
hasta las últimas consecuencias, a la vez que sumisos de las costumbres que lo
acorralan. No hay un mínimo de sentimentalismo en Jarms.
La vieja es un pastiche de la indiferencia, An Encounter es una joya de la anti-narrativa y Lynch Law es una obra maestra de crítica
social y política inmisericordemente resuelta a la perfección en 165 palabras.
La lista de citas puede seguir interminable, prácticamente no hay una página
del libro que no sea recomendable.
Es una lástima que no se pueda hablar de la influencia
que Jarms tuvo sobre otros escritores de su generación o incluso sobre Beckett
y Ionesco. Hasta sobre Godard, ya que el estilo de Jarms pudiera explicarse con
aquella sentencia del cineasta francés que decía: “No tengo nada en contra de
que una obra narrativa tenga un comienzo, una trama intermedia y un desenlace,
siempre y cuando no tenga que ser en ese orden”. La vida de Jarms se lee como
la de tantos otros escritores víctimas del estalinismo.
Nacido en San Petersburgo en 1905 con el nombre de Daniil
Ivanovich Yuvachov (Jarms, fue su seudónimo definitivo), apareció en la escena
literaria y artística de la joven Unión Soviética en 1925, cuando su ciudad
natal se había convertido en Leningrado. Apenas publicó dos poemas en un par de
antologías, pero tras aparecer disfrazado de Sherlock Holmes mientras yacía
bocabajo en medio de Nevski Prospect y luego hacer lecturas de poemas encima de
un armario, en 1927 fundó, junto con su amigo de peripecias Alexander Vvedenski
y el poeta Nicolai Zabolotski, el grupo OBERIU (que son las siglas en ruso que
significan Asociación del Arte Verdadero). Hicieron varias presentaciones,
entre ellas una muy comentada titulada Tres
horas de izquierda, en la cual, entre otras cosas, presentaron la obra
teatral absurdista con gran influencia kafkiana, Yelizaveta Bam (que está incluida en Incidences), para poco después ser atacados en la prensa y verse
obligados a desmantelar el grupo. Jarms se puso a trabajar para una editorial
de libros infantiles y ya en 1940 había publicado once libros de tema infantil.
Mientras tanto, seguía escribiendo para la gaveta. Todo intento de publicar lo
que verdaderamente le interesaba, fue en vano.
Jarms fue arrestado en 1931 por sus escritos y aunque luego
se dedicó a la más tranquila literatura infantil, cayó en desgracia otra vez en
1937 debido a un poema infantil con “desviaciones ideológicas”, en el cual un
niño comete un pequeño robo. Perdió su trabajo, pasó hambre y en 1941 fue
apresado en Leningrado y ese mismo año, en diciembre, murió en una sala
psiquiátrica penitenciaria. Su obra jamás fue publicada en su tiempo. No fue
hasta el deshielo de Jruschev, que fue perdonado en la Unión Soviética y su
obra no llegó a publicarse en su país hasta la llegada de la Perestroika. De
hecho, si hoy podemos leerlo es gracias a los esfuerzos de su amigo, el
filosofo, teólogo y crítico Yakov Driskin, que recogió todos los escritos que
había en las gavetas del apartamento de Jarms, tras su arresto en 1941, y los
guardó. Driskin no fue exactamente su Max Brod, porque a diferencia de Kafka,
Jarms sí quería publicar.
Pienso que Stalin fue un gran crítico literario. Casi
todos los historiadores se tragaron la imagen que de él dio Trotski, la de un
campesino ignorante, bruto, brutal y pretencioso. Pero lo más probable era que
tenía mucha más cultura que lo que dejaba entrever. La lista de los escritores
que sufrieron prisión, censura y pasaron por sus Gulags o murieron en ellos,
entre los que se pueden contar Bulgákov, Ajmatova, Solzhenitsin, Mandelstam,
Babel, Zamiatin, Shalamov y Victor Serge (que fue concuño de Jarms), bastaría
para hacer una antología de lo mejor de la literatura rusa y universal. Nunca
antes en la historia un grupo tan enorme y tan destacado de escritores habían
sufrido el peso de una dictadura tan férrea. Stalin era exquisito, entendía
perfectamente al enemigo, los detectaba con precisión, sabía distinguir entre
la grandeza y la mediocridad. Luego los humillaba y los destrozaba. Se dice
mucho que Fidel Castro es un lector voraz. Puede ser, pero no se nota ni en su
retórica ni en su visión utilitaria de la literatura, debe ser que no digirió
bien sus lecturas.
Muchos críticos, entre ellos George Saunders, se niegan a
reducir a Jarms como un escritor que dio una respuesta absurda a la brutalidad
de su época. Piensan que, dado su estilo, hubiera sido un escritor incómodo en
cualquier parte. Hay cierta razón en ello, pero es imposible echar a un lado
las circunstancias en las cuales vivió y las vejaciones que sufrió. Lo cierto
es que su literatura trasciende su momento histórico, quizás, como decía Oscar
Wilde, hay obras literarias que responden a preguntas que aún no se han hecho.
Los que se niegan a ver el aspecto de crítica
antiestalinista lo hacen pensando en escritores o artistas que son malditos en
sus países pero que una vez que parten al exilio se vuelven parte del nuevo
establishment, se acomodan. Es cierto, a muchos se los traga la academia y a
otros el éxito financiero. Lo que sucede es que aunque muchos hayan emigrado,
su mente aun reside en su país de origen y se mantienen incómodos, ya en menor
medida, para la sociedad que se vieron obligados a dejar.
Reinaldo Arenas, por ejemplo, fue también un escritor
incómodo y lo siguió siendo una vez exilado, no solo en su literatura, cuyos
temas no eran apropiados para aquellos que disfrutan del discreto encanto de la
burguesía, sino en sus presentaciones personales y en sus perennes
enfrentamientos contra amigos y enemigos. Nunca le interesó ser vendible ni ser
popular. Fue genio y figura hasta su sepultura. Otro escritor incómodo, en otro
sentido, fue Solzhenitsin, quien comenzó
a habitar sus propias ideas, cada vez más reaccionarias, y se volvió
insoportable tanto a sus benefactores como a sus seguidores. Tanto Jarms, como
Arenas, como Solzhenitsin y no muchos otros, son escritores devotos de sus
propias causas, tanto estéticas como políticas. Nunca se dejaron allanar. Los
tres también representan una resistencia, un reto literario y personal al
sistema en el cual se desarrollaron.¿Cuántos otros escritores incómodos
quedaron escondidos en sus gavetas rusas, cubanas, checas, búlgaras y de tantos
otros países? Es difícil pronosticar si se sabrá algún día. Esta es una
historia que se rescribe incesantemente.
Roberto Madrigal