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Thursday, July 14, 2016

El sinuoso encanto de la isla


¿Está de moda Cuba? Aunque la respuesta no es simple, creo que no. Es cierto que desde que se restablecieron las relaciones un grupo de figuras como Bon Jovi, Usher, Major Lazer, Bill O’Reilly, los Rolling Stones (con su concierto que se añadió a su gira latinoamericana, con el beneficio para los cubanos de que fue gratis), así como algunos otros, han visitado la isla. Lagerfeld la escogió como marco tropical para un desfile de modas y han comenzado los cruceros desde Estados Unidos.

Para el cubano de la isla, que ha padecido un aislamiento internacional por seis décadas, este relativo deshielo parece como que al fin se les reconoce su existencia y de que se encuentran en la mirilla de todo el mundo. Pero en realidad no es así. El tráfico no ha sido tan intenso como se pronosticaba (o se esperaba con ilusión). Muchas más celebridades visitan constantemente Cabo San Lucas, St. Tropez, Montserrat y Ocho Ríos, donde además tienen propiedades, que las que visitan Cuba. Al despenalizarse, al menos para los americanos, ya que los otros siempre pudieron visitar, pues es un destino más en el turismo ocioso de los ricos y famosos.

No hay dudas de que hay muchos encantos naturales en la isla, esos no pudieron irse del país. La industria de la hospitalidad, sin embargo, es más que cuestionable, aunque para los que tienen mucho dinero eso no sería más que un mal menor. Van sin muchas expectativas y con mucha curiosidad. Además, es muy barata.

A Cuba no se va a hacer turismo cultural, no se equivoquen los que piensan que porque se visita la Fábrica de Arte o alguna que otra instalación cultural, ese es un interés fundamental. El turismo cultural se hace en Paris, Londres, Nueva York, Madrid, Amsterdam y Tokio. A lo que va la mayoría es a la busca de jineteras y pingueros, carros viejos y ruinas asombrosas. Y aquí está el secreto.

Cuando el huracán del castrismo decidió acabar con toda la estructura social que existía en Cuba antes de 1959, de manera cataclísmica, se eliminaron toda una serie de valores morales que sustentaban a la sociedad, sin que fueran sustituidos por otros. Hasta la formalidad verbal y gestual se aniquiló y los vanos intentos de crear algo nuevo, como aquello de la “caballerosidad proletaria”, eran solamente manifestaciones del ridículo, superficiales e inoperantes.

Esa falta de valores morales dio lugar a un fenómeno curioso que es difícil de replicar. Mientras políticamente Cuba es una de las sociedades más represivas del mundo, al margen y a la par de ello, se presenta una sociedad completamente permisiva en el plano moral. Mucho más “libre” que cualquier otra. La necesidad de sobrevivir convierte la promiscuidad sexual y social en algo rutinario. Esa combinación de represión con permisividad es uno de los puntos fundamentales que atrae a los turistas a la isla. O que al menos les hace decir cosas que no dicen de otros lugares.

La falta de espacio en la cual viven los cubanos, en una isla en la cual varias generaciones se ven obligadas a cohabitar en recintos mínimos y dilapidados, crea una familiaridad que se desborda al intercambio social. Eso es parte del secreto de lo que se dice que es el gregarismo de los cubanos. Y eso es lo que encuentran los visitantes del primer mundo, acostumbrados a sociedades extremadamente organizadas y estructuradas, en las cuales el respeto al espacio personal y habitacional ajeno es primordial.

Ese es el atractivo que encuentran los hípsters cuando se remoza o gentrifica (es cierto que la palabra no ha sido aceptada por la Real Academia, pero se usa hace rato y no hay un verdadero equivalente en español) un área como Williamsburg en Brooklyn o Chueca en Madrid. Se renueva la urbanización, se suben los precios y aparecen lugares de disfrute en los cuales se mantiene la pátina de lo desvencijado. Nada más atractivo que ese contraste decadente entre la ruina y la modernidad (en el caso cubano entre la represión y la permisividad). Sobre todo para quienes tienen dinero y pueden luego largarse a sus refugios bien modernos y bien apertrechados.

Es también que dadas las necesidades generales, uno puede encontrarse a personas de todo tipo en la calle, compartiendo miserias. Recuerdo a una periodista de El Nuevo Herald que se mostraba asombrada (lo escribió así), porque en una reunión informal en el apartamento de una amiga, pudo codearse con Antón Arrufat.

La prostitución, el jineterismo y el pinguerismo no se limitan a un estrato social como en las ordenadas sociedades avanzadas. Aquí  los visitantes perciben otra contradicción de macabro atractivo. Pueden establecer una relación con individuos con los cuales en sus países les sería imposible a muchos. No es que los cubanos sean más cultos que nadie, es que los cultos se prostituyen. También resulta atractivo ver a intelectuales insulares mendigando atención. Es un morbo que resulta un lujo del Primer Mundo.

No es todavía efectivo. Hace poco estaba trabajando con un estudiante de una universidad para la cual presto servicios. Un muchacho inteligente, de 20 años, sin muchos intereses culturales, de familia rica. Cuando le dije que era cubano me contó que su madre llevaba años organizando una vista turístico-cultural a Cuba y que lo había logrado finalmente el año pasado. Lo arrastraron allá. Por lo que me dice, parece que se alojaron en el Meliá Cohiba en el Vedado. Tenía que soportar una serie de charlas culturales desde las diez de la mañana hasta las tres de la tarde. Le resultaban insufribles y no se acordaba de lo que había escuchado. Luego podían salir por ahí, aunque se les asignaba un “guía”.

Cuando le pregunté qué le había parecido la ciudad, se mostró apático. Me dijo que estaba bien, muy pobre, se entretuvo en el Submarino Amarillo viendo a viejos bailar canciones de otra época (sus palabras), pero no muy diferente que su visita anterior a Jamaica. Nada le dejó huellas. Fue otro lugar tropical más. Que conste que con sus veinte años, es un muchacho que ha viajado mucho. Prefiere Madrid y Barcelona. También le gustaba Caracas, pero ya no.

De todos modos, ayer cuando terminaba de hacer compras en Trader Joe’s, en un pequeño estante junto al cajero, entre muchas postales, mi mirada se fijó en una que decía: “I’m in Havana, life is buena”, ilustrada con un crucero atracando en un puerto. Los cubanos siguen siendo el telón de fondo miserable sobre el cual tiene lugar el espectáculo de la gozadera efímera y distante.


Roberto Madrigal