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Wednesday, May 25, 2016

Redefiniendo al censor


El efecto más inmediato del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, ha sido en el campo de la cultura, principalmente entre los guardianes del dogma ideológico.

Entre los cambios instrumentados por Raúl Castro, decidido a estar en misa y en procesión al mismo tiempo, está, por una parte, la institución de una economía mixta en la cual se promueve una cultura económica de buhonerismo, típica de un capitalismo primitivo con limitaciones, en la cual se beneficiarán unos muy pocos siempre y cuando no se beneficien mucho y se enriquecerán los que controlen los organismos estatales y sus familiares, allegados y otros correligionarios íntimos que tendrán el privilegio de hacerse cargo de los negocios privados más jugosos, mientras que por otra parte se mantiene un férreo control sobre la actividad cultural y la ruta ideológica. La cultura se vinculará a ese capitalismo primitivo siempre y cuando beneficie las arcas estatales.

Como aterrados copistas medievales, han saltado en defensa de la identidad cultural y de una confusa cubanidad, distinguidos amanuenses oficiales como Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet, Aurelio Alonso y Abel Prieto, entre otros pesos completos de la burocracia cultural. Son los que más destaca la prensa de allá y la de acá, sin embargo, me resultó de gran interés un reciente artículo del profesor Guillermo Rodríguez Rivera, aparecido en el blog Segunda Cita, del cantante Silvio Rodríguez, del cual es colaborador habitual el docente, titulado La cultura en los tiempos que corren, en el cual va más allá de defender la cultura con definiciones abstractas y términos grandiosos, como hacen los anteriormente mencionados, aquí se dedica a redefinir el papel del censor y de la censura en esta batalla.

Es un artículo que no puede pasarse por alto por varias razones. En primer lugar por aparecer en el blog de Silvio, lo cual le da un carácter de siniestro prestigio y autoridad crítica, ya que se sabe que este es un blog maquillado de aperturista, pero siempre dispuesto a la defensa frontal e inequívoca del sistema, y porque además es probablemente el blog más leído, de todos los blogs apoyados y permitidos por la nomenclatura, dada la inconcebible y persistente popularidad del cantante.

En segundo lugar porque Rodríguez Rivera, aunque muy olvidado en el parque Jurásico de la isla, es todavía un dinosaurio que ruge con utilidad y que se ha vuelto una especie de ortodoxo racional. Además, el profesor es mucho mejor escritor que Fornet y Prieto, aunque injustamente no goce del mismo prestigio. Fundador de El Caimán Barbudo, fue por un tiempo un buen poeta y un hombre lúcido por cuyas gracias sufrió censura. Fue también, mucho antes que Padura, un exitoso escritor de novelas policiales.

Después de tener que abandonar la nave caimanera, se sabía en La Habana que tanto él como Luis Rogelio Nogueras, Raúl Rivero y otros, eran los autores de unos epitafios apócrifos de los escritores cubanos. Muy bien escritos y muy mordaces. Pero parece que para poder salir del fango ha tenido (o ha optado), que vender su alma al diablo y enmascararse con las ajenas convicciones del poder.

En el artículo que me ocupa, comienza recordando el período heroico de la fundación de El Caimán Barbudo, elogia la figura de Haydée Santamaría y obvia mencionar muchos de los fatales episodios represivos del período para saltar al llamado “quinquenio gris” (que ahora tiene la culpa de todo y lo quieren presentar como un traspiés histórico ya superado).

Tras mencionar la censura sufrida por él y otros caimaneros, durante ese período, pasa a rescatar el “carácter inclusivo de la orientación cultural de 1961”, o sea del famoso discurso de Fidel Castro, conocido como Palabras a los intelectuales. Culpa el “caso Padilla” a la funesta ejecutoria del teniente Luis Pavón como presidente del Consejo Nacional de Cultura, sin mencionar que Pavón no solamente fue nombrado a ese puesto por las máximas autoridades del gobierno, sino que era un hombre de confianza y un favorito de Raúl Castro. Convenientemente olvida mencionar que el caso Padilla había empezado mucho antes de la confesión, en realidad en 1968, cuando fue premiado. Eso sucedió a raíz de la Ofensiva Revolucionaria de ese año, cuando Castro y su pandilla se habían consolidado en el poder, un poco después de los juicios de la Microfracción, sucedido en el otoño de los comunistas viejos, en 1967. Además, el presidente del Consejo Nacional de Cultura en ese momento era Eduardo Muzio, afectuosamente conocido como Muzziolini.

En su diatriba, culpa a la confesión de Heberto Padilla por el destino sufrido por Lezama Lima, aunque menciona lo injusto de ello, que por supuesto fue culpa del ambiente cultural del “quinquenio gris”. Por cierto, que entre los epitafios cuya posible autoría puede atribuirse al profesor, hubo uno sobre Lezama que decía: “Jamás viajó ni a Nueva York ni a Roma/ José Lezama Lima, vida vana,/entre nosotros, en su vieja Habana/se dedicó a escribir, mató el idioma”. No tiene por qué abochornarse de ello, pero no hay dudas que fue una pequeña contribución a la penosa situación del poeta.

Luego salta a los problemas creados durante el concierto reclamando la liberación de los Cinco, en el Protestódromo del malecón, causados por las alocuciones “fuera de lugar” de Robertico Carcassés. Tras lo cual salta al más reciente caso del cineasta Juan Carlos Cremata, censurado con motivo de la puesta en escena que dirigió de la adaptación de la obra “El rey se muere”. Una obra de Eugene Ionesco, escrita y representada por primera vez en 1962, pero en la cual los gobernantes cubanos se sintieron aludidos. Comenta incluso el “inaceptable exilio” de Cremata, como si este no tuviera derecho a hacer con su vida lo que le venga en gana. Claro, allá ese derecho no existe todavía.

La receta del profesor Rodríguez Rivera no es la flexibilización ni la eliminación de la censura, sino su refinamiento. Ofrece el consejo de que todo eso (lo de Carcassés y lo de Cremata) se pudo haber evitado con medidas de censura profiláctica. Se pregunta la razón por la cual se dejó participar a Carcassés en el evento y por qué nadie se dio cuenta del problema de la obra teatral antes de que se estrenara.

Culpa de lo anterior a la incultura de los encargados de la censura, a quienes llama “funcionarios encargados de aprobar el hecho cultural”. O sea, propone la formación de censores cultos y políticamente probados que puedan utilizar los bozales con eficiencia.

Tras cincuenta y siete años de castrismo, y ya todo un decenio de raulismo, lo que propone la intelectualidad oficial cubana es un “quinquenio gris” refinado, la censura con efectividad, la censura preventiva. Es lógico, cuando los represores de ese ayer siguen siendo los gobernantes de hoy. Esos parecen ser los cambios que se piden en el campo cultural.


Roberto Madrigal

Monday, May 9, 2016

Las fallas de la memoria


Hace unos días tuve la oportunidad de ver el documental A contratiempo, realizado en Miami por Jorge Soliño, con la colaboración de Jorge Dalton y Mario García Montes. La obra se centra en los roqueros cubanos de las décadas de los años sesenta y setenta que sufrieron persecución, hostigamiento y ninguneo por parte de las tropas militantes de la cultura oficial cubana de la época.

Soliño ha realizado un trabajo sobrio y sin pretensiones, dos virtudes artísticas que escasean en estos tiempos, limitándose a presentar el testimonio de los protagonistas de aquella épica involuntaria, entrevistando a las principales figuras que formaron parte de las agrupaciones musicales de aquellos años, cuyo delito radicaba en hacer covers de los Beatles, Led Zeppelin, Rolling Stones y otras bandas proscritas en la isla.

Sin editorializar ni pontificar, Soliño deja que las entrevistas a los músicos vayan componiendo la narrativa, para que en las propias palabras de Pepe Piñeyro, Jorge Bruno Conde, Willy Quesada, Ricardo Eddy, Henry Vesa, Willy Goizueta, Chano Montes y muchos otros, se cree una visión de lo que ese fragmento de la juventud cubana sufrió durante aquel período.

Soliño aprovecha al máximo los recursos de los cuales dispone. Se ve forzado a repetir imágenes y secuencias, pero esto denota algo muy importante: la falta de materiales que existen con respecto a aquella época, ya que todo lo que entonces se filmaba o se imprimía, estaba en manos del estado. Es importante anotar esto, porque alguien pudiera, con mala entraña, criticar al documental por no presentar otra cara del momento, pero lo cierto es que esa otra cara ya estuvo representada por la propaganda oficial.

Es un hecho que la historia la escriben los vencedores, pero no es justo cruzarse de brazos y no intentar oponer alguna alternativa contra esto. Cuando la historia ha sido tan tergiversada y tanta información ha sido eliminada, sobre este y tantos otros hechos, no se puede perder la oportunidad de recoger las declaraciones de los testigos que aún viven y que son la única fuente de conocimiento de la cual disponemos. No importa si uno está de acuerdo o no con lo que dicen, si admira o no a los personajes, si los desprecia o los reconoce. Es su historia, cada uno la cuenta a su manera, unos con exagerada elocuencia, otros deciden despotricar, otros se limitan a su experiencia personal y cada cual a su estilo va tejiendo el hilo de la trama.

Este documental es un legado importante. Un pequeño ladrillo más en el esfuerzo de recuperar al menos un pedazo de la historia. Es curioso que en la últimas semanas, tras la visita de los Rolling Stones, han publicado en Cuba sendos artículos del promotor cultural y supuesto animador del rock, Guille Vilar, y el profesor cubanoamericano Nelson Valdés, de la Universidad de Nuevo México, donde ocupa el cargo de profesor emérito de Sociología y quien ha sido un abogado feroz de todas las causas castristas, recientemente implorando por la liberación de los “cuatro héroes” en carta al presidente Obama, ambas publicadas en Cubadebate, uno de los tabloides electrónicos oficiales del gobierno cubano.

Vilar y Valdés han dedicado sus textos a justificar la política cubana de represión cultural de aquella época, utilizando como excusa desde la voladura de La Coubre, hasta la invasión de Girón, y apuntando que cuando empezaron, los Beatles y los Stones fueron mal vistos en Inglaterra (pero se les olvida decir que no se les censuró ni se les encarceló por su música, se hicieron millonarios), y en el caso de Vilar llegando a decir que los Beatles entonces todavía no eran clásicos (hombre, parece que hay que esperar treinta años para escuchar música popular).

Ante tanto historicismo desfachatado y trasnochado, el testimonio personal que presentan los ya viejos roqueros cubanos, resulta una manifestación fresca e irrefutable, que denuncia por su impronta personal y que toca al espectador en el lado emocional, sobre todo por la sinceridad que muestran muchos de ellos que se observa bien en una de las secuencias casi finales que muestra en breve primer plano el llanto contenido de Willy Quesada, algo que me recordó la secuencia final de Conducta impropia, en la cual un trágicamente irrepetible René Ariza habla del Castro interior que lleva cada cubano.


Roberto Madrigal