El efecto más
inmediato del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados
Unidos, ha sido en el campo de la cultura, principalmente entre los guardianes
del dogma ideológico.
Entre los cambios
instrumentados por Raúl Castro, decidido a estar en misa y en procesión al
mismo tiempo, está, por una parte, la institución de una economía mixta en la
cual se promueve una cultura económica de buhonerismo, típica de un capitalismo
primitivo con limitaciones, en la cual se beneficiarán unos muy pocos siempre y
cuando no se beneficien mucho y se enriquecerán los que controlen los
organismos estatales y sus familiares, allegados y otros correligionarios
íntimos que tendrán el privilegio de hacerse cargo de los negocios privados más
jugosos, mientras que por otra parte se mantiene un férreo control sobre la
actividad cultural y la ruta ideológica. La cultura se vinculará a ese
capitalismo primitivo siempre y cuando beneficie las arcas estatales.
Como aterrados
copistas medievales, han saltado en defensa de la identidad cultural y de una
confusa cubanidad, distinguidos amanuenses oficiales como Graziella Pogolotti, Ambrosio
Fornet, Aurelio Alonso y Abel Prieto, entre otros pesos completos de la burocracia
cultural. Son los que más destaca la prensa de allá y la de acá, sin embargo,
me resultó de gran interés un reciente artículo del profesor Guillermo
Rodríguez Rivera, aparecido en el blog Segunda Cita, del cantante Silvio
Rodríguez, del cual es colaborador habitual el docente, titulado La cultura en los tiempos que corren, en
el cual va más allá de defender la cultura con definiciones abstractas y
términos grandiosos, como hacen los anteriormente mencionados, aquí se dedica a
redefinir el papel del censor y de la censura en esta batalla.
Es un artículo
que no puede pasarse por alto por varias razones. En primer lugar por aparecer
en el blog de Silvio, lo cual le da un carácter de siniestro prestigio y
autoridad crítica, ya que se sabe que este es un blog maquillado de aperturista,
pero siempre dispuesto a la defensa frontal e inequívoca del sistema, y porque
además es probablemente el blog más leído, de todos los blogs apoyados y
permitidos por la nomenclatura, dada la inconcebible y persistente popularidad
del cantante.
En segundo lugar
porque Rodríguez Rivera, aunque muy olvidado en el parque Jurásico de la isla,
es todavía un dinosaurio que ruge con utilidad y que se ha vuelto una especie
de ortodoxo racional. Además, el profesor es mucho mejor escritor que Fornet y
Prieto, aunque injustamente no goce del mismo prestigio. Fundador de El Caimán
Barbudo, fue por un tiempo un buen poeta y un hombre lúcido por cuyas gracias
sufrió censura. Fue también, mucho antes que Padura, un exitoso escritor de
novelas policiales.
Después de tener
que abandonar la nave caimanera, se sabía en La Habana que tanto él como Luis
Rogelio Nogueras, Raúl Rivero y otros, eran los autores de unos epitafios
apócrifos de los escritores cubanos. Muy bien escritos y muy mordaces. Pero
parece que para poder salir del fango ha tenido (o ha optado), que vender su
alma al diablo y enmascararse con las ajenas convicciones del poder.
En el artículo
que me ocupa, comienza recordando el período heroico de la fundación de El
Caimán Barbudo, elogia la figura de Haydée Santamaría y obvia mencionar muchos
de los fatales episodios represivos del período para saltar al llamado “quinquenio
gris” (que ahora tiene la culpa de todo y lo quieren presentar como un traspiés
histórico ya superado).
Tras mencionar la
censura sufrida por él y otros caimaneros, durante ese período, pasa a rescatar
el “carácter inclusivo de la orientación cultural de 1961”, o sea del famoso
discurso de Fidel Castro, conocido como Palabras a los intelectuales. Culpa el “caso
Padilla” a la funesta ejecutoria del teniente Luis Pavón como presidente del
Consejo Nacional de Cultura, sin mencionar que Pavón no solamente fue nombrado
a ese puesto por las máximas autoridades del gobierno, sino que era un hombre de
confianza y un favorito de Raúl Castro. Convenientemente olvida mencionar que
el caso Padilla había empezado mucho antes de la confesión, en realidad en
1968, cuando fue premiado. Eso sucedió a raíz de la Ofensiva Revolucionaria de
ese año, cuando Castro y su pandilla se habían consolidado en el poder, un poco
después de los juicios de la Microfracción, sucedido en el otoño de los
comunistas viejos, en 1967. Además, el presidente del Consejo Nacional de
Cultura en ese momento era Eduardo Muzio, afectuosamente conocido como
Muzziolini.
En su diatriba,
culpa a la confesión de Heberto Padilla por el destino sufrido por Lezama Lima,
aunque menciona lo injusto de ello, que por supuesto fue culpa del ambiente
cultural del “quinquenio gris”. Por cierto, que entre los epitafios cuya
posible autoría puede atribuirse al profesor, hubo uno sobre Lezama que decía: “Jamás
viajó ni a Nueva York ni a Roma/ José Lezama Lima, vida vana,/entre nosotros,
en su vieja Habana/se dedicó a escribir, mató el idioma”. No tiene por qué
abochornarse de ello, pero no hay dudas que fue una pequeña contribución a la
penosa situación del poeta.
Luego salta a los
problemas creados durante el concierto reclamando la liberación de los Cinco,
en el Protestódromo del malecón, causados por las alocuciones “fuera de lugar”
de Robertico Carcassés. Tras lo cual salta al más reciente caso del cineasta
Juan Carlos Cremata, censurado con motivo de la puesta en escena que dirigió de
la adaptación de la obra “El rey se muere”. Una obra de Eugene Ionesco, escrita
y representada por primera vez en 1962, pero en la cual los gobernantes cubanos
se sintieron aludidos. Comenta incluso el “inaceptable exilio” de Cremata, como
si este no tuviera derecho a hacer con su vida lo que le venga en gana. Claro,
allá ese derecho no existe todavía.
La receta del
profesor Rodríguez Rivera no es la flexibilización ni la eliminación de la
censura, sino su refinamiento. Ofrece el consejo de que todo eso (lo de
Carcassés y lo de Cremata) se pudo haber evitado con medidas de censura
profiláctica. Se pregunta la razón por la cual se dejó participar a Carcassés
en el evento y por qué nadie se dio cuenta del problema de la obra teatral
antes de que se estrenara.
Culpa de lo
anterior a la incultura de los encargados de la censura, a quienes llama “funcionarios
encargados de aprobar el hecho cultural”. O sea, propone la formación de
censores cultos y políticamente probados que puedan utilizar los bozales con
eficiencia.
Tras cincuenta y
siete años de castrismo, y ya todo un decenio de raulismo, lo que propone la
intelectualidad oficial cubana es un “quinquenio gris” refinado, la censura con
efectividad, la censura preventiva. Es lógico, cuando los represores de ese
ayer siguen siendo los gobernantes de hoy. Esos parecen ser los cambios que se
piden en el campo cultural.
Roberto Madrigal