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Sunday, April 29, 2012

El autarca ilustrado



El 28 de enero del año pasado publiqué en la revista digital Cubaencuentro un artículo titulado ¿Se está poniendo senil Vargas Llosa? Respondía en aquella ocasión a un artículo de Vargas Llosa aparecido unos días antes en el diario El País, titulado La civilización del espectáculo, en el cual el escritor la emprendía, en tono pontificador y apocalíptico, contra lo que llamó la frivolización de la cultura contemporánea. Fue un artículo que escribí con dolor porque me confesé entonces y me confieso de nuevo, un profundo admirador de Vargas Llosa,  a quien considero el mejor novelista que ha dado la lengua española ya que estimo el cuerpo de su obra como algo a lo cual ningún otro novelista de nuestro idioma se ha acercado. Como dije antes, hay novelas mejores, pero nadie ha logrado un edificio narrativo tan elevado. Aquel artículo aparecido en El País era un adelanto de lo que se prometía como un libro de ensayos sobre el tema.

Ahora ha llegado a mis manos el libro también titulado La civilización del espectáculo, recién publicado por la editorial Alfaguara. Son 226 páginas de una letanía lacrimógena sobre el estado de nuestra cultura, que combina capítulos originales entre los cuales se intercalan artículos anteriormente aparecidos en el diario El País que resultan antecedentes sustentadores de cada capítulo. El libro no hace mas que confirmar los temores que expresé en mi artículo publicado en Cubaencuentro.

No es ninguna novedad que un gigante de alguna rama de la cultura perore quejosamente sobre el estado contemporáneo de la misma. La añoranza por los tiempos pasados se remonta por lo menos hasta los griegos, pero molesta cuando un autor querido y admirado cae en eso, cuando un hombre lúcido y honesto comienza sonar hueco en el ocaso de su vida.

En este libro Vargas Llosa la emprende contra la cultura mediática, contra el cine, la televisión y las artes plásticas, ya que ve la “cultura de la imagen” como enemiga de la cultura de la palabra, que es la que ha legado las ideas trascendentales a la humanidad.  Es curioso que evite tocar el teatro en sus ditirambos, ya que esta forma de arte le resultaría un lodazal a sus tesis. ¿No fue acaso el teatro, desde sus inicios una forma de llevar la cultura a las masas, mediante un aparente entretenimiento, cuando estas eran casi totalmente analfabetas?

Le parece mal que los museos se llenen de idiotas que van a ver las obras como parte de una agenda, critica la influencia de la moda, la cocina y la publicidad en la cultura moderna. El irrefrenable y corrupto afán de lucro desmedido. Establece categorías para definir canónicamente, como un dictador marxista, la cultura desechable, la enemiga de la ilustración humana. Para ello echa mano de intelectuales tan diversos como T.S. Eliot, Karl Popper, George Steiner, Karl Marx y Guy Debord. Ataca sin piedad a Derrida, a Duchamp, a Bajtin y a Baudrillard. No es que sea incapaz de entender la posmodernidad y lo contemporáneo, es que se niega a ello y en medio de su discurso, se contradice. Manipula los ejemplos a conveniencia y simplifica los temas complejos.

Donde sus argumentos alcanzan una mayor puerilidad es cuando toca al sexo y la religión. Según Vargas Llosa, las prácticas sexuales modernas han destruido el erotismo y la pérdida de los ritos “que embellecen y civilizan” el sexo, lo está convirtiendo, para las nuevas generaciones, en “una mera calistenia”. Por supuesto, es incapaz de poner un ejemplo para apoyar de dónde saca estas ideas conventuales. Su aproximación a la religión es simplista y paternalista. Le parece bien cuando existe como guía para las masas despistadas, pero no cuando los arranques de fe de los fanáticos los llevan a inmolarse en su nombre. El viejo marxista que una vez fue y que ha vivido reprimido en un letargo interior, aflora aquí cuando justifica los actos terroristas guiados por convicciones ideológicas contra aquellos guiados por el fanatismo religioso. Entiende las razones de los primeros porque les resultan familiares y se niega a tomar el punto de vista de estos últimos porque le parece repelente por ser producto de la incultura. Parece querer decirnos que la acción es el derecho de los cultos y designar quienes son los cultos es su derecho. Todo esto está en gran contradicción con los ideales liberales y de defensa del individualismo por los cuales el escritor ha apostado con firmeza en las últimas tres décadas.

Por supuesto, este es un libro malo escrito por un escritor extraordinario, por lo que está lleno de inteligencia y señala cosas razonables. No es su ataque de lo superficial lo que falla, sino que confunde el síntoma con la enfermedad  y las secuencias con consecuencias. Vargas Llosa es uno de los últimos renacentistas y su vastedad de conocimientos se despliega a lo largo del libro, pero este parece la obra de un déspota, un autarca ilustrado que regaña al mundo desde su torre de marfil.

Pudiera añadir mas, pero revisando mi anteriormente citado articulo, creo que mis opiniones actuales no difieren mucho de aquellas, por lo cual abajo ofrezco el enlace al mismo, asi como al artículo de Vargas Llosa que lo provocó, y a otros dos artículos recientes sobre el libro, uno de Jorge Volpi y otro de Jordi Llovet.

www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/se-esta-poniendo-senil-vargas-llosa-254671 ¿Se está poniendo senil Vargas Llosa?. R .Madrigal
www.elpais.com/diario/2011/01/22/babelia/12956  La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa
www.elpais.com/elpais/2012/04/18/opinion/1334759323_081415.html El último de los mohicanos, Jorge Volpi

La civilización del espectáculo. Mario Vargas Llosa. Alfaguara. 2012. 226 páginas


Roberto Madrigal

Sunday, April 22, 2012

Listas rigurosamente vigiladas

Arreglando papeles y moviendo libros hace unos días, me tropecé con una agenda que yo llevaba en Cuba, en el año 1977 y de cuya existencia me había olvidado hace años. Ni siquiera tengo idea de cómo y cuándo llegó a mis manos. Entre las anotaciones personales y datos sobre hechos de los cuales ya no tenía memoria, a pesar de que obviamente los viví (anoto, luego existo), me encontré con una lista de las mejores películas de todos los tiempos que había sido el resultado de una encuesta entre amigos, conocidos y allegados.
Ya he dicho anteriormente que reunirnos a hacer listas de las mejores películas del año era, en los terribles setenta, una afirmación de individualidad, un desafio al acoso cotidiano al cual se nos sometía. No creo que la mayoría de nosotros pensábamos que confeccionar listas era un evento canónico. Siempre lo consideramos como un punto de partida para discusiones sobre temas culturales, para cuestionar nuestras propias preferencias, para criticarnos entre nosotros mismos, aunque fuera en voz baja y a hurtadillas, ya que por aquel entonces cualquier discrepancia con la línea oficial, por muy mínima y baladí que fuera, podía ser objeto del castigo más encarnizado. Tampoco pensábamos que haciendo listas íbamos a socavar las fundaciones del sistema cultural imperante, sin embargo, nuestras reuniones llegaron a atraer la atención de los organismos de la seguridad del estado dedicados al cuidado de la cultura. Aunque parezca increible para muchos ahora, en la década del setenta, confeccionar en grupo una lista de películas o libros favoritos no solicitada por las autoridades culturales era considerado un acto de diversionismo ideológico.
La idea de una lista de las “mejores películas de todos los tiempos” se nos ocurrió tras leer, con mucho trabajo, ya que las fuentes de información no eran asequibles al hombre común, las listas que desde 1952 confeccionaba la revista inglesa Sight & Sound, que a partir de entonces, cada diez años, solicitaba la participación de los críticos de cine mas destacados del mundo para realizar una encuesta con la cual se llegaba a elaborar la lista. La revista lo ha seguido haciendo y este año toca una nueva versión. Otra fuente de inspiración fue la lista que con motivo de la Feria Mundial de Bruselas de 1958, elaboró la Cinematéque Royale de Belgique tras enviar, a 150 críticos de todo el mundo, una solicitud pidiendo su participación en el sondeo. Por ese motivo, el escritor y periodista Orlando Alomá, uno de los participantes de nuestra encuesta, la nombró “El Bruselas del Pobre”.
Realizar la encuesta tomó semanas, ya que muchos de los encuestados no tenían teléfono, el transporte era lento y casi inexistente por lo cual encontrarse personalmente con todos los convocados tomaba su tiempo y por supuesto, nadie se atrevía a enviar una lista por correos por temor a represalias. La compilación estuvo a cargo de Ricardo Oteiza, quien unos años después, ya en el exilio, fuera miembro del consejo de redacción de la revista Término, y yo. Los resultados se anunciaron en una reunión en mi casa en la cual participaron una gran cantidad de los encuestados, una excelente excusa para tomar aguardiente y babosear sobre cine.
En la agenda aparece la lista de los participantes y me sorprendió no solo la diversidad de criterios y de personalidades de cada cual, sino visto al cabo de los años, la forzada atomización de ese grupo de marginales y su desarrollo posterior. Ahora desperdigados por La Habana, Miami, Houston, Cincinnati, Madrid, New York  y el otro mundo, entre los 24 participantes se encontraban el cineasta Tomás Piard (El viajero inmóvil), el crítico de cine, periodista y animador cultural Alejandro Ríos, los artistas plásticos Umberto Peña y Nicolás Lara, el escritor, periodista y también crítico de cine Alejandro Armengol, los escritores Daniel Fernández, Rafael Saumell y Jorge Posada y los inimitables iconos culturales Sara Calvo y Mariela Fajardo. También se encontraban dos grandes conocedores de cine, que nunca ocuparon puestos oficiales en la cultura cubana, a pesar de que Tomás Gutiérrez Alea les dedicó un agradecimiento en uno de sus libros, me refiero a los difuntos Héctor Pedreira y Guido García, ambos al menos veinte años mayores que nosotros. Después del cierre nos llegaron muchas listas que ya no pudimos incluir, porque el evento, para nuestra mala suerte, se conoció mas allá de los límites modestos que nos habíamos propuesto
Decidimos escoger 30 películas, que se dividirían entre el cine sonoro y el cine silente, ya que pensábamos eran formas de arte muy diferentes y no era correcto mezclarlos. Tras computar las 24 listas, dando puntos según el orden de preferencia, los resultados fueron los siguientes:
Los 15 mejores filmes silentes de todos los tiempos:
1.- The General (USA 1926), Buster Keaton; 2.- El Acorazado Potemkin (URSS 1925), Serguei Eisenstein; 3.- La Pasión de Juana de Arco (Francia 1928), Carl Dreyer; 4.- El Gabinete del Dr. Caligari (Alemania 1919), Robert Wiene; 5.- La quimera del oro (E.U.A. 1925), Charles Chaplin; 6.- Underworld (E.U.A. 1927), Joseph Von Sternberg; 7.- Intolerancia (E.U.A. 1931), David W. Griffith; 8.- Luces de la ciudad (E.U.A. 1931), Charles Chaplin; 9.- La última risa (Alemania 1924), Friedrich W. Murnau; 10.- Avaricia (E.U.A. 1925), Eric Von Stronheim; 11.- Nosferatu (Alemania 1922), Friedrich W. Murnau; 12.- La caja de Pandora (Alemania 1928), Georg W. Pabst; 13.- El viento (E.U.A. 1928), Victor Seastrom; 14.- Nacimiento de una nación (E.U.A. 1914), David W. Griffith; 15.- Un perro andaluz (Francia 1928), Luis Buñuel.
Los 15 mejores filmes sonoros de todos los tiempos:
1.- El ciudadano (E.U.A. 1941), Orson Welles; 2.- Vértigo (E.U.A. 1958), Alfred Hitchcock; 3.- Fresas Silvestres (Suecia 1957), Ingmar Bergman; 4.- Andrei Rubliov (URSS 1964), Andrei Tarkovski; 5.- Los 400 golpes (Francia 1959), Francois Truffaut; 6.- Ugetsu Monogatari (Japón 1953), Kenji Mizoguchi; 7.- Pedrito el loco (Francia 1965), Jean-Luc Godard; 8.- Persona (Suecia 1966), Ingmar Bergman; 9.- La diligencia (E.U.A. 1941), John Ford; 10.- Algunos prefieren quemarse (E.U.A 1959), Billy Wilder y Pather Panchali (India 1954), Satyajit Ray; 11.- 8 ½ (Italia 1963), Fedrico Fellini; 12.- Ladrones de bicicletas (Italia 1947), Vittorio de Sica; 13.- El séptimo sello (Suecia 1956), Ingmar Bergman; 14.- La dama de Shanghai (E.U.A. 1947), Orson Welles; 15.- Al azar, Baltasar (Francia 1966), Robert Bresson.
He transcrito la lista tal y como aparece en la agenda, anotada en marzo de 1977,sin correciones ortográficas o posibles errores de cronología. Muy discutible, pero no está mal. Es además un testamento del cine que veíamos, para bien o para mal.

Roberto Madrigal

Sunday, April 15, 2012

Retrato del ministro adolescente

La novela más reciente de Abel Prieto (Pinar del Río 1950) fue lanzada a bombo y platillo, en febrero de este año, a propósito de la XXI Feria Internacional del Libro de La Habana. Allá en el Pabellón Cuba, la obra fue presentada por los escritores Eduardo Heras León y Graziella Pogolotti, sentados junto al ministro y al editor del libro, Rinaldo Acosta. Un par de semanas después se anunciaba que Prieto cesaba como Ministro de Cultura, cargo que ocupó desde 1997. Unos meses atrás, durante el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, Prieto había sido absuelto de su puesto en el Buró Político del Comité Central de dicho partido.
Los viajes de Miguel Luna es la primera obra que publica Prieto desde 1999, año en que se editó su novela El vuelo del gato. Ambas novelas están enclavadas en la nostalgia de una adolescencia perdida y nunca superada, mediante la cual los altos temas de la ética y la política pueden simplificarse y abordarse con una perspectiva ingenua.
“Respondía al armonioso nombre de Miguel Luna, aunque sus contemporáneos, siempre imaginativos, preferían llamarlo Mick o Mike o Miki o Mickey Moon o simplemente Mikimún.” Se lee ya en la página de apertura y ese apodo juvenil será con el cual se nombrará al personaje central por el resto del libro. En entrevista reciente a Cubahora, Prieto expresa: “Solo tiene algunos rasgos autobiográficos...Mikimún no encuentra su lugar, es como un intelectual descolocado, un poquito resentido, medio paranoico...es la historia de parte de mi generación”. Autobiografía ciertamente no es, pero la novela es una meditación autobiográfica. Es también un tímido ajuste de cuentas.
Narrada como relato diacrónico, la novela alterna sus capítulos sucesivos contando por una parte la historia contemporánea y trama principal, el viaje de Mikimún a Mulgavia y por la otra la historia de la vida del protagonista desde su nacimiento pinareño, pasando por su llegada a La Habana y terminando en su viaje actual.
Mikimún se ha pasado la vida soñando con viajar pero le ha sido imposible. Finalmente, en el señero año 1989 le anuncian que ha sido seleccionado “...por la Presidencia de la UNEAC para viajar a la República Socialista Popular Democrátcia Obrero-Agrícola-Pastoril de Mulgavia”, donde su deber era fortalecer “los lazos culturales” entre Cuba y Mulgavia. Este país imaginario es una isla “rodeada por las aguas azulosas y algo renegridas del Mar Negro”.
Mulgavia en la realidad de este libro, es Cuba, norcoreanizada y presentada ante un espejo cóncavo. No es más que una versión algo exagerada de los ritos, protocolos, instituciones, intrigas y traiciones que existen en la Cuba de Prieto. El autor es minucioso al desarrollar un lenguaje, unas costumbres, unas tradiciones, unas entidades gubernamentales y unos personajes que malviven, con pretendido optimismo y en agitación constante, en una pesadilla infantil manipulada por ególatras inescrupulosos. Las posibilidades temáticas que abre Prieto son innumerables, pero parece que cuando se enfrentó a su engendro le cogió miedo. La trama se va limitando a las borracheras de Mikimún y sus deseos de adolescente tardío y lúbrico por la traductora que le asignan. Lo que pudo ser cuestionamiento serio se resuelve como tragicomedia superficial y la meticulosidad de los detalles a veces agota hasta el cansancio. El personaje de Willy, el cónsul cubano, se presenta inicialmente como un tipo esquemático, machista obtuso, inculto y craso, pero siempre se le perdona como buena gente y al final resulta una especie de salvador. Es el macho cubano práctico, presentado con puerilidad.
La historia personal de Mikimún, que si no en letra, refleja en espíritu la trayectoria familiar, educacional y laboral del propio Prieto, deja mucho más que desear. Las intrigas de la Cuba en la cual crece el protagonista están minimizadas y simplificadas al extremo que la Cuba de los sesenta y los setenta parece un pais como otro cualquiera. Lo peor no es solamente que lo que dice está narrado con dejadez, sino lo imperdonable de lo que no dice. Su empleo abundante de intertextualidades y de alusiones se queda en lo superficial. Su ajuste de cuentas queda disfrazado y se limita a bajezas que ocurren dentro del sistema, realizadas por algunos aprovechados sin talento, que se escudan en la burocracia para ejercer sus odios personales y dirimir sus rencillas de envidiosos empedernidos. Pero ese es un sayo que sirve a muchos y que aquí no tiene mucha trascendencia. Criticar a la burocracia no es nada peligroso y es prácticamente tarea de burócratas.
Donde más molesta el escamoteo es en la superficialidad con la cual Prieto trata una etapa significativa en su formación intelectual. Me refiero a su amistad con tres individuos, uno de los cuales era el fallecido escritor Carlos Victoria (me reservo los otros dos nombres, así como de un cuarto, pero no menos importante personaje, porque no tengo su autorización y que sean ellos quienes cuenten su parte), que en el libro se nombran como Hugo, Paco y Luis. La amistad de Prieto con estos tres fue notoria, entre otras cosas por la actitud contestataria de todos ellos y porque culminó en expulsiones de la Escuela de Letras que los marcaron para siempre. Prieto pudo continuar pero tras graduarse fue enviado a Isla de Pinos, quizá para que la gente se olvidara de él por un tiempo. La homosexualidad de los tres echaba una sombra sospechosa sobre la orientación sexual de Prieto en un momento en el cual, en pleno apogeo del “quinquenio gris”, el homosexualismo era considerado como un crimen contra el estado. Aquí tuvo Prieto la oportunidad de narrar algo interesante y de presentar un tema controversial con complejidad temática, pero todo lo resuelve diluyéndolo en una pretendida inocencia y restándole importancia al asunto. Conozco a Prieto desde 1962, estudié con él en el Pre-Universitario. Nos mantuvimos en contacto hasta que me fui de Cuba en 1980. Lo recuerdo como un buen jugador de ajedrez, un tipo muy inteligente, simpático, irónico y con gran sentido del humor. Nunca conocí al ministro, pues lo fue mucho despues de mi partida. Recuerdo que tras su nombramiento, Victoria y yo sostuvimos varias conversaciones en las cuales nos preguntábamos como ese hecho fue posible, pues la trayectoria que de él conocimos no apuntaba para nada en ese sentido. En un viaje que hizo a Cuba, Victoria se reunió con Prieto, pero a su regreso confesaba una gran tristeza al respecto, ya que siempre le profesó un gran cariño. Nunca resolvimos la incógnita.
Hay muchos otros momentos perdidos. Mikimún es un escritor que recibe algunos premios pero que no es reconocido por sus colegas. Ocupa cargos en algunas editoriales y transita por los pasillos de la UNEAC, pero aquí tampoco encuentra Prieto tema que explotar y lo que pudo haber sido otra oportunidad para elaborar la complejidad de las intrigas palaciegas que mienta, se queda en la epidermis de la trama. Por supuesto, si el libro se hubiera enfrentado a esos temas como debió y por su experiencia personal pudo haber hecho, nunca se hubiera publicado.  En un comentario tan comedido como superficial, Miguel Barnet, el nuevo presidente de la UNEAC y flamante miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, lo resume con hipócrita justicia: “Abel nos quiere enseñar que no somos perfectos ni inmaculados, todos tenemos un lado feo, todos hemos tenido una piedra en el zapato, o hemos estado debajo de la piedra alguna vez”. Todo se resume en esa intrascendencia, la ya vieja cantilena del revisionismo oficial.
Al final del libro, como se veía venir desde el principio, Mulgavia sufre el desmembramiento del antiguo “bloque soviético”, pero lo único que Prieto ve en este cambio es la súbita transformación de lo peor del ser humano, la usura, la aparición de los McDonald’s como un gran castigo, la violencia desorganizada y el oportunismo de los políticos.  Este pesimismo, que pudo también tener su filo, se decanta al trasladar al moribundo Mikimún a La Habana.
Quizá Mikimún representa lo que Prieto hubiera querido ser, un escritor sin responsabilidades políticas, pero a su vez  por ello, lo caricaturiza y termina eliminándolo. Como en sus libros anteriores, y ya esto es una tendencia alarmante, sus personajes mantienen una mentalidad pubescente aún cuando ya tienen más de cuarenta años. Puede que con esto Prieto anuncie los peligros de una sociedad en la cual el hombre no madura mentalmente dada su lucha diaria por la supervivencia. Lo cierto es que esa misma adolescencia mental aprisiona las características expresivas de su prosa y la forma en que resuelve su temática. El libro queda como una desdibujada caricatura generacional, muy parecida a las caricaturas de su cosecha que el  autor incluye en el libro. Un intento de critica gentil, inmadura y aceptable para las autoridades. Parece una rescritura del viejo grito: “¡Ave César, aquellos que van a sobrevivir te saludan!”.

Los viajes de Miguel Luna. Autor: Abel Prieto. Editorial Letras Cubanas. La Habana 2011. 537 páginas.

Roberto Madrigal

Saturday, April 7, 2012

Represión nuestra de cada día

La reciente visita a Cuba del papa Benedicto XVI me llevó de regreso a la década de los setenta y a las represiones cotidianas que sucedían cada vez que visitaba el país un alto dignatario extranjero.

No se me olvidan las quejas de un tal Hank, un americano que frecuentaba la casa de un amigo en el reparto Siboney (antiguo Biltmore), quien vivía a unas cuadras de mi amigo, en una manzana de casas palaciegas que albergaban decenas de secuestradores de aviones, separatistas vascos y guerrilleros guatemaltecos (menciono todos estos porque son los que a través de Hank o de sus cuentos, conocí mas o menos de primera mano, pero la variedad de la fauna era aún mayor), de que cada vez que venía de visita algún estadista a ellos los recogían, desde unos días antes y los albergaban en una casa cerca del barrio La Lisa, bajo fuerte custodia militar, hasta que el visitante se fuera. Esta falta de confianza en sus secuaces y compañeros de viaje, irritó y alienó tanto a Hank, que este terminó sus días alquilando una habitación en un quinto piso del Hotel Nacional para lanzarse desde el balcón.

Tengo otro recuerdo que quizá pocos conocen pero que demuestra a los extremos que llegaban las medidas de seguridad que tomaba el gobierno por aquel entonces (desconozco cómo hacen ahora). Mi casa, que quedaba en la Avenida 41 en Marianao, frente al cine Arenal, estaba dentro de una de las rutas que tomaban las caravanas de recibimiento a los caciques visitantes. Existían varias vías por las cuales después de recibir a sus homólogos en el aeropuerto, Castro se paseaba con ellos en un descapotable por entre filas de ciudadanos que entonaban vítores y consignas a su paso. Si la memoria no me traiciona la ruta que los llevaba finalmente a pasar frente a mi casa comenzaba en el aeropuerto, tomaba la avenida de Rancho Boyeros, luego enfilaba por la calle 26 y de ahí doblaba en la calle 23, que una vez pasado el puente Almendares, se convertía en la avenida 41 y por ahí llegaban hasta Ciudad Libertad, donde desparecían camino a las mansiones de protocolo que rodeaban El Laguito.

Cada vez que estas caravanas ocurrían, se llevaba a cabo el mismo procedimiento. Un par de militares o miembros del MININT, visitaban mi casa una semana antes del evento, la registraban minuciosamente, aunque sin mover mucho los escasos muebles, y nos anunciaban que horas antes de que pasara la comitiva, recibiríamos una visita de un militar o policía que se iba a quedar un rato por la casa. El día de la llegada del importante personaje, un hombre vestido de militar (no sé si del ejército o del Ministerio del Interior, nunca pregunté), tocaba a nuestra puerta sobre las siete de la mañana. Se estacionaba entonces en la terraza de la casa que daba a la avenida y ahí se quedaba hasta una hora después que pasaba la comitiva. No hablaba, no pedía nada (ni nosotros le ofrecíamos nada ni le sacábamos conversación), no ponía ninguna restricción, de hecho, podíamos entrar y salir a nuestro gusto, pero hacía sentir su poder con su mera presencia.

Lo más asombroso de esto para mi es que eso no sucedía solamente en mi casa, sino hasta donde yo podía ver, era en todas las casas de mi acera y de la acera de enfrente. Lo cual siempre me hizo pensar, aunque no lo sé directamente, si esto no se repetía balcón por balcón a lo largo de todo el paso de la caravana. En lo que respecta a la represión, es obvio que el gobierno de Castro nunca ha escatimado recursos, humanos y materiales, para ejercerla día a día.



Roberto Madrigal

Sunday, April 1, 2012

Pacto siniestro

Todavía se escuchan las resonancias de la  visita de Benedicto XVI a La Habana. Mayormente son lamentos que expresan la frustración de quienes esperaban que el Papa hiciera algunas declaraciones que emplazaran públicamente a Raúl Castro con respecto a los derechos humanos en Cuba, o una reunión breve con algún grupo o personalidad disidente. Si bien esto es comprensible y moralmente uno se puede solidarizar con los opinantes, esto no es más que una visión ingenua y quimérica de la visita papal. Quienes tuvieron estas expectativas en realidad esperaban un milagro y la jerarquía ecleciástica no opera milagros.
El Papa escogió México y Cuba por razones obvias. El primero es probablemente el país más importante de hispanoamérica y es además un país profundamente católico. El Vaticano está muy interesado en la estabilidad política de la nación mexicana y trata de mantener cohesión entre sus feligreses para mantener su presencia hegemónica entre las religiones cristianas en la región.
Cuba no es un país fervorosamente católico. Los católicos cubanos siempre lo han sido a su manera y de forma volátil, pero el catolicismo ha tenido muy poca competencia por parte de otras religiones cristianas y no cristianas. Su único rival serio siempre ha sido el sincretismo afrocubano y por supuesto, desde 1959, el gobierno de Fidel Castro y el de su sucesor. Si bien la iglesia recibió muchos golpes en sus inicios, con su parsimoniosa persistencia forjada a lo largo de dos mil años de existencia, se las arregló para mantener un presencia mínima en la isla, y ha logrado una pequeña expansión en el espacio público en los últimos lustros. El Vaticano es un monstruo de mil mejillas que apuesta a la eternidad. Como jefe de estado, Benedicto XVI fue en su misión de seguir expandiendo esos espacios y esa presencia.  La fingida humildad es la mejor estrategia, nada de confrontaciones. El Papa pidió poco y pidió mucho. Ya se le concedió que el Viernes Santo se convierta en un día festivo, cosa que no existe en muchos países democráticos de mayoría católica. Su solicitud de poder abrir escuelas no le será concedida. Si bien, como acertadamente acaba de señalar Rafael Rojas, el gobierno cubano ha elegido al catolicismo como alternativa leal, sus movimientos son limitados. Castro está muy interesado en seguir monopolizando la esfera pública. Con los asilos de ancianos es bastante.
El Vaticano se mantiene como un estado de gran influencia política en Europa Occidental, en donde el catolicismo es la religión más importante, profesada por decenas de millones de creyentes con raíces ancestrales. Incluso en los nuevos miembros de la Unión Europea, como Polonia y Hungria su influencia es significativa. Hasta en Rusia su influencia va en ascenso. Esta magnitud política del papado en Europa interesa grandemente a Raúl Castro, un hombre que dirige una institución posiblemente intrascendente y que solamente desea ganar tiempo para mantener el poder en el poco tiempo biológico que le queda. El gobernante cubano está dispuesto a utilizar cualquier alianza que le sirva para continuar legitimizándose ante la opinión pública europea y acceder a la atención de sus gobiernos. Sabe que el Papa es realista y le interesa cualquier victoria por muy pírrica que sea, porque aunque supuestamente dedicado a prepararnos en nuestro camino al más allá, el Vaticano siempre se ha preocupado principalmente de solidificar su posición en el más acá. Si bien una vez ejerció un gran poder autoritario sobre gran parte del mundo, hace tiempo que se mueve entre pactos, conciliábulos, coaliciones y tratados.
Por otra parte, la Iglesia Católica le resulta a Castro un opositor conveniente, ya que como institución doctrinaria y regida por una jerarquía bien rígida, a esta no le interesa la diversidad política ni mucho menos la democracia o la pluralidad ideológica. Si bien los espacios que se le abren a la iglesia en Cuba representan un pequeño respiro para algunos y un atisbo de lo que pudiera ser una disidencia organizada, la propia institución se encarga de controlarla y de no permitir que llegue a niveles que obstaculicen sus objetivos a largo alcance. A la iglesia no le interesa romper barreras sociales porque el conservadurismo es su moneda de cambio. Es por esta conveniencia a ambos poderes, ninguno de los cuales presta mucha atención a los intereses populares ni al bienestar de la nación, que el pacto entre ambos se vuelve siniestro. Si bien quizá Dios los separó en algun momento, ahora ellos se juntan sin revolverse, para mutua conveniencia. La labor de la disidencia sería ahora aprovechar las mínimas coyunturas que este acuerdo entre dos jerarquías autoritarias pueda abrir a pesar de ellos mismos.

Roberto Madrigal