Tras la publicación de Sobre los pasos del cronista, premio UNEAC de ensayo en el 2009 y
de Buscando a Caín, editado por las
Ediciones ICAIC en 2012, Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco continúan su
carrera de exhumadores de cadáveres culturales, de los muertos literariamente
asesinados por el castrismo, con su obra Hablar
de Guillermo Rosales, dedicada a la breve vida y obra del narrador cubano.
Este texto, según las fechas que se mencionan en el
mismo, viene elaborándose al menos desde el año 2008, casi en forma paralela al
desarrollo de los otros libros anteriormente mencionados. La edición de este
libro presenta un nuevo giro en el andar de estos rescates culturales, aunque
concebido y escrito en La Habana, el libro es publicado por la editorial
miamense Silueta, a cargo del escritor exilado Rodolfo Martínez Sotomayor. No
sé qué sucedió entre la publicación de sus libros anteriores y la manufacturación
de este proyecto que motivó a los autores a buscar una edición estadounidense.
Después de todo, hasta donde tengo noticia, Velazco es el jefe de redacción de
la revista Unión y supongo, aunque no se ha dicho, que esta decisión tuvo que
ser consultada con el alto mando de la cultura cubana, principalmente con
Miguel Barnet y Abel Prieto.
Los textos sobre Cabrera Infante, por su condición de
haber sido publicados en Cuba con el objetivo de reivindicar al menos una parte
de la historia de la controversial figura del gran escritor cubano, provocaron
una reacción visceral en muchos escritores exilados. Personalmente escribí al
respecto, sobre el segundo libro, en este blog bajo el título de Un texto imprescindible, una omisión
imperdonable, publicado el 26 de junio de este año, que Sobre los pasos del cronista reunía “una
gran cantidad de información que hasta ese momento se encontraba dispersa o
inédita…en su conjunto arroja mucha información sobre las guerras culturales
que se llevaron a cabo en la década del cincuenta y hasta mediados de la década
del sesenta”. Pero le señale una omisión imperdonable, que “Al libro lo recorre
el hecho de que Caín y Cabrera Infante fueron una ausencia criminal en la
cultura cubana de este medio siglo, pero nadie se atreve a decir con precisión
a que se debió. No hay mención ni consideración sobre la política cultural del
gobierno ni sobre lo orgánico que esta censura resultaba al proyecto”. Como el
libro fue publicado en Cuba, supuse que eso era parte de lo pactado para
autorizar su publicación.
El pequeño libro sobre Rosales, por el contrario, viene
precedido de una caravana de artículos elogiosos de escritores de calidad,
generación y visión ideológica tan variada como son Uva de Aragón, Daniel
Fernández, Reina María Rodríguez y Matías Montes Huidobro. Este último lo
califica de “hipnótico y fascinante” y aunque siento el mayor respeto por la
figura literaria y la persona de Montes Huidobro, con quien tuve la suerte de
compartir mesa en la feria del libro de Miami durante el lanzamiento de mi
novela y de una obra suya, me parece que en este caso su entusiasmo, en el
artículo que publicó en Cubaencuentro, peca, por lo menos, de propagandístico y de tener
un gran conflicto de interés, ya que él fue quien escribió el texto de la
contraportada.
Es hasta cierto punto lógico exaltarse con la publicación
de una obra sobre alguien que, como llaman Mirabal y Velazco en su libro,
pertenece a “un canon alternativo de la literatura cubana”. A la larga, más
allá de los propósitos y despropósitos de sus autores los libros se convierten
en entidades independientes cuyo alcance sus creadores no controlan. Pero una
vez que terminé de leer este libro, no comparto el entusiasmo de los arriba
citados.
El libro, en su conjunto, es bastante mediocre y está
lleno de defectos. A pesar de la brevedad de la vida y de la obra de su sujeto,
de quien se ha escrito relativamente bastante, no aportan casi nada nuevo.
Desde el punto de vista biográfico es obvio que poco
saben de Rosales. El libro se concentra mayormente en su etapa en la revista Mella, ese órgano de la extrema
militancia y del talibanismo cubano de la década de los sesenta. Un periódico
que fue un azote de la juventud “diferente” y que se dedicaba a vender a los
jóvenes los nuevos valores revolucionarios. Pero inclusive aquí no hay una
buena indagación. Toman su nota de presentación, que rezaba “solo cuenta con 16
años. Llegó un día a MELLA, sin más presentación que un interés desbordado por
el periodismo”. El problema es que a Mella
no se llegaba así como así y es muy probable que haya entrado a esa revista
gracias a la relación entre Isidro Rosales, su padre, y Carlos Quintela,
entonces director de la publicación, quienes fueron antiguos militantes del
partido y la juventud socialista antes de 1959. Tampoco indaga, una vez que
salió de Mella, cómo se hizo posible
su deambular y qué razones lo desaparecieron del mapa, hasta de la cartografía
de sus amigos. Los datos que ofrecen son superficiales y conocidos para todos
aquellos que tienen una idea de quien fue Guillermo Rosales y que no iluminan
mucho a quienes no lo conocieron. Tampoco entran a analizar las cuestiones
políticas que lo llevaron al exilio y en la página 51 dicen que “se fue de
repente”, según los autores, su problema en Cuba parece ser de índole personal.
Sospechosamente, como hizo Velazco en un artículo que publicó
para la revista que dirige sobre Esteban Luis Cárdenas, otro escritor marginado
y reprimido, las presiones sociales, se acentúan en el exilio. Hacen hincapié
en el ninguneo y en el rechazo que la sociedad cubana de Miami le hizo a
Rosales. Lo cual es verdad hasta cierto punto, pero hay que destacar que
mientras en Cuba solamente publicaba algunos cuentos en semanarios y tras
presentar su novela Sábado de Gloria,
Domingo de Resurrección (publicada tras su muerte bajo el título de El juego de la viola), se le concedía
una recomendación para que su obra fuera publicada, lo que nunca sucedió, en el
exilio ganó el premio Letras de Oro con su novela Boarding Home, que luego ha sido traducida al inglés, al francés y
al hebreo, y que sobre su obra se ha escrito bastante, entre ello trabajos de Ivette
Leiva, Ernesto Hernández Busto y una tesis doctoral de Isabel Ibarra y Rickley
Marques, para citar solo algunos. Rosales era un escritor y un hombre difícil.
Autodestructivo y contradictorio. Un hombre ajeno al protagonismo y dedicado a
su obra, perteneciente a esa cada vez más escasa raza de escritores que no
hacen concesiones. Molesto en cualquier contexto, pero no cabe duda de que las
consecuencias de esa molestia se pagan más caro en Cuba que en ninguna otra
parte y esto lo escamotean los autores.
El análisis literario, bastante exhaustivo, que hacen de
sus obras sí es interesante, pero adolece del defecto de que no contextualiza
su estilo, tanto periodístico como narrativo, con el de los otros jóvenes de su
generación. Esto se evidencia como necesario a medida que uno avanza en el
texto. Establecen su originalidad sin decir con respecto a qué. Dentro de ese
análisis de su obra me parece que también traen por los pelos su comparación
con One Flew Over the Cuckoo’s Nest,
de Ken Kesey, aunque mencionan que “ha sido señalado por la crítica el
parentesco”, sin citar a nadie en concreto.
Yo me fui de Cuba en 1980 y Rosales marchó antes. Hasta
ese momento, nunca se encontró disponible en Cuba una versión española de la obra
de Kesey y la película de Forman no se exhibió porque éste se había exilado. Si
Rosales, cuyo inglés me consta era deficiente, se encontró con ese libro, fue
ya en el exilio, más allá de su etapa de formación, y la película pudo haberla
visto en un VHS gastado. Dudo mucho que hubiera tenido un contacto serio con
esa obra. Sin embargo, los autores desconocen la influencia que sobre la
generación de Rosales tuvo una película que se exhibió en la cinemateca,
titulada Marat/Sade (1967) del
director Peter Brook, que se convirtió en objeto de culto y llevó a muchos a la
lectura casi clandestina de la obra teatral de Peter Weiss titulada La persecución y asesinato de Jean Paul Marat representada por
el grupo teatral de la casa de salud mental de Charenton bajo la dirección del
Marqués de Sade, que condujo a casi toda mi generación (y la de Rosales,
que es casi la misma) a leer hasta el cansancio al Marqués de Sade, con cuya
obra sí tiene muchos puntos en contacto Boarding
Home.
Lo peor del libro son las entrevistas. Principalmente
porque se limitan a entrevistar a figuras que han representado o representan la
oficialidad cubana (Víctor Casaus, Félix Guerra, Eliseo Altunaga, Silvio
Rodríguez) y el único que parece salirse del molde es Norberto Fuentes, porque
vive aquí, pero cuya relación con Rosales se limita a la época de la militancia
de ambos. No entrevista a nadie que haya conocido a Rosales durante su exilio,
y hay muchos, como Manolito Casanova, Nicolás Lara, Orlando Alomá, Juan Abreu,
José Abreu, Jesús Barquet y muchos otros, que se encuentran vivos y
localizables. No sé si tuvieron que pedir permiso a las autoridades de allá
para realizar las entrevistas, pero la visión es muy incompleta. Para colmo,
dan la impresión de que Rosales era un esquizofrénico, de lo cual no estoy
seguro, ya que por toda la evidencia que el propio libro presenta y de lo que
conocí de resonancias de su personalidad, debe haber sido maníaco-depresivo,
una enfermedad muy ligada a la creatividad. Permitirle a Norberto Fuentes, sin
cuestionarlo, la fanfarronería de diagnosticar a Rosales como esquizofrénico
porque tenía “alucinaciones”, característica de muchas psicosis y no
definitoria de la esquizofrenia, peca de superficialidad y le hace un flaco
favor a la imagen de Rosales.
El libro también ostenta falta de profesionalidad en el
texto en cuanto a que apenas hay referencias y desde el punto de vista editorial
no hay un índice ni una presentación. No se identifica con fichas, aunque sean
mínimas, a los entrevistados, y aunque es cierto que todo el mundo conoce a
Silvio, muy poca gente tiene idea de quiénes son Félix Guerra (oscuro
personaje), Eliseo Altunaga e incluso Norberto Fuentes.
Esta obra descuidada y parcializada puede llegar a
convertirse en el arma de Caín para asesinar al sujeto del trabajo o a los
autores del libro. El tiempo dirá. De momento, parece que los próximos
candidatos a la exhumación son Esteban Luis Cárdenas y Carlos Victoria.
Roberto Madrigal