Total Pageviews

Thursday, September 26, 2013

La quijada de asno


 
Tras la publicación de Sobre los pasos del cronista, premio UNEAC de ensayo en el 2009 y de Buscando a Caín, editado por las Ediciones ICAIC en 2012, Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco continúan su carrera de exhumadores de cadáveres culturales, de los muertos literariamente asesinados por el castrismo, con su obra Hablar de Guillermo Rosales, dedicada a la breve vida y obra del narrador cubano.

Este texto, según las fechas que se mencionan en el mismo, viene elaborándose al menos desde el año 2008, casi en forma paralela al desarrollo de los otros libros anteriormente mencionados. La edición de este libro presenta un nuevo giro en el andar de estos rescates culturales, aunque concebido y escrito en La Habana, el libro es publicado por la editorial miamense Silueta, a cargo del escritor exilado Rodolfo Martínez Sotomayor. No sé qué sucedió entre la publicación de sus libros anteriores y la manufacturación de este proyecto que motivó a los autores a buscar una edición estadounidense. Después de todo, hasta donde tengo noticia, Velazco es el jefe de redacción de la revista Unión y supongo, aunque no se ha dicho, que esta decisión tuvo que ser consultada con el alto mando de la cultura cubana, principalmente con Miguel Barnet y Abel Prieto.

Los textos sobre Cabrera Infante, por su condición de haber sido publicados en Cuba con el objetivo de reivindicar al menos una parte de la historia de la controversial figura del gran escritor cubano, provocaron una reacción visceral en muchos escritores exilados. Personalmente escribí al respecto, sobre el segundo libro, en este blog bajo el título de Un texto imprescindible, una omisión imperdonable, publicado el 26 de junio de este año, que Sobre los pasos del cronista reunía “una gran cantidad de información que hasta ese momento se encontraba dispersa o inédita…en su conjunto arroja mucha información sobre las guerras culturales que se llevaron a cabo en la década del cincuenta y hasta mediados de la década del sesenta”. Pero le señale una omisión imperdonable, que “Al libro lo recorre el hecho de que Caín y Cabrera Infante fueron una ausencia criminal en la cultura cubana de este medio siglo, pero nadie se atreve a decir con precisión a que se debió. No hay mención ni consideración sobre la política cultural del gobierno ni sobre lo orgánico que esta censura resultaba al proyecto”. Como el libro fue publicado en Cuba, supuse que eso era parte de lo pactado para autorizar su publicación.

El pequeño libro sobre Rosales, por el contrario, viene precedido de una caravana de artículos elogiosos de escritores de calidad, generación y visión ideológica tan variada como son Uva de Aragón, Daniel Fernández, Reina María Rodríguez y Matías Montes Huidobro. Este último lo califica de “hipnótico y fascinante” y aunque siento el mayor respeto por la figura literaria y la persona de Montes Huidobro, con quien tuve la suerte de compartir mesa en la feria del libro de Miami durante el lanzamiento de mi novela y de una obra suya, me parece que en este caso su entusiasmo, en el artículo que publicó en Cubaencuentro,  peca, por lo menos, de propagandístico y de tener un gran conflicto de interés, ya que él fue quien escribió el texto de la contraportada.

Es hasta cierto punto lógico exaltarse con la publicación de una obra sobre alguien que, como llaman Mirabal y Velazco en su libro, pertenece a “un canon alternativo de la literatura cubana”. A la larga, más allá de los propósitos y despropósitos de sus autores los libros se convierten en entidades independientes cuyo alcance sus creadores no controlan. Pero una vez que terminé de leer este libro, no comparto el entusiasmo de los arriba citados.

El libro, en su conjunto, es bastante mediocre y está lleno de defectos. A pesar de la brevedad de la vida y de la obra de su sujeto, de quien se ha escrito relativamente bastante, no aportan casi nada nuevo.

Desde el punto de vista biográfico es obvio que poco saben de Rosales. El libro se concentra mayormente en su etapa en la revista Mella, ese órgano de la extrema militancia y del talibanismo cubano de la década de los sesenta. Un periódico que fue un azote de la juventud “diferente” y que se dedicaba a vender a los jóvenes los nuevos valores revolucionarios. Pero inclusive aquí no hay una buena indagación. Toman su nota de presentación, que rezaba “solo cuenta con 16 años. Llegó un día a MELLA, sin más presentación que un interés desbordado por el periodismo”. El problema es que a Mella no se llegaba así como así y es muy probable que haya entrado a esa revista gracias a la relación entre Isidro Rosales, su padre, y Carlos Quintela, entonces director de la publicación, quienes fueron antiguos militantes del partido y la juventud socialista antes de 1959. Tampoco indaga, una vez que salió de Mella, cómo se hizo posible su deambular y qué razones lo desaparecieron del mapa, hasta de la cartografía de sus amigos. Los datos que ofrecen son superficiales y conocidos para todos aquellos que tienen una idea de quien fue Guillermo Rosales y que no iluminan mucho a quienes no lo conocieron. Tampoco entran a analizar las cuestiones políticas que lo llevaron al exilio y en la página 51 dicen que “se fue de repente”, según los autores, su problema en Cuba parece ser de índole personal.

Sospechosamente, como hizo Velazco en un artículo que publicó para la revista que dirige sobre Esteban Luis Cárdenas, otro escritor marginado y reprimido, las presiones sociales, se acentúan en el exilio. Hacen hincapié en el ninguneo y en el rechazo que la sociedad cubana de Miami le hizo a Rosales. Lo cual es verdad hasta cierto punto, pero hay que destacar que mientras en Cuba solamente publicaba algunos cuentos en semanarios y tras presentar su novela Sábado de Gloria, Domingo de Resurrección (publicada tras su muerte bajo el título de El juego de la viola), se le concedía una recomendación para que su obra fuera publicada, lo que nunca sucedió, en el exilio ganó el premio Letras de Oro con su novela Boarding Home, que luego ha sido traducida al inglés, al francés y al hebreo, y que sobre su obra se ha escrito bastante, entre ello trabajos de Ivette Leiva, Ernesto Hernández Busto y una tesis doctoral de Isabel Ibarra y Rickley Marques, para citar solo algunos. Rosales era un escritor y un hombre difícil. Autodestructivo y contradictorio. Un hombre ajeno al protagonismo y dedicado a su obra, perteneciente a esa cada vez más escasa raza de escritores que no hacen concesiones. Molesto en cualquier contexto, pero no cabe duda de que las consecuencias de esa molestia se pagan más caro en Cuba que en ninguna otra parte y esto lo escamotean los autores.

El análisis literario, bastante exhaustivo, que hacen de sus obras sí es interesante, pero adolece del defecto de que no contextualiza su estilo, tanto periodístico como narrativo, con el de los otros jóvenes de su generación. Esto se evidencia como necesario a medida que uno avanza en el texto. Establecen su originalidad sin decir con respecto a qué. Dentro de ese análisis de su obra me parece que también traen por los pelos su comparación con One Flew Over the Cuckoo’s Nest, de Ken Kesey, aunque mencionan que “ha sido señalado por la crítica el parentesco”, sin citar a nadie en concreto.

Yo me fui de Cuba en 1980 y Rosales marchó antes. Hasta ese momento, nunca se encontró disponible en Cuba una versión española de la obra de Kesey y la película de Forman no se exhibió porque éste se había exilado. Si Rosales, cuyo inglés me consta era deficiente, se encontró con ese libro, fue ya en el exilio, más allá de su etapa de formación, y la película pudo haberla visto en un VHS gastado. Dudo mucho que hubiera tenido un contacto serio con esa obra. Sin embargo, los autores desconocen la influencia que sobre la generación de Rosales tuvo una película que se exhibió en la cinemateca, titulada Marat/Sade (1967) del director Peter Brook, que se convirtió en objeto de culto y llevó a muchos a la lectura casi clandestina de la obra teatral de Peter Weiss titulada La persecución y  asesinato de Jean Paul Marat representada por el grupo teatral de la casa de salud mental de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade, que condujo a casi toda mi generación (y la de Rosales, que es casi la misma) a leer hasta el cansancio al Marqués de Sade, con cuya obra sí tiene muchos puntos en contacto Boarding Home.

Lo peor del libro son las entrevistas. Principalmente porque se limitan a entrevistar a figuras que han representado o representan la oficialidad cubana (Víctor Casaus, Félix Guerra, Eliseo Altunaga, Silvio Rodríguez) y el único que parece salirse del molde es Norberto Fuentes, porque vive aquí, pero cuya relación con Rosales se limita a la época de la militancia de ambos. No entrevista a nadie que haya conocido a Rosales durante su exilio, y hay muchos, como Manolito Casanova, Nicolás Lara, Orlando Alomá, Juan Abreu, José Abreu, Jesús Barquet y muchos otros, que se encuentran vivos y localizables. No sé si tuvieron que pedir permiso a las autoridades de allá para realizar las entrevistas, pero la visión es muy incompleta. Para colmo, dan la impresión de que Rosales era un esquizofrénico, de lo cual no estoy seguro, ya que por toda la evidencia que el propio libro presenta y de lo que conocí de resonancias de su personalidad, debe haber sido maníaco-depresivo, una enfermedad muy ligada a la creatividad. Permitirle a Norberto Fuentes, sin cuestionarlo, la fanfarronería de diagnosticar a Rosales como esquizofrénico porque tenía “alucinaciones”, característica de muchas psicosis y no definitoria de la esquizofrenia, peca de superficialidad y le hace un flaco favor a la imagen de Rosales.

El libro también ostenta falta de profesionalidad en el texto en cuanto a que apenas hay referencias y desde el punto de vista editorial no hay un índice ni una presentación. No se identifica con fichas, aunque sean mínimas, a los entrevistados, y aunque es cierto que todo el mundo conoce a Silvio, muy poca gente tiene idea de quiénes son Félix Guerra (oscuro personaje), Eliseo Altunaga e incluso Norberto Fuentes.

Esta obra descuidada y parcializada puede llegar a convertirse en el arma de Caín para asesinar al sujeto del trabajo o a los autores del libro. El tiempo dirá. De momento, parece que los próximos candidatos a la exhumación son Esteban Luis Cárdenas y Carlos Victoria.


Roberto Madrigal

Thursday, September 19, 2013

Un texto sobre cine

 
Mi amigo Jesús Suárez se ha destacado por ser un hombre de múltiples talentos. Ajedrecista competitivo a nivel internacional por muchos años, hoy en día ostenta el título de Arbitro Internacional. A pesar de ser graduado de Química, se ha desempeñado como periodista deportivo en diversos medios que van desde la revista Jaque Mate hasta El Nuevo Herald, en una trayectoria que ha pasado por la emisora Radio Rebelde y por diversas agencias de prensa como U.P.I, Reuters, Associated Press y Efe, en las cuales ha escrito y ha ocupado cargos de dirección editorial tanto en México como en los Estados Unidos.

En sus treinta años de exilio, además de cubrir y escribir sobre varios deportes, Suárez también se ha ocupado del mundo del cine y la literatura, de los cuales es un profundo conocedor. En este momento se encuentra elaborando un texto sobre cine en el cual, mediante ejemplos específicos y creando una codificación propia, analiza los diferentes géneros cinematográficos.

Para leer un fragmento de su proyecto en desarrollo, aún sin título pero cercano a su conclusión, pinche aquí (www.archdil1.blogspot.com), pues el fragmento aparece colgado en mi otro blog Archivo del diletante.  

 
Roberto Madrigal

Thursday, September 12, 2013

La construcción del mito


La participación de los intelectuales cubanos fue uno de los elementos fundamentales en la construcción del mito revolucionario. No solamente adoptaron y ajustaron su discurso y su lenguaje, sino que además, se prestaron a servir de propagandistas y promotores de ilusión, trabajando en la captación de escritores y artistas extranjeros. Estuvieron entre los cómplices estrella de la manufacturación de la época épica, de los años de la utopía.

En 1970, el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal viajó a Cuba para participar como jurado del concurso literario Casa de las Américas. Su experiencia en la isla fue luego reflejada en su libro En Cuba, publicado en 1972 por la editorial argentina Lohlé y que hasta donde tengo noticia, no ha sido jamás reditado. El libro circuló en Cuba de una manera tan clandestina y vigilada como Tres Tristes Tigres. Es curioso que un libro que está hecho con el propósito de cantar loas al gobierno revolucionario, nunca se editó, ni se vendió, ni se divulgó en Cuba. Lo cierto es que a pesar del propio Cardenal, si uno lee un poco entre líneas y con una sana suspicacia (y los censores leen entre líneas, entre letras, entre comas y entre comillas), en el texto se narran cosas que eran inaceptables entonces en Cuba (y muchas lo siguen siendo). A Cardenal se acercó mucha gente. Se la pasó rodeado de intelectuales, agentes de la seguridad y unos cuantos atrevidos que fueron a decirle lo que pensaban sobre la revolución.

Personalmente solo tuve un contacto muy indirecto con Cardenal durante un episodio que ya he contado en otra parte, en el cual mi amigo Roberto Yanes lo imprecó y lo emplazó a que explicara como conciliaba marxismo con catolicismo. Fue durante una charla pública y mi amigo fue inmediatamente retirado del acto por dos amables compañeros de la seguridad del estado. Otros dos amigos míos sí se acercaron a Cardenal y fueron mencionados en las páginas de En Cuba. Eran los poetas Rogelio Fabio Hurtado, quien aún reside en la isla, y el difunto Joaquinito Ordoqui. Por diferentes razones, ninguno tenía miedo. A través de uno de ellos me llegó prestado el libro y lo leí entonces con mucho interés. Aunque está disponible en muchas bibliotecas americanas, no he vuelto a ver esa obra en los últimos 40 años.

Revisando el segundo volumen de la autobiografía de Cardenal, titulado Las ínsulas extrañas, noto que dedica un capítulo a resumir lo que narró en En Cuba a la vez que añade algunos hechos y revela algunos nombres. No hay ninguna confesión que haga temblar la tierra, pero al leer sobre esta visita tantos años después uno ve la bajeza y el fariseísmo de algunos escritores.

Según cuenta el propio poeta, este viaje, que fue para él como una “segunda conversión, lo hizo, tras dudarlo mucho, invitado por Roberto Fernández Retamar y Haydée Santamaría. La razón de su reticencia anterior (Retamar lo había invitado varias veces), fue que como sacerdote católico, no pensaba que podía acercarse al comunismo. Quien lo convenció fue el poeta Cintio Vitier. Cuenta que “años antes le había escrito a Cintio Vitier…, preguntándole si mi visita a Cuba no sería utilizada para propaganda del régimen y, me contestó que evidentemente la utilizarían. Pero ahora él me había recomendado que fuera”. Más adelante, sin intención, subraya el penoso mimetismo de Vitier, cuando apunta: “Hablé con Cintio a solas…Me contó Cintio que ahora él estaba completamente con la revolución…” y que lo que finalmente lo había convencido era “la ida a cortar caña…esto terminó de identificarlo con el pueblo y con la revolución…se había hecho miliciano…firmaba todos los manifiestos”. El poeta como vocero.

Más adelante, cuando pregunta por qué las vidrieras de las tiendas están vacías,  Cintio le dice que en Cuba “…todo el mundo tiene más dinero que el que puede gastar”, un argumento que apuntala el poeta uruguayo Mario Benedetti dando una de las explicaciones más puerilmente absurdas sobre las diferencias entre capitalismo y socialismo. Según Benedetti, a quien cita Cardenal: “En Uruguay hacen 1000 carteras de señoras y son carísimas y nadie las puede comprar y por eso las tiendas de mi país están llenas de carteras. Aquí… tienen que hacer 40,000 y todo mundo las compra y por eso no hay carteras”. El nicaragüense, quien luego fuera Ministro de Cultura del primer gobierno sandinista, tiene mucho de ingenuo y de creyente que insiste en ver la realidad a través de sus ideas. También tiene mucho de cómplice que quiere defender un proceso en el cual quiere creer. De otra forma no se explica su pasiva aceptación de esos disparates. Esas razones también explican los problemas en los cuales se metió con los sandinistas, cómo fue manipulado por los dirigentes más aliados a los cubanos, como Carlos Fonseca y Tomás Borge y finalmente su expulsión del sandinismo, cuyos dirigentes lo han perseguido por años con afán de venganza.

Un dirigente católico, el ya fallecido Raúl Gómez Treto, quien fuera uno de los redactores de la primera constitución castrista, le resume que al triunfo de la revolución solamente “los obreros acomodados reaccionaron contra la revolución más fuertemente que la aristocracia…los altos obreros con deseos de ser ricos”. Después suelta la andanada de cifras y excusas que nadie puede confirmar (porque son mayormente falsas), “calculo que hubo 800 o 1000 fusilamientos, lo cual me parece que no es mucho” (claro a él no lo fusilaron), ya que “hay que tomar en cuenta que en la época de Batista hubo 20,000 asesinatos”. Otro cliché repetido hasta el cansancio y que ya se sabe fue inventado como consigna por Miguel Angel Quevedo, entonces director de Bohemia, de quien se cuenta que luego en el exilio vivió agobiado por esa mentira.

El arzobispo Oves, al enterarse de que como jurado del premio Casa viajará a Isla de Pinos, con mucha diplomacia le informa de los católicos que fueron enviados a la UMAP, le dijo que “tratara de ver a unos seminaristas que estaban allí en una unidad de lacra social, con marihuanos, homosexuales y delincuentes…”. Resulta tragicómico como luego al pedir Cardenal reunirse con los seminaristas, tras insistir varias veces sin recibir respuesta, le informan que llamó “el teniente Rabasa. No se puede visitar a los seminaristas porque están en prácticas militares…” Cardenal insiste y le dicen que vaya y espere en La Habana, pero “nunca me volvieron a mencionar el asunto, y yo no insistí más”. Luego se encuentra con uno de esos seminaristas quien le dice: “Si le dijeron que estábamos en prácticas militares fue que no quisieron que los viera…esa unidad nunca ha hecho prácticas militares”.

También narra cómo se le acercaron varios jóvenes, quienes se le presentaban como revolucionarios (no había otra forma de acercarse al poeta, entre ellos estaban mis amigos) pero que querían informarle de la otra realidad de Cuba. Le hablan de la represión por llevar el pelo largo, escuchar jazz o vestirse a la moda hippie, de la UMAP, le cuentan que las noticias son suprimidas diciéndole: "¿Está bien que los dirigentes reciban diariamente un boletín con todos los cables y el pueblo no? ...lo que quieren es que uno escriba ciencia ficción en vez de la realidad…mitología y no realidad es lo que vamos a hacer”. Le añaden con certeza que cuando les dicen que no es tiempo de criticar porque no es oportuno se cuestiona: “¿Será dentro de veinte años, cuando ya todo haya pasado y ya no haya necesidad de criticarlo?” Por su parte, sobre el mismo tema Cintio se vuelve esquivo.

Hay mucho otros ejemplos en los que otros personajes se esmeran en crear un laberinto de espejos alrededor de Cardenal, pero la cosa llega a sus niveles más ridículos cuando Cardenal le pregunta a Cintio si habrá puerco el 26 de julio, porque ha oído hablar que la cena de Navidad se celebra ahora en esa fecha y el cubano le contesta: “Si hay para todos los cubanos, lo darán. Si no hay para todos, no.” Quisiera poder imaginar la expresión facial con la cual Cintio acompañó su discurso. Pero no se detiene ahí, sino que agrega que “una de las cosas más bellas de la Revolución es que todos comemos lo mismo”, algo que una visita a cualquier casa de protocolo o a la de algún dirigente, desmentía de inmediato. Sin embargo, para contrarrestar estas declaraciones de Cintio, voy a utilizar un poema, que no aparece en este libro, que leí un par de veces en el parque de la funeraria Rivero y que mantengo en la memoria. Lo escribió un personaje a quien conocí como Rudi, quien me cuentan que ahora vive por estas playas. Hace por lo menos cuarenta años que no veo a Rudi y ni sé si es su verdadero nombre, pero él mismo contaba que se le apareció a Cardenal con sus poemas para que lo antologara junto a Cintio, Retamar, Padilla y Eliseo Diego si algún día se decidía a reunir a poetas cubanos y le leyó el siguiente poema, cuya ortografía creo respetar en mi memoria. Se titulaba “El verbo espaguetizar”, era de cuando por un tiempo en Cuba lo único que se conseguía para comer eran espaguetis:

                          Yo espaguetizo
                          Tú espaguetizas
                          EL, NO espaguetiza

                          Nosotros espaguetizamos
                          Vosotros espaguetizáis
                          ELLOS, NO espaguetizan.

 
Cuentan que Cardenal quedó estupefacto y no pudo dar respuesta. Se limitó a tomar en sus manos una copia del poema y a despedir cortésmente a su autor. No sé qué explicación le dio Cintio.

 

Roberto Madrigal

Thursday, September 5, 2013

Razón de estado

 

Los escritores cubanos tenemos el extraño privilegio de ser en la actualidad los únicos que sufren una división entre si que no tiene nada que ver con la geografía o el mérito literario y sí todo que ver con la política y la ideología. Compartimos el cisma por varias décadas, como solidarias víctimas del totalitarismo, con los miembros del antiguo bloque soviético, pero el muro de Berlín se cayó,  la Unión Soviética desapareció y para el resto la vida tomó un curso diferente, aunque Kundera aún vegeta por París y Mrozek acaba de morir en Niza. Para ellos, y algunos otros, es ya muy tarde para el regreso.

Para los escritores cubanos del exilio, el debate acerca de publicar o no en la isla es todavía un tema polarizador, que lleva a muchos a la enemistad. Es una reacción que hasta cierto punto parece condicionada por las pautas trazadas por las autoridades culturales de la isla. La división de la literatura cubana en dos orillas es falsa, es una creación del ministerio de cultura cubano. La única diferencia (o diferencias) es que mientras los de aquí pueden publicar sin temor a la persecución política, pero alejados de su público natural, los de allá se ven forzados a vadear los meandros de la siempre cambiante, pero siempre esencialmente represora política cultural de un gobierno que entiende la cultura como una razón de estado.

Cuando en 1982, junto con Manuel Ballagas, comencé a editar la revista Término, estaba muy claro en cuanto a quién no iba a publicar en ella. No iba a ceder las pocas páginas de nuestra publicación a ninguna figura literaria que fuera oficial y ampliamente publicada en la isla. No era temor al sesgo ideológico, ni a la calidad literaria ni nada por el estilo, era que decidimos que nuestra revista iba a ofrecer una oportunidad de publicar su obra a aquellos que no tuvieron la posibilidad de hacerlo en la isla, a los que se les fue negado un espacio editorial por razones políticas e ideológicas. Los recursos que habíamos logrado reunir iban a servir para dar a conocer la obra de lo que entonces llamamos la “generación del silencio”. Inclusive, con dos poemas de Nicolás Lara inauguramos una sección titulada Escrito en Cuba, dedicada a publicar la obra de quienes eran censurados allá y se atrevían a enviarnos colaboraciones.

Luego de haber publicado cuatro números, recibimos, en 1983, una carta de la Biblioteca Nacional  “José Martí”, proponiéndonos un intercambio. Inmediatamente lo aceptamos y en el editorial del Volumen II, Número 5 de la revista escribí: “Recientemente recibimos una carta de la Biblioteca Nacional de Cuba en la cual se nos propone un canje de publicaciones. Extraño reconocimiento a nuestra existencia y curiosa proposición. Nosotros accedimos y nos preguntamos si esto significa que TERMINO será accesible a los lectores de la isla en la misma forma que se puede disponer de las revistas literarias oficiales del país. Retamos a los burócaratas de Cuba a consignar públicamente el recibo de nuestra revista y a permitir que sea leida por quien lo desee sin temor a represalias. TERMINO se enviará sin falta a La Habana, toca a ellos reconsiderar su posición”.

Era una época en que el ninguneo de todo lo que produjera el exilio era la política oficial y a través de los amigos que andaban por allá, mediante la difícil comunicación que por entonces existía con la isla, no pudimos constatar la accesibilidad de la revista, que se encontraba no solo en la biblioteca antes mencionada, sino también en la de la Casa de las Américas.  Debo decir que aunque hace muchos años que no se publica la revista, estuve recibiendo números de las revistas UNION y Casa, hasta hace poco. Sin embargo, nuestros números fueron estudiados por los rectores culturales. En 1996, a través de la editorial Término, edité una recopilación de ensayos aparecidos en la revista que incluía trabajos míos, de Manuel Ballagas, de Reinaldo García Ramos y de Roberto Valero. En un trabajo publicado en un número de abril de 2002 de la revista La Jiribilla, titulado “La otra identidad…”, Norberto Codina cita unas frases de mi prólogo como ejemplo del sector literario intolerante del exilio.

En una entrevista reciente que se le hizo para Oncubamagazine.com, el escritor y guionista Arturo Arango, al ser cuestionado sobre la publicación en Cuba de autores cubanos exiliados da una buena muestra de agudeza, de efugio y de lo que es la nueva política cultural. Destaca las dificultades investigativas de la ensayística insular con respecto a lo que se puede hacer afuera, sobre todo en los Estados Unidos, reza un rosario de problemas técnicos por los cuales se dificulta publicar allá a los de acá, se lamenta del aislamiento de la literatura cubana, propone que se debe conocer más a los escritores que residen en la isla pero publican en el extranjero y expresa la dificultad de publicar a escritores que son agresivos con la revolución y que se niegan a que su obra se edite en la isla. Demoniza a Cabrera Infante y justifica a Carlos Victoria.  Al primero lo pinta como víctima de sus propios intereses y de su trayectoria política, al segundo como víctima injusta de represiones y ataques que tuvieron lugar en un momento ya superado.

No hay dudas de que el ojo del censor está agotado y a lo mejor nublado por las cataratas. Es cierto que ya se permite en Cuba decir cosas que antes eran impensables. El tiempo no pasa por gusto. Los cambios del sistema son ajustes a nuevas realidades contra las cuales no pueden luchar. El mito se ha desteñido, los sistemas de comunicación son diferentes y el control de la información es cada día más difícil. Las nuevas generaciones tienen otras exigencias, otras metas. Pero lo que no ha cambiado es la visión de la cultura como una razón de estado, como parte del interés nacional, lo que implica ver la disidencia y la diferencia como un acto de agresión.  Hay que pedir permiso a una entidad cultural innombrable, pero todos sabemos quién es. En cualquier país del mundo publicar a un escritor que viva en el país o no, es una decisión editorial, que en muchos casos se hace en base a consideraciones financieras. La caja contadora es más importante que la opinión del censor. Publicar a alguien puede provocar enemistades, críticas personales, pero nunca una sanción política.

En Cuba se mantiene, en esencia, un sistema que necesita de la regulación estatal, regida por los principios del partido dominante y único, para no solamente decidir a quién publicar, sino para permitir el libre tránsito de libros. Nada, a no ser limitaciones financieras,  debiera impedir la creación de un sistema de bibliotecas independientes, de una red de librerías con posibilidades de acceso y distribución a lo que publican los cubanos en cualquier parte del mundo, a sostener encuentros y debates públicos entre escritores de diversas afiliaciones políticas, sin necesidad del visto bueno del gobierno.

Por supuesto, para que esto ocurra, cambios verdaderamente trascendentales deben ocurrir. La decisión de aceptar publicar en una editorial cubana, oficialista por definición, es un problema individual que queda a la conciencia de cada cual. Para mi está claro, mientras la cultura siga siendo una razón de estado, publicar en una editorial cubana es prestarse a la manipulación política que solo beneficia a los guardianes del orden y muy poco a la literatura.

Roberto Madrigal