Algo raro está pasando en Estocolmo. Más allá de
intereses personales de quienes eligen los candidatos y deciden el ganador del
Premio Nobel de Literatura, lo cierto es que la osadía está primando en los
últimos años.
El año pasado le dieron el premio a la bielorrusa
Svetlana Alexiévich (nacida en Ucrania), cuya carrera se destaca por el
reportaje periodístico y no tiene ninguna obra que se pueda considerar
estrictamente literaria. Algo que a los puristas de la literatura molesta
mucho, a pesar de que ya hace tiempo las barreras entre los géneros han caído.
Pero mucha gente aun considera el periodismo como un género menor y hay quienes
dicen que practicarlo hace daño a los “escritores literarios”. Pero no hubo
muchas protestas, porque en fin de cuentas, Alexiévich viene de las “letras” y
su agenda social es políticamente correcta en los tipos que corren y es fuente
de “inspiración”, algo que en los estatutos originales del premio es un
requisito indispensable que debe tener la obra para que se le conceda.
Esta vez, a pesar de haber premiado a alguien que ha sido
considerado seriamente como finalista por más de una década, al parecer, los
miembros de la academia han ofendido a mucha gente. Las protestas han aparecido
en muchos medios de difusión por todo el mundo y hasta un reciente ganador como
el peruano Mario Vargas Llosa, ha alzado su voz en disgusto porque se lo han
concedido a un “gran cantante” pero no a un escritor. Claro, ya Vargas Llosa
hace tiempo que dice cosas con poco sentido, se ha ido quedando un poco detrás
de los tiempos.
Lo cierto es que como quiera que se mire, Bob Dylan es un
poeta, un poeta grande. Todos se devanan los sesos por definirlo. Unos dicen
que es un músico con letras interesantes, otros que es una figura icónica, pero
no literaria y otros que no tiene el peso literario ni la obra para merecer el
premio.
No hace falta remontarse a la Grecia antigua y explicar
que Homero y Safo escribían sus poemas para ser cantados. Ni saltar un poco y
preguntarnos si el Cantar del Mío Cid puede ser considerado literatura, ya que
no fue “escrito”, ni cuestionarse si estudiar el Mester de Juglaría debe ser
objeto de atención literaria en las universidades. Tampoco hace falta
remontarse más recientemente a la tradición americana de folcloristas que
utilizaban (y utilizan) la música para difundir sus poemas. La gran mayoría de
los disgustados son gente culta y erudita que conocen muy bien todo eso.
Robert Zimmerman nació en Duluth, un pequeño pueblo
portuario de la gélida Minnesota y transcurrió su infancia y su adolescencia en
un pueblo aún más pequeño, Hibbing, también en Minnesota, más al norte si eso
es posible. Un villorrio de dieciséis mil habitantes, fundado por un inmigrante
alemán que había cambiado su nombre, por lo que el pueblo está nombrado en base
a un sueño, al acto poético de su fundador, quien trató de reinventarse en el
Nuevo Mundo. Zimmerman, amante de la música y la poesía desde muy joven, hizo
su primer acto poético a los dieciocho años, cuando cambió legalmente su
apellido y adoptó el de su poeta favorito, Dylan Thomas, arguyendo que “muchos
nacemos con el apellido equivocado”. Días después partió a Nueva York, a
conocer a su ídolo musical, Woody Guthrie, quien se encontraba ingresado en un
hospital psiquiátrico en aquella ciudad.
En la película Inside
Llewyn Davis, el personaje central, un músico comprometido solamente con su
obra, en lo que es un hecho ficticio muy basado en la realidad, consigue un gig
en The Gaslight Café, un legendario
club frecuentado por Allen Ginsberg y Jack Kerouac, entre otros miembros de la Generación Perdida, pero minutos antes
de subir al escenario, alguien lo llama a un callejón, es un tahúr que viene a
cobrar una deuda. Llewyn Davis no tiene ni donde caerse muerto y sufre una
paliza que le impide tocar. Se oye por los micrófonos el anuncio de que fue
sustituido de improviso por un joven desconocido llamado Bob Dylan.
Algo de eso sucedió, pero es difícil saber exactamente
como fueron las cosas. Lo cierto es que ahí conoció a Ginsberg, quien fue un
padre literario para él (a Ginsberg le gustaba mucho cantar sus poemas y crear
un espectáculo musical alrededor de ellos) y luego a Joan Baez. El resto es
historia conocida.
Puedo entender que muchas personas piensen que hay otros
escritores más merecedores del premio que Dylan, en definitiva, los premios
ofenden más de lo que alaban, ya que no hay un solo escritor mucho mejor que
los demás. Puedo aceptar que a mucha gente le parezca que Kundera o Roth se lo
merecen por encima de Dylan, no me hubiera disgustado que se lo hubiera ganado
alguno de ellos. Puedo ofrecer una lista de candidatos que me parecen tan
merecedores quizá como Dylan o Kundera. Yo incluiría a Carlos Germán Belli y a
Ricardo Piglia, así como a Julian Barnes, a Claudio Magris, a László Krasznahorkai
y a Thomas Pynchon, entre muchos otros. Aceptaría con molestia que se lo dieran
a Paul Auster o a Don DeLillo, pero no que digan que Dylan no es poeta.
En 1969 o 1970, a mis impresionables diecinueve años, dos
libros de poesía me dejaron una fuerte impresión que todavía dura. Me los
enseñó un amigo ya difunto que era un par de años mayor que yo. Uno era Blanco Spirituals del español Félix
Grande, ya un poco pasado de moda pero que en una redición reciente contiene
otros textos de un poemario amoroso que incluye “Vivir a cara o cruz”, para mi
uno de los mejores poemas de amor que jamás se hayan escrito (una cosa me llevó
a la otra). El segundo era una antología de poesía americana joven, una edición
bilingüe que incluía tres poemas de Dylan. Por mucho que lo he buscado, no he
podido volver a toparme con ese libro cuyo título no recuerdo.
Yo había escuchado a Dylan desde muy joven. Ya en 1964 me
gustaban muchas de sus canciones. Como yo hablaba bastante inglés desde temprano,
pensé que entendía muy bien todas sus letras. Falso. En el libro mencionado,
estaban “The Times They Are A-Changin’” y “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, dos canciones
a las cuales no le había prestado mucha atención musical. Ahí fue cuando me di
cuenta de que Dylan era, ante todo, un poeta. Comprendí por primera vez el
verdadero significado de sus canciones y me di a la tarea de buscar la letra
escrita de tantas otras que ya conocía, pero que en realidad no conocía.
Antes de negarle a Dylan la condición de poeta, siéntese
a leer tranquilamente, si pueden, preferentemente en inglés (la mayoría de las
traducciones son espantosas excepto por la versión que de “A Hard Rain’s… hizo
el grupo español Amaral en 2007), Mr.
Tambourine Man, Like A Rolling Stone, Blowin’ In The Wind, All Along the
Watchtower, Positively 4th Street, The Times They Are A-Changin y A Hard Rain’s A-Gonna Fall y después
reconsideren. Tiene muchos otros poemas extraordinarios.
Al premiar a Dylan, la academia sueca ha premiado a un
poeta mayor y a toda una tradición literaria americana.
Roberto Madrigal