No voy a extenderme en discursear sobre la importancia de
Andrzej Wajda en el cine mundial. Ya hay centenares de artículos al respecto
con motivo de su reciente muerte, a los 90 años. Solo añadiré que fue un
director convencional que se distinguió por su identificación con la temática
que tocaba. Un hombre implicado con sus creencias que se dedicó a hacer un cine
muy polaco, pero que dada su maestría artística trascendió los límites
argumentales sin necesidad de innovaciones formales.
A Wajda le tomó mucho tiempo ser reconocido junto a los
maestros clásicos como Bergman, Fellini y Hitchcock, pero finalmente llegó al
Olimpo. Colaboró con las nuevas generaciones de cineastas polacos y les dio impulso,
ya que trabajó con Skolimovski y Polanski. Los directores polacos de estos días
reconocen su influencia. Fue un artista comprometido en el sentido más estricto
de la palabra. Sorteó la censura estalinista tras engañarla con su primer filme
Generación, que aunque parecía
presentar la línea del partido, destacaba detalles que pasaron desapercibidos a
los censores. A partir de ahí, su cine fue parte de sus convicciones políticas.
Wajda fue, ante todo, un narrador. La forma en que narra
y lo que narra fue lo que lo distinguió del resto de los cineastas polacos de
su momento. Fue un creador de iconos. Moldeó además los personajes a su imagen
y semejanza, como un dios.
La primera impresión de Wajda, la que me marcó para
siempre con su cine, la tuve a una edad en la cual no estaba preparado para
entender nada de cine ni de arte. Yo era un adolescente de unos catorce años,
ignorante y atrevido, cuando fui a ver Cenizas
y diamantes. Maciek me marcó.
Interpretado por Zbignew Cibulski, el personaje de Maciek
representó para mí la encarnación de la contracultura, que se me antojaba el
instrumento más importante para contrarrestar el bombardeo ideológico que
sufría por aquellos años que ahora muchos, en su lamento bolchevique, rememoran
como años de gloria y odisea, pero que a mí se me antojaban ya como de
represión y de uniformidad forzada.
Maciek era un Meursault más cercano (aunque yo todavía no
sabía quién era Meursault ni Camus). Era un Jim Stark más cercano a mi realidad
(aunque yo vi Rebelde sin causa de
muy pequeño y por entonces no la había entendido bien). Con su jacket de cuero,
sus gafas oscuras y su peinado alborotado, representaba para mí la rebelión de
Dylan, los Beatles y los Rolling Stones, aunque en realidad, ya que la película
fue filmada en 1958, se acercaba más a la Beat
Generation de Ginsberg, Kerouac y Burroughs, la que yo conocería mucho
después. Es curioso como los símbolos se plantan y después se mezclan con
recuerdos y visiones aún no vividos.
Maciek fue un luchador antinazi que perteneció al Ejército
Nacional polaco (Armia Krajowa), que fue el brazo armado del “Estado secreto
polaco”, un grupo anticomunista cuya sede se encontraba en Londres y que fue el
mayor grupo de resistencia antinazi en Polonia. El primer día de la paz (o el
último de la guerra), a Maciek se le encomienda matar a un comunista que viene
a tomar el poder en un pueblo polaco. Wajda retrata al comunista como un hombre
sufrido y comprensivo, pero Maciek cumple su misión y luego huye. Al ver
policías por todas partes, se ataca de pánico y trata de huir. Los policías,
sin saber quién era, lo matan por sospechoso. En un par de secuencias Wajda fue
capaz de sintetizar el drama polaco y la coyuntura que se crea cuando
desaparece el enemigo común. Wajda perteneció al Ejército Nacional polaco.
Maciek es una especie de alter ego. También hay que reconocer que el argumento
está basado en una novela del extraordinario Jerzy Andrzejewski.
Cibulski, un gran actor que fue casi una creación de
Wajda, fue el James Dean del este. Como Maciek, que muere en el filme tras
asustarse y comportarse de forma impulsiva, el actor murió, en un gesto
impulsivo dominado por la prisa, tratando de saltar entre dos trenes, aporreado
sobre las vías férreas, antes de cumplir los cuarenta años. De alguna manera Rebelde sin Causa, Cenizas y diamantes, Cibulski, Wajda y James Dean quedaron para
siempre como quíntuples siameses en mi memoria. Por supuesto, sentí la muerte
de Cibulski mucho más que la de James Dean.
Años más tarde fue que pude volver a ver Cenizas y diamantes y entonces
apreciarla en toda su dimensión artística, y a Maciek, y a Cibulski y a Wajda.
Vi muchas otras películas de Wajda y por mis afiliaciones ideológicas también
me impactó Hechiceros inocentes. Vi
muchas más, unas me gustaron y otras no. Nada me dejó huella como Maciek. Hasta
que llegó Katyn.
Resulta que Wajda perteneció a una generación perdida y
se dedicó a hacer su crónica cinematográfica. Katyn cierra el círculo porque el padre de Wajda, un oficial
polaco, fue asesinado en el bosque de Katyn por los militares soviéticos en un
hecho que por muchos años se le adjudicó a los nazis. Una de las primeras escenas
de Katyn resume la experiencia vital
que marcó a Wajda. En un puente se
cruzan dos turbas de refugiados, una grita: “Ya los nazis ocuparon la ciudad”,
mientras los que vienen huyendo en sentido contrario replican:”los soviéticos
llegaron a nuestro pueblo” y cada grupo sigue su camino a la extinción en
sentidos opuestos.
La mía es también una generación perdida, aprisionada
entre un mundo que se derrumbaba y un desastre que se aproximaba. Quizá por eso
voy a extrañar tanto a Wajda y a Maciek, su creación, como me dolió la muerte de
Cibulski en su momento.
Roberto Madrigal
Yo no entendia la historia de katyn hasta que de la Osa(director de la revista Bohemia) me paso un libro acerca de los asesinatos de katyn; resultado directo del tratado Ribbentrop-Molotov. Yo pense por mucho tiempo que Wayda era parte del aparato hasta que lo vi como polaco. Hay algo en el caracter polaco que me recuerda a los judios (nacido del sufrimiento). Pero lo mas importante es que Wajda fue un gran artista y la obra es legado.
ReplyDeletetu amigo del norte