Hace muchos años, a principios de los ochenta, en medio
de una difícil situación financiera, me llegó una misteriosa pero bendita
llamada telefónica. Unos árabes (no sé de dónde), residentes en Chicago,
querían hacer una nueva edición bilingüe de El Corán, en inglés y en español, y
yo resulté ser el escogido para traducir y editar.
Me quedé muy sorprendido. Les dije que, por supuesto, yo
no sabía ni una gota de árabe, pero me dijeron que eso no era ningún problema.
Me enviaron un ejemplar de la versión española de Plaza & Janés y varias
ediciones en inglés. Les riposté que en el mejor de los casos podía cotejar y
quizá mejorar lo ya traducido basándome en mi conocimiento de la lengua inglesa
(y de la española), pero que sería una obra algo bastarda, ya que sería una
traducción de traducciones. No les importó.
Me hicieron una oferta que no podía rehusar y hasta me
enviaron un generoso cheque de adelanto, con lo que resolví muchos de los
problemas que me agobiaban. Me leí todas las ediciones que me enviaron y tras
un mes de trabajo, los llamé al teléfono que me habían dado y estaba
desconectado. Nunca más recibí noticias de ellos. La suma que me habían pagado
recompensaba de sobra el mes dedicado a leer los textos. Entonces me lamenté de
no haber concluido mi trabajo pero a la luz de los hechos que se han desarrollado
en los últimos quince años, me alegro. Estaría preso o bajo vigilancia ahora.
Jamás supe la razón por la cual me escogieron ni por la cual desaparecieron.
Todavía poseo cuatro de las cinco ediciones que me enviaron. Regalé una.
Con lo anterior quiero decir que, aunque no soy ni de
lejos un experto en islamismo, he leído El Corán más veces que muchos
estudiosos. Cualquier texto religioso puede interpretarse de muchas maneras.
Todos tienen en común que el paraíso no es para todos y que llegar a El exige
sacrificios. En alguna parte todos llaman a la destrucción de los infieles,
pero El Corán, lo hace más que ninguno. No creo que el islam sea una religión
de paz, aunque la inmensa mayoría de sus practicantes sean gente decente y pacífica.
Tampoco creo que sea, y esta es una opinión muy personal,
una religión “oriental”. Creo que se circunscribe muy bien dentro de la
tradición occidental, es un derivado del judaísmo y el cristianismo. De tan derivado
que es me parece una aberración, pero cientos de millones de islamistas me
argumentarán lo contrario. No me importa, mi opinión no va a cambiar, pues creo
que es un marginalismo del cánon occidental.
Los valores de la cultura occidental han estado haciendo
implosión desde la Primera Guerra Mundial, y tras la Segunda Guerra Mundial,
sus creadores y promotores cedieron, a regañadientes, el control de la misma a
los Estados Unidos, considerado por los europeos como unos campesinos advenedizos.
Los totalitarismos nazistas, fascistas y comunistas se encargaron, por más de
cincuenta años de resquebrajar la médula de la civilización judeo-cristiana.
Por muchas décadas el asalto a la cultura occidental fue interno, fueron
disputas entre facciones autóctonas.
Cuando se cayó el Muro de Berlín en 1989 también se cayó
el muro de contención que existía en el Cercano Oriente y en Africa para evitar el despliegue descontrolado de los
conflictos étnicos y religiosos que subyacían bajo la forzosa unidad
anti-colonialista, pero obediente de los valores judeo-cristianos que se
respetaban en razón de una lucha bajo principios ideológicos. Se tambalearon
los baazistas en el mundo árabe y los gobiernos seudo-democráticos de corte
occidental en el Africa.
Tras varios errores estratégicos, como la invasión rusa a Afganistán y la americana a Irak, ahora tenemos a Al Qaeda, a Hezbolá, a ISIL y a Boko Harum. Todos, a su manera, han desatado un desafío terrorista al mundo occidental, pero no estoy seguro que a sus valores culturales. Enarbolan la religión para mover a las masas como los candidatos republicanos lo hacen con los cristianos fundamentalistas (solo que estos últimos, hasta ahora, sin violencia).
Los recientes atentados terroristas al Líbano, al avión
ruso, a París y ahora a Bamako, deben ser todos condenados, sin tapujos, como
lo que son. Cobardes actos terroristas. No hay excusas, ni se puede minimizar
la importancia de unos por la cobertura de prensa de otros. Todos los
terroristas son, en el peor de los casos, cobardes, porque la emprenden contra
civiles inocentes y desarmados, y en el mejor de los casos, son
autodestructivos, porque se inmolan de forma delirante.
Two wrongs don’t make one right se dice en
inglés, y es cierto, no importa que París reciba más cobertura que Bamako, eso
no hace a París menos trágico, pero no nos hagamos los inocentes, Paris nos
importa más que Bamako. Puede que sea muy injusto, pero es la realidad.
Además, si atacan París, y nótese que Malí y Líbano fueron colonias francesas, es porque Francia es la madre del secularismo moderno y el único imperio que exportó, aunque sea solo a las clases dominantes en sus colonias, un estilo de vida, un savoir faire que ni ingleses ni españoles ni alemanes ni belgas intentaron. Francia es una afrenta a cualquier movimiento de fundamentalismo religioso.
El occidente no descendió con sus valores democráticos
sobre sus colonias. Imperó el pillaje, pero eso no disminuye en nada los
valores que se han reservado para sí mismos. Puede que sea discutible que sean
valores universales, pero son los valores que cuando se respetan, funcionan y
fundamentan a los países más desarrollados del planeta y donde la gente vive
mejor, incluyendo un país tan oriental como Japón, que hasta hace unos cien
años consistía en unas islas bien aisladas del resto del mundo.
Me molesta cuando los liberales aceptan el exceso de
relativismo cultural. Por una parte quieren exportar los valores de la
democracia que nos vienen desde los griegos, pero por otra hablan de una
absurda tolerancia (qué palabra tan paternalista y condescendiente),
pretendiendo que hay que aceptar y darle cabida en nuestra sociedad a las
creencias de otros.
No se equivoquen, yo soy el primero que pienso que
debemos aceptar (no tolerar), las creencias diferentes a las nuestras. Cada
cual debe ser libre de creer en lo que le parezca más afín. Pero si nuestra
cultura, que incluye logros económicos, políticos y sociales, se fundamenta en
una médula judeo-cristiana, no se puede permitir que valores antagónicos tomen
un papel hegemónico en nuestra sociedad. Los otros pueden coexistir, pero no
dominar.
Sí creemos que no nos debemos rebajar y actuar como
nuestro enemigo, quiere decir que creemos en la universalidad de nuestros
valores. Si es así, entonces hay que defenderlos. El enemigo no son los
refugiados árabes, ni los musulmanes de Europa. El enemigo consiste en
organizaciones que captan fanáticos y frustrados para sus propósitos y que son
liderados por individuos instruidos y educados en los valores occidentales. No
debemos olvidar que los responsables del 11 de septiembre eran mayoritariamente
saudíes y entraron legalmente por Canadá.
París no es solo la Torre Eiffel y el Arco de Triunfo, es
también los arrabales miserables de árabes y africanos sin posibilidades de
mejorar su situación económica y que luego resulta la carne de cañón de la cual
se nutren los terroristas. Hay que atacar a los terroristas en varios frentes.
Una respuesta militar medida, es necesaria. Pero también
hay que modificar los impedimentos que hacen que las nuevas minorías, sobre
todo las segundas generaciones, se queden en las márgenes del desarrollo social
y económico de los países a los cuales emigran en busca de una mejor vida.
Es hora de desplegar los valores democráticos con firmeza
y con justicia. Sin racismos ni soluciones extremas. Si nuestros valores,
cuando se respetan, funcionan, en consecuencia, esos grupos étnicos se
asimilarán a ellos. Entonces, el enemigo ante el despliegue militar y verdaderamente
cultural, se asustará. Es una guerra ardua y larga, contra un enemigo difuso,
pero no hay que asustarse, hay que mantener las convicciones sin acudir a
extremismos ni a soluciones simplistas. No podemos sacrificar nuestro estilo de
vida ni nuestras libertades.
Roberto Madrigal