El 28 de enero
del año pasado publiqué en la revista digital Cubaencuentro un artículo
titulado ¿Se está poniendo senil Vargas
Llosa? Respondía en aquella ocasión a un artículo de Vargas Llosa aparecido unos días antes en el diario El
País, titulado La civilización del
espectáculo, en el cual el escritor la emprendía, en tono pontificador y
apocalíptico, contra lo que llamó la frivolización de la cultura contemporánea.
Fue un artículo que escribí con dolor porque me confesé entonces y me confieso
de nuevo, un profundo admirador de Vargas Llosa, a quien considero el mejor novelista que ha
dado la lengua española ya que estimo el cuerpo de su obra como algo a lo
cual ningún otro novelista de nuestro idioma se ha acercado. Como dije antes,
hay novelas mejores, pero nadie ha logrado un edificio narrativo tan elevado.
Aquel artículo aparecido en El País era un adelanto de lo que se prometía como
un libro de ensayos sobre el tema.
Ahora ha llegado
a mis manos el libro también titulado La
civilización del espectáculo, recién publicado por la editorial Alfaguara.
Son 226 páginas de una letanía lacrimógena sobre el estado de nuestra cultura,
que combina capítulos originales entre los cuales se intercalan artículos
anteriormente aparecidos en el diario El País que resultan antecedentes
sustentadores de cada capítulo. El libro no hace mas que confirmar los temores
que expresé en mi artículo publicado en Cubaencuentro.
No es ninguna
novedad que un gigante de alguna rama de la cultura perore quejosamente sobre
el estado contemporáneo de la misma. La añoranza por los tiempos pasados se
remonta por lo menos hasta los griegos, pero molesta cuando un autor querido y
admirado cae en eso, cuando un hombre lúcido y honesto comienza sonar hueco en
el ocaso de su vida.
En este libro
Vargas Llosa la emprende contra la cultura mediática, contra el cine, la
televisión y las artes plásticas, ya que ve la “cultura de la imagen” como
enemiga de la cultura de la palabra, que es la que ha legado las ideas trascendentales
a la humanidad. Es curioso que evite
tocar el teatro en sus ditirambos, ya que esta forma de arte le resultaría un
lodazal a sus tesis. ¿No fue acaso el teatro, desde sus inicios una forma de
llevar la cultura a las masas, mediante un aparente entretenimiento, cuando
estas eran casi totalmente analfabetas?
Le parece mal que
los museos se llenen de idiotas que van a ver las obras como parte de una
agenda, critica la influencia de la moda, la cocina y la publicidad en la
cultura moderna. El irrefrenable y corrupto afán de lucro desmedido. Establece
categorías para definir canónicamente, como un dictador marxista, la cultura
desechable, la enemiga de la ilustración humana. Para ello echa mano de
intelectuales tan diversos como T.S. Eliot, Karl Popper, George Steiner, Karl
Marx y Guy Debord. Ataca sin piedad a Derrida, a Duchamp, a Bajtin y a
Baudrillard. No es que sea incapaz de entender la posmodernidad y lo
contemporáneo, es que se niega a ello y en medio de su discurso, se contradice.
Manipula los ejemplos a conveniencia y simplifica los temas complejos.
Donde sus argumentos
alcanzan una mayor puerilidad es cuando toca al sexo y la religión. Según
Vargas Llosa, las prácticas sexuales modernas han destruido el erotismo y la
pérdida de los ritos “que embellecen y civilizan” el sexo, lo está
convirtiendo, para las nuevas generaciones, en “una mera calistenia”. Por
supuesto, es incapaz de poner un ejemplo para apoyar de dónde saca estas ideas
conventuales. Su aproximación a la religión es simplista y paternalista. Le
parece bien cuando existe como guía para las masas despistadas, pero no cuando
los arranques de fe de los fanáticos los llevan a inmolarse en su nombre. El
viejo marxista que una vez fue y que ha vivido reprimido en un letargo
interior, aflora aquí cuando justifica los actos terroristas guiados por
convicciones ideológicas contra aquellos guiados por el fanatismo religioso.
Entiende las razones de los primeros porque les resultan familiares y se niega
a tomar el punto de vista de estos últimos porque le parece repelente por ser producto
de la incultura. Parece querer decirnos que la acción es el derecho de los
cultos y designar quienes son los cultos es su derecho. Todo esto está en gran contradicción
con los ideales liberales y de defensa del individualismo por los cuales el
escritor ha apostado con firmeza en las últimas tres décadas.
Por supuesto,
este es un libro malo escrito por un escritor extraordinario, por lo que está
lleno de inteligencia y señala cosas razonables. No es su ataque de lo
superficial lo que falla, sino que confunde el síntoma con la enfermedad y las secuencias con consecuencias. Vargas
Llosa es uno de los últimos renacentistas y su vastedad de conocimientos se
despliega a lo largo del libro, pero este parece la obra de un déspota, un
autarca ilustrado que regaña al mundo desde su torre de marfil.
Pudiera añadir
mas, pero revisando mi anteriormente citado articulo, creo que mis opiniones
actuales no difieren mucho de aquellas, por lo cual abajo ofrezco el enlace al
mismo, asi como al artículo de Vargas Llosa que lo provocó, y a otros dos artículos
recientes sobre el libro, uno de Jorge Volpi y otro de Jordi Llovet.
www.elpais.com/diario/2011/01/22/babelia/12956 La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa
www.elpais.com/elpais/2012/04/18/opinion/1334759323_081415.html El último de los mohicanos, Jorge Volpi
www.cultura.elpais.com/cultura/2012/04/25/actualidad/1335351511_237820.html El espectáculo devorador, Jordi Llovet
La civilización del espectáculo. Mario Vargas Llosa. Alfaguara. 2012. 226
páginas
Roberto Madrigal