No hay dudas que el Cardenal Jaime Ortega Alamino será
reconocido como una figura relevante en la historia de Cuba. Sus habilidades
como político protagónico, más que como pastor de su rebaño, le aseguran esa
posición.
No voy a repetir la historia de muchos conocida, de la
beligerancia con la cual el gobierno de Castro enfrentó a la iglesia desde su
llegada al poder. Intervención de escuelas católicas, expulsiones masivas de
sacerdotes y hasta la persecución del Cardenal Arteaga, quien tuvo que buscar
asilo en la embajada argentina y luego en la nunciatura. Tras la muerte de
Arteaga en 1963, le sucedieron en el cargo más alto de la jerarquía
ecleciástica de Cuba, Monseñor Evelio Díaz (1963-70) y Monseñor Francisco Oves
(1970-81). Ambos tomaron posiciones de enfrentamiento ante la avanzada del
gobierno. El primero renunció tras obligársele a firmar una carta denunciando
al embargo americano, el segundo se dice que se vio forzado a renunciar tras
enfermarse de los nervios y partió inmediatamente a un exilio en El Paso, Texas,
donde murió poco después.
Cuando el Cardenal Ortega tomó posesión del Arzobispado
de La Habana en 1981, las iglesias cubanas estaban en ruinas y apenas unas
decenas de feligreses asistían a las misas dominicales. Las actividades de los
desorganizados católicos cubanos eran imperceptibles y no había suficientes
sacerdotes para atender a las congregaciones.
Treinta y tres años después, gracias a sus relaciones con
las iglesias alemana y americana, asi como a su posición apaciguadora y a ratos
genuflexa con el gobierno, ha logrado reparar iglesias, recuperar el número de
feligreses, activar las labores del Seminario San Carlos, la visita de dos
Papas a Cuba y ha convertido a la Iglesia Católica en el elemento más notable
de la sociedad civil cubana. Ha podido mantener publicaciones que en algún
momento han desafiado el pensamiento político ortodoxo de la isla y hasta ha
creado un sistema de guarderías.
Aunque parece mucho, no es más que un granito de arena en
el desarrollo de una sociedad civil o de una oposición al gobierno. No
solamente estos pocos pasos, muchos de ellos más simbólicos que otra cosa, no
asustan a las autoridades, sino que le han permitido al gobierno continuar
dominando sin tener que preocuparse por una oposición seria desde el punto de
vista de los católicos en general (aunque una de las figuras más destacadas de
la oposición, Oswaldo Payá, era un católico militante), sino que el precio
pagado por estos logros ha sido el de callar y en consecuencia otorgar los
abusos cometidos contra la iglesia y sus feligreses.
A pesar de que en el Apocalipsis se dice que: “…por
cuanto eres tibio…te vomitaré de mi boca”, el Cardenal Ortega escogió la
tibieza para regir su apostolado. Con un lenguaje ambivalente y de retórica
confusa, se las ha arreglado para satisfacer al gobierno exclamando que no
desea que en un postcomunismo venga una sociedad de capitalismo atroz que
convierta la mentalidad del cubano en una mentalidad mercantilista e
insensible. O reduciendo a un grupo de opositores como personas sin cultura y
con poca sanidad mental.
Ahora, en sus más recientes declaraciones, trata de
distorsionar la memoria nacional. En una entrevista concedida hace unos días a
la emisora cubana Radio 26, el Cardenal, que sufrió en carne propia los abusos
del castrismo al ser enviado a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción
(UMAP) en 1966, declara: “…fue una experiencia tremenda de conocer la vida como
no la puede conocer uno en los estudios de Teología. Sería increíble el
anecdotario de lo que era la presencia de un sacerdote en medio de aquellos hombres
desesperados. Yo era un muchacho”.
Ese “muchacho” tenía a la sazón treinta años y del
anecdotario no se hace mención, sino que más adelante lo redime todo como una “lección
tremenda de lo que es el ser humano… de lo que sufre la gente”, pero no se
atreve a hablar por los que no tienen voz. Todo se resume en una experiencia
personal. El buen pastor no le da expresión a su rebaño.
En un momento en el cual este episodio se quiere ocultar
o minimizar como un fenómeno de la época, que ya se ha superado y que no fue
tan grave como lo ocurrido en otros procesos del mundo y que se quiere exonerar
de responsabilidad a la pandilla que desde entonces sigue gobernando al país
sin ningún sentimiento de culpabilidad, Ortega no tiene el coraje de mencionar
algunas de las atrocidades, sino un par de comentarios insignificantes.
Conozco a varias personas que estuvieron presos en la
UMAP. Todos están profundamente marcados por el evento. Son personas que
muestran signos de un síndrome de estrés postraumático, que cuando se les recuerdan
los hechos pierden la compostura. Hechos, como por ejemplo, por citar solamente
uno, poner a los testigos de Jehová en el piso, acostados bocabajo, y obligar a
los otros presos a caminar por encima de ellos, y el que no lo hiciera era
castigado en celda de aislamiento.
Por supuesto, no soy tan ingenuo
como para pensar que de haber dicho esto, o algo parecido, se le hubiera reproducido
la entrevista, pero si a los 77 años, ya retirado, el Cardenal no tiene el
coraje de decir la verdad en voz alta, es mejor que no diga nada ni dé
entrevista alguna. Este cura que se jacta de sus orígenes rurales en Jagüey
Grande debiera olvidar un poco su egocentrismo y preocuparse un poco del
prójimo a nivel individual y no seguir hablando como un político pasivo, un
cómplice del totalitarismo.
Es cierto que su filosofía de pasito a pasito y poquito a
poquito se aviene a la política universal de la Iglesia Católica, que apuesta a
la eternidad, pero los seres humanos tienen el tiempo limitado y casi nadie que
los ayude a redimirse en este mundo. Ese enfoque que quiere ser espejo de
paciencia, solamente invita a perseverar en la actitud de que al gobierno lo
tumbe el viento o Lola con su movimiento. Es poner en manos de la erosión biológica
la solución de los problemas. La ley del menor esfuerzo, la perpetuación del
parasitismo social y económico.
Roberto Madrigal
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