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Sunday, August 17, 2014

Las memorias de un cura rural


No hay dudas que el Cardenal Jaime Ortega Alamino será reconocido como una figura relevante en la historia de Cuba. Sus habilidades como político protagónico, más que como pastor de su rebaño, le aseguran esa posición. 

No voy a repetir la historia de muchos conocida, de la beligerancia con la cual el gobierno de Castro enfrentó a la iglesia desde su llegada al poder. Intervención de escuelas católicas, expulsiones masivas de sacerdotes y hasta la persecución del Cardenal Arteaga, quien tuvo que buscar asilo en la embajada argentina y luego en la nunciatura. Tras la muerte de Arteaga en 1963, le sucedieron en el cargo más alto de la jerarquía ecleciástica de Cuba, Monseñor Evelio Díaz (1963-70) y Monseñor Francisco Oves (1970-81). Ambos tomaron posiciones de enfrentamiento ante la avanzada del gobierno. El primero renunció tras obligársele a firmar una carta denunciando al embargo americano, el segundo se dice que se vio forzado a renunciar tras enfermarse de los nervios y partió inmediatamente a un exilio en El Paso, Texas, donde murió poco después.

Cuando el Cardenal Ortega tomó posesión del Arzobispado de La Habana en 1981, las iglesias cubanas estaban en ruinas y apenas unas decenas de feligreses asistían a las misas dominicales. Las actividades de los desorganizados católicos cubanos eran imperceptibles y no había suficientes sacerdotes para atender a las congregaciones.

Treinta y tres años después, gracias a sus relaciones con las iglesias alemana y americana, asi como a su posición apaciguadora y a ratos genuflexa con el gobierno, ha logrado reparar iglesias, recuperar el número de feligreses, activar las labores del Seminario San Carlos, la visita de dos Papas a Cuba y ha convertido a la Iglesia Católica en el elemento más notable de la sociedad civil cubana. Ha podido mantener publicaciones que en algún momento han desafiado el pensamiento político ortodoxo de la isla y hasta ha creado un sistema de guarderías.

Aunque parece mucho, no es más que un granito de arena en el desarrollo de una sociedad civil o de una oposición al gobierno. No solamente estos pocos pasos, muchos de ellos más simbólicos que otra cosa, no asustan a las autoridades, sino que le han permitido al gobierno continuar dominando sin tener que preocuparse por una oposición seria desde el punto de vista de los católicos en general (aunque una de las figuras más destacadas de la oposición, Oswaldo Payá, era un católico militante), sino que el precio pagado por estos logros ha sido el de callar y en consecuencia otorgar los abusos cometidos contra la iglesia y sus feligreses.

A pesar de que en el Apocalipsis se dice que: “…por cuanto eres tibio…te vomitaré de mi boca”, el Cardenal Ortega escogió la tibieza para regir su apostolado. Con un lenguaje ambivalente y de retórica confusa, se las ha arreglado para satisfacer al gobierno exclamando que no desea que en un postcomunismo venga una sociedad de capitalismo atroz que convierta la mentalidad del cubano en una mentalidad mercantilista e insensible. O reduciendo a un grupo de opositores como personas sin cultura y con poca sanidad mental.

Ahora, en sus más recientes declaraciones, trata de distorsionar la memoria nacional. En una entrevista concedida hace unos días a la emisora cubana Radio 26, el Cardenal, que sufrió en carne propia los abusos del castrismo al ser enviado a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) en 1966, declara: “…fue una experiencia tremenda de conocer la vida como no la puede conocer uno en los estudios de Teología. Sería increíble el anecdotario de lo que era la presencia de un sacerdote en medio de aquellos hombres desesperados. Yo era un muchacho”.

Ese “muchacho” tenía a la sazón treinta años y del anecdotario no se hace mención, sino que más adelante lo redime todo como una “lección tremenda de lo que es el ser humano… de lo que sufre la gente”, pero no se atreve a hablar por los que no tienen voz. Todo se resume en una experiencia personal. El buen pastor no le da expresión a su rebaño.

En un momento en el cual este episodio se quiere ocultar o minimizar como un fenómeno de la época, que ya se ha superado y que no fue tan grave como lo ocurrido en otros procesos del mundo y que se quiere exonerar de responsabilidad a la pandilla que desde entonces sigue gobernando al país sin ningún sentimiento de culpabilidad, Ortega no tiene el coraje de mencionar algunas de las atrocidades, sino un par de comentarios insignificantes.

Conozco a varias personas que estuvieron presos en la UMAP. Todos están profundamente marcados por el evento. Son personas que muestran signos de un síndrome de estrés postraumático, que cuando se les recuerdan los hechos pierden la compostura. Hechos, como por ejemplo, por citar solamente uno, poner a los testigos de Jehová en el piso, acostados bocabajo, y obligar a los otros presos a caminar por encima de ellos, y el que no lo hiciera era castigado en celda de aislamiento.

            Por supuesto, no soy tan ingenuo como para pensar que de haber dicho esto, o algo parecido, se le hubiera reproducido la entrevista, pero si a los 77 años, ya retirado, el Cardenal no tiene el coraje de decir la verdad en voz alta, es mejor que no diga nada ni dé entrevista alguna. Este cura que se jacta de sus orígenes rurales en Jagüey Grande debiera olvidar un poco su egocentrismo y preocuparse un poco del prójimo a nivel individual y no seguir hablando como un político pasivo, un cómplice del totalitarismo.

Es cierto que su filosofía de pasito a pasito y poquito a poquito se aviene a la política universal de la Iglesia Católica, que apuesta a la eternidad, pero los seres humanos tienen el tiempo limitado y casi nadie que los ayude a redimirse en este mundo. Ese enfoque que quiere ser espejo de paciencia, solamente invita a perseverar en la actitud de que al gobierno lo tumbe el viento o Lola con su movimiento. Es poner en manos de la erosión biológica la solución de los problemas. La ley del menor esfuerzo, la perpetuación del parasitismo social y económico.

 
Roberto Madrigal

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