Se requiere vocación para ser disidente. También coraje o
irresponsabilidad, quizá un poco de ambas. Es el hartazgo del ilustrado. Es una
condición frágil e ingrata. Se habla en beneficio de muchos, pero lo aprecian solamente
unos cuantos.
El disidente pide libertad de prensa, el derecho a
viajar, a la pluralidad política, al acceso a la internet y a la libre
expresión individual. Todos son derechos importantes para la fundación de una
sociedad en la cual se respeten los principios democráticos y cada ciudadano,
dentro de ciertas limitaciones, pueda decidir su futuro. Pero a la masa eso le
suena hueco. La gran mayoría, sobre todo en países como Cuba, quiere soluciones
inmediatas al problema de la comida, de la vivienda o de la ropa. La apertura
de una nueva cafetería es mejor recibida que la inauguración de un museo.
Hace muchos años, cuando el discurso
ideológico estaba de moda y se construía la narrativa de la épica
revolucionaria, recuerdo que cada vez que me metía en problemas en mi centro de
estudio o de trabajo, el consejo de algunos amigos y enemigos era, siempre
salomónicamente: “para que te metes en política”. Yo trataba de hacerles
entender, inútilmente, que no era yo quien me metía en la política, era la política
la que se metía conmigo. Pero es que la mayoría prefiere guardar silencio,
esconder sus opiniones. Y eso que en Cuba no hay avestruces (aunque esa actitud
no es patrimonio de los cubanos). Hoy en día, ya sin épica ni discurso, la
actitud mayoritaria es mucho más pasiva.
El mensaje del disidente resulta
atractivo a quienes viven fuera de su realidad mientras estos se mantengan
allá. Una vez que viajan, su mensaje pierde validez al cabo de los días. En
Cuba apenas se les conoce o se les ignora a propósito. Pero el poder siempre
mantiene su vigilancia. Mientras su mensaje quede en ideas abstractas, todo va
bien, pero si se deciden a manejar temas concretos entonces se desata la
violencia contra ellos. Están indefensos.
Un tema cada vez más explosivo es la
creciente desigualdad social. No me cabe la menor duda de que hoy en Cuba
existe una situación económica mejor que la existente hace treinta años. La
diferencia es que mientras antes había una igualdad en la miseria (aunque por
supuesto, no todos éramos igualmente iguales, ya que ellos no espaguetizaban), hoy en día se hace más obvio que las
ventajas son para el goce de unos pocos. La ostentación ha regresado a la calle
(algo que durante la épica era anatema) y eso provoca molestias.
Las grandes desigualdades sociales son
peligrosas porque fermentan el odio y la envidia, esas características tan
propias de los seres humanos, que tienen más fuerza motriz que la compasión y
los ideales de libertad. Los estómagos vacíos, ante la vista de otros estómagos repletos, causan
más enardecimiento que los cerebros clausurados.
Los mítines de repudio, el acicate a la
masa enardecida son las formas de desviar esos instintos por caminos
controlables y utilizables contra aquellos que proclaman la necesidad de
establecer derechos civiles. Son la incivilidad organizada y manipulada.
Uno de los mayores combustibles para la
envidia que pudiera ser nociva al gobierno es el enriquecimiento de individuos
que no tengan que ver con el gobierno. Es por ello que limitan el horizonte de
los negocios privados y que crean instituciones encaminadas a controlar el
trasiego comercial para que quede en manos de los fieles al poder, como la
corporación Gaesa, o el conglomerado Cimex, quienes controlan casi el ochenta por
ciento de la economía cubana. Los cuentapropistas no son más que modestos
buhoneros. También para prevenir el descontento entre los fieles, se construyen
urbanizaciones cerradas como el Proyecto Granma, que ofrecen comodidades
insospechadas para la mayoría de los cubanos, a los militares de medio y alto
rango. En definitiva, quienes poseen las armas tienen la última palabra en un
momento de caos.
Los disidentes cubanos operan en
solitario. Al menos, visto desde afuera, hay muy poca coordinación entre los
diferentes grupos, muy poca solidaridad. Para colmo, en los lugares en los
cuales se escucha su mensaje, están expuestos a las críticas (bien y
malintencionadas) de quienes difieren de sus puntos de vista, en sociedades en
las cuales la libre expresión es un derecho asentado. O sea, se les victimiza
en las sociedades a las que aspiran crear.
Este año se cumplirán veinticinco años
de la caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque socialista,
incluyendo, un poco después, la Unión Soviética. Sin embargo, en países en los
cuales hubo grupos de destacados disidentes como Sharansky, Sozhenitsin,
Michnik y Havel, existieron movimientos literarios como el Samizdat, y en los
cuales existió una respetada tradición cultural mucho más antigua que la
nuestra, todavía existe una actitud y una claustrofilia mental que no se aleja
mucho de la que existía entonces.
Los gobiernos totalitarios solamente
caen por explosiones internas o por movimientos violentos. Estas dos
situaciones son generalmente promovidas por la desigualdad económica y social. Para
ello los gobernantes cubanos toman medidas a diario, con promesas de cambio
económico, con migajas para sus siervos y con sus tropas de choque asaltando la
calle. Mientras tanto, frágilmente, el disidente debe continuar su trabajo, con
su cabeza entre el hacha y el denuesto.
Roberto Madrigal
Me ha gustado muchísimo tu artículo. Y así es...esa comparación de la cafetería y el museo es certera.
ReplyDeleteVeo que siguio los consejos de las amistades y adversarios y ha podido seguir la lucha lejos del frente. Gracias por las lineas.
DeleteLa desigualdad exonomica aplica en otros paises, en el nuestro donde la chusma que es la mayoria (aunque no saben que sus chusmas porque ha sido criados y creados en esa forma) no envidian a que si un Ministro or alto funcionario tenga varios carros, casas, etc. Ellos envidian a las Damas de Blanco y otras porque provienen del mismo sistema y han tenido el valor de no aguantar mas esas desigualdades. Hay otro tipo de envidia que existe entre los funcionarios de bajo rango y son envidiados por otros funcionarios de rangos similares. Pero ninguno de ellos representa una amenaza al sistema desafortunadamente.
ReplyDeleteDesgraciadamente, los cubanos padecemos de varias enfermedad endémicas: el caudillismo, la indiferencia y la alergia la democracia. ¿Por qué crees que los Castros van por 55 años en el poder y todavía lo que les queda. cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Los disidentes quieren cambios, nadie lo duda, los que hacen huelga de hambre también, pero nadie quiere poner el muerto como lo están haciendo los venezolanos.
ReplyDeleteCreo que si hubo miles de muertos , fusilamientos en masas, Giron, Escambray, lo que vivimos todos esos anos decidimos que no valia la pena por lo que usted menciona.
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