Con perspicacia profética, aunque probablemente no estaba
consciente de ello entonces, el propio Marx comenzó su panfleto El manifiesto comunista, lapidando el
futuro de la utopía que iba a desarrollar en las páginas siguientes al
escribir: “Un fantasma se cierne sobre Europa…es el fantasma del comunismo”. En
su más reciente texto, El comunista
manifiesto, con la ventaja de mirar desde 160 años más tarde, el ensayista
cubano Iván de la Nuez no pierde la oportunidad de comenzar parodiando el
título al invertir su estructura gramatical, sino que ya desde la primera
página se apresura a aclarar que: “…únicamente después del derribo del Muro de Berlín es cuando el comunismo se
convierte en un fantasma que recorre Europa; el espectro de un mundo muerto que
insiste, con ardides muy dispares, en tirar de los pies a los que le han
sobrevivido”.
Marx comienza a compartir con Jesucristo, no solamente el
hecho de ser dos de los cuatro judíos que han modelado el pensamiento
occidental moderno (siendo los otros dos Freud y Einstein junto con el
anglicano Darwin), sino el hecho de comenzar a padecer un via crucis y una
suerte de resurrección. Ambos crearon una visión del devenir que derivó en
instituciones que ocuparon un poder absoluto por largo tiempo y cuyos
discípulos libraron cruentas guerras y fueron responsables de grandes genocidios.
Ambos fueron revolucionarios fallidos que posteriormente han sido objetos de
veneración fanática y vilipendio cruel. Han reaparecido como objetos de consumo
en estampitas, artículos de vestir, lemas proselitistas y espectáculos
comerciales. Del calvario marxista se ocupa de la Nuez en su obra.
En la primera de las tres partes del libro, titulada “El
fantasma”, el autor se centra en la reaparición del marxismo y el comunismo,
una vez despojados del poder total (excepto, por supuesto, en países como Cuba,
Corea del Norte, Viet Nam y China), como “un comunismo de baja intensidad que
no dispone…de un baluarte estatal en el que fijar su modelo y su meta”. Los
fundadores de futuro han acabado como un pasado innombrable. Pero es obvio que
nada viste mejor a un tratado ideológico que pasar a la oposición, así puede
esconder sus defectos, o lo que se le achaca como defectos. De la Nuez apunta
que los “actuales usos comunistas parecen devolver la incómoda palabra a su
semántica primigenia…crear comunidad”, al decir de Blanchot. Incluso los
neocomunistas como Zizek, a quien cita de la Nuez, repiten en público: “No
somos comunistas”. En este regreso se inscribe el Eastern, concepto con el cual el ensayista explica el regreso del
fantasma como estética, asentándose en esta época en el que “los países
excomunistas pasan a convertirse en un paisaje –entre pintoresco y terrible-
cada vez más familiar para la cultura de Occidente. Así los artistas del
antiguo bloque del este son reconocidos por los museos del oeste, se
redescubren escritores como Grossman y hasta se retira de su embalsamamiento a
la figura de Marta Kubisova. Surgen grupos como los amantes de los Trabant y el
blog Muñequitos rusos.
El Eastern no
es la Ostalgia, la cual de la Nuez no
teme definir como “nostalgia por el comunismo”. También apunta a la reaparición
del panfleto, que yo añadiría que se puede observar como prolifera en la
academia y en la crítica de cine, así como en obras que se ufanan de su
contenido mientras transitan por caminos estéticos demasiado recorridos. Ese
exceso de contenidismo que abunda hoy hasta en la cultura popular.
En “La sombra”,
la segunda parte del libro, el autor se ocupa de la conversión de Marx y el
comunismo, en fetiche. Aquí abundan los ejemplos específicos de apropiaciones
estéticas, algo más ligado al espíritu comunal del comunismo, y de la Nuez
repasa textos y obras de Groys, Limónov, Kundera, Joan Fontcuberta y muchos
otros. Impresiona la agilidad con que el autor maneja las innumerables
referencias intertextuales esquivando el aspecto plúmbeo que asoma en casi
todas las obras que se llenan de citas eruditas para ocultar la opinión propia del
autor. De la Nuez no teme lanzar opiniones sin necesidad de fundamentación
detallada. Expone y tienta.
Hace muchos años, a fines de la década del setenta, mi
gran amigo, el tempranamente difunto Everardo Llanes, unos años mayor que yo, a
una edad en que la diferencia cuenta, y con toda una rica experiencia vital
(que él llamaba la ‘proteína histórica’, por haber vivido más años que yo bajo
el régimen anterior a Castro) muy superior a la mia, no cesaba de repetirme un
poco monsergoso: “El capitalismo es inderrotable, porque es capaz de absorber a
su enemigo y convertirlo en mercancía y en fetiche” y me llenaba de ejemplos de
las revueltas del 68. Yo entonces vivía en el país más remoto del mundo, Cuba,
y no me daba cuenta bien de ello. No fue hasta un tiempo después, a mediados de
los ochenta y con Everardo ya muerto por mano propia (debido a las
humillaciones que le hicieron sufrir en Cuba), que vi con asombro un anuncio a
todo color y a toda página, en la revista Vanity
Fair, de relojes de mi odiada marca Poljot. La inservible producción
relojera soviética había sido convertida en kitsch utilizable, fetiche para
consumo de las élites gliteratti.
Este es un aspecto que no escapa a la observación aguda de El comunista manifiesto. La revolución proletaria al servicio del
oropel.
En la última parte, “El cuerpo”, de la Nuez se remonta a
la encarnación del marxismo. Expone que fue en Stalin donde la teoría se hizo
práctica viva y con ello se convirtió en la fundamentación de una maquinaria de
matar, pero como Stalin y sus seguidores (y sin sonrojos el autor incluye a
Castro, a Mao y a Kim Il Sung) iban matando canallas con su cañón de futuro, la
izquierda occidental se lo justificó. Ahora, minimizada su presencia en el
poder, con las guerras religiosas como centro de las trifulcas internacionales,
la nueva izquierda puede reaparecer agazapada en las aulas universitarias y en
el trasfondo de las protestas de los indignados. El autor también aborda otras teorías
como las del “fin de la historia” y las tesis de Robert Kaplan.
Iván de la Nuez es un provocador con un extraordinario
dominio del lenguaje. Su prosa mezcla lírica con narrativa y es capaz de
manejar citas y referencias con un desenfado inusual en los ensayistas de hoy.
No es meramente un hilvanador de frases felices, que lo es, sino un escritor y
un ensayista en el mejor espíritu de Montaigne. Expone sus reflexiones sin
espetar conclusiones determinantes, dejando espacio abierto para la discusión.
No es necesario estar de acuerdo con lo que dice para disfrutar y apreciar su
estilo y la amenidad con la que expresa ideas profundas. Puede hacer la
transición de Borges a Aurora Jácome sin que su párrafo pestañee. Hace que
todas sus citas, calamburs y juegos de palabras se revistan de una profundidad
que se entiende cuando se meditan sin provocar el bostezo. Va de la referencia
y la intertextualidad informada, a la anécdota ilustrativa, sin transiciones
pedantes. Este es además uno de sus libros más confesionales. Al final de la
primera parte aventura posibles interpretaciones a su texto e innecesariamente
se defiende por anticipado. Expresa su creencia en que la caída del Muro abra
la oportunidad de una alternativa. Que el mundo no se vea obligado a optar por
una u otra opción y que el criticar a una no implique defender la otra, que la
política es muy importante para dejarla en manos de los políticos. Esa es la
utopía por la que apuesta.
Resulta muy interesante su capacidad de incorporar el
tema cubano en el discurso global. Aunque los toca de paso, me parece que
hubiera sido necesario en este libro ahondar en la influencia de los
movimientos de finales de los sesenta en los sucesos de hoy, el papel de la
contracultura en el discurso de los disidentes y en establecer una comparación
entre la mercantilización del comunismo y lo imposible que ha resultado hacer
lo mismo con el nazismo, horrores comparables. No obstante queda claro el
branding de Carlos Marx, que reaparece, quizá refunfuñando desde el más allá,
en tarjetas de crédito, marcas de blue-jeans, obras de teatro, películas,
libros y accesorios de moda. No sé si es la historia, su dios definitivo, que
toma venganza y se burla de él. A su presencia actual le podría servir como
epitafio la letra de una canción de Jay-Z, en la cual refiriéndose a sí mismo
dice, mostrando el valor de una coma: “I’m not a businessman/ I am a business,
man!”.
El
comunista manifiesto. Iván de la Nuez. Galaxia
Gutemberg. Círculo de Lectores. Barcelona 2013. 174 páginas. A la venta en Amazon y Barnes and Noble, asi como en
muchos otros sitios de la red.
Roberto Madrigal
,
ReplyDeletePura metatranca. La de De la Nuez, quiero decir.
ReplyDeleteI prefer when you go to the movies.
ReplyDeleteLove
a friend
¡Cómo siempre, una alegría leerte! Tengo que buscar ese libro de Iván de la Nuez. Pero no me imagino el anuncio de un horrible Poljot en Vanity Fair, ¡arrfff! El Jay Z ¿no fue quien dijo que él era Che con bling? Blang…
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