Todavía revoloteaban las cenizas de Alfredo Guevara sobre
la escalinata de la Universidad de La Habana cuando los cineastas cubanos
empezaron a expresar públicamente su preocupación por el futuro del ICAIC y del
cine en Cuba.
Alrededor del 23 de abril el director de cine Enrique
Alvarez circuló una carta abierta en la cual se preguntaba: “¿Qué pasará con el
ICAIC? ¿Qué pasará con el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano?”, añadiendo
que los cineastas cubanos corrían “el peligro de quedar marginados”, y
reclamaba que fueran convocados a reunirse para dilucidar su papel en su propio
futuro. El 4 de mayo se reunían en el Centro Fresa y Chocolate más de sesenta
individuos relacionados con el quehacer cinematográfico y nombraban una
comisión, entre quienes se encuentran Manuel Pérez, Rebeca Chávez, Enrique
Colina, Fernando Pérez y Senel Paz, para redactar una propuesta de demanda a
presentar ante las más altas autoridades del país. Dicha comisión elaboró un
documento dado a conocer el 8 de mayo, en el cual se llama a salvar al ICAIC y
se pide la promulgación de una ley de cine. También dan a entender que hay que
abarcar otras agrupaciones independientes de las cuales el ICAIC no puede
hacerse cargo y proponen la creación de un fondo de fomento para la actividad
cinematográfica.
El día anterior circuló por la internet y en el blog de
Juan Antonio García Borrero, una carta firmada por el crítico de cine Gustavo
Arcos en la cual aparte de señalar la crisis en la que se encuentra la
producción y la distribución cinematográfica en Cuba, apuntando que: “Demasiadas
cosas, que han afectado o contaminado el desarrollo de nuestro cine se han
dejado pasar. Decisiones desafortunadas tomadas por funcionarios sin contar con
los artistas, reiteradas censuras de filmes, caóticos diseños de programación y
estrenos, insuficiente presencia en mercados internacionales, cierre casi total
de los circuitos de exhibición en el país, ausencia de fondos para el fomento
de la industria cinematográfica…” y un largo y acertado etcétera, además de
cuestionarse que el ICAIC continúe siendo productor, exhibidor y distribuidor
del cine nacional.
Todo lo anteriormente expuesto por críticos y cineastas
es cierto, pero lo curioso es que esto ha venido sucediendo desde el día que se
estableció el ICAIC. Esta institución se creó
como un proyecto cultural para asegurar que no existiera ningún otro proyecto
cultural que compitiera con ella. La idea central era crear un cine con interés
primordialmente propagandístico, un brazo armado cultural del gobierno bajo las
directrices del partido y el estricto control de Alfredo Guevara, quien siempre
actuó como un dictador, ayudado por sus dos secuaces, los cineastas frustrados
Julio García Espinosa y Jorge Fraga. Censuras hubo desde el principio (el caso PM, la supresión de Z al tercer día de su estreno, por citar solo dos de los más
conocidos), cierre de circuitos de exhibición y menos estrenos también fue una
constante (muchos cines cerraron en los primeros años y de más de dos
centenares de estrenos en 1958 en los circuitos habaneros, se pasó a 33 en
1972) y ausencia de fondos hubo desde mediados de los setenta, cuando se instó
a los cineastas a hacer películas más taquilleras y se redujo la producción de
largometrajes casi a la mitad.
¿Por qué protestan ahora? Aunque Alfredo Guevara no
fungía desde hace tiempo como director del ICAIC, se mantenía como director del
festival y su sombra pesaba sobre las decisiones que se tomaban respecto al
cine nacional. Su sucesor, Omar González no es un hombre de cine y en años
recientes ha hecho declaraciones de corte estalinista, para decirlo con
cortesía. ¿Es que temen que González se convierta en un títere sin titiritero,
incapaz de tomar medidas efectivas con respecto a la producción y distribución?
Por otra parte, se supo de la creación de una comisión gubernamental
encabezada por el primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros,
el aparentemente cada vez más poderoso Miguel Díaz-Canel para transformar al organismo.
Es obvio que los cineastas temen perder las prebendas que
han gozado todos estos años y que el raulismo, con sus reformas de mercado y su
introducción de microcapitalismo a paso de jicotea los deje sin apoyo para
seguir su oficio. Buscan, por lo tanto, establecer un nuevo pacto que les
permita continuar, ofrecer de alguna manera su servicio a los nuevos jerarcas
que por razones biológicas van relevando a los dinosaurios de siempre.
En todo país totalitario, el ejercicio de una labor de
creatividad cultural tiene solo tres alternativas: o uno calla y trabaja en
secreto para que la obra sea desenterrada por los arqueólogos del futuro, o se
toma el camino del exilio, o se pacta con las autoridades y se trata de hacer
lo que se puede, haciendo malabares y tratando de buscar fisuras en la censura
o simplemente plegándose a ella. En la tercera opción todo tiene un precio y es
un acuerdo sin límites claramente establecidos, a cada rato ruedan cabezas y se
señalan chivos expiatorios. Roma paga a sus traidores, pero los desprecia.
Desde las “palabras a los intelectuales” los artistas
cubanos aceptaron un pacto con el totalitarismo. El ICAIC en particular era la
institución más tolerante entre todas las instituciones culturales cubanas y
trabajar allí era un privilegio. Pero los creadores sobre todo tuvieron que
ajustarse a los censores. Salvo raras excepciones, la producción nacional se
movió entre mediocre y mala. Se desarrolló mayormente un excelente cuerpo de
directores de fotografía, escenógrafos, artistas del trucaje y vestuaristas que
tuvieron que trabajar contra la adversidad material, pero la creatividad de los
responsables del producto final era casi nula. Los documentalistas tuvieron
mayor facilidad porque sus temas se limitaban a la propaganda y ganaron en
oficio. Esto favoreció el desarrollo de los cortometrajes. Con el
establecimiento de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños
el ICAIC comenzó a perder control y ya surgen nuevas generaciones de cineastas
que finalmente han comenzado a producir trabajos destacados y que tienen un enfoque
estético novedoso.
Este nuevo Zanjón que se solicita, y es curioso que la
mayoría de los miembros de la comisión de los cineastas son de la vieja guardia,
puede traer consecuencias funestas para estos jóvenes, los forzaría a
integrarse al rebaño. Jugar con el totalitarismo es peligroso. No se puede
pedir que se promulguen leyes en un sistema en el cual no se respetan. No se
puede pedir atención a los poderosos porque siempre llevan las de ganar. No
pidan mucho, cuidado no se les cumpla. En definitiva, los términos siempre
estarán dictados por quienes detentan el poder. Lo único que los puede salvar
en esta transición es unirse y establecer sus propios espacios. No pedir al
gobierno. Crear instituciones verdaderamente no gubernamentales, apoyándose
entre ellos mismos. Buscar recursos a partir de una diversidad de fuentes. Pero
claro, dadas las circunstancias actuales, esto parece solo una quimera. Quién
se atreve a desafiar a los poderosos.
Roberto Madrigal
Muy bueno, Roberto.
ReplyDeleteQué interesante, Roberto, gracias por toda la info y las reflexiones. Lo del capitalismo a paso de jicotea tiene mucha gracia... y razón,.
ReplyDeletecariños taoseños,
la Te