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Monday, July 2, 2012

Persistencia de unas memorias



Empecé a jugar ajedrez cuando estaba en sexto grado. Al cabo de un par de años comencé a jugar torneos organizados y a asistir a los torneos Capablanca In Memoriam. Por aquel entonces la mayoría de los jugadores destacados estaban entre los 35 y 40 años, pero dos jóvenes comenzaban a distinguirse. Eran Jesús Rodríguez y Silvino García. No eran nuestros ídolos, pero para los adolescentes de mi generación que nos dedicábamos a este juego, representaban lo que aspirábamos a ser. Silvino era el favorito de las autoridades, Jesús, unos cinco años mayor, resultaba más enigmático. Se hablaba poco de él en las revistas especializadas o en los periódicos. En aquel momento, su juego era más sólido y más pulido que el de Silvino. Era un jugador más maduro.

En 1966 no me perdía una ronda de la olimpiada de ajedrez que se celebró en La Habana. Jesús era el cuarto tablero del equipo. Una tarde de noviembre de ese año llegué tarde al torneo y subí de prisa la escalera que llevaba desde el lobby del hotel al Salón de Embajadores en el cual se celebraba el evento. Al llegar arriba casi me tropiezo con Jesús, que parecía salir del bar Las Cañas. Para mi sorpresa, se dirigió a mi con premura y me dijo: “Me hace falta que me hagas una media”. Nunca habíamos cruzado una palabra. Yo tenía solo 16 años, pero parecía mucho mayor. Inmediatamente entendí la proposición y asentí. En efecto, estaba en el bar con dos muchachas, una de ellas la que obviamente estaba con él y la otra una especie de chaperona, un poquito mayor y menos apetecible, pero atractiva. Nos fuimos para el Karachi y ahí la noche continuó sin percances. Agradable misión cumplida. A partir de ahí nos hicimos amigos.

Unas cuantas medias después, ya en 1967, comencé a ir casi todas las tardes a la redacción de la revista Jaque Mate, situada entonces en lo que debió ser el garage de la mansión que acababa de ser convertida en La Casa del Ajedrez, en la esquina de 15 y C en el Vedado, frente a la embajada china. En aquella oficinita, Jesús Rodríguez, junto con el amigo Jesús Suárez, hacían la revista bajo el ojo vigilante de Honorio Rancaño. Me sumé al esfuerzo voluntariamente y ayudé con la revisión de galeras, de comentarios de partidas y con traducciones de artículos. Entre cuentos, chismes y chistes pasábamos las tardes y de ahí nos íbamos para El Jardín o para el destartalado Boulevard 23 a engullir algo. Luego, cada uno para su casa.

Jesús Rodríguez decía vivir en Centro Habana, pero nunca visité su casa. Me contó que siendo un adolescente en los años cincuenta, deambulaba por las calles y los corredores de La Habana y se ganaba la vida jugando “rapid transit” (partidas a cinco minutos o menos), en el Club Capablanca o en un bar cuyo nombre no recuerdo. Al final del día, el dueño del bar le servía un sándwich y un vaso de leche y luego dormía donde la noche lo cogiera. Frecuentaba los clubes nocturnos desde Luyanó hasta el Vedado y tenia mil anécdotas que contar. Su situación no mejoró mucho después del 1959 y a pesar de su talento, era mirado con reserva por los dirigentes del deporte cubano. Fue campeón nacional en los años 1969, 1971 y 1972, obtuvo el título de Maestro Internacional en 1972 y participó en varias olimpíadas de ajedrez como parte del equipo cubano, sin embargo ni viajó con la frecuencia de otros menos merecedores ni obtuvo ningún tipo de prebenda material. Aparte de sus “desviaciones ideológicas”, no era inusual que Jesús propusiera tablas en una partida en la cual su posición era favorable si la partida se prolongaba y se acercaba la hora de acudir a una cita con una mujer.

A pesar de su confesado bajo nivel de instrucción tenía un conocimiento ilimitado de música clásica, siempre sintonizada en su oficina de Jaque Mate, y le gustaba apostar cuántos segundos le tomaba identificar una obra clásica cualquiera si alguien le tarareaba cualquier fragmento. En 1968, tras un viaje a Europa, se apareció con un ejemplar de Tres Tristes Tigres, la primera edición de Seix Barral. Yo no tenía idea de quién era Cabrera Infante y fue así como no solo me leí el libro y empecé a conocer su obra, sino que Jesús nos hizo, a Suárez y a mi, decenas de anécdotas sobre el escritor, a quien conoció oyendo a Freddy en los años cincuenta.

Con el tiempo me fui alejando del ajedrez y nos veíamos con menos asiduidad. Jesús había nacido en 1939 y yo era once años mas joven, por lo que las distintas etapas de la vida nos llevaron por caminos diferentes, pero nunca perdíamos el contacto. Una tarde de junio de 1978 nos reunimos en casa de un convaleciente Jesús Suárez a jugar cartas, a tomar y a conversar. También se encontraba allí ese día Eleazar Jiménez y no se me olvida que en el octubre anterior habían tenido la oportunidad de ver en México, por televisión, la pelea entre Mohamed Alí y Earnie Shavers, que se supone haya sido una de las mejores peleas de todos los tiempos.

Tras hablar de la pelea en detalle, Jesús le preguntó a Eleazar: “¿Qué tu crees que pasa si Alí pelea con Stevenson?”, a lo que un tajante Eleazar respondía: “Lo mata, Jesús, lo mata”. Frase que a todos nos dio mucha risa, sobre todo por lo convincente que sonaba Eleazar y que aun usamos mi amigo Luis García y yo cuando nos cuestionamos el resultado de algún evento deportivo.

La última vez que hablé con él fue por teléfono, en 1989. Había conseguido un viaje a dar unas
clases de ajedrez en México y se encontraba de visita en casa de Suárez, que ya para entonces se había exilado en ese país. Ya hacía años que no competía y le había dado un infarto (o dos). Le pregunté la razón por la cual no se quedaba, ya Suárez le había insistido, pero nos dijo que había tenido dos hijos y no los quería dejar, y que toda su vida había sido muy cobarde, que lo debió haber hecho antes, pero que ya estaba muy viejo y enfermo para ello. Nunca supe cuáles eran sus problemas del corazón, pero le dieron más infartos y murió dicen que de insuficiencia cardíaca, en 1995. No me enteré hasta unos meses después, como una de esas noticias misteriosas que salen de Cuba en boca de alguien y uno se ve obligado a confirmar llamando a varios amigos, quienes a su vez no están seguros de la validez de la información. A los perdedores se nos hace difícil luchar contra el olvido. Sin embargo, recientemente me enteré que ya hace al menos un par de años, unos jóvenes comenzaron a organizar, en el Club Capablanca, un torneo anual en su memoria.


Roberto Madrigal

4 comments:

  1. Muy interesante y me ha traído recuerdos. Yo no entiendo ni jota de ajedrez pero mi abuelo era aficionado inteligente y recuerdo haberle oído mencionar a alguno de esos muchachos. Él iba mucho al Clup Capablanca. Gracias y cariños taoseños

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  2. Hola, querido, te he leído con mucha complacencia, siempre es bueno saber de la gente de antaño, máxime si son -como tu- tal leídos y "escribidos". Un placer saber de ti.

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  3. Debia ser obligatorio que las personas que sepan escribir, de buena memoria y buenas memorias, o simplemente memorias y, por añadidura, decentes, tengan que compartir sus recuerdos. No pierdas la costumbre...pues quiza si lo declaran obligatorio, dejes de hacerlo,. no??. Un abrazo

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  4. Muy bella memoria. Confieso que, indirectamente, si no fue al azar concurrente, esta frase me llevó en parte a ocuparme del artículo del, hélas, neocomunista Alain Badiou en el que reivindica las matemáticas:
    "A pesar de su confesado bajo nivel de instrucción tenía un conocimiento ilimitado de música clásica, siempre sintonizada en su oficina de Jaque Mate, y le gustaba apostar cuántos segundos le tomaba identificar una obra clásica cualquiera si alguien le tarareaba cualquier fragmento."
    No soy ni matemática ni siquiera sé jugar ajedrez, pero intuyo (si me equivoco, bienvenida la corrección) que la capacidad analítica que otorga el ajedrez le posibilitaba al recordado Maestro Internacional el poder identificar en pocos segundos una obra clásica tras escuchar un fragmento. Gracias, Roberto.

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