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Sunday, October 28, 2012

Ultimas impresiones


El diez de septiembre, en este blog, escribí: “…los datos hasta ahora recogidos parecen indicar que, salvo un desastre inesperado o unos debates públicos catastróficos, el presidente ganará la relección”. El inesperado desastre ocurrió durante el primer debate presidencial en el cual Obama apareció sin energía, parecía distraído y no hizo el menor esfuerzo en rebatir los puntos de su rival ni siquiera mirarlo directo a los ojos. Romney, por el contrario, hizo gala de todas sus habilidades de negociante, presentándose asertivo, relajado y desafiando a su contrincante dirigiéndose directamente a él. Todo esto se lo hizo aún más fácil la dejadez exhibida por Obama. Mientras Romney se comportaba presidencial, Obama parecía un hombre agobiado por el peso del poder, incapaz de hilvanar varias frases coherentes.

Las estadísticas arrojadas por las encuestas en los días subsecuentes establecieron claramente el efecto que el evento mediático tuvo en la opinión pública y Obama perdió gran parte de su ventaja. Los demócratas se defendieron diciendo que Romney dijo muchas mentiras y nada substancioso, lo cual es cierto, y que no se trataba más que de una actuación. Pero es que precisamente de eso es de lo que se trata el asunto. Una imagen vale más que mil palabras. Inmediatamente vino el debate entre Biden y Ryan. El vicepresidente utilizó todo el arsenal que la da su vasta experiencia, pero el candidato republicano se defendió bien y se mostró desenvuelto, no dejó que lo humillaran por su juventud e inexperiencia. De hecho, aunque es probable que con respecto al contenido Biden se anotó una victoria por puntos, también se dejo llevar por su natural arrogancia y con demasiada frecuencia sonó paternalista y condescendiente. Obama después se recuperó y lució mucho mejor que Romney en los dos debates siguientes, pero esto no tuvo mucho efecto en las opiniones recogidas por las encuestas y el efecto del primer debate no fue borrado como se esperaba. Por otra parte, los sucesos del consulado de Libia han sido manejados de manera pedestre y han resultado un lodazal para el presidente y su equipo.

Estoy convencido que a estas alturas de la contienda, al menos ocho de cada diez personas que se encuentran aún indecisas, no pueden identificar a los Estados Unidos en un mapamundi. Los debates y las campañas no cambian las opiniones de los que de antemano están definidos, pero ese grupo de indecisos tardíos, lo más probable es que no tenga la menor idea de las posiciones de cada candidato con respecto a la línea política a seguir para el futuro del país. Esta mayoría de los titubeantes, carentes de información, probablemente por falta de interés o por escasez de cacumen, a la hora de tomar su decisión, que cuenta tanto como la de los ya definidos, se van a guiar por impresiones superficiales. Estados Unidos, que es el país en el cual más se ha desarrollado el cine y la televisión, es una nación  eminentemente visual. Lo que entra por los ojos trae el mensaje más importante y permanente.

Esto debían saberlo de sobra los estrategas demócratas y los asesores de Obama, pero al parecer, absortos en su petulancia por estar convencidos de que tienen un proyecto coherente y que los republicanos han sido incapaces de elaborar un plan alternativo que no sea un regreso a un pasado que ya no existe, tienden a desdeñar las habilidades políticas de sus oponentes.

En estos momentos, aunque la tendencia de las matemáticas no ha cambiado y Obama sigue con ventaja con respecto a los votos electorales, su ventaja en los estados claves para obtener la victoria final se ha reducido a cifras tan pequeñas que caben dentro del margen de error de las encuestas por lo que, considerando que tiene la ventaja prestablecida de ser el presidente, esta diferencia estadística es casi insignificante. Su mayor esperanza es mantener el ánimo de sus seguidores y tratar de que los demócratas salgan a votar en masa por su partido. En estos momentos, al menos científicamente, el resultado de las elecciones es impredecible. La decisión de quién será el próximo presidente de los Estados Unidos, sea quien sea el ganador, pesa, tristemente, sobre los hombros de unos cuantos idiotas.


Roberto Madrigal

Sunday, October 21, 2012

El cambiante discurso de los escritores y artistas de Cuba



Cuando en 1970 se estrenó en Cuba la película Z, coproducción franco-argelina dirigida por Costa Gavras y ganadora de múltiples premios, entre ellos el Oscar a la mejor película en lengua extranjera y la Palma de Oro del festival de Cannes, el público del cine Yara se puso en pie y aplaudió furiosamente cuando en los créditos finales aparecía la horripilante lista de prohibiciones de la dictadura militar griega. La lista incluía a Bob Dylan, a los Beatles y a Allen Ginsberg, entre otros. Yo recuerdo que me viré hacia mi amigo, el difunto poeta y ajedrecista Benjamín Ferrera, que estaba en la butaca de al lado, y le dije: “Esta película no dura mucho”. Cuatro días después, a pesar de que cada función se exhibía a lleno completo, la película fue retirada de los cines sin ninguna explicación. La censura de los generales griegos era más tolerante que la de los comandantes cubanos. La lista era muy parecida, con algunas diferencias ideológicas pero con el mismo objetivo, de la nunca publicada lista de la censura cubana.

A lo largo de los años Z se presentó esporádicamente en el marco de algunos ciclos de la Cinemateca. El “quinquenio gris” estaba en todo su esplendor y los escritores y artistas cubanos se mostraban agresivamente militantes, tratando de borrar la mancha del pecado original que les atribuyó el Che. La inmensa mayoría defendía los puestecitos que como miembros de la UNEAC se les asignaba para realizar trabajos vinculados a asuntos culturales, devengar un salario sin necesidad de producir una obra y tener la posibilidad de algún que otro viaje “al extranjero”. A cambio solo se les pedía cooperación, silencio y un discurso incendiario e intolerante con el enemigo, que podía ser cualquiera que no aceptara los preceptos de la revolución. Los pocos que se negaban o disentían, quedaban inmediatamente proscritos.

A principios de la década de los ochenta, cuando comenzaron a publicarse las revistas literarias Linden Lane Magazine, Término y Mariel, en las cuales aparecían los escritos y dibujos de los escritores y artistas que por años fueron marginados en Cuba, la UNEAC y el ministerio de Cultura lanzaron sus tropas de choque para contrarrestar los escritos y declaraciones de estos autores. A través de sus múltiples colaboradores, ocuparon los espacios de revistas como Plural, Latin American Literary Review y otras publicaciones literarias de los Estados Unidos, Europa occidental y América Latina, para responder sin mencionar nombres y atacar sin tener que mostrar pruebas. También consiguieron presentarse en universidades de los Estados Unidos para entorpecer el ingreso de algunos de estos escritores a puestos académicos. Tanto fue así que a Heberto Padilla se le negó renovar su contrato en la universidad de Princeton, a pesar de tener una carta de recomendación de Mario Vargas Llosa. Entre el grupo que desbordaba su discurso militante en la arena internacional se destacaban Pablo Armando Fernández, Jesús Díaz, Reynaldo González y Ambrosio Fornet. Todos con un impecable resumé en defensa de la revolución. Díaz después rectificó, reconoció públicamente sus errores y desarrolló una labor destacadísima como exiliado, fundando la revista Encuentro. Intentaron con su retórica, y tuvieron cierto éxito, extender la censura a otros territorios.

Pasó la Perestroika, desapareció el bloque soviético y llegó Abel Prieto al ministerio de Cultura, con su mano más abierta y con la idea de liberalizar los viajes al extranjero para los escritores y artistas cubanos. Las relaciones internacionales ya no eran las mismas y el discurso comenzó a mutar y a utilizar un lenguaje en el cual predominaban la comprensión y la comprehensión. Se enfatizó el concepto de la “dos orillas”, comenzó lo que Arturo Cuenca llamó “el exilio de baja intensidad” y muchos artistas y escritores que sufrían presiones en la isla lograron escapar ilesos. Los representantes del gobierno cubano se convirtieron en “embajadores de la cultura cubana”.

La situación económica en la isla dio un vuelco. Llegó la dolarización. Se les permitió a (algunos) escritores, artistas y cineastas lanzarse a buscar fuentes de subsidio al extranjero. Editoriales que les publicaran, productores que financiaran sus obras, galeristas que los expusieran. El gobierno cubano no tenia solvencia para continuar subvencionando la producción artística. Por lo tanto, nuevos modelos de censura debían imponerse y el discurso militante debía desarrollar nuevos conceptos. Desde entonces los escritores y artistas cubanos que no regresan ya no se exilan, sino que se alude a ellos como que “residen” en el extranjero, o “viven entre Madrid y La Habana”. Desgraciadamente, ese discurso también ha sido ampliamente adoptado por los exiliados.

El nuevo lenguaje está muy matizado por el concepto del “perdón”, lo cual presenta a las víctimas como victimarios. Los de la isla presentan a los del exilio como gente intolerante, incapaces de aceptar el ramo de olivo que ellos traen, llenos de necesidad de venganza. Lo cierto es que desde que yo estoy aquí (1980), no solo artistas y escritores, sino funcionarios y miembros del aparato represivo se pasean impunes por las calles de Miami, Madrid, Nueva York y Ciudad México. Muchos de sus descendientes residen ahora permanentemente en las capitales del exilio y muchos antiguos agentes y miembros de la alta nomenclatura capitalizan con su experiencia como represores. En realidad no hay nada que perdonar. Lo que pasó ya pasó y no hay nada que nos devuelva esos años. La venganza no resuelve nada. Hay que vivir y dejar vivir, pero el olvido si sería imperdonable. Hay que tener las cosas claras para saber a quien uno se enfrenta en una determinada situación. Recordar es al menos un intento de evitar que la historia se repita.

Todo esto es, por supuesto, una simplificación de los hechos. Todos estos años de luchas culturales no pueden resumirse en tres cuartillas. Esto es solo un esbozo, en un blog, por definición, solo caben apuntes. Pero las meditaciones anteriores se me ocurrieron a raíz de los recientes sucesos acaecidos por la presentación en Miami de Daisy Granados, que venía a interpretar un monólogo (Leyenda) en el escenario de Hoy como ayer. Los hechos se desarrollaron como una gran trifulca mediática entre el escritor Manuel Ballagas, su esposa, la bailarina y actriz Juana Baró y la actriz Daisy Granados. Ballagas colgó en su blog (www.Descansacuandotemueras.blogspot.com) un articulo que ya había publicado meses atrás en el cual se narra un hecho, ocurrido tras los acontecimientos de la embajada del Perú, en el cual Granados trató de montar un mitin de repudio en una bodega en la cual Juana Baró realizaba compras en medio del asedio. Granados niega la acusación y Ballagas y Baró la sostienen.

Juana y Manuel son amigos míos desde hace muchos años. No tengo por qué dudar la veracidad de sus acusaciones. Quien los conoce bien sabe todo lo que pasaron en Cuba, que incluyó humillaciones, presiones y encarcelamiento. Sus carreras fueron truncadas, en el caso de Manuel, antes de que empezara, en el caso de Juana, cuando se encontraba en pleno desarrollo.  Los que vivimos y sufrimos los mitines de repudio que se realizaron después del asilo masivo en la embajada de Perú, sabemos bien cuan bajo puede caer el ser humano. Yo vi los rostros individuales del odio y la envidia. Todos tenemos derecho a nuestros rencores y resentimientos, por cierto, el odio, el rencor, la envidia y el resentimiento son sentimientos propios de los seres humanos que no compartimos con el resto del reino animal.

El articulo de Ballagas fue reproducido en otros blogs y aparentemente muchas personas comenzaron a llamar a Hoy como ayer protestando por la presentación de Daisy Granados hasta el punto que su dueño decidió cancelar el evento. La lectura de los intercambios y la aparición de Granados en la prensa y la televisión de Miami hacían ver como que Ballagas había pedido su linchamiento y su censura.

Yo no estoy de acuerdo con un llamado a la venganza ni a la intolerancia. Si Daisy Granados se presenta en Miami, que vaya a verla libremente quien quiera. Se puede sentir odio y deseos de censura, pero no se debe actuar en base a ellos. Personalmente Daisy Granados me parece una actriz espantosa, cuyo mejor papel fue en Memorias del subdesarrollo, porque la dirigió un director excelente y su rol no exigía mucho. Después, por muchos años, la escuché leyendo los intertítulos de las películas silentes que se exhibían en la Cinemateca, labor que alternaba con Eslinda Núñez, y que desempeñaba muy mal. Pero entiendo que muchas personas tengan una apreciación diferente a la mía.

Ahora bien, releyendo lo escrito por Ballagas, hay que destacar que en ningún momento hizo un llamado a la censura ni al linchamiento. Simplemente, al enterarse de que Granados venía a actuar en Miami, y aunque es la primera vez que actúa no es la primera vez que visita la ciudad, colgó nuevamente su artículo para recordarle a la gente quien era el personaje. Yo no dudo que deseara que se le cancelara el show, hay que ser muy ingenuo para pensar que lo puso por gusto, pero en realidad no incitó a nadie. En un sistema democrático es muy difícil la censura, porque hay muchas opciones. Otro empresario, el dueño de The Place tomó la opción y Daisy Granados realizó su actuación hasta que yo sepa, sin inconvenientes. Cada empresario tomó la decisión que le pareció más lucrativa.

Creo que el objetivo de Ballagas era un llamado a la memoria, a luchar contra el olvido que nos hace pusilánimes. Es imposible obviar que al cabo de cincuenta y tres años, sigue siendo la misma jerarquía la que se atribuye el derecho a decidir quien entra y sale del país. No hay dudas que con ello desató odios, resentimientos, viejas rencillas, vendettas individuales. Pero como dije anteriormente, esos son sentimientos humanos, son los únicos que tenemos para desafiar a Dios.

 
Roberto Madrigal

Monday, October 15, 2012

Mao, Gabo, Gao, Mo y el otro Mao: China y el complejo del Nobel


En 1942, unos años antes de asumir al poder, el camarada Mao Tse-Tung definió en su Discurso en la mesa redonda de Yenan para la discusión de la literatura y el arte, los lineamientos de la política cultural que desarrollaría a partir de 1949. En su totalitario afán de unificar la cultura china para ponerla al servicio de su revolución socialista, Mao detalló que el arte y la literatura “tenían como misión servir a los trabajadores, a los campesinos y a los soldados…para ello, los intelectuales que sinceramente desean servir a los trabajadores, a los campesinos y a los soldados, deben lanzarse de lleno en la lucha revolucionaria y remodelar asi su ideología y sus emociones”.

Para ejecutar su política cultural, Mao escogió a un tocayo y contemporáneo, Mao Dun (1896-1981), un viejo militante del partido comunista, que desde los años veinte fue considerado como uno de los más altos exponentes de la novela realista china y luego el padre del realismo socialista en China. Mao Dun, cuyo verdadero nombre era Shen Yanbing, fue ministro de cultura entre 1949 y 1964. Este Mao cayó en desgracia durante la revolución cultural y fue castigado a reclusión domiciliaria por unos cinco años. Luego lo restituyeron y lo pusieron a dirigir una revista para niños. Con sus ahorros, poco antes de su muerte instituyó el premio literario que lleva su apodo.  El apodo Mao Dun quiere decir “contradicción”.

Tras la muerte del Camarada Mao en 1976, Hua Kuofeng lo sucedió y trató de mantener las cosas como estaban, pero Deng Xiaoping manejaba los hilos del poder tras bambalinas y una vez que se consolidó en el mando, ya en 1979, decidió que China debía pasar de ser el líder del Tercer Mundo a ser un serio contendiente en las lides políticas del mundo occidental. Decidió lanzar a China a la modernidad y designó nuevas funciones para la cultura. Descongeló (un poco) la férrea censura y las tendencias artísticas y literarias anteriores y quiso vestir a los artistas chinos con un disfraz contemporáneo y más ajustado a las exigencias del capitalismo pero no a las de la pluralidad política.

Fue a principios de los ochenta cuando comienza lo que la sinóloga británica Julia Lovell llama como el “Complejo chino del Nobel” en su libro The Politics of Cultural Capital: China’s Quest for a Nobel Prize in Literature (2006). Según ella, los chinos consideraban que ganar el Nobel era importante para presentar a la nación ante la prensa y los medios culturales del Occidente como “una poderosa y moderna civilización internacional a finales del siglo”. Pero no sabían a que escritor ni que tendencia literaria presentar. Se sentían frustrados porque sus dos principales figuras a considerar eran Bei Dao, que se había exilado, y Mo Yan quien consideraban no tenía un papel lo suficientemente importante en el sistema literario oficial.

Ya iban perdiendo entusiasmo cuando Gabriel García Márquez ganó el Nobel en 1982. Se sorprendieron de que una nación subdesarrollada de un continente tercermundista pudiera ganar el premio (ignorando que ya Gabriela Mistral, Miguel Angel Asturias y Pablo Neruda lo habían ganado anteriormente), China tenía que seguir ese ejemplo. Comenzaron a apoyar a escritores que siguieran la línea del realismo mágico del Gabo, ya que pensaban que China tenía más tradiciones de leyenda que América Latina. Según la académica Catherine Yeh, el triunfo del colombiano “…mostró a los jóvenes escritores chinos que el atraso económico no impedía a una nación producir literatura de primera”. En 1985 se acrecentó el entusiasmo ya que el sinólogo sueco Goran Malmqvist fue nombrado a la Academia Sueca que concede el premio. A través de él comenzaron los cabildeos. Pero el Nobel no llegaba.

El cine, de la mano de Zhang Yimou con su película Sorgo rojo (1987), basada en una novela escrita por Mo Yan, quien también colaboró en el guión, se adelantó a la literatura en alcanzar aceptación en Europa y Estados Unidos. La película ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 1988. Yimou fue aclamado en el Occidente pero criticado en China por presentar una versión folclorista de China, para el agrado de los prejuicios extranjeros. Yimou continuó teniendo éxitos con Ju Dou (1990) y Raise the Red Lantern (1991), hasta que se convirtió en un director de películas comerciales repletas de efectos especiales. El favorito de los chinos era Chen Kaige, quien también conquistó al Occidente con Farewell My Concubine (1993), Temptress Moon (1996) y The Emperor and the Assassin (1998). La política cultural entonces se giró a influenciar para que los directores de cine llevaran a la pantalla adaptaciones de obras de escritores chinos. Pero en el cine el guión es secundario y esto tampoco resultó en un Nobel. Ya a mediados de la década de los noventa, se abandonó el cabildeo por el Nobel como política oficial y los escritores chinos, a medida que la economía adoptaba los principios capitalistas, se lanzaron a escribir para ganar dinero sin importar mucho el prestigio literario.

El complejo del Nobel se renovó cuando el premio le fue concedido en el 2000 a Gao Xingjian, novelista y dramaturgo que desde 1987 vivía exiliado en París. El gobierno lo tomó como una ofensa y todavía hoy el nombre de Gao está censurado en China y de ese Nobel no se habla oficialmente. La segunda ofensa vino cuando en el 2010 se le concedió el Premio Nobel de la Paz al escritor Liu Xiaobo, un veterano de la Plaza Tienanmen, que guardaba prisión desde el año 2009 cuando fue condenado a once años por ser coautor de la Carta 08, que llamaba a la reforma política en China.

Los dirigentes chinos seguían molestos, pero no encontraban candidato viable. Mo Yan suavizó sus posiciones políticas y se acercó en su escritura a los lineamientos oficiales. En 2005 ganó el Premio al Segundo Sueño del Pabellón Rojo, en el 2009 el Premio Newmann y en 2011 el Premio Mao Dun. Se erigió también como vicepresidente de la gubernamental Asociación de Escritores Chinos. Consolidado tanto en los medios culturales chinos como en los internacionales, fue visto por las autoridades culturales como el principal candidato y volvió el cabildeo a través del ya casi nonagenario Malmqvist. Al recibir hace unos días el Nobel de Literatura, el gobierno chino se sintió aliviado, pero muchos intelectuales chinos, entre los que se cuenta Ai Weiwei, así como varias publicaciones chinas tanto en la propia China como entre los exiliados, han protestado el premio como una maniobra política para apaciguar al gobierno chino y se refieren a Mo Yan como a un figurón. Mo Yan es también un apodo, que quiere decir “No hables”. Su verdadero nombre es Guan Moye.

No soy experto en literatura china y no he leído nada de Mo Yan, asi que no puedo opinar sobre su calidad literaria. Del Nobel anterior, Gao Xingjian, me leí Soul Mountain, una inmensa novela, y no me tocó. Después de todo, mi mayor relación con la cultura china es gustativa, desde que cuando niño mis padres me llevaban al restaurante Pekín, en la calle 23 casi esquina a 14, al cual seguí yendo hasta mi partida definitiva, lo cual me permitió observar tristemente su decadencia, del restaurante Saigón, que se encontraba al lado de la antigua Casa Vasallo, en 5ta. Avenida y calle 42, que después del sesenta devino en la primera diplotienda y que al ampliarse esta fue clausurado el Saigón sin llegar a ser Ciudad Ho Chi Minh, y del Hong Kong, situado en 23 y 26, que después se renombró Yangtsé, en cuyo edificio me caí de una escalera a los tres años y me fracturé la clavícula (nunca se me olvidan los tres meses que tuve el hombro y el brazo enyesados). A finales de los sesenta solía ir con unos amigos al cine Aguila de oro, en el barrio chino habanero, donde ponían películas de Kung Fu, con subtítulos en mandarín, cantonés, inglés y español, por lo que de pantalla solo quedaban libres unas pulgadas a través de las cuales se adivinaba la acción, una tarea ardua en medio de tratar de evitar sentarse donde lo habían hecho los pajeros de la noche anterior. Luego leyendo el Tao Te Kin, algunas cosas de Budismo Zen y aprendiendo a tirar el I Ching. He visto bastante cine chino, pero prefiero las producciones taiwanesas (Yi Yi) y las de Hong Kong (In The Mood for Love, Chungking Express). Pero nada de esto me explica a Mo Yan ni me ilumina respecto a su calidad literaria.

 
Roberto Madrigal

Monday, October 8, 2012

Ajedrez dadaísta: Duchamp, Capablanca y Fischer



El día doce de octubre se celebrará en Argentina el Festival de Ajedrez Marcel Duchamp. Este no es el único torneo que se celebra en conmemoración de la figura del artista. Desde el año 2009 se vienen celebrando torneos magistrales utilizando su nombre y organizados más o menos por el mismo equipo de entusiastas y patrocinadores.

Fue en Buenos Aires, en 1918, cuando Duchamp comenzó a dedicarse con seriedad al ajedrez. Se encontraba “hastiado de la pintura” pero no del arte y siempre pensó en el ajedrez como un arte al extremo de declarar que “no todos los artistas son ajedrecistas, pero todos los ajedrecistas son artistas”. Su primer interés fue la figura y el juego de Capablanca, cuyas partidas se dedicó a estudiar durante sus meses de estancia en Argentina. Nada más lógico, por entonces Capablanca era un dadaísta del ajedrez. Su estilo, a pesar de utilizar todos los elementos clásicos, cambió la forma en la cual hasta entonces se jugaba. Su diafanidad y su lógica simpleza resultaban completamente ilógicas a la mente de los ajedrecistas modernos. Fue hasta cierto punto uno de los primeros “hipermodernos”. Otra de sus ideas renovadoras era su teoría de que para aprender a jugar al ajedrez había que empezar entendiendo el final. Nada más aparentemente surrealista.

Duchamp, que cambió el entendimiento que se tenía del arte y que al igual que Cézanne, era un adelantado en comprender que nuestras percepciones están afectadas por el cerebro, que el mundo que percibimos es una ilusión que se desmenuza en la retina y se recrea en la corteza cerebral, pero que la experiencia artística trasciende todo eso por ser un fenómeno privado, comprendió muy bien lo que quería decir Capablanca y vio en el ajedrez otro campo en el cual extender sus conceptos artísticos.

Fue un ajedrecista mucho mejor de lo cual la mayoría de la gente piensa, a pesar de la gran cantidad de material escrito sobre su juego, incluyendo el libro en dos volúmenes The Chess Biography of Marcel Duchamp, del checo Vlastimil Fiala. Esta subestimación quizá se deba a que no llegó en ajedrez al mismo nivel que en el resto de su arte. En 1922 participó, en el Club Marshall de Nueva York, en una sesión de simúltaneas en la cual veinticuatro jugadores se enfrentaron a Capablanca. Duchamp fue uno de los veinte derrotados. Pero se dedicó al ajedrez por casi cincuenta años y fue altamente influenciado por Aaron Nimzowitsch,el padre del ajedrez hipermoderno. Llegó a ser campeón de Paris y participó en cinco olimpíadas de ajedrez como miembro del equipo francés, uno de los cuales, en un giro dadaísta, fue capitaneado por el campeón mundial Alexander Alekhine, el vencedor de Capablanca y en una de las rondas Alekhine se tuvo que ausentar y nombró a Duchamp como su substituto lo cual lo enfrentó al americano Frank Marshall, el hombre en cuyo club se organizó la sesión de simultáneas en la cual Duchamp enfrentó a Capablanca. Entre las décadas del veinte y el treinta jugó contra los maestros más importantes del momento en distintos torneos internacionales, si bien es cierto que perdió con la mayoría de ellos. Su pasión por el ajedrez arruinó su primer matrimonio con Lydie Sarrazin, a quien culpó de sus derrotas en un evento en Niza por verse obligado a satisfacer sus apetitos sexuales.

Aunque por muchas razones, después de la guerra mundial su actividad ajedrecística fue más limitada, continuó con su afición al juego y a mediados de los cincuenta se interesó grandemente en el estilo de Robert Fischer, otro innovador del ajedrez que creó, entre otras cosas, el dadaísta principio de la inestabilidad forzada, algo todavía incomprensible para la mayor parte de los ajedrecistas. Para Duchamp, observar a Fischer en acción era como ver “a un derviche a punto de pasar al otro lado de la iluminación”.

Duchamp también buscó intersectar el arte con el ajedrez en repetidas ocasiones, desde su ready made Trebuchet (1917), una obra que se inspira en un problema de ajedrez en el cual al que le toca jugar le toca perder, pasando por su aparición en el primer filme de René Clair, Entreacto (1924) un corto de 22 minutos escrito por Francis Picabia y Clair, en el cual Duchamp juega una partida de ajedrez con Man Ray, hasta su partida en vivo, a manera de instalación, en Philadelphia en 1963, en la cual enfrenta a una completamente desnuda Eve Babitz.

En su vida entra de forma breve el gran maestro inglés Raymond Keene, quien en 1968, poco antes de morir Duchamp, se convirtió en el asesor” del músico John Cage, otro revolucionario del arte, en las partidas que estos jugaban en Londres y en Cadaqués y que invariablemente ganaba Duchamp. Keene es otro personaje de naturaleza dadá que con el tiempo se ha convertido en una de las figuras más controversiales del ajedrez mundial. Aparte de ser un jugador destacado, ha sido organizador de varios campeonatos mundiales, columnista de varios periódicos británicos autor de decenas de libros, acusado de agente de la KGB y luego de la CIA y denigrado como plagiador y como superficial en sus trabajos sobre arte y ajedrez. Keene es uno de los principales estudiosos del ajedrez de Duchamp y en un largo ensayo titulado Marcel Duchamp: The Chess Mind, trata de establecer nexos entre el nacimiento del hipermodernismo en ajedrez y el movimiento dadaísta.

Conocí a Keene durante la olimpíada de ajedrez de La Habana en 1966. Yo era apenas un adolescente fanático del ajedrez y Keene era apenas un par de años mayor. Me llamó la atención ver a un joven de 18 años vestido con cuello y corbata en los momentos en que para nosotros no se podía vestir otra cosa que blue-jeans. Para mayor sorpresa, al preguntarle su opinión sobre los Rolling Stones, me respondió, tartamudeando, que eran “deplorables” y ante mi asombro me dijo que eso era música comercial, que me enviaría a mi y a un amigo, unos discos del verdadero rock innovador, meses después nos llegó un pequeño vinil de dos canciones del grupo Traffic, para mi desconocido hasta entonces, nunca se me olvidará que la canción que más me llamó la atención fue Here We Go Round the Mulberry Bush y solo años después entendí mejor la importancia de este grupo en el mundo del rock underground y mi arrogante ignorancia de aquellos tiempos.

A Keene y a otro jugador inglés, William Hartston, logramos, ni me acuerdo como, un grupo de amigos y amigas, llevarlos hasta Cubanacán, el antiguo reparto Biltmore, a fiestas en casa de Juan Fernández, entonces un gran amigo, un talentoso y brillante personaje, que de perseguido pasó a perseguidor. No sé cómo salimos ilesos de esas incursiones en las cuales se jugaba ajedrez y se escuchaba música prohibida hasta muy avanzada la madrugada. Al equipo inglés no le fue bien en esa olimpíada. La casa de Juan, que fue un quimérico centro de reuniones de un par de generaciones por muchos años, continuando un ciclo de causalidades y casualidades oníricas, finalmente salió ominosamente descrita en el libro Castro’s Final Hour del periodista Andrés Oppenheimer, ya que Juan la había permutado con uno de los hermanos de la Guardia, involucrados en el célebre caso Ochoa. Nos mantuvimos en contacto con Keene por unos tres años y nos mandaba libros y discos, pero después se nos fue del radar y finalmente se convirtió en una noticia distante para nosotros.

Pero el ciclo dadaísta de Duchamp con el ajedrez no termina ni después de su muerte. El organizador del torneo que se celebrará a partir de esta semana en Argentina, es un Arbitro Internacional y Maestro FIDE que se llama Blas Pingas.

 

Roberto Madrigal

Monday, October 1, 2012

Avatares de la Rusia actual



El cineasta Andrei Zvyagintsev (Novosibirsk, 1964), se enmarca dentro de la línea desarrollada mayormente por autores como Andrei Tarkovski, Serguei Bodrov, Alexander Sokurov y Alexei Balabanov, de hacer un cine de indagación existencial que explora las raíces del alma rusa y su dilema eurasiático.

Rusia es un país que siempre ha intentado inclinarse al occidente y sus valores culturales para defenderse de las invasiones mongolas, kalmukas y magiares que se adentraron en sus territorios orientales, esas grandes llanuras desprovistas de protección geográfica, quienes saqueaban sus riquezas naturales y dejaban su impronta en el carácter nacional. Tanto tuvieron que batallar de cara al este que los rusos no tuvieron acceso al renacimiento europeo. Hasta principios del siglo diecinueve, la aristocracia rusa, para compensar esa carencia cultural y con un obvio complejo de inferioridad, prefería hablar en francés. Sin embargo, el instrumento de identificación nacional, la balalaika, fue traído a caballo por los kazajos del Asia Central. En un país que en los últimos doscientos años ha carecido de un parlamento democrático y de una prensa libre, las artes se convirtieron en la arena adecuada para el debate político, filosófico y religioso, una de las razones por las cuales sus movimientos artísticos siempre han tenido una importancia tan grande dentro de sus fronteras y un impacto tan fuerte en el resto del mundo, principalmente el occidental. Durante las décadas soviéticas, el cine se convirtió en la forma artística más importante tanto como elemento fundamental de la propaganda oficial que como foro de cuestionamiento ideológico y estético. De cierta manera, esto ha continuado en una parte de la cinematografía rusa postsoviética.

Elena (2011), comienza lentamente haciéndonos asistir a la rutina matinal de Vladimir, un sexagenario rico y Elena, una mujer al menos diez años más joven, su acompañante. Al principio no sabemos exactamente cuál es su relación. Duermen en habitaciones separadas, ella se encarga de cuidar de sus necesidades y se relacionan de una manera entre distante y familiar, con un respeto deferente. Cada cual padece un trauma de su pasado. Vladimir sufre a una hija distante, solamente interesada en su riqueza. Elena padece de un hijo lumpen, con una familia sumida en la más abyecta pobreza que trasmite a las nuevas generaciones.

A medida que la cinta avanza sabemos que Vladimir pudo haber sido un militar de alto rango o un ex-agente de la KGB, que usó su posición en la jerarquía soviética para enriquecerse como empresario en la transición al postcomunismo. Elena era una simple ayudante de enfermera que lo conoció en un hospital durante un ingreso por un ataque de apendicitis. Nos enteramos después que se conocen desde hace diez años y están casados desde hace dos. Mantienen una relación de amo y sirvienta, con esporádicos escarceos sexuales.

Vladimir vive en un apartamento muy moderno con todos los lujos de la tecnología actual. Maneja un Audi, va al gimnasio por las mañanas y ya está retirado de sus negocios. Es un hombre culto. Su hija es una mujer elegante, cínica y racional. Son la representación de la Rusia europea. La familia de Elena vive en un vecindario de edificios prefabricados, indistinguibles, que conforman un paisaje deprimente que parece ser multiplicado por un efecto especular. La única interrupción a la monotonía visual es una planta eléctrica a una pedrada de distancia. Los adolescentes se pasan borrachos todo el tiempo que puedan y son de naturaleza agresiva. Elena y su familia encarnan la Rusia asiática. Vladimir viste con elegancia parisina mientras que Elena, a pesar de un aparente refinamiento, se pone hasta un pañuelo en la cabeza a la usanza de las babushkas. No se puede pasar por alto que a Vladimir lo interpreta Andrei Smirnov, un importante actor y director contestatario del cine soviético de los años setenta. Zvyagintsev cuida minuciosamente de todos los detalles.

En medio del discreto encanto de la nueva clase rusa, Vladimir sufre un infarto casi fatal. Enfrentado a su mortalidad, al salir del hospital le revela a Elena que va a redactar su herencia, en la cual dejará todas sus propiedades a su hija y a Elena una pensión. Ya Elena le había reprochado que se pasara el tiempo malcriando a su hija malagradecida mientras él le niega el dinero que Elena le pide para sobornar a las autoridades escolares y lograr que su nieto, una bala perdida que se asocia con los delincuentes juveniles de su vecindario, pueda ingresar a la universidad que no merece por sus malas notas, y evite ser reclutado por el ejército y enviado a la guerra en Osetia. Al escuchar los propósitos de Vladimir con su herencia, Elena entra en callada cólera y blande su cimitarra esteparia. Con su habitual paciencia, desarrolla un ingenioso plan para eliminar a Vladimir y quedarse con todos los derechos que la ley otorga a una esposa cuando no existe un testamento por medio. De paso, se va a quedar con unos cuantos miles de euros en efectivo que Vladimir guarda en una caja fuerte a cuyo código ella tiene acceso. Tras resolver los problemas inmediatos y mientras espera se litigien los conflictos sobre el legado de Vladimir, muda a su familia al moderno apartamento.

Zvyagintsev, quien con sus dos primeros largometrajes, The Return (2003) y The Banishment (2007), ya había explorado esta temática y se había situado a la vanguardia artística de los directores rusos contemporáneos, dejaba ver en ellos la influencia de Tarkovski de manera muy directa. Con Elena, su tercer largometraje logra establecer un estilo propio. La película no solamente cuenta con excelentes actuaciones de todos los actores, que se desempeñan con un crudo naturalismo de manera tal que no parecen ni esforzarse en sus interpretaciones de estos personajes tan traumatizados pero tan cotidianos, sino que también se beneficia de la excelente fotografía de Mijail Krichman, quien maneja elegantemente la iluminación de cada plano, dejando que la cámara capte los matices del color con el paso de las horas. Pero lo más importante es que el director, quien también escribió el guión, ha logrado expresar, mediante un argumento que balancea lo banal con lo truculento, pero narrado en un tono intimista, el tema ancestral que golpea la conciencia rusa. Mesuradamente, sin pomposidad, ha creado un microcosmos a través del cual uno puede asomarse a la Rusia de hoy, que aun sin resolver su dicotomía cultural entra en una etapa sociopolítica nunca antes por ella explorada. Curiosamente, la película ganó en el 2011 los premios de mejor dirección y mejor actuación (a Nadezhda Markina por su interpretación de Elena) en el festival de la Pantalla Asiática y Pacífica que se celebra en Australia y el muy europeo premio especial de Una Cierta Mirada que concede el festival de Cannes.

Elena (Rusia 2011). Director: Andrei Zvyagintsev. Guión: Andrei Zvyagintsev y Oleg Negin. Fotografía: Mijail Krichman. Con: Andrei Smirnov, Nadezhda Markina, Elena Lyadova, Alexei Rozin y Evgueniya Konushkina. La película ha sido estrenada ampliamente en los Estados Unidos y en Europa. Saldrá en DVD a finales de octubre.

 
Roberto Madrigal