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Friday, February 27, 2015

El estalinismo y la degradación del hombre sin importancia


Un personaje sin nombre, que narra en primera persona, comienza a recordar su amistad con su mejor amigo de una infancia que transcurre en los inicios de la Revolución Rusa. Sasha, el amigo, es un remanente de la aristocracia rusa. Su padre es un judío converso, un eminente abogado de Járkov,  de “…En aquellos tiempos remotos la traición todavía despertaba asombro y se pagaba por ella un precio mucho mayor que ahora”.

El narrador es un ciudadano de la quinta categoría: “otros”, por ser hijo de un artesano judío. Un hombre cuya vida queda definida por un cuestionario oficial. Alguien sin derecho a cursar altos estudios o a aspirar a buenos trabajos.

Cuarenta años después se pone en contacto con la esposa de su amigo Sasha, quien ya había muerto durante la guerra. A partir de ahí, el narrador comienza a hacer un recuento de su vida y de la época que le tocó vivir, mediante viñetas, anticipos de cartas que nunca envía, breves monólogos y encuentros casuales. Esto le permite no solo observar y recapacitar sobre sus avatares, sino ajustar cuentas consigo mismo y con su generación. Es el recorrido de la vida de un hombre insignificante en un período histórico de gran trascendencia para toda la humanidad.Conjuga perfectamente la cotidianidad de un hombre sin rostro público con la información de los desastres históricos.

El difunto bloque soviético parece ser una cantera inagotable de literatura de gaveta. La quinta esquina, la novela de Izraíl Métter, fue escrita en 1967 y publicada en 1989, ha sido recientemente traducida al español por Selma Ancira y aún no se ha llevado al inglés. La aparición de obras como ésta obliga a repensar la literatura del período soviético y la nueva visión de la historia que se puede apreciar con la publicación de este tipo de obras huérfanas, salidas necesariamente a destiempo. Los críticos tendrán que replantearse los tópicos generacionales y los historiadores tendrán que hurgar de nuevo en la fuente más valiosa que existe para estudiar los problemas del totalitarismo: la literatura.

Métter, nacido en Járkov en 1909, tuvo que vagar por todos los territorios soviéticos, como un Buscón de la tundra, sobreviviendo de diversos oficios, inventándose una historia para escapar del cuestionario que lo definió y lo atrapó desde pequeño, segregándolo de todas sus aspiraciones. Escribió, y guardó, guiones cinematográficos y otros textos que fueron publicados poco antes de su muerte, como su memoria de familia Generaciones (1992). Entre 1989 y 1996, año en que murió en San Petersburgo, se convirtió en un escritor de culto.

La quinta esquina es una novela relativamente breve, pero escrita con una prosa simple y precisa que a veces alcanza un lirismo sin afeites, directo y punzante. Es una meditación sobre cuarenta años de una vida y es a la vez una meditación sobre la inutilidad de meditar y recordar.

El personaje se enfrenta a la hipocresía de los intelectuales de su generación. En un momento clave de la obra recuerda haber asistido a una conferencia de Zhdanov sobre Zóschenko y Anna Ajmátova. Pero lo que le interesa a Métter es la audiencia, compuesta de intelectuales formados por el sistema: “…unos cuantos centenares de hombres y mujeres instruídos ejercían sobre sí mismos un esfuerzo antinatural…había que paralizar los músculos para no levantarse del lugar, para no gemir, para no perder el juicio…sin embargo, seiscientos representantes de la inteligencia, muchos de los cuales estaban ligados por un infinito respeto personal a Zóschenko y a Anna Ajmátova…escuchaban con respeto a ese hombre prematuramente gordo, de rostro redondo y bigotes de dandi, que caminaba con irritación delante de ellos y decía sus repugnantes y groseras estupideces”.

Métter trata de entender la impasibilidad y la complicidad de su generación con respecto a la figura de Stalin y enjuicia, aún incrédulo: “La gente moría de hambre agradeciéndole la saciedad…El miedo por sí solo no hubiera tenido la fuerza suficiente para mantener a una población de doscientos millones, durante treinta años, en un estado de fervor religioso”.

Tras enfrentar a varias personas, que ya pasado el terror estalinista continuaban sin arrepentirse de sus acciones, a pesar de haber perdido sus posiciones, medita: “Al observar a aquellas personas, que habían servido toda su vida en los órganos, intentaba adivinar quién de ellos había sido el primero en derribar de un puñetazo a Isaak Babel.. Me esforzaba por comprender qué veían ellos ahora, tan temprano por la mañana, cuando elevaban hacia el cielo sus ojos soñolientos.”

Métter, por supuesto, no ofrece respuestas, solamente nos brinda sus dudas sobre la condición humana. Compone su narrativa con una maestría que la hace atemporal y aunque tardía en aparecer, nunca a destiempo. La quinta esquina es una obra que desafía y trasciende su circunstancia. Una obra que viene del olvido y que nunca debe regresar a él. Es un regalo inesperado a lo mejor de la literatura universal.

La quinta esquina. Novela de Izraíl Metter. Libros del Asteroide, Barcelona 2014. 207 páginas.


Roberto Madrigal

Saturday, February 21, 2015

Los Oscares del 2015



Este domingo 22 de febrero vuelve la fiesta de Hollywood. Obras exclusivas de diseñadores famosos, joyas y oropel desfilarán por la alfombra roja y un poco más tarde, dentro del Teatro Dolby de Los Angeles, resonarán los discursos congratulatorios a productores, agentes, familiares y a los actores mismos, alguien mencionará una causa universal, agradable a todos los corazones dolientes y los interminables discursos tendrán que ser interrumpidos por la musiquita de fondo. Como en los custro años anteriores, trataré de apostar o adivinar los premios de la academia en las siete categorías principales, que son, a mi consideración: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor Estelar, Mejor Actriz Estelar, Mejor Actor Secundario, Mejor Actriz Secundaria y Mejor Película en Lengua Extranjera. En el 2011 predije correctamente cuatro de los siete. En el 2012 acerté en cinco. En el 2013 volví a predecir cuatro ganadores. El año pasado adiviné seis de siete. No creo que repita ese acierto.

Estas predicciones no tienen que ver necesariamente con mi gusto personal. Llego a ellas en base a una serie de indicadores, como galardones obtenidos por los filmes nominados en otras premiaciones anteriores como los Globos de Oro, los premios BAFTA y los premios que conceden los sindicatos de actores y de directores de Hollywood. También reviso la historia de los óscares en los últimos años para detectar tendencias y favoritismos. No es una ciencia exacta y a veces las cosas se enredan, pero es posible acercarse bastante a los resultados si uno analiza estos detalles. Este es un año difícil en un par de categorías, pues  en la mayoría de ellas los premios anteriormente mencionados los han ganado los mismos nominados.

Mejor actriz secundaria: Este año, esta es una de las categorías más fáciles de predecir. Patricia Arquette, por su trabajo en Boyhood, se ha ganado todos los premios hasta ahora concedidos. Está muy bien en su papel  y es lo más seguro que gane también el premio de la Academia. Las otras nominadas son: Emma Stone (Birdman) y Laura Dern (Wild) por papeles tan efímeros que uno ni se acuerda que pasaron por la pantalla. Meryl Streep por un mediocre papel en la pésima Into the Woods, que lo puede hacer durmiendo y la única contendiente respetable es Keira Knightley por su rol en The Imitation Game, en el cual está muy bien, pero no creo que tenga el menor chance.
Va a ganar: Patricia Arquette.  Debe ganar: Patricia Arquette.

Mejor actor secundario: Esta es probablemente la categoría más fácil de escoger. Mark Ruffalo (Foxcatcher) y Robert Duvall (The Judge) están perfectos en sus respectivos papeles. Edward Norton (Birdman), está muy bien pero su papel es demasiado breve. Ethan Hawke (Boyhood) está injustamente nominado ya que me parece que lo único que demuestra es ser uno de los peores actores del momento. J.K. Simmons se ha ganado todos los premios anteriores, muy merecidamente por su papel en Whiplash. No solamente está impecable, sino que es un rol casi estelar, en el cual descansa la película. Aquí no hay misterio.
Va a ganar: J.K. Simmons.  Debe ganar: J.K. Simmons.

Mejor actriz en papel estelar: Aunque en esta categoría cualquiera de las nominadas se merece el premio, todo parece indicar que Julianne Moore se va a llevar la estatuilla sin discusión. Felicity Jones (The Theory of Everything), Rosamund Pike (Gone Girl), Marion Cotillard (Two Days, One Night) y Reese Witherspoon (Wild) están magistrales en sus respectivos papeles, pero Julianne Moore se ha ganado todos los premios ya concedidos por su actuación en Still Alice, como una científica que sufre de Alzheimer’s prematuro. No solamente da la nota perfecta, sino que este tipo de personajes de individuos con enfermedades terminales que luchan por mantener su dignidad es siempre un favorito de Hollywood.
Va a ganar: Julianne Moore.   Debe ganar: Julianne Moore.

Mejor actor en papel estelar: De nuevo, todos están muy bien y el premio nunca iría a parar a manos equivocadas. Aunque no me gusta para nada, Michael Keaton ha hecho el mejor papel de su mediocre carrera en Birdman. Steve Carrell (Foxcatcher) y Bradley Cooper (American Sniper) cumplen sus roles con precisión histriónica, pero Benedict Cumberbatch (The Imitation Game) y Eddie Redmayne (The Theory of Everything) están espectaculares en sus roles de dos personajes que también son favoritos de Hollywood. Por un lado, el homosexual que a pesar de su genio, su entrega y el servicio prestado es finalmente castigado por su inclinación sexual en la Inglaterra de posguerra, que aún sirve como metáfora de la crueldad anti-homosexual y por el otro  el genio atrapado por la enfermedad en su propio cuerpo y que se mantiene firme en sus luchas, sus creencias y sus principios. Además ambos están basados en personajes reales (Alan Turing y Stephen Hawking) y se las han arreglado para darles la complejidad que requiere la ficción. Redmayne ha ganado los premios anteriores y Cumberbatch ninguno, lo que lo pone en situación difícil. La sorpresa pudiera ser Keaton, quien ganó el Globo de Oro por actor de comedia.
Va a ganar: Eddie Redmayne.  Debe ganar: Benedict Cumberbatch.

Mejor película en lengua extranjera: Por lo general, este premio lo gana la película que una mayor cantidad de miembros de la academia pueden ver. La mayoría de las nominadas son películas que se exhiben apenas una semana en Los Angeles y New York para que califiquen al premio. He visto solamente dos de estas finalistas, ya que Leviathan la estrenan por estos lares dos días después de que escriba esto. No he visto ni Relatos salvajes, la película argentina que ha tenido mucho éxito de público dondequiera que se ha estrenado, incluyendo el pasado Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, ni Mandarinas, la que representa a Estonia. Vi Timbuktu, que compite por Mauritania y que es una muy buena película pero que está muy distante de Ida, de Polonia, mi favorita y la cual para mí fue el mejor estreno del año pasado. Ida ganó el BAFTA, pero perdió el Globo de Oro contra Leviathan, la rusa, que veré pero no he visto y que, quizá apoyada en los sentimientos anti-Putin y como se dice que la película tiene mucho de crítica al sistema putinesco, puede que tenga buenas posibilidades de imponerse. Dicen que es muy buena pero se ha visto mucho menos que Ida.
Va a ganar: Ida.   Debe ganar: Ida.

Mejor película: En una situación parecida al año pasado, la selección de la mejor película pienso que se deberá a lo que los votantes decidan hacer con Boyhood y con Birdman, ya que ambas están nominadas como película y como director. Ninguna de las dos me convencieron y Birdman me parece mejor que Boyhood. Hollywood está infatuado con ambas y prácticamente habría que tirar moneda al aire para decidir. Las restantes están de acompañamiento. Solamente The Grand Budapest Hotel, que ganó el Globo de Oro por mejor comedia, tiene un chance remoto (el resto de la comparsa lo componen Whiplash, Selma, American Sniper, The Imitation Game y The Theory of Everything). Boyhood ganó el BAFTA y el Globo de Oro, por lo que siguiendo esa línea de razonamiento, apuesto por ella.
Va a ganar: Boyhood.  Debe ganar: American Sniper.

Mejor director: Dejo esta categoría para última porque dada la predicción anterior, se convierte en su complemento.  Birdman es la otra favorita del establecimiento y si premian Boyhood como película entonces me parece que los votantes, pretendiendo hacer justicia, premiarán a su director como el mejor. Alejandro González Iñárritu (Birdman) ganó el premio del sindicato de los directores, aunque Linklater, por Boyhood, ganó el BAFTA y el Globo de Oro. Esta es otra categoría difícil de predecir y aunque me cuesta trabajo pensar que Hollywood se atreva a premiar dos mejicanos seguidos (Cuarón ganó el año pasado), me arriesgaré a predecir que Iñárritu ganará. De los otros competidores Bennett Miller (Foxcatcher), Morten Tyldum (The Imitation Game) y Wes Anderson (The Grand Budapest Hotel) solamente este último tiene un lejanísimo chance. Aunque no es inusual, por regla general la Academia no da el premio de director y de película a la misma obra.
Va a ganar: Alejandro González Iñárritu.  Debe ganar: Alejandro González Iñárritu.

Roberto Madrigal


(Este artículo salió publicado el 20 de febrero en Cubaencuentro)

Monday, February 9, 2015

Fundamentalismos


Dunkinsville no es más que un lugar en el mapa de Ohio, específicamente en el condado Adams. No creo que su población se pueda estimar. Es una iglesia y cuatro casas desvencijadas, muy distantes entre sí. Se encuentra a poco más de una hora de Cincinnati que, con su relativo cosmopolitismo, es meramente una ciudad que fue. Menos de una hora más allá de Dunkinsville se encuentra Portsmouth, una aldea que fue, cuando el comercio fluvial era importante y Mark Twain navegaba por el río Ohio. O sea, está en el mismo medio de la nada.

No me interpreten mal. Me gusta y disfruto Cincinnati, donde vivo hace más de treinta años. Con sus viejas leyendas de Twain, de Sherwood Anderson, de Robert Lowry, de Harriet Beecher Stowe y del gordo Taft, el presidente que se dice que al sentarse, rompió un inodoro en la Casa Blanca. Con su leyenda de Kings records, de donde salieron Aretha Franklin y James Brown. Con su perenne conexión con Cuba, desde el debut de Rafael Almeida y Armando Marsans con los rojos de Cincinnati en 1911, pasando por Leonardo Cárdenas y Tony Pérez y ahora con Aroldis Chapman, así como con la cantidad de excelentes bailarines que por aquí han pasado, desde Nelson Madrigal y Lorna Feijóo hasta la actual cosecha de estrellas que integran el ballet de la ciudad y que incluye a Cervilio Amador, Yosvani Ramos, Rodrigo Almarales, Romel Frómeta, Gema Díaz, Ana Gallardo y Julio Concepción. Pero Dunkinsville está más allá de las fronteras de la imaginación.

Hace más de veinticinco años que pongo el piloto automático y visito, unas tres veces al año, el área de Dunkinsville. Ya ni me acuerdo de los números de las carreteras (a no ser que revise en Google), sólo sé que al llegar a la más que humilde iglesia metodista, debo hacer derecha en la próxima intersección y subir la colina, a través de una estrecha vía con pequeños pero peligrosos riscos al costado de sus curvas, hasta la Pastelería, Mercado y Mueblería Miller, que es mi verdadero destino.

Los Miller, que son hoy en día unas cuatro familias que viven en casas aledañas cercanísimas al mercado, tienen una peculiaridad, que es la que siempre me ha interesado: son Amish de la Vieja Orden.

Los Amish son un grupo religioso compuesto por los seguidores fieles de las doctrinas del pastor suizo Jakob Amman, un disidente de los Anabautistas, quien comenzó el movimiento en 1693. Debido a la persecución que sufrieron, escaparon a Holanda primero y finalmente, ya en el siglo diecinueve, a los Estados Unidos, principalmente a Pennsylvania y más tarde a zonas de Ohio, Indiana y Nueva York. Otros grupos se esparcieron por todos los Estados Unidos y algunos países de Latinoamérica, principalmente México y algunas zonas de América Central, pero estos son los grupos menonitas menos ortodoxos.

Los de la Vieja Orden no solamente han mantenido sus costumbres, sino hasta su dialecto, una mezcla de suizo-alemán con holandés que se refleja en su acento cuando hablan inglés, al cual le llaman “Holandés de Pennsylvania”. Son un grupo cristiano extremadamente conservador y tradicionalista. Si la palabra fundamentalista no existiera, habría que inventarla para describir a los Amish de la Vieja Orden.

Se rigen por una serie de cánones que tienen que observar estrictamente. La electricidad no llega a sus casas (las que conozco son grandes casas de dos plantas, pintadas de blanco y mantenidas impolutas). No estudian más allá del octavo grado, en sus propias escuelas,  porque lo consideran inútil. Sus ropas son solamente de colores azules, grises, negros y blancos y no usan botones. Las mujeres no pueden usar maquillajes y en general se cubren la cabeza con un gorrito y se recogen el pelo en un moño. Los hombres se dejan la barba y solamente usan camisas de mangas largas. Llevan por lo general un sombrero. Los grupos no pagan impuestos de seguro social ni seguros privados. La comunidad se encarga de pagar por los gastos médicos y el cuidado de los ancianos. Alaban lo que llaman el “plain look”, o sea el lucir sencillo. En la mejor tradición de Jesucristo, son extraordinarios carpinteros. También se dedican a la agricultura y a la producción de derivados lácteos. Sus quesos y sus mantequillas son excelentes.

Aunque el 90% de los que crecen en esta religión permanecen en ella, no es por supuesto, un grupo sin problemas, ni completamente atractivo y pintoresco. Tienen, entre otras cosas, los problemas que confronta una comunidad cerrada que rechaza las influencias externas: la endogamia y los problemas genéticos que genera. Hay en su religión, como en toda religión monoteísta, un tufo autoritario y despótico. Un mesianismo insoportable. Es una comunidad estrictamente controlada y reprimida, aunque sea por deseo propio.

Pero lo que me interesa y me llama la atención de los Amish y mi experiencia con los Miller, más allá del par de muebles maravillosos que les he comprado (entre ellos un comodísimo sillón), de los quesos, panes de canela, pasteles de manzana y tubos de mantequilla que he consumido, es el hecho de observar una comunidad que vive bajo sus propias reglas, a pesar de que no tienen la necesidad de hacerlo.

Los Miller, y los Amish en general, son comerciantes prósperos. Sus mercancías son caras. No son aquellos religiosos que se refugian en sus creencias para esconderse de su pobreza material y de sus pequeños problemas existenciales y de sus vidas sin salida. Estos son verdaderos creyentes que aceptan sus limitaciones y la voluntad de su dios. Viven rodeados de tecnología y solamente se adaptan a ella para poder mantener sus costumbres espartanas. No les interesan los valores del mundo que los rodea.

Al visitar el mercado y la finca uno interactúa con individuos comedidamente amistosos, que te miran de frente y a los ojos. Cuando mi esposa y yo, o los invitados que nos acompañan, hablamos en español, nos miran con curiosidad, sobre todo los niños, pero con respeto, como debemos mirarlos a ellos cuando intercambian en su dialecto. Aunque para algunos quizá sean los saltimbanquis del circo, ellos se mantienen inalterables en su cordialidad. Además, como buenos negociantes, no discuten con el cliente.

Miran al intruso con desdeño. Piensan que el suyo es el camino correcto y allá el resto del mundo. No hay el menor interés en hacer proselitismo. Viven su fe y dejan vivir al descreído, que ya Dios se encargará del resto. Los Amish demuestran que el fundamentalismo no tiene que llegar al terrorismo ni al extremismo político. No envidian la vida de los otros porque la pudieran vivir si quisieran.

Los terroristas islámicos que tantos nos acosan en nuestro tiempo son el producto de un fundamentalismo manipulado. Todas las religiones son proclives a crear grupos extremistas pues su mensaje es siempre ambiguo. Se expresan en parábolas y metáforas. Unas más ridículas que otras, pero todas graves y cursis. Todas inducen al fanatismo. Pero los terroristas responden a una envidia o rencor por el estilo de vida de quienes atacan, quizá porque, a diferencia de los Amish, ellos quisieran vivir como sus enemigos y al resultarles imposible, deciden atacar un modo de vida que les resulta atractivo pero elusivo.

Como señalara Zizek en un reciente artículo, el hombre occidental ha perdido sus convicciones. La derecha y la izquierda liberal se mueven entre la intolerancia y el paternalismo complaciente. Lo que se necesita es un discurso capaz de enfrentar la desigualdad social, la xenofobia, el racismo y el segregacionismo, que incorpore los valores occidentales que de una manera u otra todo el mundo desea y que brinde verdaderas oportunidades de integración a los grupos inmigrantes. Que no se quede en la palabrería políticamente correcta, con su tolerancia condescendiente y  que de veras defienda la universalidad de los postulados modernos de igualdad, libertad y fraternidad, sin prometer utopías absurdas e irrealizables.

Mientras tanto, ahí seguirán multiplicándose los Miller, entre sus suaves colinas y sus valles maravillosos. Multiplicando su negocio. Manteniendo sus principios y sus costumbres con los mínimos ajustes necesarios para sobrevivir. Un callado ejemplo para todos. Como también es ejemplar la sociedad que les permite vivir así.


Roberto Madrigal