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Saturday, August 29, 2015

Algunos viernes con Juan-Si


Yellow Springs es un pueblucho en medio del suroeste de Ohio. Con unos tres ml quinientos habitantes, ha sido más protagónico en la reciente historia americana de lo que sus dimensiones le concederían. En la década de los cincuenta muchos de sus más destacados pobladores fueron objeto del ojo vigilante del Comité de Actividades Anti-Americanas por las posiciones del profesorado de Antioch College, una universidad liberal con un enfoque abiertamente de izquierda.

En la década del sesenta se convirtió en un paraíso para los hippies. Un lugar en el cual fluían proyectos comunitarios, el amor libre y la marihuana. Si uno se da una caminata por el pequeño centro del pueblito, puede ver decenas de individuos, con las barbas y las melenas ya encanecidas, que todavía no han despertado del estupor de hace cincuenta años.

De aquí procede el comediante Dave Chapelle y aquí aún reside la cineasta Julia Reichert, autora de varios documentales, uno de los cuales, Seeing Red (1983), en cuya producción participé, fue finalista al Oscar. Es un pueblo de población mayoritariamente anglosajona, que se mezcla con los estudiantes de paso. Tiene unos cuantos restoranes y una pequeña cinemateca, The Little Arts Theatre, dedicada a exhibir filmes de arte o alternativos.

Es de acceso difícil, ya que no está cerca de las supercarreteras. No existen McDonald’s, ni ninguna cadena de comida rápida. El consejo de la ciudad se los prohíbe. En su celo por preservar las tradiciones liberales y mantener un ambiente prístino de utopía colectivista, estos viejos hippies progresistas y sus adláteres, se vuelven más fascistas que nadie.

Desde hace diez años, en este pueblo reside Juan-Si González, uno de los más importantes artistas plásticos cubanos. No voy a repasar su currículo, porque haría este artículo largo y aburrido. Me limitaré a señalar que es un artista multidisciplinario, que en 1987 fundó el grupo Arte-De y realizó performances interactivos en las calles de La Habana, así como videos underground muy contestatarios que le causaron más de un dolor de cabeza y varias detenciones. Luego de exilarse en 1993 y se ha dedicado a la fotografía y hacer instalaciones de multimedia. Su trabajo ha sido incluido en diversas exhibiciones y presentado en varios museos de Estados Unidos y Europa, entre los cuales se incluyen el Museo del Barrio, el Miami Art Museum, el Indiana Museum of Art, el Centre Georges Pompidou de Paris y el Slovenia City Art Museum. Juan-Si es tan conocido como el que más y debiera serlo todavía más.

Hace unos tres años, gracias a la intervención de otro artista plástico, Nicolás Lara, conocí a Juan-Si. Solo me lamento de no haberlo conocido antes. Mi trabajo me lleva a la ciudad de Dayton, a unos veinte minutos de Yellow Springs, dos viernes al mes. Siempre que termino temprano aprovecho para darme un salto por allá y reunirme con Juan-Si.  Nos sentamos en uno de los pocos cafés del pueblo, Dino’s o el Emporium, a tomarnos un café o, dependiendo de la hora, entramos en el Ye Olde Trail Tavern a almorzarnos un sándwich o una ensalada acompañadas de un buen vino o unas cervezas. Eso sí, a las dos y media Juan-Si tiene que ir a buscar a su hija Camila a la escuela y yo salgo de regreso a Cincinnati.

En ese par de horas hablamos de literatura, de cine, de arte, de amigos y conocidos, y  sobre todo, de Cuba, porque pudiéramos decir que a nadie le importa más Cuba que a Juan-Si y a mí. Somos intensos con respecto al tema, aunque coincidimos más de la cuenta en nuestros puntos de vistas. Nos agitamos, subimos el tono de la voz y nos damos cuerda mutuamente cuando nos indignamos con los acontecimientos y las injusticias, tanto, que supongo que a quienes nos rodean les parece que estamos al agarrarnos a golpes. A pesar de que Juan-Si es un personaje popular en este pueblo en donde casi todo el mundo se conoce (caminar una cuadra con él puede demorar media hora), no creo que se imaginen el alcance de su arte, ni nuestra obsesión con el cine y el tema cubano (que ambos estamos de acuerdo que nos hace daño).

Porque Juan-Si es un tipo íntegro, incapaz de hacer concesiones con su trabajo ni de arrodillarse para recibir las migajas de un reconocimiento mayor. No pacta. Algunos días se da una vuelta por Cincinnati y allí nos vamos al Great American Ball Park, a ver un juego de los rojos de Cincinnati y a aplaudir a Chapman o a Brayan Peña, los cubanos del equipo. Pero para mí estos viernes en Yellow Springs son un privilegio y un placer que siempre espero que se repitan.


Roberto Madrigal

Tuesday, August 18, 2015

Otros visitantes, los controles represivos y una anécdota


La reciente visita del exsenador y Secretario de Estado americano John Kerry, me trajo el recuerdo de los visitantes de la década del setenta y de las medidas de seguridad que tomaba el gobierno, sobre todo las que sufrí en carne propia.

Yo vivía en Marianao (exactamente en la Avenida 41 # 2819, frente al cine Arenal), en un edificio de dos pisos y cuatro apartamentos en una zona congelada. La ruta de la mayoría de los dignatarios visitantes por entonces pasaba por el frente de mi casa. El ritual de la seguridad era el mismo en anticipo al paso de cada caravana, en la cual siempre Fidel Castro se paseaba en un descapotable al lado de su ilustre invitado. El pueblo, como un rebaño obediente, llenaba los costados de la avenida en un despliegue de apoyo popular que comenzaba desde la salida del aeropuerto. No se escatimaban vítores.

Tres días antes de la llegada de la caravana, venían dos compañeros de la seguridad del estado a registrar la casa (esto en un país en donde no se venden armas). Apenas hablaban, ni yo intentaba cruzar palabras con ellos. Luego repetían el registro el día antes y entonces el día del evento, desde muy temprano en la mañana plantaban a un militar en el balcón de mi casa, que se quedaba ahí hasta unos minutos después del paso del comandante y su invitado de turno. Nadie podía entrar o salir de la casa sin su permiso durante el proceso.

Por lo general eran soldados sin rango, no muy jóvenes. Muy serios, eso sí. Yo no les ofrecía ni café. Ellos no iniciaban conversación. En los cuatro apartamentos de mi edificio plantaban uno en cada balcón(aunque mis vecinos de al lado eran unos técnicos rusos y los de abajo un mayor del ejército y unos viejos comunistas que trabajaban de abogados en el ministerio de agricultura o algo así). En la casa de al lado, que era de dos plantas con un apartamento en cada piso, situaban igualmente un militar en cada terraza. En todas las casa de la cuadra hacían lo mismo. Supongo que esto se repetía a lo largo del paso de la caravana, por lo que hay que imaginarse los miles de militares dispuestos para la seguridad del Máximo Líder y el gasto económico de dichas visitas, aunque esto para el gobierno era lo menos importante. Todo un despliegue de control represivo a costa de lo que fuera.

Pero fue durante la visita de Leonid Brezhnev a fines de enero de 1974 que pasé el susto mayor. Resulta que un amigo y yo, decidimos realizar, con una cámara de ocho milímetros y sin sonido, un documental que íbamos a titular Entusiasmo. La idea era filmar las pomposas y solemnes ceremonias de la Plaza de la Revolución y otros eventos similares, desde la perspectiva del público y contrastar esas imágenes con las del “pueblo” participante en las demostraciones, el sudor, el desinterés, el aguardiente pasando de mano en mano y cosas por el estilo. Habíamos filmado el desfile del 2 de enero con mucho susto y con mucha suerte.

Se nos ocurrió entonces que filmar el paso de Brezhnev sería útil para el proyecto. Nos fuimos para la quinta avenida (esa vez no pasaba la caravana por la avenida 41), deteniéndonos frente a la ahora famosa iglesia de Santa Rita, desde donde empiezan los desfiles de las Damas de Blanco. Le echamos el ojo y filmamos a unos milicianos semidormidos bajo la entrada principal a la iglesia, con una cruz casi encima de ellos. A su lado, varios indolentes conversaban o se pasaban un cigarro de mano en mano. Uno tenía una bandera rusa tirada en el suelo, cerca de las cenizas.

La avenida estaba cerrada por ambos bandos, nosotros nos encontrábamos en el paseo que divide las dos sendas. En menos de tres minutos llegó, en sentido hacia el túnel, un jeep Gaz con cinco militares que se detuvo delante de nosotros y del cual saltaron todos menos el chófer. Nos preguntaron si éramos del ICAIC, les dijimos que no, luego que si teníamos acreditación como prensa nacional o extranjera y les repetimos que no. Entonces nos montaron amablemente en el Gaz y nos llevaron, muy apretujados, a una casa cercana, apenas una cuadra más arriba, por la calle 26.

Nos preguntaron el origen de la cámara y se lo explicamos, nos mandaron para un cuarto y nos dejaron solos. Media hora más tarde llegó un militar con grado de teniente y con nuestra cámara en la mano. Nos preguntó que hacíamos allí con esa cámara, que si veníamos de algún centro de trabajo y le respondimos (respondí, porque mi amigo estaba al desmayarse) que éramos dos compañeros espontáneamente entusiasmados con la visita del líder soviético y que queríamos grabar un recuerdo fílmico del evento, ya que contábamos con la cámara.

Nos miró con expresión cínica y sin decir nada, abrió la cámara y le sacó la cinta. Luego la cerró y se retiró. Unos quince minutos más tarde vino un soldado sin grados, nos devolvió la cámara y nos dijo que nos fuéramos, que no se nos ocurriera jamás filmar sin permiso y que podíamos salir a aplaudir, pues el comandante llegaría pronto.

Mi amigo y yo salimos enmudecidos y sin Entusiasmo, poco a poco, con discreción, nos fuimos retirando hasta perdernos de allí.


Roberto Madrigal