La reciente visita del exsenador y Secretario de Estado
americano John Kerry, me trajo el recuerdo de los visitantes de la década del
setenta y de las medidas de seguridad que tomaba el gobierno, sobre todo las
que sufrí en carne propia.
Yo vivía en Marianao (exactamente en la Avenida 41 #
2819, frente al cine Arenal), en un edificio de dos pisos y cuatro apartamentos
en una zona congelada. La ruta de la mayoría de los dignatarios visitantes por
entonces pasaba por el frente de mi casa. El ritual de la seguridad era el
mismo en anticipo al paso de cada caravana, en la cual siempre Fidel Castro se
paseaba en un descapotable al lado de su ilustre invitado. El pueblo, como un
rebaño obediente, llenaba los costados de la avenida en un despliegue de apoyo
popular que comenzaba desde la salida del aeropuerto. No se escatimaban
vítores.
Tres días antes de la llegada de la caravana, venían dos
compañeros de la seguridad del estado a registrar la casa (esto en un país en
donde no se venden armas). Apenas hablaban, ni yo intentaba cruzar palabras con
ellos. Luego repetían el registro el día antes y entonces el día del evento,
desde muy temprano en la mañana plantaban a un militar en el balcón de mi casa,
que se quedaba ahí hasta unos minutos después del paso del comandante y su
invitado de turno. Nadie podía entrar o salir de la casa sin su permiso durante
el proceso.
Por lo general eran soldados sin rango, no muy jóvenes.
Muy serios, eso sí. Yo no les ofrecía ni café. Ellos no iniciaban conversación.
En los cuatro apartamentos de mi edificio plantaban uno en cada balcón(aunque
mis vecinos de al lado eran unos técnicos rusos y los de abajo un mayor del
ejército y unos viejos comunistas que trabajaban de abogados en el ministerio
de agricultura o algo así). En la casa de al lado, que era de dos plantas con
un apartamento en cada piso, situaban igualmente un militar en cada terraza. En
todas las casa de la cuadra hacían lo mismo. Supongo que esto se repetía a lo
largo del paso de la caravana, por lo que hay que imaginarse los miles de
militares dispuestos para la seguridad del Máximo Líder y el gasto económico de
dichas visitas, aunque esto para el gobierno era lo menos importante. Todo un
despliegue de control represivo a costa de lo que fuera.
Pero fue durante la visita de Leonid Brezhnev a fines de
enero de 1974 que pasé el susto mayor. Resulta que un amigo y yo, decidimos
realizar, con una cámara de ocho milímetros y sin sonido, un documental que
íbamos a titular Entusiasmo. La idea
era filmar las pomposas y solemnes ceremonias de la Plaza de la Revolución y
otros eventos similares, desde la perspectiva del público y contrastar esas
imágenes con las del “pueblo” participante en las demostraciones, el sudor, el
desinterés, el aguardiente pasando de mano en mano y cosas por el estilo.
Habíamos filmado el desfile del 2 de enero con mucho susto y con mucha suerte.
Se nos ocurrió entonces que filmar el paso de Brezhnev
sería útil para el proyecto. Nos fuimos para la quinta avenida (esa vez no
pasaba la caravana por la avenida 41), deteniéndonos frente a la ahora famosa
iglesia de Santa Rita, desde donde empiezan los desfiles de las Damas de
Blanco. Le echamos el ojo y filmamos a unos milicianos semidormidos bajo la
entrada principal a la iglesia, con una cruz casi encima de ellos. A su lado,
varios indolentes conversaban o se pasaban un cigarro de mano en mano. Uno
tenía una bandera rusa tirada en el suelo, cerca de las cenizas.
La avenida estaba cerrada por ambos bandos, nosotros nos
encontrábamos en el paseo que divide las dos sendas. En menos de tres minutos
llegó, en sentido hacia el túnel, un jeep Gaz con cinco militares que se detuvo
delante de nosotros y del cual saltaron todos menos el chófer. Nos preguntaron
si éramos del ICAIC, les dijimos que no, luego que si teníamos acreditación
como prensa nacional o extranjera y les repetimos que no. Entonces nos montaron
amablemente en el Gaz y nos llevaron, muy apretujados, a una casa cercana,
apenas una cuadra más arriba, por la calle 26.
Nos preguntaron el origen de la cámara y se lo
explicamos, nos mandaron para un cuarto y nos dejaron solos. Media hora más
tarde llegó un militar con grado de teniente y con nuestra cámara en la mano.
Nos preguntó que hacíamos allí con esa cámara, que si veníamos de algún centro
de trabajo y le respondimos (respondí, porque mi amigo estaba al desmayarse)
que éramos dos compañeros espontáneamente entusiasmados con la visita del líder
soviético y que queríamos grabar un recuerdo fílmico del evento, ya que
contábamos con la cámara.
Nos miró con expresión cínica y sin decir nada, abrió la
cámara y le sacó la cinta. Luego la cerró y se retiró. Unos quince minutos más
tarde vino un soldado sin grados, nos devolvió la cámara y nos dijo que nos
fuéramos, que no se nos ocurriera jamás filmar sin permiso y que podíamos salir
a aplaudir, pues el comandante llegaría pronto.
Mi amigo y yo salimos enmudecidos y sin Entusiasmo, poco a poco, con discreción,
nos fuimos retirando hasta perdernos de allí.
Roberto Madrigal
Espero que este sea una pagina de tus memorias cubanas !!!!!!!!!!!!!!.........
ReplyDeleteTu amigo del norte