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Monday, November 24, 2014

El desfile continúa


Tras los seis editoriales y algunas notas anexas firmadas por el miembro bisoño del consejo editorial Ernesto Londoño, el New York Times continúa lo que ya se va convirtiendo en un cada vez más deslucido espectáculo de opiniones sobre lo que debe ser la política del gobierno americano con respecto a Cuba.

Cada semana le resta un tanto de credibilidad al periódico, que usa y manipula gran cantidad de datos, ataca merecidamente algunos programas absurdos del gobierno americano en contra de Cuba (en realidad debieran decir del gobierno cubano) y se limitan a espetar medias verdades, llegando a conclusiones dignas de un editorial del Granma y con una retórica tercermundista que hasta ahora resultaba inimaginable en un diario de su prestigio.

Con el reciente artículo de Victoria Burnett, publicado el 21 de noviembre pasado, en el cual sacan a relucir como novedad opositora a las cartas viejas y marcadas de Roberto Veiga y Lenier González (que conste que digo esto con el mayor respeto, ya que considero a todo aquel que se atreva a emitir opiniones no ortodoxas, por muy permitidas que estén e inofensivas que sean, y a pesar de que yo discrepe de las mismas, como personas que se la están jugando y merecen un mínimo de solidaridad), sus intenciones se aclaran.

Al resaltar lo moderado de la posición de estos señores, quienes además lavan los trapos sucios en público al decir que “los cubanos somos enemigos de la moderación”, obviamente excluyéndose ellos de ese rasgo nacional, y no muy sutilmente subrayar la idea de que “el gobierno debe verse como un adversario y no como un enemigo”, lo que intenta el periódico con sus ataques al embargo, sus elogios de las brigadas médicas, sus ataques a los programas de la USAID y con la atrasada exaltación de los opositores Veiga y González, es propiciar, en la opinión pública, la legitimación del gobierno castrista.

Con esto quieren acercar a Estados Unidos a la posición más reciente de la Unión Europea y presentar como verdad irrebatible que el único camino hacia la democracia en Cuba tiene que pasar por los hermanos Castro y su prole. Esto pudiera tener sentido si no fuera porque los hermanos Castro se han legitimado a si mismos por ya casi 56 años, mediante el ejercicio constante de la represión, cuyos límites manejan a su antojo. Es llamar a establecer un diálogo con alguien que no lo necesita, que solamente quiere comprar tiempo para subsistir sin importarle el bienestar de su pueblo.  

En ausencia de un baño de sangre que nadie desea y que probablemente nunca ocurra, el camino a la democracia en Cuba es probable que sea excesivamente lento y no se puede predecir la calidad del producto  que ofrecerá. De momento, en el plano interior se limita a una paciente toma de posiciones, de establecimiento de cierta presencia en el panorama político y cultural, tanto por opositores como por los miembros de la nomenklatura, hasta que el proceso biológico se haga cargo de los ancianos líderes. Lo mismo sucede con el resto del mundo. Algunas naciones utilizan canales diplomáticos directos e indirectos pero mayormente para obtener alguna concesión económica y con la vista puesta en la sucesión. Presionando un poco, pero no mucho, porque los Castro no responden a presiones. Ellos se guían por el principio dictado entonces por Luis XV o por la Pompadour, ahora por Fidel o por Raúl: “Aprés moi, le déluge”.


Roberto Madrigal

Thursday, November 13, 2014

Otra burla


En días recientes un anónimo tribunal de selección del recién resucitado Salón de la Fama del Béisbol Cubano (al que puso en moratoria por 54 años el mismísimo Lanzador en Jefe), decidió crear el Premio Anual Martín Dihigo para avalar “la obra de toda la vida, con el propósito de reconocer a personas e instituciones asociadas con el béisbol y con aportes notables a su desarrollo a través del tiempo”.

Leído fuera de contexto parece una idea encomiable, pero los humoristas incógnitos, con su politizado, servil y grotesco sentido de la ironía, decidieron conceder el primer premio a Fidel Castro, que no solamente, como todos saben, se encargó de enterrar la historia del béisbol cubano anterior a 1959, de ilegalizar el profesionalismo convencional para crear su propia versión y responsable mayor de todas las barbaridades que se han cometido en el béisbol cubano y contra sus atletas, sino que gratuitamente victimizó y condenó al ostracismo al mismísimo hombre cuyo nombre lleva el premio.

Dihigo, que fue al béisbol lo que Capablanca al ajedrez y Ramón Fonst a la esgrima, era una figura que, a pesar de ser discriminado por su raza, se consideró y todavía se considera como uno de los mejores peloteros de todos los tiempos, una figura de alcance universal en el mundo del deporte, representaba lo mejor de esa pelota que Castro quería hacer olvidar. Desde ese punto de vista, solo por ser lo que fue, sin decir una palabra, se convirtió en un enemigo del sistema, o más bien el sistema lo valoró como enemigo.

A continuación reproduzco un pequeño homenaje que escribí y publique en este blog hace casi tres años.

Martín y Silvio

Fué en la época en que con urgencia se nos trataba de borrar la memoria histórica. Ninguno de mis compañeros de equipo tenía la menor idea de quién era, pero yo había oido hablar de él constantemente desde niño. Lo introdujeron como entrenador del equipo. Tenía el bombacho sucio y raido, parecía venir de un equipo muy viejo. Martín Dihigo se dedicó a entrenar a aquel equipo de adolescentes con una intensidad que nos asustaba. Nos exigía, nos peroraba cada vez que las cosas se hacían mal y nos hacía practicar una y otra vez para corregir los errores. Era incansable e implacable. Un día, jugando yo primera base, se me ocurrió virarle la cara a un tiro que venía de short-bounce y salió del banco gritando “si quieres protegerte la carita ponte un peto y una careta” y me hizo catcher de inmediato, lo cual para un mocoso de 13 años equivalía a la Siberia beisbolera. Así lo sobrevivimos por dos temporadas, en las que parecía que estábamos preparándonos para jugar en las Grandes Ligas y un buen día desapareció y no supimos más de él. Dicen que fue el mejor pelotero de todos los tiempos, pero representaba una época que no compaginaba con los nuevos intereses nacionales. Nunca pudo jugar en las ligas mayores por ser negro, pero se destacó de mala manera en las famosas “ligas negras”, que ahora pienso eran muy superiores a las “Grandes Ligas”. Murió en 1971 y el obituario que salió en el Granma, relegado a una esquinita inferior de la plana deportiva, no tenía ni tres pulgadas. En 1977 fue seleccionado para ingresar al Salón de la Fama de las Grandes Ligas.


A Silvio García lo conocí ya de mayorcito. Con él jugué mucha pala (ese deporte que por entonces sobrepasó en popularidad al fron-tenis o squash, porque como no se conseguían raquetas, si uno se agenciaba de un buen trozo de madera, cualquier carpintero amigo te hacía una pala decente) a mediados de los 70 en las canchas del antiguo Casino Español (nunca me acuerdo del nombre con el cual lo rebautizaron después de 1959, como círculo social). Me asombraba su agilidad, ya que me parecía un viejo, a pesar de que era menor de lo que yo soy ahora. Su intensidad era igual a la que recordaba de Dihigo. Implacable con los errores. Parecía estarse jugando la vida en cada tanto. Silvio fue uno de los mejores torpederos del béisbol cubano y otra estrella de las “ligas negras”, padeciemdo la misma discriminación que Martín y tantos otros. Murió en 1977, el año en que Dihigo entraba en el Salón de la Fama. No tuvo obituario en el Granma. Yo ni me enteré de su muerte hasta hace pocos meses.


Roberto Madrigal

Monday, November 3, 2014

Los bufones atacan de nuevo


Tras perder su tiempo en los años 2011 y 2012 arremetiendo contra los reguetoneros, el exministro de cultura y ahora asesor de Raúl Castro para temas culturales, Abel Prieto, vuelve a la carga contra el gusto popular, esta vez con menos energía y con mayor solapamiento.

En el “Foro Consumo Cultural en Cuba: Arte, Cultura, Educación y Tecnología” que sesionó el fin de semana pasado en el Pabellón Cuba, Prieto estuvo en esta ocasión acompañado de otro bufón de la corte, el presidente de la UNEAC y miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Miguel Barnet. Su objetivo central era atacar el “paquete” audiovisual que circula en Cuba cada vez con mayor popularidad y que incluye, entre otras cosas, videojuegos, películas y series televisivas que no tienen ni el visto bueno ni el permiso de las instituciones culturales oficiales. También levantaron barricadas contra lo que Prieto llamó el “nomadismo tecnológico”.

Lo cierto es que a quienes quieren mantener el control total del aparato cultural, que es el último instrumento de defensa con el cual cuentan, se les hace ya inevitable confrontar a las nuevas tecnologías que erosionan su control sobre la dieta ideológica, artística, cultural y de entretenimiento que debe consumir el pueblo. Se ven rodeados por las alternativas que estas tecnologías ofrecen y que hacen obsoleto el afán de regir desde la cima el gusto popular.

Esta vez se han visto obligados a aceptar abiertamente la existencia de estas alternativas como un desafío al cual tienen que enfrentar. Planean hacerlo con la creación de paquetes oficiales encaminados a educar al pueblo culturalmente. De nuevo utilizan el viejo lenguaje paternalista, típico de la visión totalitaria y fascista: si al pueblo no se le educa y se le controla, se descarría. Se resisten a admitir el cansancio mental que a lo largo de tantos años provocan sus mesas redondas, sus interminables discursos, sus programas de calidad deficiente y sus teques ideológico-culturales que emanan del Departamento de Orientación Revolucionaria. Se asustan ante el hastío que han provocado sus engendros y que en los últimos años se ha acentuado gracias a la existencia de alternativas. Las memorias USB como enemigo fatal.

Aunque en general los miembros del gremio cultural no han perdido el miedo, ni los dirigentes han soltado el garrote, hoy en día, aprovechando los cambios de la política migratoria, muchos artistas, actores, escritores y cineastas se mueven entre Cuba y el extranjero y no solamente han encontrado otros medios para darse a conocer, sino que han logrado otras fuentes de ingreso que les permite independizarse un poco de las migajas que hasta hace poco solamente eran ofrecidas por la UNEAC. Esto puede resultar muy peligroso a la larga, porque les quitaría el control sobre la producción cultural.

Pero Prieto, Barnet y sus compinches no se rinden, esta es una lucha crucial para ellos y con estos foros y sus declaraciones como: “en ningún momento el Estado va a ceder a los privados la decisión de la política cultural”, dejan claro que ellos y el gobierno, mantienen su visión de que la cultura está íntimamente ligada a la política y a la ideología del Partido. Esto va mucho más allá de los cambios administrativos. Para ellos, la cultura es la lucha política por otros medios. Dosificar y controlar estrictamente lo que consume el pensamiento popular es su objetivo. Los viejos hábitos nunca mueren.

Personalmente me resulta difícil conciliar la imagen del Abel Prieto que conocí desde muy joven, un tipo irónico, iconoclasta, con un agudo sentido del humor, ocurrente, culto, inteligente y sobre todo contraculturalista con este personaje que hoy defiende tozudamente los viejos y anacrónicos postulados de la cultura estatizada. Es cierto que lo dejé de ver hace más de treinta años, pero esa es la imagen viva que se mantiene en mi recuerdo. Muchas veces conversé con el escritor Carlos Victoria, otro amigo suyo de la misma época, al respecto. Todavía lo comento con un amigo que vive en California, es tema de conversación semanal. Entendemos que la gente cambia y que ese fue el camino que escogió, pero aún no damos con las razones que nos puedan explicar ese desvío.

El viejo amigo Abel convertido en el bufón principal de la corte, buscando controlar la cultura popular que tanto defendió entonces como cultura de la rebelión. Por supuesto, en su nueva posición, esa cultura que conoce muy bien, le resulta muy peligrosa. La cultura popular no respeta ni perdona el estatus de nadie. Es la cultura de la burla y del instante y eso no va bien con los dictadores y sus aliados.


Roberto Madrigal