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Thursday, March 31, 2011

Pacatería intelectual


Mucho dio que hablar el año pasado el anuncio de la publicación en Cuba de una novela-testimonio sobre Reinaldo Arenas, escrita por su amigo Tomás Fernández Robaina y editada por, nada mas y nada menos, Ediciones Unión. Aunque soy de los que nada bueno espero del castrismo, confieso que el hecho despertó en mi una curiosidad inusitada. ¿Qué se iba a permitir en Cuba que se dijera públicamente sobre una de las figuras icónicas mas odiadas no solamente por los gobernantes sino por la cúpula cultural oficialesca? Condenada cosa es escribir sobre Reinaldo Arenas, sobre todo en Cuba.
La publicación de Misa para un ángel ha acabado de un golpe con todas las expectativas. Este es un libro que falla a todos los niveles y que me parece mentira que Fernández Robaina, a quien conozco de resonancias, se haya prestado a escribir.
En primer lugar, el texto es un ajuste de cuentas. En general no me molestan mucho los ajustes de cuentas pero me parecen detestables cuando estos se hacen con alguien que murió hace 20 años.  Es muy deshonesto atacar a quien no se puede defender. “Me cansé de que -en mis sueños- seas tú el que me quiera hablar, también tengo que tener esa posibilidad, ¿no lo crees?” Con esta declaración de principios de riposta comienza la obra. Una página más adelante empieza a revelar por dónde sangra la herida: “...Por eso sigo...mencionándote en los círculos donde algunas de las personas que te conocieron, que decían ser tus amigos, ahora te ignoran o quieren ocultar que te trataron, que te ayudaban y te admiraban. Comprendo que te condenen...que digan horrores de ti...por todo lo que nos hiciste en tus últimas novelas”. De aquí se infiere que Fernández Robaina está molesto por el tratamiento recibido en Antes que anochezca y en El color del verano, en los cuales Arenas legó a la posteridad el nombrete con el que se dice bautrizó a Fernández Robaina, que por siempre retumbará en las calles habaneras. “...me urge saber si realmente cambiaste tanto cuando llegaste a este país” continúa un Fernández que deambula por las calles de Nueva York. Para colmo se cuestiona: “Muchos se preguntan las causas que tuviste para acumular tanto odio, tanto resentimiento...” lo cual suena ya demasiado hipócrita, cuando es bien sabido todo lo que Arenas sufrió en Cuba. Y por ahi siguen las cosas.
En segundo lugar, la mayor parte del libro resulta una condena de la decisión de Arenas de abandonar Cuba incluyendo un mojigato “¿por qué huiste, Reinaldo, por qué?” y sigue rastrero “Publicaste, pero no como esperabas; muchos de tus amigos y conocidos de Nueva York y Miami me lo afirman.” Fernández pretende ignorar que el escritor maldito lo es por naturaleza y que nunca aspira a ser asimilado por el establecimiento. Trata entonces de justificar su propia decisión de permanecer en la isla señalando: “Otros, por el contrario, seguimos con la esperanza de hacer realidad esa idea de construir una realidad más justa”, para luego apuntar: “Oye Rei, ayer fui a una conferencia sobre la “jerga” de los gays en Cuba. ¿Qué te parece? Proyectaron en la misma actividad un video sobre la vida homsexual en La Habana. No creo que toda nuestra problemática esté planteada en las imágenes que vi. Pero pienso que del lobo un pelo.” Si después de 52 años de aguantar todo tipo de humillaciones institucionalizadas, este pelito del lobo es para Fernández Robaina un logro que disculpa su aguante, entonces se merece toda su miseria existencial. Esto justifica plenamente la publicación del libro en Cuba.
En tercer lugar, el libro está escrito en una insufrible prosa notarial que cuando trata de ser lírica alcanza momentos de una picuencia como ésta: “...tú eras como esos centrales azucareros cuando comenzaba la zafra, que mientras más azúcar producia, más caña pedia”.
Fernández tiene una reputación bien ganada de especialista serio en temas raciales, que ha publicado ensayos respetables desde el punto de vista académico. Pero ese tipo de textos siempre queda en la oscuridad del debate cenacular. Al dar el salto al seductor reino de la ficción testimomial ha dado muestras de que no puede respirar de ese aire. Ha escrito un libro parásito, ya que no pudiera existir si Otra vez el mar, Antes que anochezca y El color del verano no se hubieran escrito, de los cuales alimenta su tema no como referentes, sino como razón de ser y de respuesta. En realidad debiera estar agradecido de que por su apodo sea, gracias a la imaginación de Reinaldo, como finalmente pase a la leyenda. En esta misa que parece ser ofrecida por una gárgola, su homenaje es pacato y mezquino.

Misa para un ángel. Ediciones UNION. La Habana 2010. Autor: Tomás Fernández Robaina.

Roberto Madrigal

Sunday, March 27, 2011

La realidad y su doble


Tanto por su título, Certified Copy, como por la primera secuencia, en la cual el personaje central, James Miller, presenta su libro, también titulado Certified Copy, que se propone como una meditación sobre la autenticidad en el arte y que se pregunta por qué las copias no son consideradas tan valiosas como el original, uno piensa que sabe por dónde van las cosas y lo primero que viene a la mente es la magistral obra de Orson Welles, F for Fake. Pero Kiarostami tiene otras ideas y su juego filosófico no se va a limitar al campo del arte.
En su presentación, Miller (interpretado por el barítono británico William Shimell con apenas un par de créditos como actor) despierta el interés de Elle (Juliette Binoche) un personaje que no se nombra en la película, quien le deja su teléfono y dirección para encontrarse mas tarde con él. Elle (Ella) es dueña de una tienda de antigüedades en la localidad toscana de Arezzo, a donde va a verla Miller, y como es domingo y no hay mucha actividad en el establecimiento, Elle lo invita a dar un paseo hasta el vecino Lucignano. Este acepta y por el camino entran en un debate intelectual sobre estética, falsificaciones y sobre la posibilidad de que la vida no sea mas que una infinita réplica de ADN bajo distintas circunstancias. Sin darse cuenta, su discusión empieza a parecerse a la de un matrimonio mal llevado. Cuando llegan a una pequeña trattoria en Lucignano, la dueña los confunde por un verdadera pareja y Elle no la desmiente, al contrario, comienza a quejarse de sus problemas matrimoniales y a recibir consejo de la señora, que le da su dosis de sabiduría popular. A partir de ahi Elle comienza a manipular su relación con el introvertido Miller y tras unos cuantos sucesos en los cuales ella continúa la elucubración de su historieta, el británico comienza a disfrutar la narrativa y a participar de ella, hasta que llega el punto, por la destreza cinematográfica de Kiarostami, que como espectadores empezamos a cuestionarnos si Miller y Elle son en realidad un matrimonio en crisis que se inventó este juego para enfrentar sus problemas. Al final no estamos claros si habitan en la realidad o en ese doble que han creado. El filme logra no sólo debatir teóricamente (lo que hubiera resultado muy aburrido) los límites de la realidad y de la falsificación, sino que la interpreta y nos adentra en ella como espectadores cautivos y finalmente indefensos.
Las actuaciones de Shimell y Binoche son excelentes. Ella (¿Binoche? ¿Elle?) ganó el premio a la mejor actuación femenina en el pasado festival de Cannes. La fotografía de Luca Bigazzi (Bread and Tulips, Il Divo, The Consequences of Love) es impecable y ajustada al paisaje y al encuadre, con una mezcla de colores sobrios pero a la vez fantasisos, jugando con la iluminación natural de cada villorrio.
Abbas Kiarostami es considerado como el director iraní mas importante del momento. Es probablemente la figura mas respetada por los otros cineastas iraníes. Tiene en su haber excelentes obras como Close Up, A Taste of Cherry, Ten y Shirin, esta última una ingeniosa puesta en escena en la cual las caras de los espectadores de una película nos narran la película que nunca vemos. Esta es su primera incursión fuera de Irán. Ha demostrado ser capaz de hacer arte sin compromiso y de proyección universal, mas allá de sus fronteras originales, aunque mantiene esa factura muy típica del cine iraní, en la cual, para evitar problemas con la censura en caso de que se retrate algún slogan, un rostro o acto público que pudiera ser mal visto por los ayatolas culturales, predomina el primer plano y el plano medio.
En marzo de 1998, cuando A Taste of Cherry se estrenaba muy limitadamente en los Estados Unidos, me enteré de que Kiarostami presentaría su filme en la vecina Columbus, en el teatro de Ohio State University. Ya familiarizados con Close Up y con la fama de Kiarostami (de cuya obra Guillermo Cabrera Infante y Natalio Chediak con su festival de cine de Miami fueron unos de los primeros y mas importantes propulsores en los Estados Unidos), mi esposa y yo nos lanzamos a dar el viaje en coche (110 millas en cada sentido), en medio de una lluvia helada, típica del fin del invierno, para asistir a la insólita presentación. Era la única exhibición del filme en la región. Cuando llegamos, se anunció que Kiarostami no asistiría por motivos de salud y para colmo, como casi todos los espectadores asistentes eran de origen persa, tuvimos que someternos a una presentación de mas de media hora completamente en farsi. Tras contundentes aplausos,  de cuya motivación nunca entendimos, sólo nos imaginamos, pudimos ver A Taste of Cherry, para luego emprender la manejada de regreso bajo la persistente lluvia helada de una noche muy oscura. Valió la pena, porque considero que ese filme es el mejor de un director con una gran obra. Esta vez pude disfrutar de Certified Copy en circunstancias mas apacibles. ¿Hubiera vuelto a tomar la interestatal y manejar más de cien millas esta vez? Sí. Pero esa es mi opinión y la realidad sería esta vez un doble de la anterior.

Certified Copy (Francia-Italia-Bélgica 2010). Guión y dirección: Abbas Kiarostami. Fotografía: Luca Bigazzi. Con: Juliette Binoche, William Shimmel y muy brevemente Jean Claude Carriere.

Roberto Madrigal

Tuesday, March 22, 2011

Arabesca


Con su primer largometraje The Imperialists Are Still Alive! (E.U.A. 2010), la directora inglesa Zeina Durra ha conseguido una rareza en el cine actual: una sofisticada comedia de ironía sutil, sin compromisos comerciales y que a su vez es disfrutable. Aquí no hay guiños al espectador ni clichés de utilería barata. Durra narra tal y como quiere. Sólo muestra su bisoñismo cuando en algunos momentos se pierde un poco el balance rítmico de la trama y algunas secuencias se alargan algo más de lo necesario. Pero todo eso resulta baladí cuando se juzga la obra en su conjunto.
La trama gira alrededor de una artista conceptual (Elodie Bouchez en una excelente actuación que proyecta una informalidad atractiva) de origen franco-árabe, que reside en Manhattan y se mueve en el ambiente artístico de la vanguardia comme il faut. Una noche de vernissage se empata con un abogado mexicano que cursa un doctorado en no se sabe qué especialidad. A partir de ahi seguimos las pequeñas aventuras de la nueva pareja dentro de su círculo intelectual en el cual la mayoría de sus protagonistas son muchachos adinerados que disfrutan la bohemia neoyorquina. Se reunen en las nuevas exposiciones, van a fiestar a clubes privados situados en un ático detrás de un destartalado restaurante del barrio chino y se mueven entre apartamentos remodelados en zonas pobres. Todos habitan la corrección política y ellos mismos componen la diversidad. Aquí nadie es de donde está y todos quieren estar donde no están. La vida parece estar en otra parte. Aquí Durra desborda agudeza en su presentación de este mosaico humano de seres falsamente desplazados. El personaje de la Bouchez siempre se presenta con sus señas de identidad: “Nací en Francia, mi padre es jordano-libanés y mi madre es bosnia-palestina pero yo vivo en Nueva York”. El único que asume su identidad y su situación actual sin complejos es el mexicano, en una buena actuación del poco conocido José María de Tavira, que viene a ser un elemento estabilizador de la absurdez dramática del resto de los personajes y que participa de una perdurable secuencia camp subrayada por José José interpretando La nave del olvido, canción que a su vez cierra con los créditos finales.
La trama la complica un sospechado secuestro de un jordano, amigo de la protagonista, aparantemente ejecutado por la CIA, al éste aterrizar en Houston. Esto se refleja en conversaciones en voz baja y supuestos complots entre la figura central y unos amigos “árabes”, todos los cuales se mueven principalmente en limosinas. Se discute con preocupación la situación del mundo árabe, pero ese desasosiego se expresa mejor tras el timón de un Ferrari. Con ingenioso sarcasmo Durra presenta una cofradía de bufones que han sido transformados por sus propios disfraces. A la larga, nada se consuma y todo queda en habladurías. Es el nuevo radical chic, cada vez menos radical pero siempre tan chic, consumidos por el sistema que aparentan combatir. Los imperialistas siguen vivos y al parecer, los personajes de este filme parecen decirnos que a ellos les hace falta que sigan vivos. Es la lucha por la preservación del status quo.

The Imperialists Are Still Alive! (E.U.A. 2010). Guión y dirección: Zeina Durra. Intérpretes: Elodie Bouchez y José María de Tavira. Se proyecta actualmente en New York, Chicago y Los Angeles. Puede accederse a ella mediante IFC In Theaters.

Roberto Madrigal

Thursday, March 17, 2011

Alarido generacional

Esrteban Insausti (Ciudad de La Habana 1971) ha tenido una breve pero promisoria carrera como director y guionista de cortometrajes de los cuales se destaca Existen (2005). También escribió y dirigió el tercer segmento del largometraje a tres manos Tres veces dos (Cuba 2003), titulado Luz roja y que no pasa de ser un ampuloso ejercicio de estilo. Ahora acaba de completar su primer largometraje, Larga distancia (Cuba 2010) cuyo propio guión dirigió. Pero el salto del cortometraje al largometraje, con la necesidad de sostener los elementos dramáticos con mayor solidez y profundidad ha probado ser en este caso, una misión imposible. Lo que en los cortos resulta fresco e ingenioso aquí parece redundante, aburrido y alargado. La imaginación no le da para tanto. Al menos todavía.
La película cuenta con una sofisticada y magnetizante fotografía de Alejandro Pérez, llena de encuadres inteligentes, y una excelente música original de X Alfonso. A partir de ahí lo que sucede en la pantalla y la manera en que sucede es un esperpento fílmico.
Vagamente basada en The Big Chill (E.U.A. 1983), película dirigida por Lawrence Kasdan que a su vez se apoya en Return of the Secaucus Seven (E.U.A. 1979) de John Sayles, en las que un grupo de amigos que hace tiempo no se ven se reunen al asistir al velorio de uno de los miembros del grupo, aquí la trama parte de la idea de Ana, interpretada por Zulema Clares, de reunir a sus mejores amigos (Carlos, protagonizado por Alexis Díaz de Villegas, Bárbara, protagonizada por Lynn Cruz y Ricardo, protagonizado por Tomás Alejandro Cao), a quienes hace 15 años que no ve, con motivo de celebrar su trigésimoquinto cumpleaños. Decir más sería revelar aspectos de la trama que estropearían el mínimo disfrute del futuro espectador. Baste decir que se abusa de la elipsis para obviamente ocultar torpeza narrativa y que a los actores se les hace declamar unos diálogos que parecen ser enunciados con la boca llena.
En Larga distancia en vez de asistir al velorio de un amigo, Insausti nos entrega el velorio de toda su generación. Si algo hay de interesante en esta película es la caracterización que su autor hace de su progenie, crecida en los años post-Mariel y marcada de forma indeleble por el maleconazo de 1994. El grupo de amigos está escogido para que sea socialmente representativo, al extremo que parece demasiado traido por los pelos, debieron haber sido vidas paralelas. El mosaico generacional que nos sirve Insausti es el de unos individuos cuya única motivación es huir de la miseria. Esta es una generación nacida y nutrida mucho después del período épico, que vieron a sus dioses romperse en juicios televisados y a los antiguos “países amigos” desaparecer ideológica y geográficamente en forma apresurada, que vieron evaporarse el sustento ideológico que les dio aliento y que sufrieron una de las peores crisis económicas del castrismo, esta vez a cambio de ninguna promesa ni de ningún sacrificio heroico y cuyos conceptos éticos están basados en la supervivencia. Pero este elemento contestatario, que es difícil de procesar debido a lo falso y arbitrariamente complicado del guión, se diluye por la secuencia arancelaria de unos monólogos pseudo-documentales de “gente que se fue”, en la cual el común denominador es la añoranza de la patria y en la cual el único que se siente feliz con su exilio es el tipo más superficial y mediocre. Obviamente el ICAIC exige su cuota. Tampoco “decir ciertas cosas” justifica la falta de calidad artística.
Finalmente, Insausti presenta a sus personajes como víctimas y nadie parece asumir una responsabilidad personal con sus actos. El tratamiento es simplista y maniqueo, haciendo uso de cuanto lugar común sea posible, con una solemnidad insoportable de sus seres y emitiendo un alarido de derrota, muy lejano del aullido ginsberguiano, que no convence, porque finalmente no se atreve a señalar las causas de la derrota. Es un cine para entendidos, que no se cierra en si mismo, necesita de demasiados referentes porque tiene que ocultar sus designios. Es mucho menos que una risa en la oscuridad, un pequeño e inconsecuente guiño cómplice.

Larga distancia (Cuba 2010). Guión y dirección: Esteban Insausti; Música: X Alfonso; Fotografía: Alejandro Pérez; con la actuación de: Zulema Clares, Alexis Díaz de Villegas, Tomás A. Cao, Lynn Cruz, Annia Bú, Coralia Veloz, Miriam Socarrás y Verónica Lynn. La película anda actualmente de gira por los Estados Unidos y el DVD puede obtenerse por la internet a través de Kimbara Cinemateca Cubana.

Roberto Madrigal

Saturday, March 12, 2011

Episodios olvidados

El escritor y cineasta Tim Tzoulaidis, nacido en Atenas en 1968, pero criado y educado en Londres, ha documentado exhaustivamente en su libro The Foresaken: An American Tragedy in Stalin’s Russia (Penguin Books, 2008), un episodio poco conocido de la era estalinista. Se trata de la suerte corrida por los cientos de miles de americanos que  tras la depresión económica de 1929 fueron reclutados por Stalin para cubrir su necesidad de fuerza de trabajo calificada en sus intentos de apresurar la industrialización de la Unión Soviética y luego, en su mayoría,  terminaron asesinados, despojados de sus bienes o enviados a los gulags.
El grupo estaba compuesto principalmente por trabajadores de las fábricas automovilísticas de Detroit, asi como ingenieros mecánicos y otros profesionales afectados por la crisis que vieron en el llamado una oportunidad para salir de la crisis económica que los empobreció de la noche a la mañana. Se les prometió empleo, alojamiento, salarios conmensurables con los que tenían en sus anteriores empleos y la posibilidad de regresar a su país después de un breve plazo estipulado en los contratos.
Centrándose en unas cuantas familias y personajes, algunos de los cuales sobrevivieron, el libro narra la pesadilla vivida por esta multitud que no entendia las reglas de la realidad incomprensible que enfrentaban. Fueron inmediatamente despojados de sus señas de identidad, limitados de sus libertades individuales y sometidos a una disciplina laboral que desconocían. También cuenta de la falta de apoyo que tuvieron por parte de la embajada americana que, muy preocupada por mantener relaciones cordiales con Stalin y poco preparada para enfrentar la situación que enfrentaban, ya que ni siquiera podían comprobar la identidad de aquellos que acudían pidiendo ayuda para regresar a los Estados Unidos, no hicieron caso a las demandas de los pocos que llegaban a sus puertas. El libro revela el nivel de desinformación de los diplomáticos americanos y las manipulaciones a las cuales los sometía la inteligencia soviética.
Una leve resonancia de estos hechos aparece, sin explicarse, en la recién estrenada película The Way Home (E.U.A 2010), dirigida por Peter Weir, basada en un hecho real, que trata sobre la fuga de un grupo de prisioneros de los gulags entre los cuales hay un “ingeniero americano” que protagoniza Ed Harris.
Un capítulo similar, también hoy depositado en los márgenes de la memoria histórica, ocurrió en la Cuba de los primeros años del castrismo. Muchos cubanos que llevaban años residiendo en los Estados Unidos y que eran residentes o ciudadanos americanos, decidieron regresar a Cuba tras la caida de Batista. Profesionales en su mayoría, vinieron con sus familias para cooperar con sus conocimientos en el desarrollo económico de la que una vez fue su patria. Cuando en muchos de los casos, se desencantaron del porceso en que participaban y decidieron regresar a los Estados Unidos, tuvieron que enfrentar la ausencia de una representación diplomática americana y la resolución del gobierno cubano de no reconocer su ciudadanía americana. Esto se extendió a ciudadanos nacidos en los Estados Unidos, pero de familias originalmente cubanas, o a los adolescentes hijos de los que habían regresado, muchos también americanos nativos, y que al cumplir los 18 años querían regresar a su país, a los cuales también se les negó la posibilidad de emigrar. Castro determinó unilateralmente que todo aquel que tuviera parentela cubana, se consideraba cubano. Se les presionó a renunciar a su ciudadanía americana si deseaban mantener sus trabajos o continuar en sus estudios. Se llegó a encarcelar a una buena cantidad y unos pocos terminaron fusilados. Lo sé porque conocí a algunos de ellos y escuché sus historias.
Este problema vino a tener solución en 1978, tras gestiones del gobierno de Carter y bajo la presión que acarreaba el recién iniciado diálogo con el exilio. Finalmente, tras casi veinte años de esfuerzos vanos, casi todas las víctimas de esta debacle, pudieron regresar a los Estados Unidos. No estoy en libertad de mencionar nombres, ya que algunos de ellos están aún en Cuba, pero me parece un tema de importancia por lo que revela de la naturaleza del régimen y su sistemática violación de los derechos humanos desde una etapa temprana, que sería interesante que alguien se decidiera a investigar. Es una tarea muy difícil, ya que dada la escasez de documentación, sólo se podrá contar con el testimonio de quienes sufrieron los hechos y esto hace que el trabajo sea una carrera contra el tiempo y la labor erosiva del olvido.

Roberto Madrigal

Tuesday, March 8, 2011

Protagonismo: funcionarios, escritores y el lamento bolchevique

Hace unas semanas seguí de cerca como muchos de los escritores, académicos, artistas e intelectuales que habitan la blogosfera cubana no escatimaban palabras, incluyendo una carta con múltiples firmantes,  para protestar por la presencia de Miguel Barnet en el Centro Bildner de la City University of New York (CUNY), con motivo de presentar la traducción de su novela La vida real (1986), para la cual recibió y disfrutó de una beca Guggenheim a principios de los ochenta, y que ahora aparece con el título A True Story: A Cuban in New York, editada por Jorge Pinto Bools y que cuenta extrañamente con un prólogo del escritor y profesor José Manuel Prieto.

Aunque estoy de acuerdo con los principios que motivaron la protesta y considero que tiene una base legítima, me parece que es un desperdicio de esfuerzos por el sendero equvocado. Muchas son las razones por las que pienso que ese tipo de protesta no conduce a nada (aunque me parece muy bien que se haga acto de presencia en esas actividades y que con un cuestionamiento inteligente se ponga en entredicho lo que dicta el conferenciante). En primer lugar Miguel Barnet, aunque invitado en calidad de autor, es un funcionario del gobierno cubano. Todo el mundo lo sabe. Es presidente de la UNEAC (y vicepresidente de la asociación de chihuahas) y no oculta su labor de vocero obediente de la política oficial cubana. En segundo lugar, la academia americana tiene una tradición subversiva, sobre todo las financiadas por el erario público, en la cual no es inusual invitar a figuras que representen políticas o puntos de vista diferentes o contrarios a las tendencias principales de la opinión pública o de la del gobierno americano. Algo muy enraizado en el principio de libertad y diversidad de expresión. Barnet no es el primer impresentable a quien se invita, ni será el último. En tercer lugar, por muy repulsivo que resulte el sujeto, no hay dudas de que Barnet es un escritor establecido con un prestigio literario bien merecido, aunque no sea del gusto de todos. Por último, el 99% de los asistentes a dichos eventos son gente que están convencidos de las virtudes imaginadas del disertante y del producto que éste vende. O sea, sus opiniones son rígidas y no van a ser afectadas por el suceso, son los ciegos que no quieren ver. 

La comparecencia de Barnet no representa ninguna impronta duradera ni relevante. Es un acto más que le sirve a él para escapar por un rato la realidad que sufre y defiende, disfrutar el agasajo, llenar las maletas para el regreso y si es posible, reconectar con algún viejo amigo. La protesta nos hace lucir intolerantes porque sólo le darán la bienvenida los que no la necesitan
.
Nadie lo ha cuestionado, pero mucho más me preocupa el hecho de que el profesor Prieto haya escrito un prólogo a ese libro. Yo sé que la supervivencia en la academia americana es difícil y no conozco que exigencias haya detrás de ese prólogo, pero me gustaría informarme de sus motivaciones.

El reverso de esta actitud es el frecuente destaque de cuanta declaración con carácter de disensión se puede leer, mayormente entre líneas, en las presentaciones, lanzamientos de libros o entrevistas de escritores como Leonardo Padura o Pedro Juan Gutiérrez, quienes entran y salen de la isla con inusitada repetición, publican sus obras en el extranjero y supongo que recogen sus honorarios, de los cuales una parte pasa a las arcas del gobierno cubano, y después lanzan sus obras en Cuba como si nada. No es una cacería de brujas lo que me propongo, sino una llamada al debate, si cito estos nombres es porque son los mas conspicuos, pero no son los únicos. No quiero creer que haya una conspiración detrás de esto y entiendo que cada cual hace lo que puede para sobrevivir en ese sistema, pero estos encantadores de serpientes presentan un verdadero dilema al discurso del exilio. Al ser escritores que aparentemente hablan con bastante libertad sobre los problemas de la isla (sobre todo para los confundidos lectores españoles, argentinos o mejicanos), desvirtúan la premisa de que en Cuba hay una censura feroz. Venden la ilusión del cambio.

En esta reciente feria del libro de La Habana se presentó la edición cubana de la excelente novela El hombre que amaba a los perros, escrita por Padura y que trata de un capítulo poco conocido de la vida del asesino de Trotsky, y en la cual se dicen algunas cosas sobre el estanilismo impensables hasta hace poco en un libro editado en Cuba. A su vez, en el festival cubano que se desarrolla en Nueva York, se presentarán documentales con entrevistas con ambos autores. Están en misa y en procesión.

No me llamo a engaño. Estoy seguro de que hasta la última coma, el último acento y la más recóndita prosodia emitiidas por estos y otros escritores cubanos que entran y salen, callan y declaran, han sido revisadas minuciosamente por el agudo ojo y la refinada oreja del censor.

¿Por qué entonces se les deja impunes? Si analizamos sus obras y sus declaraciones con la misma perspicacia que el censor, nos damos cuenta que tanto Padura como Gutiérrez son creyentes frustrados. Su queja refleja y revive el viejo dilema del socialismo real contra el socialismo de rostro humano. Sienten nostalgia por la miseria épica y les molesta la miseria ordinaria, que iguala a Cuba con Honduras o con Guatemala, economías desvencijadas, dependientes de las remesas que envían sus emigrantes, sin importar ya el sello político del donante. Distinguen el sueño original, la utopía inalcanzada de la pesadilla actual. Les molesta el rumbo que las cosas han tomado, lo separan del horror que les dio origen. Es, como Nabokov decía de Pasternak, su lamento bolchevique. Piensan que el desastre de nuestros días es diferenciable del proyecto modelo y por supuesto, con este tipo de razonamientos, la culpa puede repartirse por muchas partes. De esta forma pueden mantener su protagonismo. Perdieron la gesta pero mantienen el gesto.

Roberto Madrigal


Saturday, March 5, 2011

Sobre el amor y el libre albedrío

El tema del hombre que desafía su destino casi contra toda esperanza ha dado tela para cuentos, poemas, novelas y películas, pero ya en las últimas décadas se ha vuelto cliché.
The Adjustment Bureau (E.U.A. 2011), basado en un cuento (The Adjustment Team) de Philip K. Dick, es un mero lugar común lleno de corrección política y de una solemnidad que nos hunde en la butaca.
De las novelas y cuentos de Dick se han hecho adaptaciones interesantes como Blade Runner, Total Recall y Minority Report, pero el director y guionista George Nolfi al adaptar esta historia deja a un lado el elemento de ciencia-ficción, con su garra de presagio ominoso, para convertirlo en teología-ficción cargada de triunfalismo New Age, sin un gramo de originalidad.
 En esta lenta, predecible, absurda y mayormente aburrida historia de amor entre el joven político que puede tener el futuro del mundo en sus manos y la extraordinaria bailarina cuya carrera está a punto de despegar, interpretados por Matt Damon y Emily Blunt, casi nada pasa y muy poco tiene sentido. La historia es episódica, matizada por interminables disquisiciones sobre el destino (“El Plan” en la película) y el libre albedrío, que Dios (en este caso el Presidente de la Junta Directiva, que se nos presenta a todos en diferentes formas de las cuales ni cuenta nos damos) concede a todos los seres humanos pero que muy pocos se atreven a ejercer por falta de madurez, de convicciones o de sentimientos profundos. En este caso es el amor la fuerza motriz del personaje de Damon.
Olvidando las incongruencias de la trama, hay que notar que el Presidente trabaja mediante un conjunto de “angelitos” con expresión demónica, indumentaria a la usanza de agentes federales y poderes limitados que por lo general parecen usar para entorpecer las actividades de los seres humanos y pueden ser muy crueles en su intento. El grupo de angelitos es, en este caso, representativo y políticamente correcto, pues incluye anglosajones, hispanos y negros, todos igualmente macabros, menos el negro, que se desvía de El Plan lo suficiente como para resolver el nudo argumental, que a veces parece no ir a ninguna parte. Casualmente este personaje, Harry, es el mejor interpretado, ya que Anthony Mackie (The Hurt Locker) hace lo mejor que puede con lo poco que le dan.
En este desastroso pastiche de obras anteriores, filosofía pedestre y optimismo irracional, se nos perora sobre como la humanidad al ser liberada temporalmente por Dios, creó el oscuro medioevo del que tuvo que ser rescatada y desde 1910, las guerras mundiales, el fascismo, el holocausto y la Crisis de Octubre. Curiosamente se les olvida mencionar el estalinismo,
Lo único positivo de la película es el buen uso que hace de los aspectos más visualmente opresivos del Art Deco del paisaje neoyorquino.

The Adjustment Bureau (E.U.A. 2011). Dirección: George Nolfi. Guión de George Nolfi basado en el cuento de Philip K. Dick. Con: Matt Damon, Emily Blunt, Anthony Mackie, Terence Stamp y la participación de Jon Stewart, James Carville, Wolf Blitzer, el alcalde Michael Bloomberg y otras figuras destacadas de la vida pública americana que se interpretan a si mismos.

Roberto Madrigal

Tuesday, March 1, 2011

El rostro del ostracismo


Jamás había oido mencionar su nombre. Fue recién llegado a Cincinnati, en 1982, que lei un artículo publicado en el periódico local que trataba sobre él. Quizá debido a las terrazas marinas de mi proveniencia, su historia de inmediato me interesó.
Robert Lowry fue más que una promesa de la literatura americana. Nació en Cincinnati en 1919. Ya en 1938, cuando estudiaba en la Universidad de Cincinnati, creó The Little Man Press, una de las primeras editoriales independientes, dedicadas a publicar pequeños volúmenes de poca tirada, principalmente de cuento y poesía, que revolucionó la industria editorial con sus ediciones de Saroyan, Neruda y Dylan Thomas, entre otros. En el quinquenio posterior a la Segunda Guerra Mundial (en la cual combatió en Italia y el norte de Africa), se convirtió en uno de los mejores narradores de Estados Unidos. Publicó las novelas Casualty en 1946 y Find Me in Fire en 1948, y el volumen de cuentos The Wolf that Fed Us en 1949, todos bajo el sello editorial Doubleday. A principios de los 50, aparte de hacer críticas de libros y ensayos que aparecieron en las revistas literarias mas importantes del momento, Doubleday editó su novela The Violent Wedding y otra colección de cuentos, Happy New Year, Kamerades!. Mantuvo su casa en Cincinnati pero se movió con frecuencia en los círculos literarios neoyorquinos. Fue admirado por Hemingway y por Cyril Conolly y aunque en parte con la mala leche de sus vendettas personales, Gore Vidal dijo de The Wolf That Fed Us que tenía “la virtud de una autenticidad de la cual carecía la obra de Mailer, Los desnudos y los muertos”. Su cuento That Kind of Woman fue llevado al cine por Sidney Lumet (la película contó con la actuación de Sophia Loren, Tab Hunter y Jack Warden). Lowry fue también un destacado ilustrador.
El alcoholismo, dos matrimonios fracasados y su larga historia de inestabilidad emocional le pasaron finalmente la cuenta y a partir de 1952 pasó gran parte de su vida en asilos mentales. Fue diagnosticado como esquizofrénico paranoide, aunque leyendo su historia pienso que hoy en día el diagnóstico hubiera sido maníaco-depresivo, fue sometido a repetidos tratamientos de electro-convulsión y su actitud ante la vida cambió. Como la mayoría de los psiquiatras que lo trataron eran de origen judío, Lowry desarrolló un delirante anti-semitismo y escribió Party of Dreamers, una novela que presentó en 1958 a Doubleday pero que la editorial la consideró impublicable por su violento ataque a los judíos. Aunque después la publicó por cuenta propia en 1962, su destino literario quedó sellado. No solamente no se le editó ningún otro libro, sino que sus libros anteriores no fueron jamás re-editados. Su nombre desapareció de todos los estudios literarios, sus amigos le viraron la espalda (quizá en parte por su insoportable desasosiego mental) y Lowry regresó a su casa de la calle Linwood, convertido en un ermitaño, lleno de odio. En 1967 intentó resucitar, sin éxito, el partido nazi americano. Sin dinero y sin posibilidades concretas de trabajo, pasó el resto de su vida entre instituciones mentales, albergues para desposeidos y hoteles de mala muerte, aunque conservaba su casa.
Por lo cruel de su caso, ya que no sólo se le censuró una obra que quizá podría discutirse que merecía tal suerte, sino que se eliminó todo lo destacable de su excelente obra con efecto retroactivo y se le convirtió en una no-persona (ni siquiera una persona non grata), en un acto de pavorosa complicidad entre editores y escritores, me pareció que entrevistarlo para mi revista Término sería valioso para nuestro medio. En 1983 leí Casualty y The Wolf That Fed Us, volúmenes que encontré en una librería de viejos y que me parecieron obras maestras. Lo contacté y quedamos en vernos en el hotel Washington, un antro del downtown en el cual habitaban todo tipo de desechos sociales, pero no pude asistir a la cita acordada y por largo tiempo todo quedó ahi.
En 1987, azuzado por el escritor Rogelio Llopis, otro personaje que bien merece una semblanza, volví a establecer contacto con Lowry, que tras un tiempo en instituciones psiquiátricas, había regresado al hotel Washington. Acudí entusiasmado a enontrarme con este héroe existencial, pero lo que enfrenté en el asqueroso lobby del hotel no era más que un detrito humano.
Había visto fotos de Lowry de los años cuarenta, en las que parecía una versión actualizada del joven Hemingway, pero ante mi tenía un hombre con el pelo sucio y ralo, la cara llena de manchas hepáticas, las uñas largas y manchadas, la mirada casi vacía y la ropa deshilachada. Era todo un estereotipo viviente de la miseria humana. Tras una torpe presentación lo invité a tomarnos un trago en el White Horse Inn, un bar que quedaba al lado del hotel, que era de esos típicos bares americanos lúgubres, escasamente ocupado, mayormente por alcohólicos silenciosos que miran hacia la nada. Apenas hubo conversación, yo tenía que repetir lo que decía, que no eran preguntas sino anémicos intentos de establecer una charla, Lowry me miraba a veces como si me conociera y otras como si yo no estuviera ahi, y luego de una de las horas mas deprimentes de mi vida, decidí marcharme. Lo acompañé de nuevo al hotel y le dije adios, esta vez para siempre. Ya yo no tenía la revista ni idea de a quién le podría interesar esta historia, asi que guardé mis notas y dejé el asunto a un lado. Pero el tema de la censura es algo que no me abandona y finalmente resolví sacarlos del olvido, para poner mi granito de arena en el rescate de un escritor cruelmente censurado, en un país en el cual la censura es un tópico lejano.
Lowry murió en 1994, en el hospital para veteranos del ejército, en Cincinnati. El hotel Washington fue derrumbado un año después, para dar lugar a la construcción de un gigantesco complejo para las artes dramáticas, el ballet y las artes plásticas, diseñado por el célebre arquitecto Cesar Pelli. Del White Horse Inn sólo queda una marquesina descascarada, que parece a punto de caerse. Yo, pasé por allí el otro día, poco antes de escribir este texto.

Roberto Madrigal