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Sunday, August 21, 2016

¿Es necesaria la violencia?


Este trabajo se publicó originalmente hace tres años,sin embargo, últimamente ha tenido un alto e inusual tráfico, sobre todo desde la isla. Me llamó la atención y lo releí. Me di cuenta de que aunque quizá algunas cosas las escribiera hoy de forma diferente, básicamente creo que se mantiene vigente para muchos de los acontecimientos actuales de la isla y el exilio. Lo vuelvo a colgar para los que no lo leyeron en su momento y los que lo quieran releer.

En una secuencia del filme Manhattan, durante un vernissage se encuentra reunido un pequeño grupo de académicos, críticos de arte y diletantes a los cuales se aproxima el personaje de Woody Allen, quien tras ser presentado, para romper la conversación frívola dice: “¿Se enteraron que unos nazis anunciaron que van a realizar un desfile en Brooklyn?”, a lo que un hombre aparentemente muy sofisticado le contesta con un  “Sí” y Allen continúa: “Estoy organizando un grupo para ir con bates y ladrillos a enfrentar a los nazis”. Sin inmutarse, el hombre sofisticado le responde: “Hay un artículo de opinión en el New York Times de hoy que satiriza y hace trizas al desfile” y Allen le riposta: “Sí, la sátira y los artículos están muy bien, pero con los nazis, los bates y los ladrillos son más persuasivos”.

Es muy común hoy en día entre los exiliados cubanos, calificar a los opositores y disidentes pacíficos que ahora pululan por estos medios, como apaciguados y apaciguadores. Se les acusa de ser una creación del castrismo, de ser una oposición permitida porque distrae la atención de los problemas esenciales. Independientemente de lo acertado o no de estos ataques, y según a que disidente se le aplique, ya que no todos son iguales, ni piensan igual, ni se comportan igual, lo que se pierde de vista es que ese tipo de oposición tiene una función que es necesaria, pero en el caso cubano, le falta un complemento: una seria oposición violenta o violentadora que asuste a los gobernantes.

El totalitarismo es imposible de transformar mediante el diálogo, porque por su propia naturaleza no puede hacer cambios. Es toda una red de instituciones interdependientes que obedecen al objetivo único de mantener el control total en manos de un pequeño grupo y cualquier cambio, por pequeño que sea, la fragiliza.  No solamente establecen las leyes y las reglas del juego, sino que como las monopolizan, las cambian a su antojo. Apenas permite la existencia de organizaciones independientes de poca monta. En cuanto se desarrollan y crecen, las aplastan.

No soy historiador, pero una mirada somera a los hechos más trascendentales del siglo veinte muestra que los sistemas totalitarios solo caen por acciones violentas (el nazismo), por la muerte de sus gobernantes (el franquismo) y por un cisma interno de la cúpula hegemónica (el bloque soviético). Incluso en el caso del bloque soviético, entre los muchos factores que lo llevaron a desaparecer, se encuentran las continuas cruentas huelgas sucedidas en Polonia desde 1978, llevadas a cabo por una fuerte organización obrera, las guerras separatistas en Osetia, Abkazia y Chechenia, que los soviéticos ocultaban al mundo y la aparatosa derrota en Afganistán, que rompió el mito de su invencibilidad. En Nicaragua, la presencia de los contras forzó a las negociaciones y a las elecciones. Incluso, mirado en reverso, los propios soviéticos asumieron el poder frente a otro totalitarismo, mediante la violencia y mediante la violencia se agenciaron a todos los países que formaron el bloque del este. Los propios nazis aniquilaron la república de Weimar a través de un golpe de estado sobre la constitución.

La ecuación puede extrapolarse a cambios sociales en sociedades democráticas, como la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos. Hay momentos en los cuales las instituciones no están dispuestas a cambiar sus reglas y la única forma de alcanzar la transformación es violentándolas. Cuando me refiero a violencia no me limito a pensar en tanques y barcos de guerra, sino también en la desobediencia civil, en la disposición a aceptar sufrir la violencia. Huelgas y protestas obligan a los gobiernos a usar la violencia o a dimitir. Es la amenaza de una situación en la cual puede correr la sangre la que asusta a los jerarcas.

Esto no es un llamado a la violencia, es solamente un señalamiento. En el caso cubano, en donde no existen organizaciones sólidas y masivas de oposición civil (y no veo cómo se puedan instaurar), no hay forma de asustar a los detentores del poder. Un gobierno cuyo único interés es mantenerse mandando sin considerar el bienestar de sus ciudadanos, solamente puede temer a su destrucción física.  Si dialogan y hacen pequeños cambios es solo para ganar tiempo. La única solución a la vista es la biológica. Cuando desaparezca la cúpula histórica vendrán quizás, dentro de sus propias filas, otras maneras de mandar, no necesariamente democráticas, pero sí más flexibles, para aplacar los ánimos que provoquen sus diferencias, mientras buscan un nuevo discurso que los concilie.

En un país sin cultura democrática y en el cual ningún ciudadano menor de 60 años ha vivido jamás en la civilidad, los disidentes pacíficos, sin poder de convocatoria interno, seguirán siendo errantes profetas fuera de su tierra, emisarios de un dolor que hasta ahora muchos no conocían o se negaban a conocer, lo cual no deja de ser una función importante, pero insuficiente.


Roberto Madrigal

Wednesday, August 3, 2016

El Donald Vs. Hillary


“Ustedes saben cómo es El Donald, siempre consigue lo que quiere”, repetía hasta el cansancio en múltiples entrevistas su entonces esposa Ivana Trump (nacida Zelnicková). Desde que llegué a estas costas, crecí, es un decir, paralelo al desarrollo de la imagen de Donald Trump.

Dada su ejecutoria en los años ochenta, la imagen indeleble que de él me queda es la de un payaso mediático, un multimillonario farandulero, hijo de papá, dedicado a construir casinos, campos de golf, edificios lujosos y concursos de belleza. A medida que pasaba el tiempo se sumó su historia de bancarrotas y escándalos matrimoniales. La curiosidad me llevó a visitar Atlantic City, ciudad con la cual primero choqué en el excelente filme del mismo nombre, dirigido por Louis Malle y actuado por Burt Lancaster, que la presentaba en total estado de depauperación. Trump reclamaba haberla levantado de las ruinas. Cuando fui, me provocó repulsión. Es cierto que un casco central muy pequeño se encontraba revitalizado por un par de casinos, pero si se daban apenas unos pasos, la ruina y la depauperación se hacían inmediatamente presentes.

Después sucedió su programa de televisión. El aprendiz, en el cual acuñó y patentizó su famosa frase: “You’re fired”. Todo muy ligero. El desempleo para disfrute de los televidentes. Nada de aspiraciones políticas, aunque coqueteó con llegar a la Casa Blanca como candidato del Partido Reformista en 1999 partido que abandonó cuando a este se sumó David Duke. Fue luego demócrata, republicano, independiente y finalmente republicano otra vez. Tuvo muchas relaciones con políticos, pero solo como parte de su necesidad para lograr influencias favorables a sus negocios, pero nada de eso tiene que ver con la imagen que de él me formé, justa o injustamente.

Pero como decía Ivana, siempre consigue lo que quiere y ahí tenemos a El Donald de candidato presidencial republicano, muy a pesar de los que dirigen su partido. Lo consiguió gracias a su imaginación mediática, capturando nuevos votantes y grupos demográficos que dentro de su partido se sentían marginados. Se alzó a pesar de haber sido inicialmente ignorado y minimizado por sus contrincantes. Nunca lo tomaron en serio.

Por el otro lado esta Hillary Clinton, una mujer que está en el ojo público de la política americana desde que en 1979 su esposo Bill, logró la gubernatura de Arkansas. Una muchacha de clase media alta, típico producto de los suburbios del medio oeste, una exitosa abogada, declaradamente dedicada al derecho de los niños, pero con grandes ansias de poder.

Clinton es una politiquera de alto vuelo que hace lo que sea por mantenerse en las altas esferas de influencia política. Asociada estrechamente a las firmas de abogados corporativos a los cuales defiende hasta la muerte. En 1993, encargada de llevar a cabo el plan de reforma de la salud de su esposo, el entonces Presidente Clinton, su mayor logro fue desviar el plan para acomodar los intereses de las compañías de seguros que representaban sus amigotes. Consiguió poner el control de la salud en manos de los aseguradores, sin velar por los intereses de los pacientes y de los profesionales proveedores. Su desempeño causó grandes litigios y demandas que fueron necesarias, en varios estados, para aflojar el injusto control que entregó a las compañías de seguros. La sufrí en carne propia.

Cualquier oportunidad es buena para ella. Se postuló como senadora de un estado en el cual nunca vivió y salió triunfante. Por exceso de confianza, trató a Obama como los republicanos trataron a Trump y perdió las elecciones contra él. Luego, vieja avezada, se le alió como Secretaria de Estado. Ahora recurre a su ayuda para estas elecciones. Esa es la imagen que me he formado, justa o injustamente, de Hillary Clinton.

Pocas veces se han enfrentado, en la política americana, dos adversarios más despreciables y despreciados. Lo indica además, los altos índices de desaprobación que ambos poseen. Sin embargo, para su base de votantes, nada de lo que hagan o digan afecta su fidelidad. Hechos y realidades no influirán en su voto. Cada cual tiene garantizada su porción. La pasión de los extremos garantiza una lucha hostil y feroz como nunca antes se había visto. Es el choque de dos ancianos sedientos de poder.

Estas elecciones pudieran ser las más disputadas en la historia de los Estados Unidos. Recuerdan las de Kennedy contra Nixon en 1960, en las cuales Kennedy solamente tuvo unos cien mil votos más que Nixon, aunque por las características de las elecciones americanas, Kennedy obtuvo 303 votos electorales contra 219 de Nixon. También recuerdan las del año 2000, en las cuales Gore obtuvo medio millón de votos más que Bush, pero perdió por cinco votos electorales (271 vs. 266). Ya se sabe la disputa sobre fraude en la Florida, pero eso lo resolvieron las cortes, aunque la sombra de la duda persista.

Estas elecciones la decidirán los indecisos. Los debates entre Trump y Clinton serán de gran importancia. Hillary, más taimada, tiene de antemano ventaja sobre El Donald, excesivamente locuaz y proclive al insulto, lo cual le puede alienar muchos votantes neutros e incluso de su partido.

Por otra parte, dadas las características de los colegios electorales, los demócratas siempre arrancan con ventaja. Protestar de esto es absurdo, pues es un sistema adoptado por ambos partidos. Trump tiene una tarea difícil.

Olvídense de las encuestas de popularidad. Para poder ganar las elecciones, El Donald tiene que ganar Ohio, Pennsylvania y Florida. Si pierde uno solo de ellos, no puede remontar la desventaja electoral de su oponente, que tiene casi asegurados California y Nueva York, los cuales suman 84 votos entre ambos, casi la tercera parte de los 270 necesarios para ganar las elecciones. No voy a cansar a nadie con la supuesta distribución de los restantes votos.

Pennsylvania es un estado tradicionalmente demócrata, pero que en estos momentos se encuentra desilusionado y los candidatos están muy parejos. Ohio es también muy apretado. Los centros urbanos son demócratas, sobre todo Cleveland y Columbus, pero el resto del estado es mayormente republicano. El problema para El Donald aquí es que el gobernador Kasich, su contrincante en las primarias, no lo apoya y le hace una oposición pasiva que puede llevar a muchos votantes republicanos a no votar, o a votar contra él. La Florida es difícil de pronosticar.

En realidad, quizá Ted Cruz tenía razón cuando dijo “voten con su conciencia”. Eso es lo que tendrá qué hacer esa masa insatisfecha de indecisos que van a definir el resultado. Quizá quede decidido por la ideología y la idiosincrasia de cada cual. Este grupo elegirá lo que para ellos representa el mal menor. Los próximos cuatro años serán, para muchos, una dosis diaria de purgante político.

¿Están tan mal hoy en día los Estados Unidos? No. El que lo crea, se le olvidó la historia. Para no ir muy lejos, recuerden los setenta, que vieron desfilar el escándalo de Watergate, la renuncia de un presidente, que fue el golpe más duro dado a la presidencia, la crisis del petróleo, el incremento de las guerrillas en Africa, el triunfo de los sandinistas, la crisis de Irán, la instauración de férreas dictaduras de derecha en América Latina, los casos de Etiopía, Angola y Afganistán.  Sin embargo, de eso y muchas cosas más (como la música disco), rebotaron los Estados Unidos.


Roberto Madrigal