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Wednesday, July 24, 2013

Nuevos rescates culturales


Tal parece que tanto los intelectuales como la cúpula gubernamental cubana se han convertido a la arqueología.  No solo se dedican ya a rescatar a escritores y otros artistas a quienes ellos mismos se habían encargado de borrar del mapa cultural de la isla, sino que ahora también rescatan conceptos y abstracciones.

Miguel Barnet llama a que en el próximo congreso de la UNEAC se le dedique esfuerzo al rescate de “nuestros valores”, entre ellos la familia y la escuela. Ya en el reciente congreso de la Unión de Periodistas de Cuba se reafirmó el rescate del valor periodístico primordial que ha regido por los últimos cincuenta y tantos años, la lealtad a los lineamientos del gobierno. Padura, desde su enclave cultural de Mantilla, dedica todo un artículo, lleno de solemnidad, a explicarle al pueblo ignorante los avatares del deporte profesional y la necesidad de restaurarlo mesuradamente en la isla, criticando las decisiones políticas que llevaron a su erradicación, sin aclarar de quién o quiénes fueron esas decisiones. Junto a la familia y la escuela, el deporte profesional parece ser otro de nuestros valores perdidos. Otros no tan afamados intelectuales, que se mueven bastante fuera de la isla, conceden entrevistas y se expresan sobre su quehacer con abstracciones exquisitas, evitando la mención a la ideología y la política con asco lezamiano, casi como si hubieran nacido en un país escandinavo, pero sin que sus preocupaciones existenciales lleguen a niveles bergmanianos. Algunos hablan de la necesidad de abrir un diálogo nacional sobre embelesamientos nunca aclarados. Por supuesto, todos sabemos que hasta Raúl Castro hizo un llamado al rescate de la familia y la educación.

Entre los muchos dislates que nos dispensan obvian muchas interrogantes, convierten a las víctimas en victimarios y eluden las causas de la “pérdida”. Todos se quejan pero ninguno ataca ningún punto en concreto.

Yo quisiera que en algún momento mencionaran quiénes fueron los que desde hace muchos años crearon un proyecto social tan importante que implicaba exigir a las personas, y sobre todo a los jóvenes, que no tuvieran ningún tipo de relación con sus parientes que se marchaban de la isla y a  los cuales había que llamar por sus nuevos nombres: traidores, contrarrevolucionarios, vendepatrias y gusanos. Los mismos que conminaban a la juventud a denunciar a sus padres si los escuchaban hablar mal de la revolución, o a delatar a un amigo por expresar una opinión, a que vieran detrás de cada individuo un enemigo. No se atreven a señalar a quienes declararon el deporte profesional como un vicio del pasado que no tendría lugar en la nueva sociedad que muchos de estos nuevos herejes defendieron con vehemencia por tantos años.

En su lamento bolchevique no apuntan a quienes desmantelaron un sistema educacional apoyado en instituciones privadas,  religiosas y públicas para convertirlo en un sistema único, estatizado y subordinado a los lineamientos ideológicos del nuevo partido comunista (muy diferente del viejo). Que se enorgullecieron de establecer un aparato docente en el cual desde la más temprana adolescencia los jóvenes se tenían que pasar, primero meses y luego el año escolar completo, en recintos rurales, alejados de sus familias, propiciando la promiscuidad y la falta de influencia de adultos responsables. Un sistema en el cual la influencia de los padres, los abuelos y los hermanos quedaba supeditada, a la influencia ideológica de los que funcionaban como instrumentos del poder, sin que existiera alguna opción. Esa fue la nueva escuela, la nueva casa, la cuna de nueva raza que tan desentonada y ridículamente cantó Silvio. Nadie se disgustaba de aquellas letras, pero sí desaprueban del reguetón.

Si ese sistema, que nació bajo la sombra de juicios sumarios y enardecidos gritos de “paredón”, no es lo que estableció los cimientos para poner en marcha el deterioro moral, un sistema que además ha convertido a la mayor parte de la ciudadanía en meros sobrevivientes, que no pueden hacer menos que comportarse como tales, con la miopía ética y social que caracteriza a quienes tienen que dedicar su vida a hacer lo que sea para llegar al día siguiente, entonces no me explico lo que puede ser la causa de los males que les atormentan.

Le preguntaría a estos alarmados, indignados y enardecidos trotamundos intelectuales y políticos que se han beneficiado todo este tiempo de este engendro, cómo piensan resolver todos estos problemas mientras intentan preservar el esqueleto del sistema ¿por decreto?

Su arrogancia y prepotencia les impiden ver que la cultura, la moral, la educación y el civismo no están nunca en crisis, sino que son el reflejo de la crisis del tejido social, que es el que sí se resquebraja.

Roberto Madrigal

Wednesday, July 17, 2013

La saga de los vencidos



Cuatro generaciones de alemanes orientales desfilan por las páginas de En tiempos de luz menguante, la novela de Eugen Ruge que le valiera el premio Alfred Doblin y con el Deutscher Buchpreis, el premio literario más importante que se concede en Alemania.

La novela va tejiendo la saga de la familia Umnitzer. Comenzando con el patriarca Wilhelm Powleit que es en realidad el único que no tiene lazos genéticos con el resto de la familia, probablemente con la idea de acentuar la bastardización de un país artificialmente dividido por cinco décadas. Powleit es un hombre rodeado de leyenda, a quien se le atribuye estar entre los fundadores del proyecto de Alemania oriental. Nacido en 1899 es un comunista desde principios de siglo, se le asocia con Karl Liebnecht y Walter Ulbricht, se conjetura que fue espía del partido comunista alemán en México y después se dedicó a labores de propaganda intelectual. Muchas veces condecorado, toda su historia puede que no sea más que una farsa. Su esposa Charlotte clama haber militado en el partido comunista por 62 años y haber sido una fiel investigadora de asuntos sociales.

Karl, el hijastro de Wilhelm, es un marxista convencido que durante el estalinismo fue víctima de las purgas y enviado a un gulag soviético. Allá, en una remota aldea siberiana, conoció y se casó con la campesina rusa Irina y tuvieron un hijo, Alexander, quien parece ser un discreto alter-ego del autor. Alexander nació en la Unión Soviética y nunca se ajustó a la vida en Alemania oriental. Contestatario desde temprano, se desarrolló como dramaturgo y a la larga emigró al occidente. Su hijo Markus , producto de un matrimonio desastroso con una psicóloga sin antecedentes comunistas que nunca fue aceptada por la familia, ya pertenece a una generación desarraigada, que culpa a sus predecesores de todos los males de la sociedad y que enarbola la suástica, no como símbolo nazi, sino supuestamente como adhesión a los principios hinduistas, los cuales, hace miles de años, crearon este signo como representación de fuerzas sagradas y buenos augurios.

La novela se ancla en el primero de octubre de 1989, durante la celebración del cumpleaños de Powleit, pero salta elípticamente entre 1952 y 2001. Cuando nos encontramos a la familia reunida durante la celebración, es un núcleo mal llevado en el cual cada generación detesta a la anterior y viven en un perenne ajuste de cuentas. A pesar de ello, una corriente afectiva les recorre y mantiene la unidad. Los movimientos elípticos nos permiten conocer individualmente a cada uno de los componentes de la familia, otorgando densidad dramática y vitalidad a los personajes, sin dejar de aproximarse a los grandes problemas sociales que enfrentaron quienes tuvieron que vivir en la vitrina del socialismo real. Cada generación destila sus pequeñas envidias, sus fracasos y muy pocos triunfos.

Todo el tema y la trama de la obra son envolventes y fluyen fácilmente desde el punto de vista de la elaboración de personajes y situaciones. Ruge aborda la saga con gran paciencia, elevando su edificio ladrillo a ladrillo. Digiere la Historia con lucidez. Dicen que durante una lectura a Gunther Grass se le apagó la pipa, pero habría que preguntarse si es por lo cautivante del tema y de su desarrollo o por el problema que presenta la novela. A Ruge el lenguaje no se le da con facilidad y a veces las construcciones gramaticales son torpes. En el caso de la edición española de Anagrama, esto se agrava por lo pésimo de la traducción a cargo de Richard Gross, un austríaco con doctorado en traducción y filología hispánica, que posee un imponente currículo, en el cual incluye traducciones de Hans Magnus Erszenberger, Theodor Adorno, Sigmund Freud, Erick Hackl y Gabriel García Márquez, pero que aquí no demuestra ninguno de sus atributos ya que su selección de palabras se mueve entre lo llano y lo académico, dificultando la lectura de la novela, haciéndola a ratos incomprensible con giros gramaticales desatinados.

Eugen Ruge (Sosva 1954), nació en los Urales y como el Alexander de su novela, vino de pequeño a la República Democrática Alemana. Cursó estudios de matemática en la Universidad de Humboldt, para tras un breve periodo de labor científica, dedicarse a trabajar en documentales para los difuntos estudios de la DEFA. Al igual que su Alexander, emigró al oeste en 1988 y se dedicó por completo al teatro y la televisión. En tiempos de luz menguante es su primera novela, que a pesar de los defectos mencionados, es una obra importante, que toca un tema desde un punto de vista nunca antes visto, el de los vencidos por el devenir histórico, el de una familia fundacional de uno de los más disparatados proyectos sociales, en el cual, como se cita en la novela, se especializaron en “crear ruinas sin armas”.

En tiempos de luz menguante. Anagrama 2013. Barcelona, España. Autor: Eugen Ruge.394 páginas. El libro puede adquirirse a través de Amazon y se anuncia que saldrá en inglés en septiembre.

 
Roberto Madrigal

Wednesday, July 10, 2013

Arte y contexto: según Ai Weiwei



La exhibición “Ai Weiwei: According to What?” es la más amplia retrospectiva de la obra del artista y disidente chino que jamás se haya realizado. En primer lugar, fue una sorpresa para mí que se estuviera presentando en Indianapolis y como la ciudad queda a menos de dos horas de la puerta de mi casa pues decidí darme un salto y no perder esta oportunidad.

Unas semanas atrás la curiosidad me llevó a ver una pequeña exhibición fotográfica, expuesta en una pequeña galería privada adjunta al Children’s Museum de Cincinnati. Titulada Colorful Beijng y patrocinada por una organización nombrada “Asociación del pueblo pekinés para la amistad con países extranjeros” resultó ser todo lo que se podía esperar de una exposición con meros fines propagandísticos. Unas setenta fotos de colores explosivos, con planos más bien cerrados que se concentraban en la modernidad arquitectónica y evitaban los alrededores, planos de chinitos sonrientes y de mansos ancianos practicando Tai-chi en un parque o ayudados a cruzar la calle por un cortés policía. Comparsas de dragones y fotos de comidas humeantes completaban la horrible muestra, ni siquiera digna de ser incluida en un folleto turístico de mal gusto.

Tras atravesar una entrada compuesta de un montaje de fotos de la construcción del estadio olímpico de Pekín, cuyo diseño fue concebido por Ai Weiwei en colaboración con una firma arquitectónica suiza, uno se enfrenta a una serie de fotografías hechas por el artista entre 1981 y 1993, años en los cuales vivió en Nueva York mientras estudiaba en el Parsons School of Design y en el Art Students League of New York, a la vez que se relacionaba con Allen Ginsberg, Robert Frank y otra figuras importantes del mundo cultural de la ciudad y paralelamente se convertía en uno de los mejores jugadores profesionales de veintiuna,  como asiduo visitante de los casinos de Atlantic City.  Las fotografías son interesantes sin ser excepcionales y recorren camino trillado, pero tienen el mérito de presentar el Nueva York que vio el artista en su momento y que puede explicar muchas de sus influencias.

La inmensa instalación que incluye diversas instalaciones menores, continúa con dos de la famosa serie de fotos Estudios de perspectiva en las cuales aparece en primer plano la mano del autor con el dedo índice levantado en señal de desafío contraponiéndose a diversos símbolos de poder. Una de las fotos contrasta con la Casa Blanca al fondo y la otra con la Plaza Tienanmen.

Entre las múltiples obras en exhibición se destaca Colored Vases. Consiste en un grupo de vasijas de la dinastía Han que fueron inmersas en pintura industrial para reconfigurar su significado original. Aunque se respira mucho Duchamp y Jasper Johns (tanto en esta pieza como en muchas otras), Weiwei logra un trabajo excepcional que cobra valor propio, apartándose de las influencias que le alimentan.

Moon Chest consiste en una serie de paneles ubicados consecutivamente y separados por espacios precisos, organizados de manera que si uno mira a través de una abertura que tienen al centro, puede ver todas las etapas de la luna con claridad. Pero este alarde de imaginación visual no es gratuito, si después de observar esta ilusión uno se aleja y vuelve a enfrentar estos paneles, dan la impresión de ser los impenetrables e insalvables dioses del tiempo, sin rostro ni morfología, meras cuadraturas arbitrarias que pueden definir nuestros destinos.

La pieza más impresionante es Straight, que es una de tres instalaciones que le fueron inspiradas por el desastre de Sichuan sucedido tras el terremoto ocurrido allí en 2008 y que le tomó casi cinco años completar con ayuda de varios artistas. Durante el período de trabajo en estas piezas, Weiwei estuvo en prisión y además tuvo que someterse a una operación cerebral en Munich, tras ser brutalmente golpeado por la policía china.

En 2008 hubo un violento terremoto en la ciudad de Sichuan tras el cual murieron 90, 000 personas, una gran parte de ellos niños, al derrumbarse la mayoría de los edificios de la ciudad, incluyendo todas las escuelas de la localidad. Una investigación somera indicó que los edificios habían sido mal construidos. Weiwei creó y encabezó una comisión ciudadana para investigar el asunto y concluyó que los edificios habían sido mal diseñados por negligencia de las autoridades gubernamentales, que por lograr efectos propagandísticos apresuraron las construcciones y no supervisaron adecuadamente el proceso.  Se demostró que las barras de reforzamiento habían sido mal instaladas. Esto desató la ira del gobierno.

Para Straight, el artista utilizó 38 toneladas de barras de reforzamiento que habían sido utilizadas en la construcción de los edificios desplomados, las fundió y rehízo las vigas para trabajarlas en su creación. La comisión también se dedicó a rescatar los nombres de los estudiantes muertos y antes de que su trabajo fuera interrumpido por el gobierno, alcanzaron a catalogar más de cinco mil nombres. En la instalación, junto a las barras apiladas hacia el centro, se escucha, por unos altavoces, en tono muy bajo, la lectura de cada uno de los nombres de los estudiantes muertos, cuyas edades oscilan entre los 4 y los 16 años, que dura 3 horas y 41 minutos. La lista complete cuelga en un mural en la pared ubicada entre los altavoces.

Aquí Weiwei juega con gran eficiencia con el contexto de la obra. Es cierto que la obra se puede apreciar a varios niveles pero mientras el espectador tenga mayor conocimiento de su contextualidad,  más la puede apreciar y en este caso resulta un argumento más potente que mil discursos y denuncias firmadas.

La fuerza de la contextualización la expresa Weiwei también en su serie de fotos titulada Dropping a Han Dynasty Vase, en la cual se observa al autor en diferentes estados del proceso de dejar caer una vasija de la dinastía Han. Este acto de rebelión ante las tradiciones, más aceptado en el Occidente, es un acto de osada rebeldía cultural en China.

Ai Weiwei es una figura controversial. Hijo de un poeta, pasó su infancia y su adolescencia en un Laogai (los gulags chinos instaurados por Mao y que aún funcionan), a donde sus padres habían sido enviados, regresando a Pekín en 1975. Tiene en la exhibición un trabajo sobre un objeto de la dinastía Han a partir de una pequeña escultura que le regalara su padre. No puede soslayarse que la etnia han es la dominante en la China actual, desde 1948 y que jugar con sus símbolos y desafiar sus significados consiste en un agravio a las autoridades.

Tras regresar de Nueva York para cuidar a su padre enfermo, Weiwei se dedicó a crear comunas experimentales de artistas en Pekín, pero de alguna manera se las arregló para mantenerse dentro de los círculos creativos oficiales, con los que fue gradualmente rompiendo. Su diseño del “Nido de pájaro” para el estadio olímpico, no le resultó satisfactorio una vez terminado y denunció el producto acabado. Quizá sea por ello que se sale de la instalación por una composición de fotos del proyecto muy similar a la de la puerta de entrada, pero en ninguna de las instalaciones se puede ver el proyecto acabado.

Esta muestra abrió en Octubre en el Smithsonian Hirshhorn Museum and Sculpture, en la capital americana. Ai Weiwei fue invitado, pero el gobierno chino le negó la concesión de un pasaporte, ya que se encuentra en reclusión domiciliaria, acusado de violación de impuestos y de cargos de falta de respeto a las autoridades.  El museo de Indianapolis la tiene desde el 4 de abril y cerrará el 21 de julio próximo. La exhibición continuará en museos de Toronto, Nueva York y Miami, pero no tengo las fechas a mi disposición.  

Roberto Madrigal

Wednesday, July 3, 2013

El caso Snowden: heroísmo, traición, patriotismo y el Gran Hermano

 
No creo que había llegado yo a los diez años de edad cuando en Cuba se multiplicaron unas calcomanías que se pegaban en las casas y decían: “Este niño será ¿creyente o ateo?”. Tenían una cruz en el medio y la cara de un niño de mi edad. Eran distribuidas por la Iglesia Católica para contrarrestar el ateísmo que se nos venía encima. Su contrapartida eran unas calcomanías de diseño similar, casi exactamente igual, que decían: “Este niño será ¿patriota o traidor?”. No tenían la cruz, pero juro en el recuerdo que era el rostro del mismo niño el que presentaban. Ya sabemos quién ganó la contienda.
Para decir la verdad, no puedo hacer memoria de cual salió primero, no anotaba entonces lo que iba a escribir hoy, pero como resultado de esa batalla entre dos totalitarismos, le tomé aversión a los extremos. Me asustan los héroes tanto como los traidores.
Edward Snowden decidió hace poco revelar detalles sobre unos programas secretos del gobierno de los Estados Unidos, el PRISM y el Tempora, dedicados a recoger toda la información de tráfico de llamadas telefónicas y de la internet, que incluyen los que reúnen las principales compañías de servicios de celulares, así como las maquinarias más importantes del mundo virtual como Google, Facebook y otras, y le han caído encima de repente hordas de admiradores y detractores que lo dibujan tanto como un héroe que como un traidor. El mundo entero parece haber abandonado el raciocinio y se ha largado a los extremos. La administración de Obama ha utilizado todos sus medios de persuasión para castigar su audacia, al punto de que a estas alturas, ningún gobierno se atreve abiertamente a darle abrigo.
Ni lo uno, ni lo otro. No voy a analizar las motivaciones de Snowden para revelar esta información. Eso solamente sería tema de especulaciones más ligadas a las convicciones de quienes opinan que a la realidad de los hechos. Se conoce poco del sujeto. Sin embargo, me parece que hizo muy bien en revelar esos métodos siniestros que ha empleado el gobierno de los Estados Unidos (y el de Gran Bretaña también) para, en nombre de la seguridad nacional, recopilar información de sus ciudadanos (y por supuesto, de ciudadanos de muchas otras partes del mundo), a espaldas de ellos.
Estos programas fueron diseñados bajo la administración de George Bush tras los sucesos del once de septiembre y se han mantenido y magnificado en los cinco años que el peripatético Barack Obama lleva en el poder. A la hora de escuchar nuestra intimidad, demócratas y republicanos se dan la mano. Seguridad nacional ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre! Entiendo perfectamente las razones que puede tener el gobierno de los Estados Unidos para supervisar el tráfico de información en las redes virtuales y de comunicación, no me preocupa que todos seamos sospechosos, pero si van a investigar la vida de nosotros y la de los otros, tienen que decirlo abiertamente. El gobierno lo debió haber anunciado.
Se podrá argumentar que eso sería avisar al enemigo, pero no es cierto. Es probable que ese invisible pero no menos peligroso enemigo esté mejor informado de la vigilancia que el resto de los ciudadanos, lo que expone al individuo común y corriente a un mal uso de una información que se ofrece inocentemente. Avisar de unas medidas ayuda a prevenir, cuando no se avisan, es espionaje, es rascabucheo sucio, violación de la privacidad. No importan las justificaciones legales. Esa información está en manos de muchas personas y solamente basta con que una sea deshonesta para crear el caos y afectar a mucha gente. El gobierno tiene el derecho de vigilarnos para protegernos, pero nos tiene que informar de ello, tenemos que ser sus cómplices y no sus víctimas.
Por otra parte, no se debe exagerar. Este no es el Gran Hermano. Este es un país democrático, con muchos sistemas de monitoreo y supervisión, que no va a usar la información como lo haría China o Cuba. Sin embargo, me preocupa que para supervisar este programa no se organizara una entidad independiente, sin lazos con los gobernantes. No me parece correcto que esta vigilancia sea a su vez vigilada por los mismos que la establecen. El senado, la cámara y la administración son todos copartícipes en este asunto.
            Lo horrible y errado de Snowden no es haber revelado la información, sino no haber enfrentado sus consecuencias. Todos los soplones de secretos estatales o institucionales, se han enfrentado a las ramificaciones de sus actos. Si tuvo la intención de ser héroe, entonces en vez de huir, debió enfrentar legalmente al gobierno americano y defender su posición. Sé que es mucho pedir, pero él se metió en el juego y después le cogió miedo a sus reglas. Una suerte de Carromero anglosajón. Lo peor de Snowden es con quienes se ha asociado. Un hombre que reclama que revela información en beneficio de las libertades y de la privacidad de los ciudadanos, no debe ligarse a gobiernos como el de Rusia, China, Ecuador, Bolivia, Venezuela y Cuba. Eso lo convierte en un hipócrita o en un patán, y si se quiere hasta en un traidor.
También la prensa ha jugado un papel nefasto que reniega de los principios que supone defender. Hasta hace poco parecían agazapados, esperando órdenes. Todos denunciando a Snowden como si fueran meros voceros del gobierno. No ha sido hasta hace poco que algunos medios como el New York Times, el Wall Street Journal y otras cadenas de prensa plana y electrónica se han atrevido a presentar un enfoque balanceado. Y eso, a través de sus columnistas, porque los reportajes se han mantenido dentro de los límites del sensacionalismo en pro del establishment. Vergüenza debiera darles.
Buscar transparencia es lo que está en el meollo del asunto y todo el mundo lo elude. Snowden hizo bien en revelar la información, pero es culpable por su asociación con los grandes represores que en el mundo hoy son. La prensa y el gobierno han hecho una alianza bochornosa para presentar un frente común en defensa de la seguridad nacional. Si la prensa no es inquisitiva y renuncia a cuestionar las intenciones y los mecanismos del gobierno, no sé a dónde iremos a parar. Ni patriotas ni villanos, simples colegas.
Todo lo anterior refuerza mi creencia de que héroes y traidores, deben pastar no en mi jardín, sino en una pradera bien lejana.
 
Roberto Madrigal