Tal parece que tanto los intelectuales
como la cúpula gubernamental cubana se han convertido a la arqueología. No solo se dedican ya a rescatar a escritores
y otros artistas a quienes ellos mismos se habían encargado de borrar del mapa
cultural de la isla, sino que ahora también rescatan conceptos y abstracciones.
Miguel
Barnet llama a que en el próximo congreso de la UNEAC se le dedique esfuerzo al
rescate de “nuestros valores”, entre ellos la familia y la escuela. Ya en el
reciente congreso de la Unión de Periodistas de Cuba se reafirmó el rescate del
valor periodístico primordial que ha regido por los últimos cincuenta y tantos
años, la lealtad a los lineamientos del gobierno. Padura, desde su enclave
cultural de Mantilla, dedica todo un artículo, lleno de solemnidad, a
explicarle al pueblo ignorante los avatares del deporte profesional y la
necesidad de restaurarlo mesuradamente en la isla, criticando las decisiones
políticas que llevaron a su erradicación, sin aclarar de quién o quiénes fueron
esas decisiones. Junto a la familia y la escuela, el deporte profesional parece
ser otro de nuestros valores perdidos. Otros no tan afamados intelectuales, que
se mueven bastante fuera de la isla, conceden entrevistas y se expresan sobre
su quehacer con abstracciones exquisitas, evitando la mención a la ideología y
la política con asco lezamiano, casi como si hubieran nacido en un país
escandinavo, pero sin que sus preocupaciones existenciales lleguen a niveles
bergmanianos. Algunos hablan de la necesidad de abrir un diálogo nacional sobre
embelesamientos nunca aclarados. Por supuesto, todos sabemos que hasta Raúl
Castro hizo un llamado al rescate de la familia y la educación.
Entre
los muchos dislates que nos dispensan obvian muchas interrogantes, convierten a
las víctimas en victimarios y eluden las causas de la “pérdida”. Todos se
quejan pero ninguno ataca ningún punto en concreto.
Yo
quisiera que en algún momento mencionaran quiénes fueron los que desde hace
muchos años crearon un proyecto social tan importante que implicaba exigir a
las personas, y sobre todo a los jóvenes, que no tuvieran ningún tipo de
relación con sus parientes que se marchaban de la isla y a los cuales había que llamar por sus nuevos
nombres: traidores, contrarrevolucionarios, vendepatrias y gusanos. Los mismos
que conminaban a la juventud a denunciar a sus padres si los escuchaban hablar
mal de la revolución, o a delatar a un amigo por expresar una opinión, a que
vieran detrás de cada individuo un enemigo. No se atreven a señalar a quienes
declararon el deporte profesional como un vicio del pasado que no tendría lugar
en la nueva sociedad que muchos de estos nuevos herejes defendieron con
vehemencia por tantos años.
En su
lamento bolchevique no apuntan a quienes desmantelaron un sistema educacional
apoyado en instituciones privadas, religiosas y públicas para convertirlo en un
sistema único, estatizado y subordinado a los lineamientos ideológicos del
nuevo partido comunista (muy diferente del viejo). Que se enorgullecieron de establecer
un aparato docente en el cual desde la más temprana adolescencia los jóvenes se
tenían que pasar, primero meses y luego el año escolar completo, en recintos
rurales, alejados de sus familias, propiciando la promiscuidad y la falta de
influencia de adultos responsables. Un sistema en el cual la influencia de los
padres, los abuelos y los hermanos quedaba supeditada, a la influencia
ideológica de los que funcionaban como instrumentos del poder, sin que
existiera alguna opción. Esa fue la nueva escuela, la nueva casa, la cuna de
nueva raza que tan desentonada y ridículamente cantó Silvio. Nadie se disgustaba
de aquellas letras, pero sí desaprueban del reguetón.
Si ese
sistema, que nació bajo la sombra de juicios sumarios y enardecidos gritos de “paredón”,
no es lo que estableció los cimientos para poner en marcha el deterioro moral,
un sistema que además ha convertido a la mayor parte de la ciudadanía en meros
sobrevivientes, que no pueden hacer menos que comportarse como tales, con la miopía
ética y social que caracteriza a quienes tienen que dedicar su vida a hacer lo
que sea para llegar al día siguiente, entonces no me explico lo que puede ser
la causa de los males que les atormentan.
Le
preguntaría a estos alarmados, indignados y enardecidos trotamundos
intelectuales y políticos que se han beneficiado todo este tiempo de este
engendro, cómo piensan resolver todos estos problemas mientras intentan
preservar el esqueleto del sistema ¿por decreto?
Su arrogancia
y prepotencia les impiden ver que la cultura, la moral, la educación y el
civismo no están nunca en crisis, sino que son el reflejo de la crisis del
tejido social, que es el que sí se resquebraja.
Roberto
Madrigal
Se queja Valeriano,
ReplyDeletetorciéndose el mostacho
y hablando en buen gabacho
del gran pueblo cubano
Ostias, que sois maleducados
que no sabéis comer
gritáis, ¡jamar!, joder
en plazas y mercados
Pero el molde hace nación
y os digo convencido:
saldréis bien corregidos
de mi reconcentración.
Amigo mio, Debo reconocer que ma emocionado tu exposicion. Clara y profunda. Al final, lo que no se atreven a reconocer es que "el romerillo no sirve pa' cocimiento"
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