El cineasta Andrei Zvyagintsev (Novosibirsk, 1964), se
enmarca dentro de la línea desarrollada mayormente por autores como Andrei
Tarkovski, Serguei Bodrov, Alexander Sokurov y Alexei Balabanov, de hacer un
cine de indagación existencial que explora las raíces del alma rusa y su dilema
eurasiático.
Rusia es un país que siempre ha intentado inclinarse al
occidente y sus valores culturales para defenderse de las invasiones mongolas,
kalmukas y magiares que se adentraron en sus territorios orientales, esas
grandes llanuras desprovistas de protección geográfica, quienes saqueaban sus
riquezas naturales y dejaban su impronta en el carácter nacional. Tanto
tuvieron que batallar de cara al este que los rusos no tuvieron acceso al
renacimiento europeo. Hasta principios del siglo diecinueve, la aristocracia
rusa, para compensar esa carencia cultural y con un obvio complejo de
inferioridad, prefería hablar en francés. Sin embargo, el instrumento de
identificación nacional, la balalaika, fue traído a caballo por los kazajos del
Asia Central. En un país que en los últimos doscientos años ha carecido de un
parlamento democrático y de una prensa libre, las artes se convirtieron en la
arena adecuada para el debate político, filosófico y religioso, una de las
razones por las cuales sus movimientos artísticos siempre han tenido una
importancia tan grande dentro de sus fronteras y un impacto tan fuerte en el
resto del mundo, principalmente el occidental. Durante las décadas soviéticas,
el cine se convirtió en la forma artística más importante tanto como elemento
fundamental de la propaganda oficial que como foro de cuestionamiento ideológico
y estético. De cierta manera, esto ha continuado en una parte de la
cinematografía rusa postsoviética.
Elena (2011), comienza
lentamente haciéndonos asistir a la rutina matinal de Vladimir, un sexagenario
rico y Elena, una mujer al menos diez años más joven, su acompañante. Al
principio no sabemos exactamente cuál es su relación. Duermen en habitaciones
separadas, ella se encarga de cuidar de sus necesidades y se relacionan de una
manera entre distante y familiar, con un respeto deferente. Cada cual padece un
trauma de su pasado. Vladimir sufre a una hija distante, solamente interesada en
su riqueza. Elena padece de un hijo lumpen, con una familia sumida en la más
abyecta pobreza que trasmite a las nuevas generaciones.
A medida que la cinta avanza sabemos que Vladimir pudo
haber sido un militar de alto rango o un ex-agente de la KGB, que usó su
posición en la jerarquía soviética para enriquecerse como empresario en la
transición al postcomunismo. Elena era una simple ayudante de enfermera que lo
conoció en un hospital durante un ingreso por un ataque de apendicitis. Nos
enteramos después que se conocen desde hace diez años y están casados desde
hace dos. Mantienen una relación de amo y sirvienta, con esporádicos escarceos
sexuales.
Vladimir vive en un apartamento muy moderno con todos los
lujos de la tecnología actual. Maneja un Audi, va al gimnasio por las mañanas y
ya está retirado de sus negocios. Es un hombre culto. Su hija es una mujer elegante,
cínica y racional. Son la representación de la Rusia europea. La familia de
Elena vive en un vecindario de edificios prefabricados, indistinguibles, que
conforman un paisaje deprimente que parece ser multiplicado por un efecto
especular. La única interrupción a la monotonía visual es una planta eléctrica
a una pedrada de distancia. Los adolescentes se pasan borrachos todo el tiempo
que puedan y son de naturaleza agresiva. Elena y su familia encarnan la Rusia
asiática. Vladimir viste con elegancia parisina mientras que Elena, a pesar de
un aparente refinamiento, se pone hasta un pañuelo en la cabeza a la usanza de
las babushkas. No se puede pasar por alto que a Vladimir lo interpreta Andrei
Smirnov, un importante actor y director contestatario del cine soviético de los
años setenta. Zvyagintsev cuida minuciosamente de todos los detalles.
En medio del discreto encanto de la nueva clase rusa,
Vladimir sufre un infarto casi fatal. Enfrentado a su mortalidad, al salir del
hospital le revela a Elena que va a redactar su herencia, en la cual dejará
todas sus propiedades a su hija y a Elena una pensión. Ya Elena le había
reprochado que se pasara el tiempo malcriando a su hija malagradecida mientras
él le niega el dinero que Elena le pide para sobornar a las autoridades
escolares y lograr que su nieto, una bala perdida que se asocia con los
delincuentes juveniles de su vecindario, pueda ingresar a la universidad que no
merece por sus malas notas, y evite ser reclutado por el ejército y enviado a
la guerra en Osetia. Al escuchar los propósitos de Vladimir con su herencia,
Elena entra en callada cólera y blande su cimitarra esteparia. Con su habitual
paciencia, desarrolla un ingenioso plan para eliminar a Vladimir y quedarse con
todos los derechos que la ley otorga a una esposa cuando no existe un
testamento por medio. De paso, se va a quedar con unos cuantos miles de euros
en efectivo que Vladimir guarda en una caja fuerte a cuyo código ella tiene
acceso. Tras resolver los problemas inmediatos y mientras espera se litigien
los conflictos sobre el legado de Vladimir, muda a su familia al moderno
apartamento.
Zvyagintsev, quien con sus dos primeros largometrajes, The Return (2003) y The Banishment (2007), ya había explorado esta temática y se había
situado a la vanguardia artística de los directores rusos contemporáneos, dejaba
ver en ellos la influencia de Tarkovski de manera muy directa. Con Elena, su tercer largometraje logra establecer
un estilo propio. La película no solamente cuenta con excelentes actuaciones de
todos los actores, que se desempeñan con un crudo naturalismo de manera tal que
no parecen ni esforzarse en sus interpretaciones de estos personajes tan
traumatizados pero tan cotidianos, sino que también se beneficia de la
excelente fotografía de Mijail Krichman, quien maneja elegantemente la
iluminación de cada plano, dejando que la cámara capte los matices del color
con el paso de las horas. Pero lo más importante es que el director, quien
también escribió el guión, ha logrado expresar, mediante un argumento que
balancea lo banal con lo truculento, pero narrado en un tono intimista, el tema
ancestral que golpea la conciencia rusa. Mesuradamente, sin pomposidad, ha
creado un microcosmos a través del cual uno puede asomarse a la Rusia de hoy,
que aun sin resolver su dicotomía cultural entra en una etapa sociopolítica
nunca antes por ella explorada. Curiosamente, la película ganó en el 2011 los
premios de mejor dirección y mejor actuación (a Nadezhda Markina por su
interpretación de Elena) en el festival de la Pantalla Asiática y Pacífica que
se celebra en Australia y el muy europeo premio especial de Una Cierta Mirada
que concede el festival de Cannes.
Elena (Rusia 2011). Director: Andrei Zvyagintsev. Guión:
Andrei Zvyagintsev y Oleg Negin. Fotografía:
Mijail Krichman. Con: Andrei
Smirnov, Nadezhda Markina, Elena Lyadova, Alexei Rozin y Evgueniya Konushkina.
La película ha sido estrenada ampliamente en los Estados Unidos y en Europa.
Saldrá en DVD a finales de octubre.
Roberto Madrigal
Lo siento, no la he visto. Pero sería muy simple ver toda la historia de Rusia como la lucha entre Asia y Europa. De hecho, Rusia fue heredera de Konstantinopla, y su cultura de los siglos 12-15 no tiene mucho que envidiar a la europea. Los rusos vivían en casas de madera, pero construían monasterios e iglesias de pieadra que ni el nefasto período socialista pudo destruir completamente (durante la época socialista se cerraron prácticamente todos los monasterios y fueron destruidas miles de iglesias). Es imposible hablar de Rusia fuera de ese contexto. Creo que la película "Elena" habla de la vida fuera de todas las normas éticas y morales. Pueden ser personas de cualquier nacionalidad. Podría ser una película sobre un descendiente de algún "pincho" cubano y una mulata de solar.
ReplyDeleteSaludos
Verónica
Tienes razon, la historia rusa no se puede reducir a esa contradiccion, pero es un elemento importante que tocan muchos autores. Claro que en medio de esas circunstancias se desarrollo una gran cultura. Tambien estoy de acuerdo que Zvyagintsev trasciende no solo normas eticas y morales, sino que la pelicula bien puede ser extrapolada a la realidad cubana como dices. Esa relacion amo y sirvienta no es exclusiva de los rusos ni de los cubanos. Pero quise llamar la atencion sobre el manejo de las claves de Zvyagintsev, que se apoya en una indagacion del espiritu ruso. Gracias veronica.
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