Hace poco más de dos semanas, durante una de las
frecuentes visitas que hago a mi hija, que reside en Filadelfia, tuve la
oportunidad de visitar el recién abierto recinto que ahora alberga a la
Fundación Barnes. El hecho de que haya finalmente podido ver esta
extraordinaria colección en el lugar en el cual ahora está situada, puede que
sea el resultado de una traición, o más bien de una colisión entre intereses
artísticos, económicos y políticos. Una lucha por el poder y su control.
Albert Barnes (1872-1951), creció en los barrios pobres
de Filadelfia. Su padre fue carnicero y perdió un brazo durante la Guerra
Civil, su madre, una metodista devota, lo llevaba con asiduidad a las iglesias
afroamericanas del área. Boxeó y jugó béisbol semiprofesional para pagar sus
estudios universitarios, graduándose finalmente de médico en la prestigiosa
University of Pennsylvania. Se dedicó a la farmacéutica y estableció una
fábrica de producción e investigación, en la cual empezó a mostrar su obsesión
por la educación y de las ocho horas de trabajo dedicaba una para que los
obreros estudiaran. Fue además uno de los primeros empresarios en tener una
fuerza de trabajo mixta, incluyendo tanto a blancos como a negros. En 1899
desarrolló el Argirol, que en su momento se usaba para el tratamiento de la
gonorrea y la ceguera que esta producía, que era entonces el mal du siécle.
Con los millones que el negocio le proporcionaba, desde
1910 comenzó a nutrir su otra inquietud: el estudio y la colección de arte.
Pero Barnes no era un coleccionista cualquiera, era un hombre con una visión
artística propia que detestaba lo convencional y que apostaba por la
vanguardia. En 1912 se hizo amigo de Leo y Gertrude Stein, en cuya casa tuvo la
oportunidad de conocer personalmente a Matisse y a Picasso y de ponerse en
contacto con la obra de Soutine, Modigliani, de Chirico y muchos otros. Por
supuesto, comenzó a comprar a precios risibles.
En 1922 estableció la Fundación Barnes y al año siguiente
hizo una exhibición pública de la misma. La prensa, los críticos de arte y los
aristócratas esnobs se burlaron de él y ridiculizaron sus posesiones. Las
autoridades médicas de la época calificaron su colección como de “arte de
mentes enfermas”. Enfurecido, Barnes declaró guerra total y permanente a todas
las instituciones artísticas de Filadelfia y de los Estados Unidos en general.
En 1925 ubicó su colección en una casa situada en un suburbio residencial de la
ciudad llamado Merion, en donde estuvo hasta el año pasado. Redactó unos
estatutos que prohibían mover su colección de donde estaba, no permitía que se
prestaran sus cuadros ni que se hicieran exhibiciones públicas y estableció que
se convertiría en una institución didáctica para los interesados en carreras
artísticas, con entrada limitada al público general. Contrató personal para dar
clases de arte y de historia del arte y él decidía quién y cuándo podía entrar.
Barnes era un hombre soberbio y difícil de tratar,
embebido en sus causas. Le negó la entrada a T.S. Eliot y a James Michener
porque no estaba de acuerdo con sus ideas políticas y sacó a Bertrand Russell
de la miseria en momentos en los cuales le fue negada la posibilidad de enseñar
en la University of Pennsylvania y en el Museo de Arte de Filadelfia y lo
contrató por cinco años para que enseñara filosofía en la fundación. La
relación con Russell se rompió porque se dice que la esposa de este exigía que
se le llamara “Lady Russell” y al anti-aristócrata de Barnes esto le cayó mal y
se lo comunicó a Russell, quien por supuesto se puso del lado de su mujer.
Barnes murió en un accidente automovilístico en 1951 y ahí comenzó la batalla
por su legado.
No tuvo hijos y su mujer estaba más interesada en la
jardinería que en la colección. Puso la fundación a cargo de Lincoln
University, una pequeña universidad exclusivamente para afroamericanos, para
evitar que el establecimiento político y artístico de la ciudad tuviera nada
que ver con ella. Con los años, los mismos encargados de preservar los
principios de Barnes empezaron a hacer cambios a los principios por él
establecidos. Alegando falta de fondos, uno de sus regentes, el ambicioso académico
y político Richard Glanton, quien fungió como presidente de la fundación y de
la universidad en la década de los noventa, cerró temporalmente la mansión de
Merion y llevó los cuadros de gira por Toronto, New York, Paris, Tokío,
Washington y Munich. Finalmente permitió la entrada a la fundación de miembros
de otras fundaciones artísticas con las cuales Barnes estuvo en guerra y al
ampliarse el número de fideicomisarios, los miembros de Lincoln University
quedaron en minoría y mas tarde fueron sobornados con una donación de cuarenta
millones de dólares, hecha por el gobernador Ed Rendell para sostener a la
maltrecha institución.
Luego comenzó la batalla final para trasladar la
colección a un sitio en el centro de Filadelfia, en plena Benjamin Franklin
Parkway, a lo largo de la cual también se encuentran el Museo de Arte de
Filadelfia y el Museo Rodin. Los puristas crearon una organización que llamaron
“Amigos de la Fundación Barnes” para mantener el museo en su lugar original.
Los políticos y tres organizaciones caritativas dirigidas por archienemigos de
Barnes maniobraron, con la excusa de traer el arte para el disfrute de todos,
pero haciendo hincapié en los beneficios que tendría para el turismo y la economía
de la ciudad, para que se trasladara a su nuevo lugar. La disputa está bien
detallada en el excelente pero muy parcializado documental The Art of the Steal (2009), dirigido por Don Argott. Barnes
siempre disputaba que el arte hay que mantenerlo bien alejado de los
políticos y la razón le asiste, pero esta batalla la perdió.
Más allá de la politiquería y todas las batallas que
giraron alrededor de la fundación, queda siempre el arte. Por su difícil
acceso, nunca pude ir a la mansión de Merion pero el nuevo edificio respeta parte
de la estructura externa de la antigua residencia y le es completamente fiel en
su interior. Esto de museo solamente tiene la inevitable entrada, con los
despachadores de boletos y las promociones de futuros programas y charlas. Una
vez pasada esta antesala uno entra en un sitio completamente imprevisto. Las
habitaciones son pequeñas, concediendo intimidad con las obras expuestas y a
diferencia de los museos traidicionales, apenas hay espacios vacíos en las
paredes. Barnes arregló las obras de acuerdo a sus criterios estéticos y no hay
orden cronológico ni de ningún tipo. Un Matisse puede estar al lado de una
cerradura medieval, encima de un mueble americano del siglo diecinueve, rodeado
de esculturas africanas o etruscas y junto a un Tiziano. El concepto de Barnes
era establecer un diseño espacial de acuerdo a colores, líneas y dimensiones.
Los cuartos son en si mismos instalaciones artísticas y para ese propósito
algunos cuadros pueden ser difíciles de apreciar, ya que puede que estén
cercanos al techo. Este antimuseo en si mismo trasciende su propio contenido,
que por si solo es valiosísimo, considerando que tiene 181 cuadros de Renoir,
60 de Matisse (entre ellos La Danse y
Le Bonheur de Vivre), 44 de Picasso y
la colección más grande de obras de Cezanne, incluyendo Les Joueurs des Cartes. Además de varios cuadros de Van Gogh,
Tiziano, Tintoretto, El Greco, Miró, Soutine, Degas y muchos otros, tiene una
de las colecciones de arte africano más completas del mundo. Hay un total de
2,500 obras en exposición.
Moverse de una habitación a la siguiente es una aventura
en pos del asombro. Esta es la obra de un hombre con visión artística, un
iconoclasta que ha creado una institución contra todas las instituciones.
Visitar la Fundación Barnes es una experiencia inusitada, incapaz de ser
reproducida, pero que invita a repetirse. Una vez dentro de sus salas, se puede
uno olvidar de todo el asedio a la que fue sometida. Adentro, los políticos no
cuentan.
Roberto Madrigal
Gracias por este paseo. Hermoso.
ReplyDeleteNo se si es por endecasilabo, el final de tu trabajo me encanto...Me sumo a los que agradecen el paseo pero sigo aferrado a ese final, que como un epitafio recuerda que Adentro, los politicos no cuentan...
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