Total Pageviews

Monday, July 30, 2012

El antimuseo



Hace poco más de dos semanas, durante una de las frecuentes visitas que hago a mi hija, que reside en Filadelfia, tuve la oportunidad de visitar el recién abierto recinto que ahora alberga a la Fundación Barnes. El hecho de que haya finalmente podido ver esta extraordinaria colección en el lugar en el cual ahora está situada, puede que sea el resultado de una traición, o más bien de una colisión entre intereses artísticos, económicos y políticos. Una lucha por el poder y su control.


Albert Barnes (1872-1951), creció en los barrios pobres de Filadelfia. Su padre fue carnicero y perdió un brazo durante la Guerra Civil, su madre, una metodista devota, lo llevaba con asiduidad a las iglesias afroamericanas del área. Boxeó y jugó béisbol semiprofesional para pagar sus estudios universitarios, graduándose finalmente de médico en la prestigiosa University of Pennsylvania. Se dedicó a la farmacéutica y estableció una fábrica de producción e investigación, en la cual empezó a mostrar su obsesión por la educación y de las ocho horas de trabajo dedicaba una para que los obreros estudiaran. Fue además uno de los primeros empresarios en tener una fuerza de trabajo mixta, incluyendo tanto a blancos como a negros. En 1899 desarrolló el Argirol, que en su momento se usaba para el tratamiento de la gonorrea y la ceguera que esta producía, que era entonces el mal du siécle.


Con los millones que el negocio le proporcionaba, desde 1910 comenzó a nutrir su otra inquietud: el estudio y la colección de arte. Pero Barnes no era un coleccionista cualquiera, era un hombre con una visión artística propia que detestaba lo convencional y que apostaba por la vanguardia. En 1912 se hizo amigo de Leo y Gertrude Stein, en cuya casa tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Matisse y a Picasso y de ponerse en contacto con la obra de Soutine, Modigliani, de Chirico y muchos otros. Por supuesto, comenzó a comprar a precios risibles.


En 1922 estableció la Fundación Barnes y al año siguiente hizo una exhibición pública de la misma. La prensa, los críticos de arte y los aristócratas esnobs se burlaron de él y ridiculizaron sus posesiones. Las autoridades médicas de la época calificaron su colección como de “arte de mentes enfermas”. Enfurecido, Barnes declaró guerra total y permanente a todas las instituciones artísticas de Filadelfia y de los Estados Unidos en general. En 1925 ubicó su colección en una casa situada en un suburbio residencial de la ciudad llamado Merion, en donde estuvo hasta el año pasado. Redactó unos estatutos que prohibían mover su colección de donde estaba, no permitía que se prestaran sus cuadros ni que se hicieran exhibiciones públicas y estableció que se convertiría en una institución didáctica para los interesados en carreras artísticas, con entrada limitada al público general. Contrató personal para dar clases de arte y de historia del arte y él decidía quién y cuándo podía entrar.


Barnes era un hombre soberbio y difícil de tratar, embebido en sus causas. Le negó la entrada a T.S. Eliot y a James Michener porque no estaba de acuerdo con sus ideas políticas y sacó a Bertrand Russell de la miseria en momentos en los cuales le fue negada la posibilidad de enseñar en la University of Pennsylvania y en el Museo de Arte de Filadelfia y lo contrató por cinco años para que enseñara filosofía en la fundación. La relación con Russell se rompió porque se dice que la esposa de este exigía que se le llamara “Lady Russell” y al anti-aristócrata de Barnes esto le cayó mal y se lo comunicó a Russell, quien por supuesto se puso del lado de su mujer. Barnes murió en un accidente automovilístico en 1951 y ahí comenzó la batalla por su legado.


No tuvo hijos y su mujer estaba más interesada en la jardinería que en la colección. Puso la fundación a cargo de Lincoln University, una pequeña universidad exclusivamente para afroamericanos, para evitar que el establecimiento político y artístico de la ciudad tuviera nada que ver con ella. Con los años, los mismos encargados de preservar los principios de Barnes empezaron a hacer cambios a los principios por él establecidos. Alegando falta de fondos, uno de sus regentes, el ambicioso académico y político Richard Glanton, quien fungió como presidente de la fundación y de la universidad en la década de los noventa, cerró temporalmente la mansión de Merion y llevó los cuadros de gira por Toronto, New York, Paris, Tokío, Washington y Munich. Finalmente permitió la entrada a la fundación de miembros de otras fundaciones artísticas con las cuales Barnes estuvo en guerra y al ampliarse el número de fideicomisarios, los miembros de Lincoln University quedaron en minoría y mas tarde fueron sobornados con una donación de cuarenta millones de dólares, hecha por el gobernador Ed Rendell para sostener a la maltrecha institución.


Luego comenzó la batalla final para trasladar la colección a un sitio en el centro de Filadelfia, en plena Benjamin Franklin Parkway, a lo largo de la cual también se encuentran el Museo de Arte de Filadelfia y el Museo Rodin. Los puristas crearon una organización que llamaron “Amigos de la Fundación Barnes” para mantener el museo en su lugar original. Los políticos y tres organizaciones caritativas dirigidas por archienemigos de Barnes maniobraron, con la excusa de traer el arte para el disfrute de todos, pero haciendo hincapié en los beneficios que tendría para el turismo y la economía de la ciudad, para que se trasladara a su nuevo lugar. La disputa está bien detallada en el excelente pero muy parcializado documental The Art of the Steal (2009), dirigido por Don Argott. Barnes siempre disputaba que el arte hay que mantenerlo bien alejado de los políticos y la razón le asiste, pero esta batalla la perdió.


Más allá de la politiquería y todas las batallas que giraron alrededor de la fundación, queda siempre el arte. Por su difícil acceso, nunca pude ir a la mansión de Merion pero el nuevo edificio respeta parte de la estructura externa de la antigua residencia y le es completamente fiel en su interior. Esto de museo solamente tiene la inevitable entrada, con los despachadores de boletos y las promociones de futuros programas y charlas. Una vez pasada esta antesala uno entra en un sitio completamente imprevisto. Las habitaciones son pequeñas, concediendo intimidad con las obras expuestas y a diferencia de los museos traidicionales, apenas hay espacios vacíos en las paredes. Barnes arregló las obras de acuerdo a sus criterios estéticos y no hay orden cronológico ni de ningún tipo. Un Matisse puede estar al lado de una cerradura medieval, encima de un mueble americano del siglo diecinueve, rodeado de esculturas africanas o etruscas y junto a un Tiziano. El concepto de Barnes era establecer un diseño espacial de acuerdo a colores, líneas y dimensiones. Los cuartos son en si mismos instalaciones artísticas y para ese propósito algunos cuadros pueden ser difíciles de apreciar, ya que puede que estén cercanos al techo. Este antimuseo en si mismo trasciende su propio contenido, que por si solo es valiosísimo, considerando que tiene 181 cuadros de Renoir, 60 de Matisse (entre ellos La Danse y Le Bonheur de Vivre), 44 de Picasso y la colección más grande de obras de Cezanne, incluyendo Les Joueurs des Cartes. Además de varios cuadros de Van Gogh, Tiziano, Tintoretto, El Greco, Miró, Soutine, Degas y muchos otros, tiene una de las colecciones de arte africano más completas del mundo. Hay un total de 2,500 obras en exposición.


Moverse de una habitación a la siguiente es una aventura en pos del asombro. Esta es la obra de un hombre con visión artística, un iconoclasta que ha creado una institución contra todas las instituciones. Visitar la Fundación Barnes es una experiencia inusitada, incapaz de ser reproducida, pero que invita a repetirse. Una vez dentro de sus salas, se puede uno olvidar de todo el asedio a la que fue sometida. Adentro, los políticos no cuentan.


Roberto Madrigal

2 comments:

  1. No se si es por endecasilabo, el final de tu trabajo me encanto...Me sumo a los que agradecen el paseo pero sigo aferrado a ese final, que como un epitafio recuerda que Adentro, los politicos no cuentan...

    ReplyDelete