Así fue como lo describió hoy el diario Granma resumiéndolo en 131 palabras.
Solamente ofrecen los nombres y el lugar de nacimiento o la nacionalidad de los
involucrados. No hay otra explicación. Ninguneo oficial a las víctimas. Lo de
siempre.
Estos 53 años me han enseñado siempre a desconfiar de las
autoridades cubanas. Recelo es lo
primero que siento por ellos. Es por crecer en un país en el cual el gobierno
se otorga el patrimonio de las fuentes de información. No hay puntos de vista.
Su versión es la única accesible y no puede cuestionarse. El resto se reduce a
rumores.
Llama la atención que Oswaldo Payá haya muerto en compañía
de otro disidente, Harold Cepero, y de dos jóvenes europeos que habían entrado
al país como turistas pero cuyo propósito era bien distinto, mientras los
cuatro se dirigían a Bayamo, ciudad situada en la provincia en la cual se
originó el brote de cólera. Al gobierno
cubano no le gusta que le cuestionen sus estadísticas. Es también curioso que
Payá tuvo un accidente en Rancho Boyeros, hace menos de un mes. Es extraño,
pero no me extraña, que más de 24 horas después, los sobrevivientes no han
emitido declaraciones a la prensa. Nadie investiga por qué en un carro
alquilado, por supuesto que al gobierno, el conductor perdió el control del
mismo. ¿Tendría un desperfecto? Nadie ha hablado de que el carro se esté
analizando. Quizás solamente quisieron asustarlos y les salió mejor de lo que
esperaban.
Es probable que nunca tengamos una respuesta adecuada a
esas interrogantes, por lo que desafortunadamente, hay que guiarse por los
instintos y por lo que se sabe que ha ganado el gobierno.
Raúl Castro vivió por 47 años a la sombra de su hermano
mayor. Un genio delirante que apostaba a un lugar en la historia, a una imagen
global. Un hombre imaginativo y carismático. A diferencia de su hermano, es
obvio que a Raúl Castro no le interesa su lugar en la historia, sino mantenerse
en el poder lo poco que le queda de vida. Es un hombre sin una célula
imaginativa en su cuerpo, sin el menor carisma, pero eso sí, decidido a
quitarse de encima todo lo que entorpezca su exitosa recta final. Zapata
Tamayo, Laura Pollán y ahora Payá parecen componer un afiche sobre los límites
de su tolerancia. Todos los disidentes están en la mirilla y el gatillo se
aprieta cuando él decida. No cabalga la gesta, pero cuidado con sus gestos.
Lo que el gobierno ha ganado con esta muerte oficialmente
accidental es quitarse de encima a un hombre dedicado a su causa. Un convencido
practicante del civismo. Un individuo capaz de elaborar sus ideas con una
coherencia y una lucidez que trascienden el marco nacional. Una figura con
merecido reconocimiento internacional en altos centros de poder. Un verdadero
protagonista sin ningún interés por el protagonismo. Alguien que hace tiempo
pudo haber optado por el lucro y darle la espalda a aquel desastre, pero que
siguió luchando por mera convicción. Un creyente religioso sin fanatismo. En
fin, un verdadero peligro.
Roberto Madrigal
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