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Monday, July 23, 2012

Accidente



Así fue como lo describió hoy el diario Granma resumiéndolo en 131 palabras. Solamente ofrecen los nombres y el lugar de nacimiento o la nacionalidad de los involucrados. No hay otra explicación. Ninguneo oficial a las víctimas. Lo de siempre.

Estos 53 años me han enseñado siempre a desconfiar de las autoridades cubanas.  Recelo es lo primero que siento por ellos. Es por crecer en un país en el cual el gobierno se otorga el patrimonio de las fuentes de información. No hay puntos de vista. Su versión es la única accesible y no puede cuestionarse. El resto se reduce a rumores.

Llama la atención que Oswaldo Payá haya muerto en compañía de otro disidente, Harold Cepero, y de dos jóvenes europeos que habían entrado al país como turistas pero cuyo propósito era bien distinto, mientras los cuatro se dirigían a Bayamo, ciudad situada en la provincia en la cual se originó el brote de cólera.  Al gobierno cubano no le gusta que le cuestionen sus estadísticas. Es también curioso que Payá tuvo un accidente en Rancho Boyeros, hace menos de un mes. Es extraño, pero no me extraña, que más de 24 horas después, los sobrevivientes no han emitido declaraciones a la prensa. Nadie investiga por qué en un carro alquilado, por supuesto que al gobierno, el conductor perdió el control del mismo. ¿Tendría un desperfecto? Nadie ha hablado de que el carro se esté analizando. Quizás solamente quisieron asustarlos y les salió mejor de lo que esperaban.

Es probable que nunca tengamos una respuesta adecuada a esas interrogantes, por lo que desafortunadamente, hay que guiarse por los instintos y por lo que se sabe que ha ganado el gobierno.

Raúl Castro vivió por 47 años a la sombra de su hermano mayor. Un genio delirante que apostaba a un lugar en la historia, a una imagen global. Un hombre imaginativo y carismático. A diferencia de su hermano, es obvio que a Raúl Castro no le interesa su lugar en la historia, sino mantenerse en el poder lo poco que le queda de vida. Es un hombre sin una célula imaginativa en su cuerpo, sin el menor carisma, pero eso sí, decidido a quitarse de encima todo lo que entorpezca su exitosa recta final. Zapata Tamayo, Laura Pollán y ahora Payá parecen componer un afiche sobre los límites de su tolerancia. Todos los disidentes están en la mirilla y el gatillo se aprieta cuando él decida. No cabalga la gesta, pero cuidado con sus gestos.

Lo que el gobierno ha ganado con esta muerte oficialmente accidental es quitarse de encima a un hombre dedicado a su causa. Un convencido practicante del civismo. Un individuo capaz de elaborar sus ideas con una coherencia y una lucidez que trascienden el marco nacional. Una figura con merecido reconocimiento internacional en altos centros de poder. Un verdadero protagonista sin ningún interés por el protagonismo. Alguien que hace tiempo pudo haber optado por el lucro y darle la espalda a aquel desastre, pero que siguió luchando por mera convicción. Un creyente religioso sin fanatismo. En fin, un verdadero peligro.


Roberto Madrigal

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