Muy a principios de siglo un amigo, que todavía vive en
Cuba, me preguntó si tenía algún título en mente sobre libros publicados en
Cuba para enviármelo con unos conocidos mutuos que regresaban de una visita a
la isla. No se me ocurría nada, ya que tenía todo lo que me interesaba en aquel
momento. Le dije que me enviara algo que representara lo mejor de lo que
estaban escribiendo y publicando los escritores cubanos. Mi amigo, que aparte
de ser muy culto es un lector riguroso, se sintió emplazado ante una tarea
imposible. Una semana después, acompañados de una breve nota que decía mas o
menos “esto es lo mejorcito de la década” , me llegaron Nunca antes habías visto el rojo, un excelente libro de relatos de
José Manuel Prieto, y La falacia, una
interesantísima noveleta de Gerardo Fernández Fe, una obra cargada de pesimismo
y marginalismo, insólita entonces en la producción literaria de la isla.
De todos es conocida la trayectoria literaria seguida por
Prieto, pero Fernández Fe se me fue del alcance de mi radar. Más de una década
después llega a mis manos su segunda novela, El último día del estornino.
Imaginé, ahora lo sé, que Fernández Fe había seguido
escribiendo durante todos estos años. Lei algunos trabajos suyos en distintos
blogs del exilio. Supe que publicó una colección de ensayos titulada Cuerpo a diario, pero de narrativa nada.
El último día del
estornino es una obra muy diferente y mucho más madura que La falacia. Su trama es aparentemente
sencilla. Un hombre de cuarenta años, llamado Luis Mota, sale de ver en un cine
caraqueño la película Rápido y furioso IV
y un convulso estornino cae muerto ante sus pies. De ahí se dirige a la
Biblioteca Pública Central, donde solicita tres libros dedicados a la
ornitología pero al cabo de un rato la empleada le deja caer “un único libro de
nombre que espanta al ya no tan joven Luis Mota, Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia (Editorial Pre-Textos
1988), de dos autores cuyos nombres no le dicen nada: Gilles Deleuze, Félix
Guattari”. La empleada se excusa diciendo que ha habido problemas de inventario
en la biblioteca. Hojeando el libro, Mota descubre que se le han extraído
varias páginas y en el hueco formado alguien ha plantado un Colt .45. A partir
de aquí, Mota escudriña los rostros y actitudes de algunos de los usuarios del
recinto y comienza a desatar su imaginación. El resto de la novela consiste en
situaciones y personajes que imagina Mota, quienes a su vez imaginan a otros
personajes y situaciones y comienzan a escribir sus propios relatos.
Atrincherado en el dominio de la imaginación, como todo
buen novelista debe hacer, Fernández Fe, a través de Mota, nos presenta una
galería de personajes cuyo denominador común es vivir en tiempos de conflicto
social. Son seres atrapados por la historia. La novela se mueve de Bosnia al
Peloponeso, de Caracas a La Habana, atravesando Praga, todo con una transición
que ocurre con fluidez y con la naturalidad que otorga el imaginario. Existe
todo un dominó de referentes que van de Vin Diesel a Tony Soprano, de Lauren
Bacall a Karel Gott, de Alexander Dubcek a Marcos Pérez Jiménez, sin olvidar a
Hannah Montana, que crea un universo en el cual la coexistencia del pop con la “alta cultura” transcurre con
naturalidad y cosmopolitismo. Sus personajes son serbios y checos desplazados,
una exilada cubana aficionada al sexo con camioneros que la mueven primero por
toda la isla y luego por toda Europa, unas parejas venezolanas y un aspirante a
novelista.
A pesar de la fuerte referencia contextual de cada
personaje, Fernández Fe los dibuja de una manera en la cual la Historia no
afecta a la historia y los personajes tienen riqueza individual y trascienden
sus límites geográficos y políticos. Es por eso que, aunque personalmente me
agradó sobremanera la forma en la cual el autor, nacido en 1971, es capaz de
relatar con autenticidad a los personajes que deambulaban en las noches de
finales de los sesenta y hasta mediados de los setenta por el parque de la
funeraria Rivero, en los cuales incluye a Benjamín Ferrera, Cachimba, Magallanes,
Nicolás Lara, Sakuntala, Manolito Profundo y Ponciano, entre otros, todos
personajes de carne y hueso, así como algunos sucesos de la época, como la
abortada manifestación ante la embajada checa en La Habana en protesta por la
invasión soviética, y cuya veracidad puedo atestiguar, lo cual añade placer a
mi lectura, estoy seguro que ello no distrae al lector inadvertido y que la
esencia de la narración puede capturarse sin necesidad de conocimiento previo.
Ese es uno de los grandes logros de esta novela. El único personaje que no me
parece bien concebido es el de Emperatriz Agüero, la madre de Luis Mota, un
personaje excesivamente definido por su contexto político y social, trazado
desde afuera, a partir de sus conductas, lo cual la convierte en un estereotipo
que se hace notar más cuando se contrasta con la organicidad del resto de los
personajes.
Aunque limpiamente delineado desde el descubrimiento de
la pistola escondida en el libro, el final no es predecible y resuelve bien el
curso de la narración, con naturalidad y sin imposiciones arbitrarias. Narrada
en un estilo sofisticado, en el cual se pueden leer influencias bien digeridas
de la escritura de Thomas Bernhard, de Carlos Fuentes y hasta de Louis
Auchincloss, lo cual no implica que a Fernández Fe se le ven las costuras, todo
lo contrario, ha creado un estilo propio, esta es una narración sobre la
adaptación del ser humano a su circunstancia, lo que se deja ver en el símbolo
del estornino, sobre el cual en un momento dado Luis Mota medita: “Los
estorninos –admira curioso- tienen la capacidad de adaptarse al ambiente de las
ciudades, logran sobrevivir en las grietas de los edificios…Se ha sabido que su
capacidad para imitar todo tipo de sonidos se extiende incluso a las sirenas de
las ambulancias”. Fernández Fe imagina y
medita sobre la condición humana con fina ironía y gran escepticismo, con el
pesimismo de a quien le queda poco en que creer, pero con la sabiduría que
concede la imaginación liberada.
Mas de diez años mediaron entre La falacia y El último día
del estornino. Bienvenido el novelista en su regreso al género.
El último día del estornino (notas para una novela). Gerardo Fernández Fe. Viento Sur Editorial, Madrid 2011. 238 páginas.
Roberto Madrigal
¡Ya quiero leer el libro! Me gustan los libros sobre libros...
ReplyDeletecariños desde Taos,
la Te