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Tuesday, March 8, 2011

Protagonismo: funcionarios, escritores y el lamento bolchevique

Hace unas semanas seguí de cerca como muchos de los escritores, académicos, artistas e intelectuales que habitan la blogosfera cubana no escatimaban palabras, incluyendo una carta con múltiples firmantes,  para protestar por la presencia de Miguel Barnet en el Centro Bildner de la City University of New York (CUNY), con motivo de presentar la traducción de su novela La vida real (1986), para la cual recibió y disfrutó de una beca Guggenheim a principios de los ochenta, y que ahora aparece con el título A True Story: A Cuban in New York, editada por Jorge Pinto Bools y que cuenta extrañamente con un prólogo del escritor y profesor José Manuel Prieto.

Aunque estoy de acuerdo con los principios que motivaron la protesta y considero que tiene una base legítima, me parece que es un desperdicio de esfuerzos por el sendero equvocado. Muchas son las razones por las que pienso que ese tipo de protesta no conduce a nada (aunque me parece muy bien que se haga acto de presencia en esas actividades y que con un cuestionamiento inteligente se ponga en entredicho lo que dicta el conferenciante). En primer lugar Miguel Barnet, aunque invitado en calidad de autor, es un funcionario del gobierno cubano. Todo el mundo lo sabe. Es presidente de la UNEAC (y vicepresidente de la asociación de chihuahas) y no oculta su labor de vocero obediente de la política oficial cubana. En segundo lugar, la academia americana tiene una tradición subversiva, sobre todo las financiadas por el erario público, en la cual no es inusual invitar a figuras que representen políticas o puntos de vista diferentes o contrarios a las tendencias principales de la opinión pública o de la del gobierno americano. Algo muy enraizado en el principio de libertad y diversidad de expresión. Barnet no es el primer impresentable a quien se invita, ni será el último. En tercer lugar, por muy repulsivo que resulte el sujeto, no hay dudas de que Barnet es un escritor establecido con un prestigio literario bien merecido, aunque no sea del gusto de todos. Por último, el 99% de los asistentes a dichos eventos son gente que están convencidos de las virtudes imaginadas del disertante y del producto que éste vende. O sea, sus opiniones son rígidas y no van a ser afectadas por el suceso, son los ciegos que no quieren ver. 

La comparecencia de Barnet no representa ninguna impronta duradera ni relevante. Es un acto más que le sirve a él para escapar por un rato la realidad que sufre y defiende, disfrutar el agasajo, llenar las maletas para el regreso y si es posible, reconectar con algún viejo amigo. La protesta nos hace lucir intolerantes porque sólo le darán la bienvenida los que no la necesitan
.
Nadie lo ha cuestionado, pero mucho más me preocupa el hecho de que el profesor Prieto haya escrito un prólogo a ese libro. Yo sé que la supervivencia en la academia americana es difícil y no conozco que exigencias haya detrás de ese prólogo, pero me gustaría informarme de sus motivaciones.

El reverso de esta actitud es el frecuente destaque de cuanta declaración con carácter de disensión se puede leer, mayormente entre líneas, en las presentaciones, lanzamientos de libros o entrevistas de escritores como Leonardo Padura o Pedro Juan Gutiérrez, quienes entran y salen de la isla con inusitada repetición, publican sus obras en el extranjero y supongo que recogen sus honorarios, de los cuales una parte pasa a las arcas del gobierno cubano, y después lanzan sus obras en Cuba como si nada. No es una cacería de brujas lo que me propongo, sino una llamada al debate, si cito estos nombres es porque son los mas conspicuos, pero no son los únicos. No quiero creer que haya una conspiración detrás de esto y entiendo que cada cual hace lo que puede para sobrevivir en ese sistema, pero estos encantadores de serpientes presentan un verdadero dilema al discurso del exilio. Al ser escritores que aparentemente hablan con bastante libertad sobre los problemas de la isla (sobre todo para los confundidos lectores españoles, argentinos o mejicanos), desvirtúan la premisa de que en Cuba hay una censura feroz. Venden la ilusión del cambio.

En esta reciente feria del libro de La Habana se presentó la edición cubana de la excelente novela El hombre que amaba a los perros, escrita por Padura y que trata de un capítulo poco conocido de la vida del asesino de Trotsky, y en la cual se dicen algunas cosas sobre el estanilismo impensables hasta hace poco en un libro editado en Cuba. A su vez, en el festival cubano que se desarrolla en Nueva York, se presentarán documentales con entrevistas con ambos autores. Están en misa y en procesión.

No me llamo a engaño. Estoy seguro de que hasta la última coma, el último acento y la más recóndita prosodia emitiidas por estos y otros escritores cubanos que entran y salen, callan y declaran, han sido revisadas minuciosamente por el agudo ojo y la refinada oreja del censor.

¿Por qué entonces se les deja impunes? Si analizamos sus obras y sus declaraciones con la misma perspicacia que el censor, nos damos cuenta que tanto Padura como Gutiérrez son creyentes frustrados. Su queja refleja y revive el viejo dilema del socialismo real contra el socialismo de rostro humano. Sienten nostalgia por la miseria épica y les molesta la miseria ordinaria, que iguala a Cuba con Honduras o con Guatemala, economías desvencijadas, dependientes de las remesas que envían sus emigrantes, sin importar ya el sello político del donante. Distinguen el sueño original, la utopía inalcanzada de la pesadilla actual. Les molesta el rumbo que las cosas han tomado, lo separan del horror que les dio origen. Es, como Nabokov decía de Pasternak, su lamento bolchevique. Piensan que el desastre de nuestros días es diferenciable del proyecto modelo y por supuesto, con este tipo de razonamientos, la culpa puede repartirse por muchas partes. De esta forma pueden mantener su protagonismo. Perdieron la gesta pero mantienen el gesto.

Roberto Madrigal


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