Pertenezco a una
generación que creció en medio de una rescritura de la historia para la cual no
faltaron amanuenses bien dispuestos, que no solo enarbolaban la pluma sino
también el borrador. Se nos educó para pensar que la historia cubana antes de
1959 había sido un accidente desastroso o la de una nación manipulada por
fuerzas malévolas que nada bueno pudieron aportar. Debíamos sentir culpa por
nuestro pasado y ser revolucionario era la única forma de ser y de definir la
cubanidad. Se nos preparaba para entonces recibir la versión de los
triunfadores. No se nos enseñaban hechos, se nos daba una visión, una opinión y
una relación editada de la historia. A pesar de haberme pasado la adolescencia
y algo más luchando contra las limitaciones de mi educación, algo quedó. De eso
me di cuenta mucho más tarde, ya en el exilio. Esa fue quizá una de las razones
por las cuales nunca supe quién fue Bebo Valdés, o sea, hasta que todo el mundo
supo, gracias a Paquito D’Rivera, quién fue Bebo Valdés.
No soy músico ni
especialista en música, pero sí soy un musicófilo y estoy seguro que conozco
mucho más que la persona promedio. El jazz, en todas sus variantes, siempre me
ha interesado sobremanera. Aunque nunca participé de círculos culturales
oficiales, sí tuve una relación distante, episódica, más tangencial que
marginal, con algunos de quienes a ellos pertenecían, incluyendo a pianistas
como el propio Chucho Valdés y a Emiliano Salvador, entre otros. Conocí también
a músicos que fueron tempranamente marginados, como Mike Porcel y Sergio
García-Marruz, este último no solo un extraordinario guitarrista, sino un gran
conocedor de la historia su arte. También tuve muchos amigos que no llegaron a
ser músicos, pero si eran grandes aficionados y la música era prácticamente su
vida. Sin embargo, en Cuba, jamás oí hablar de Bebo Valdés. Se hablaba y se conocía
la trayectoria de muchos que estaban prohibidos por ser enemigos de la
revolución, pero que seguían sonando por el extranjero. De todos se tejían interminable
leyendas. Hasta de Los Sobrinos del Juez oí hablar y pude escuchar, pero de
Bebo Valdés nada.
Quizás otra de
las razones de su desaparición de la memoria nacional fue su propia actitud, ya
que optó por disfrutar la intimidad que un cálido amor le ofreció en la gélida
Escandinavia. Lo supongo, no lo sé, porque es difícil interpretar a quien no se
conoce. Aparte de su valor musical, Bebo Valdés se erige en síntoma y símbolo
del poder de la censura, del resentimiento social y de las frustraciones
artísticas cuando estas se ligan al poder.
Muchas
generaciones de músicos crecieron y se educaron sin tener la menor idea de su
importancia en nuestra historia musical. Durante ese lapso de tiempo no es
solamente que haya sido olvidado, sino que fue como si nunca hubiera existido.
No es el único, Cándido Camero es otro que me viene a la mente, pero en estos
momentos es el más destacado. Por suerte lo pude disfrutar una vez rescatado,
pero siempre me he preguntado cuántos otros hay en otros sectores del arte y de
la ciencia. Puede que la ignorancia sea una bendición, pero nunca si viene
acompañada de la mano de la censura. Con su muerte, Bebo Valdés se despide,
pero esta vez va camino de la memoria. Muere y por tanto existe.
Roberto Madrigal
Parte de su desaparicion delamemoria nacional se debe a uno de sus descendientes que no hizo lo mas minimo por poner el nombre de su padre.
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