Cuenta Mateo en su evangelio que cuando los fariseos
trataron de confundir a Jesucristo en sus múltiples visitas al templo le
preguntaron, sabiendo que éste detestaba a los cobradores de impuestos, si era
justo pagar tributo al César, a lo cual Jesucristo respondió con una de sus
parábolas: “¿De quién es la imagen que está en la moneda?” y al responder estos:
“…de César señor”, él les respondió: “Entonces den al César las cosas que son
del César y a Dios las cosas que son de Dios”. (Mateo 22: 15-22).
Esta manida parábola parece haber indicado el camino dicotómico
que habría de tomar la futura iglesia católica. Por una parte, una misión
terrenal, como estado destinado a mantener control político y social. Por la
otra parte, su misión evangelizadora de propagar los principios doctrinarios. A
lo largo de los siglos la Iglesia Católica ha visto mermar su poder hegemónico,
que ha ido desde un gran imperio, asociado a los poderes políticos en diversas
formas, a un solo estado autocrático, encargado de promocionar lineamientos
políticos a sus fieles y de mantener las mejores relaciones posibles con los
otros estados y sus gobernantes. El lado de los asuntos del más allá ha
cambiado poco, fiel a sus principios fundamentales y mayoritariamente
conservador. Lo que concierne estrictamente a Dios no admite mucha flexibilidad
de ideas, ya que se supone que sean verdades absolutas y universales. Además,
la fe no está sujeta a discusión, se tiene o no se tiene.
Hace tiempo que el Vaticano siente la necesidad de
nombrar un Papa latinoamericano. Se ha informado que en el año 2005, el
entonces Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge Mario Bergoglio, acumuló
muchos votos del Sínodo que finalmente eligiera al Cardenal Joseph Ratzinger
como Benedicto XVI. Ya se había roto con la larga tradición de papas italianos al
elegirse al cardenal polaco Karol Wojtyla, en 1978, para que se convirtiera en
Juan Pablo II. Incluso se ha dicho que Benedicto XVI tenía los ojos puestos en
el Arzobispo de Sao Paulo, Odilo Pedro Scherer, como su sucesor.
La América Latina ha crecido en importancia ante los ojos
del Vaticano por varias razones. El poder político de la jerarquía católica en
Europa ha estado estabilizado en los últimos cien años y parece haber llegado a
su punto de saturación. Las decisiones de la Unión Europea tienen poco que ver
con las decisiones políticas del Papa y su colegio cardenalicio. Los temas
respecto al aborto, la participación de la mujer en la sociedad y la aceptación
de las diferencias de orientación sexual no son asuntos en los que la iglesia
se mueve bien y por lo general la visión de la sociedad civil se impone sobre
la religiosa. En Estados Unidos, país mayoritariamente calvinista, los
católicos siempre han tenido una voz limitada, de hecho, un solo presidente ha
sido católico. Por lo tanto, un Papa europeo o americano no avanza mucho la
causa política vaticana. Asia y Africa son continentes con demasiados
conflictos étnicos, políticos y tribales, y en los cuales el Vaticano no ha
tenido un peso significativo. Además, las tradiciones religiosas que
predominan, desde diversos animismos, pasando por el budismo, el hinduismo y el
islamismo, no proveen un terreno fértil para el desarrollo del catolicismo. Es
una batalla cuesta arriba. Un Papa asiático o africano no avanza el poder
político de los católicos.
Latinoamérica siempre ha sido un continente sólidamente
católico cuya curia, salvo por aislados eructos como el padre Camilo Torres, el
Arzobispo Romero y la Teología de la Liberación, se ha mantenido eminentemente
conservadora y asociada a los gobiernos de turno. Sus fieles y fanáticos se
debaten entre la pobreza y el recibimiento de una recompensa paliativa en la
otra vida. Pero en la última década las iglesias fundamentalistas protestantes,
con sus socialmente agresivas misiones, le han comenzado a quitar terreno a los
católicos en dimensiones alarmantes. El Vaticano busca recobrar y avanzar su
posición en este continente que es el único baluarte que le queda. Tampoco deben
haber perdido de vista que dado el flujo indetenible de latinoamericanos a los
Estados Unidos, esta elección sería una forma de entrar por la puerta trasera
para influir sobre las estructuras de poder americanas.
Independientemente de sus méritos y deméritos personales,
los cuales no voy a entrar a discutir ya que la biografía de las figuras
públicas está sujeta a constantes y convenientes manipulaciones, la elección
del argentino Bergoglio, por encima de otros candidatos también de relevancia
continental como los ultraconservadores cardenales Norberto Rivera (Arzobispo
de Ciudad de México) y Juan Luis Cipriani (Arzobispo de Lima) y del moderado
Odilo Pedro Scherer, resulta lógica por varias razones. México y Perú, países
depositarios de las más grandes culturas precolombinas, presentan problemas al
Vaticano. La política mexicana es muy compleja y no es fácil de controlar por
el papado. Además, a pesar de su gran influencia en el continente, México es un
país sui generis, que es una isla y un continente en si mismo. Perú ha sufrido
mucha inestabilidad política en los últimos treinta años y es la cuna de
Gustavo Gutiérrez y su teología de la liberación. Brasil es un gigante político
y económico, pero no habla español y eso limita su poder de transferencia
endémica al resto del continente. También resulta que Monseñor Scherer está muy
ocupado tratando de controlar al católico carismático Marcelo Rossi. Argentina
es el país latinoamericano con menos tradición indigenista y menos contrapunteo
étnico, un país que siempre ha mirado a Europa como modelo, más ajustable al
catolicismo tradicional.
Otra ventaja es que el padre Bergoglio procede de los jesuitas.
Es sabido que los jesuitas tienen tradición y reconocimiento como
educadores, renovadores sociales y administradores eficientes. Todo lo cual
necesita un continente empobrecido, que se debate entre el Socialismo del Siglo
XXI, el populismo ramplón y un liberalismo endeble. La imagen de un jesuita, un
representante de una orden perennemente controversial, como Papa, por primera vez en la historia,
puede verse como un llamado a la reconciliación de la iglesia, tan dividida por
tantos asuntos internos, entre ellos la galopante epidemia de pedofilia. Matan con esta elección varios pájaros de un
tiro. Estoy seguro de que al elegir Francisco como nombre, aunque el
Papa ha explicado que lo hace por Francisco de Asís, y no tengo por qué dudar
de su sinceridad, lo ha hecho con el doble sentido de rendir homenaje también a
Francisco Javier, el cofundador de la Sociedad de Jesús. Ambos franciscos
fueron iconoclastas y transformadores de la iglesia.
Por último, pero no menos importante, al aparentemente
irse a los confines del mundo a buscar al nuevo Papa, en realidad el Vaticano
no ha ido muy lejos de las fronteras europeas. Ha elegido a un hombre blanco, descendiente
de inmigrantes italianos, que a pesar de que los franceses digan que Africa
comienza en los Pirineos, es una extensión del poder europeo. Han evitado
arriesgarse a escoger a un hombre de una raza oscura y diferente, alguien que
provenga de zonas étnicas cuyos antecedentes religiosos estén de alguna manera
influenciados por otras creencias, alguien que pueda, quizá a su pesar,
promover el sincretismo. En fin, lo que se espera del Papa Francisco es que mantenga
la tradición conservadora de la iglesia, que enfrente lo mejor que pueda los
problemas que cualquier otro elegido hubiera tenido que enfrentar, pero que a
su vez lo haga promoviendo la supremacía católica a través de un grupo de
fieles unidos por un lenguaje y una idiosincrasia, que han sido hasta ahora
olvidados y que se regocijarán en la promesa de la atención que podrán recibir
de la jerarquía ecleciástica.
Roberto Madrigal
Eres sin dudas vanidoso, Roberto, pero la vanidad, cuando no es extrema -y creo que este es tu caso- puede ser una virtud. Gracias por tu vanidad de compartir opiniones que nadie te ha pedido; es, en todo caso, una forma generosa de aportar a la educacion colectiva. Me gusto mucho este articulo y comparto su (tu) tesis. No se si el Papa Francisco traiga en mente transformaciones profundas como las que quedaron truncas con la subita y extran~a muerte de Albino Luciani, de quien ya nadie habla ni se acuerda, pero no estoy seguro que el atrincheramiento de las mas altas estructuras de la jerarquia catolica le permitan a Francisco mucha flexibilidad. El tiempo dira.
ReplyDeleteGracias, Roberto, por un artículo tan interesante e informativo. Deberías escribir para un periódico además del blog. Te lo digo de veras, no es guataquería.
ReplyDeleteCariños desde Taos