Echando un vistazo rápido a los hitos históricos de los últimos cincuenta años en casi todo el mundo, lo que primero se nota, fijándose uno en los más conocidos, es que todos están nombrados señalando el levantamiento popular que les dio origen: “La primavera de Praga”, “Mayo del 68”, “La caida del muro de Berlín”, “La primavera árabe” y si se quiere “el 15-M”. No incluyo el 11 de septiembre ni el 11 de marzo porque no hay otra forma de nombrarlos si no es por las fuerzas siniestras que lo causaron.
Esa tendencia no se observa en los hitos históricos cubanos del mismo período. Por el contrario, en nuestro caso, éstos están nombrados en base a la reacción gubernamental que los creó, los toleró o terminó por acabarlos. Una lista incluiría “El quinquenio gris”, “El Mariel”, “El maleconazo”, “La primavera negra” y muchos otros. Ninguno representa una manifestación popular, sino una movida del gobierno. Por ejemplo, el que más cerca me toca, “El Mariel”, fue originado por el asilo masivo a la embajada del Perú, expresión popular espontánea en respuesta a un extraño error estratégico de Castro, que cuando retiró las postas que prohibían el acceso a la sede diplomática, jamás imaginó la oleada humana que se encaminaría hacia allá. Fue la verdadera humanidad que dijo basta y echó a andar hacia la calle 70. El Mariel fue la corrección de ese error, fue la emigración manipulada y controlada a su antojo por el gobierno, que incluso logró que el epíteto “marielito” se convirtiera en estigma para los nuevos exiliados y que, al menos temporalmente, creara un cisma casi insalvable entre varias generaciones de exiliados. Incluso a los escritores y artistas llegados por esa via (y también un poco antes y un poco después), se nos bautizó como “Generación del Mariel” cuando más apropriado hubiera sido “Generación del silencio”.
Como hechizados permanentes por la retórica del poder, los cubanos de todas las orillas aceptan esta nomenclatura pasivamente. Esos términos son usados como referentes y sin darnos cuenta terminamos confundiendo el significado del hecho en cuestión. Como el lenguaje condiciona el pensamiento, acabamos pensándonos con una terminología ajena, que sin darnos cuenta nos somete. Por supuesto, todo esto es debatible, pero sería interesante atender cuidadosamente estos aparentemente inocuos detalles que al dejarlos pasar, se suman en progresión geométrica y terminan siendo opresivos, a pesar de la distancia.
Roberto Madrigal
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