Con un argumento complicado que se narra con todos los elementos de la tragedia griega, Incendies (Canadá 2010) es una película interesante que pudo haber sido un gran filme.
Basada en la pieza teatral homónima de Wajdi Mouawad, laureado escritor nacido en Líbano y radicado en Québec desde 1983, quien co-escribió el guión junto con el director Denis Villeneuve (Maelstrom 2000), la trama comienza con la muerte de la protagonista, Nawal Marwan, interpretada por Luzna Azabal en una actuación excelente. Cumpliendo su deseo testamentario, el notario Jean Lebel (Remy Girard), para quien Nawal trabajó por muchos años, entrega sendas cartas a los mellizos Jeanne y Simon Marwal, con la encomienda de que busquen al hermano y al padre que nunca conocieron y de cuyas existencias no tenían conocimiento, para que se las entreguen. Como Nawal procede de un país árabe nunca nombrado (pero que es obviamente Líbano), se desata una aventura que va a remontar características épicas y que constituye un periplo hacia la identidad desconocida. Jeanne, que parece una de estas primermundistas que uno puede con frecuencia encontrar en otras latitudes tratando de iluminarse con lo real-maravilloso que sólo se da en el tercer mundo, acepta la encomienda de inmediato. Simon, escéptico y dubitativo, que al principio parece la viva estampa del red neck ignorante y xenófobo, no se une a la empresa sino hasta mucho más tarde, cuando la vida de su hermana parece peligrar y Lebel lo conmina.
La trama entonces se narra elípticamente, situando al espectador en la posición de los mellizos, acumulando de manera inicialmente confusa, los datos necesarios para la solución del conflicto. Así se nos da a conocer la historia de Narwan, una verdadera Odisea para los tiempos que corren, a partir de 1968. Cristiana de origen, es expulsada de su aldea tras quedar embarazada de un musulmán al cual sus hermanos asesinan con impunidad. Su niño es enviado a un orfelinato y ella a vivir en “la ciudad” con un tío intelectual, que aunque nunca los vemos interactuar, aparentemente ejerció una gran influencia en Narwan. Vemos su breve paso por la universidad, donde aparentemente cobra “conciencia social” y a partir de ahi, dados los abusos de la facción gobernante, se convierte en una guerrillera heroica a quien se le encomienda asesinar al líder de la facción ultra-derechista de los cristianos. Es hecha prisionera (en un tour de force dificil de digerir, pues de la forma que mata al líder y tal y como se han mostrado sus guardaespaldas, no se entiende por qué no la mataron al instante) y ahi se convierte en una reclusa famosa por su estoicismo y conocida por “La mujer que canta”. Para poder resquebrajarla, le traen a un “especialista en tortura” que la viola y ya se pueden imaginar que de ahi salen los mellizos. Por intercesión de unos políticos musulmanes es liberada y emigra a Canadá. Los mellizos, a quienes parió en prisión, fueron salvados por una intrépida comadrona y se reunen con ella, muy pequeños, en Canadá. Su muerte ocurre de forma un poco misteriosa y su causa no la conocemos hasta el final, pero esta parte del argumento me la reservo para no estropearle el filme a su futura audiencia. Todo esto enmarcado en las guerras civiles que devastaron al Libano desde 1968 y hasta mediados de los años setenta.
La película posee imágenes de encanto y tiene momentos excelentes, pero el problema empieza cuando se le empiezan a ver las costuras de su agenda, lo demasiado políticamente correcto de su mensaje. Los cristianos son presentados de forma unidimensional, como criaturas viles y en la mayoría de los casos, criminales, puras caricaturas,mientras que los musulmanes son presentados con mas riqueza y vaguedad, mas humanizados. En esta gesta de conciliación con la condición humana y con los orígenes de la maldad, los únicos cristianos buenos son los que han perdido su fe. La diversidad y la tolerancia van de un solo lado. Por otra parte, debido a su excesivo interés en contextualizar las andanzas de los protagonistas, la transición dramática de Nawal, de aldeana sumisa a guerrillera heroica, no resulta creíble.
Como toda obra pretenciosa que se plantea acercarse a una problemática compleja y que trata de tocar todas las aristas del asunto, al final termina por ofrecer soluciones simplonas, no se atreve a dejar el cuestionamiento abierto, volviéndose un teque sutil aunque muy bien realizado. Esto sucede porque se basa en la errónea suposición de que el arte debe proponer respuestas y no sólo plantear interrogantes. La militancia destruye los logros del arte.
Incendies fue finalista al Oscar a la mejor película en idioma extranjero y es merecedora de verse. Las actuaciones son excelentes, la fotografía es mesmerizante, el uso de la música, aunque demasiado solemne para mi gusto, es muy atractivo, y la trama toca temas que a todos nos atañen. A pesar de sus dos horas y diez minutos, no aburre.
Incendies (Canadá 2010). Director: Denis Villeneuve; Guión: Denis Villeneuve y Wajdi Mouawad; Con: Luzna Azabal, Remy Girard, Mélissa Désormaux-Poulin y Maxim Gaudette. 130 minutos. Se exhibe actualmente por todos los Estados Unidos.
Roberto Madrigal
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