En 1979 la Editorial Científico-Técnica se apresuró a imprimir El hombre y la mujer en la intimidad, un texto sobre relaciones sexuales escrito por el psicólogo entonces germano-oriental, Siegfried Schnabl, quien había sido invitado a ofrecer una conferencia en la Universidad de La Habana ese mismo año.
Schnabl era un autoproclamado investigador sexual que tras publicar en 1969, su manual sobre la intimidad sexual entre el hombre y la mujer, se había convertido en el consejero sexual y matrimonial más exitoso de la ya desaparecida República Democrática Alemana y aunque sus investigaciones sobre sexualidad fueron oficialmente prohibidas en 1973 por el gobierno de su país, se le permitió continuar como jefe de esta especialidad en la universidad Karl Marx Stadt en Chemnitz.
Entre las dieciocho ediciones que se hicieron de su manual estaba la cubana. A decir verdad, el libro no era más que un compendio banalizado y procesado para el socialismo real de las teorías y prácticas elaboradas desde 1957 por el matrimonio americano del ginecólogo William Masters y la psicóloga Virginia Johnson, seguidores de Kinsey que sentaron cátedra en este campo por muchos años. Con la prisa de preparar la edición para la visita del distinguido alemán, los editores descubrieron un poco tarde, que había un capítulo que trataba sobre la homosexualidad de una manera que no encajaba en los principios que regían una psicología dominada por principios ideológicos.
Quizá confiados en que Schnabl hasta hacía poco consideraba la homosexualidad como una enfermedad, a pesar de que desde 1973 la American Psychological Association la había desclasificado como psicopatologia, los encargados de organizar la gira no revisaron bien el libro y para su consternada sorpresa se dieron cuenta que en ese capítulo Schnabl presentaba la teoría del baño andrógeno, en pañales entonces, como explicación del homosexualismo sin connotaciones éticas o ideológicas. Simplificando los argumentos, esta teoría establecia que todos los embriones son inicialmente femeninos y muchos son sometidos a un baño andrógeno que determina el desarrollo del sexo masculino. Con los estudios genéticos todavía muy lejos de lo que son ahora, diferentes mezclas y visiones de esta teoria se sostenían para calificar la homosexualidad como un fenómeno natural. Por supuesto, la teoria, que ha evolucionado con el tiempo y con el desarrollo de la genética, estaba muy incompleta y llena de baches, pero lo importante es que representaba un desafío insólito para la dirigencia de la facultad psicología cubana, ya que implicaba un apoyo científico a la normalidad biológica de la homosexualidad en un momento en el cual la homofobia era razón de estado.
No se hicieron esperar los parches. Originalmente, el libro iba a ser distribuido a toda la población, pero en sus afanes remendones, las autoridades pertinentes determinaron que se vendería sólo a psicólogos y psiquiatras previa presentación de su identificación como tales. Recuerdo el día que fui a comprar mi ejemplar, ya que no vendían más de uno por cliente, en una libreria de la calle Zanja, muy cerca del barrio chino. Le dije a la dependienta lo que quería y ésta, tras mirar sigilosamente a ambos lados, me pidió la identificación que de inmediato produje. Sacó una libreta y anotó mis datos lenta y cuidadosamente. Tras guardar la libreta y devolverme mi carnet, sacó un cartucho y se agachó tras el mostrador. Con trabajo manipuló para extraer un libro que estaba enterrado bajo un montón de revistas (lo supuse por el sonido, ya que nada se veía) y luego lo puso dentro del cartucho. Se irguió y me lo entregó mirando de nuevo a todas partes y advirtiéndome: “No lo saques aquí”.
El dichoso capítulo se convirtió en el tema del momento entre los psicólogos. Las autoridades de la facultad prepararon un almuerzo con Schnabl para ajustarle y advertirle los límites a los cuales se ajustaría su conferencia. El temita había que tocarlo de pasada. Aunque la mayoría de nosotros estábamos más interesados en preguntar sobre el uso de la prostitución para tratar la impotencia y la esterilidad sexual en un sistema socialista, elemento que manejaban con frecuencia Masters y Johnson y que Schnabl tímidamente reflejaba en su libro, la dirigencia del partido y de la juventud comunista repartieron entre varios de sus miembros una lista oportuna de preguntas que coparían la sesión una vez que Schnabl terminara su alocución, propósito que lograron y que interfirió con las pocas preguntas espontáneas que algunos intentaron hacer. Sin embargo, Schnabl, queriendo hacerse el simpático para aligerar el ambiente y romper el hielo que reinaba en el local, empezó su conferencia diciendo: “Ayer durante el almuerzo que me ofrecieron, me pareció que me miraban como si yo hubiera llegado dirigiendo un batallón de homosexuales que invadían por Playa Girón”. Hubo un silencio ensordecedor en el anfiteatro.
En 1982 Néstor Almendros me contactó para preguntarme si me interesaba ofrecer este relato para que formara parte del documental sobre la represión a los homosexuales en Cuba que entonces filmaba y que luego sería Conducta Impropia (1984). Accedí y unos meses más tarde Néstor vino al festival de cine que organiza la Ohio University en la pequeña y pintoresca Athens, situada en el este rural del estado de Ohio, a unos doscientos kilómetros de mi casa. Me pidió que fuera por allá para filmarme y entrevistarme, pero cuando aquéllo yo era pobre e indocumentado y el vehículo que manejaba no hubiera llegado ni a mitad del camino. Hablamos de la posibilidad de que él llegara a Cincinnati o de que nos acercáramos a medio camino, pero sus obligaciones con el festival se lo impidieron y el testimonio cayó en el olvido.
Roberto Madrigal
Sin proponértelo, Roberto, acabas de sacarme a medias de un viejo eningma colegial. A saber, la primera versión al español del libro de Schnabl la hice yo para el Departamento de Traducciones del Instituto Cubano del Libro. Para mi sopresa, no fue la mía la publicada al final. Desde luego, aunque en su momento ya me habían abonado los honorarios íntegros sin reparos de ninguna clase, indagué los motivos. Sin ánimo de armar lío porque, amén de haberme leído el orginal y conocer cómo se manejaba el tema sexual en la RDA, la cuestión autoral me tenía sin cuidado: yo traducía aquellos textos más bien para aumentar mi sueldo y poder darme algo de los lujos de la época.
ReplyDeleteCon todo, la excusa de mis colegas del ICL no me convenció en absoluto, dejándome con la duda hasta hoy, visto que sobraban textos erredeanos que traducir para todos nosotros. Probablemente, aparte de la plata fácil, aquella dudosa decisión tuviese algo que ver con algún ucase inapelable ordenando la censura de ciertos pasajes por entonces todavía poco potables para una machocracia reinante que también ha aprendido a embarajar la talla homofóbica. No me consta, pero igual pudiera ser que por ahí le entrase el agua a aquel coco editorial. Gracias...
Un abrazo,
El Abicú