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Thursday, April 28, 2011

Los felices sesenta

En una Habana finisecular, once personajes cuyo cordón umbilical es un destartalado edificio del este de la ciudad y las antiguas relaciones entre algunos de los miembros del grupo, narran una trama que se hilvana a si misma, sin necesidad de un demiurgo, en la que se cuentan las pequeñas nadas cotidianas de los cubanos de a pie, apilados en un universo frustrante, concentrados en la lucha por la supervivencia. Acuden a sus recuerdos para evaluar cómo han llegado a su miseria existencial y a la degradación material.
Con una prosa eficiente, aunque a ratos notarial, Mirta Yáñez, en Sangra por la herida, no sólo se atreve a presentar un panorama desolador de la realidad cubana sino que además se atreve a mirar con ira al pasado, desmitificando la supuesta época dorada de los años sesenta. Liberando a la memoria de la cárcel de la nostalgia, uno de sus personajes, “Gertrudis”, la lesbiana feroz, advierte: “Ahora la han cogido con eso de “¡qué lindos fueron los años sesenta!”. Díganmelo a mi. Como si todo aquel tiempo hubiera sido pura diversión, la gente se pone a cantar Imagine y aquí no ha pasado nada... Oiganme, ¿nadie se acuerda o no se quieren acordar?” ¿Resentimientos? Cómo no. Los muertos son los únicos que no pueden tenerlos.” Y aunque luego enumera toda una serie de lugares en los cuales se podía disfrutar a plenitud la noche habanera, más adelante enumera las prohibiciones y las persecuciones que se practicaban contra todo aquel que decidiera ejercer su carácter único, las “desviaciones”, la “dudosa moralidad” todos aquellos delitos que se imputaban con el derecho que otorgaba la elevación del chisme a nivel de instrumento de poder. Señala: “Durante esa década florecieron las prohibiciones” y aunque se centra en el ambiente intelectual y universitario, apunta: “No sólo el pelo largo masculino era motivo de discusión en asambleas...de los Jóvenes Comunistas, también la virginidad de “las hembras”, ¿se acuerdan? Cuando alguna la perdía y gracias a un chivatazo se hacía público su extravío, lo más seguro era que le costara la beca y, según los agravantes, incluso hasta los estudios.” Y sigue: “Acuérdense, no se podia usar minifalda ni espejuelos negros, ni practicar yoga, ni colgarse crucifijos, ni gorras de pelotero del “Habana” o del “Almendares”...”
También, los personajes mas viejos, hacen un recuento de la década de los cincuenta y particularmente de las desaparecidas amenidades del barrio chino. Los setenta se presentan como “los aburridos años setenta”. Las historias más interesantes son las de Martín, el novelista frustrado con pánico a la página en blanco, su ex-esposa María Esther, Hermi, la hippie que trabajaba en la CMQ y luego pasó al ICR y al teatro para quedar trasquilada por su “diversionismo ideológico” y Daontaon, la china joven e ignorante que ocupa un cargo de resuélvelo todo en una casa de la cultura de los noventa.
Los personajes conviven con el recelo mutuo, las sospechas, las secretas intenciones, los pequeños placeres y la escasez material, sin ser representativos de nada. Yáñez evita con mucha habilidad el significativismo tan presente en la mayoría de las piezas literarias contemporáneas, insuflando a sus personajes de vitalidad, si bien es una vitalidad extenuada, concentrada en alcanzar el minuto siguiente. En medio de todo esto se desarrolla una pequeña intriga criminal debido a la desaparición de una mujer que se había casado con un francés misterioso y también se cuentan las anécdotas de extranjeros que fueron míticos para el imaginario de entonces como Liudmila, “que llegó a Cuba como tantas, detrás de un joven mulato que conoció cuando éste pasaba un curso de ingeniería hidráulica. A los pocos años se aburrió de ella, sin embargo, Liudmila decidió quedarse...tenía problemas en su lejana casa: un apartamento minúsculo, muchos hermanos, cuñados, sobrinos y hábitos severos de conducta. Aquí vivía con su estilo...a tres pasos del mar. Disfrutaba de bonos para comprar en la tienda del Focsa productos ya exóticos como carne y queso...Bulgaria quedaba remota...allí ella era una más del montón y aquí se había transformado en ‘La búlgara que echaba las cartas’, ‘la extranjera’, la única, o casi”.
Mirta Yáñez (La Habana 1947), ha ganado tres veces el Premio de la Crítica. No conozco su obra anterior, pero con esta novela en la cual mantiene sagazmente un tono de tragicomedia menor, ha logrado una obra que puede bien ocupar su modesto pero imprescindible lugar en las “novelas de la revolución”. No hay una grandiosa intención de una critica al sistema (nunca se hubiera publicado en Cuba), pero ha llamado a contar al pasado como yo no había visto antes en ningún libro editado en Cuba, sobre todo tocando un período sagrado para la memoria histórica de los utopistas trasnochados.

Sangra por la herida.  Autor: Mirta Yáñez. Ediciones Unión. Editorial Letras Cubanas. La Habana 2010.

Roberto Madrigal

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