Aparte de los problemas del poco margen que la censura permite a los cineastas cubanos para que maniobren con sus temas, en un medio que por su alcance masivo es probablemente el mas rigurosamente vigilado en un sistema totalitario, el cine cubano tiene otro gran problema: los autores confunden lo importante con lo trascendente y lo solemne con lo grandilocuente. Es una trampa en la cual caen quizá por las pocas oportunidades que se ofrecen de filmar, por lo que resuelven hacer su Gran Obra de un solo golpe pero sin porrazo, en su primer intento. De ahi hay sólo un pequeño paso a la pretenciosidad desmedida y a la mala calidad artística. Todos quieren ser los primeros en “decir algo”, en hacer, muy solapadamente, la crítica atrevida al sistema, pero todo casi siempre termina en un pequeño pataleo intelectual. En general, son las comedias o melodramas sin más ínfulas, las que terminan mostrando con mas agudeza los aspectos más grotescos de la realidad cubana y pasan un poquito de gato por liebre al apetito del censor.
Esta trampa la sortea bastante bien Gerardo Chijona (Adorables mentiras, Un paraíso bajo las estrellas, Perfecto amor equivocado), experto hacedor de eficaces comedias menores, con su reciente Boleto al paraíso. Pudo fácilmente haber intentado cruzar el campo minado del drama social, pero se limitó al drama individual de los personajes y a través de éste se permite tejer una trama eficiente evitando los aspectos coyunturales que tanto cautivan a los directores del cine cubano.
Basado en el texto Confesiones a un médico (Casa Editora Abril, 2006), del doctor Jorge Pérez Avila, quien fuera por doce años director del Sanatorio (mas conocido por Sidatorio) Santiago de las Vegas, en el cual se incluyen un par de docenas de historias reales de pacientes de la institución. Cuenta Chijona que Pérez Avila le mostró el manuscrito hace unos años y el vio la posibilidad de una película. Al cabo del tiempo, ya publicado el libro, seleccionó dos historias y las convirtió en ficción.
Eunice (Miriel Cejas) huye del acoso sexual de su viudo padre (Luis Alberto García) y en su camino desde un pueblo villaclareño hacia ninguna parte, se encuentra con Alejandro (Héctor Medina), un friqui que le cuenta que va con sus amigos a un concierto de rock en La Habana. La modosita Eunice se les une, para horror de los amigos de Alejandro, y por supuesto se enamora de éste. En su vía crucis se tropiezan con un taxista depravado, que pide a las muchachas que para darles un aventón, les deje oler sus blúmers para él masturbarse en su presencia mientras éstas le gritan groserías. Pasado el intercambio de lujuria corrupta, el taxista (en una breve pero apta aparición de Alberto Pujol) se solidariza con la aventura de los jóvenes. Tras una breve separación cuando Eunice para en Matanzas en la casa de su hermana, donde se le vuelve a aparecer el padre y tiene que salir huyendo de alli, los jóvenes vuelven a reunirse y Alejandro le cuenta el verdadero motivo del viaje, que es encontarse con una amiga infectada de SIDA y ya paciente del sanatorio, para acostarse con ella y a su vez contaminarse, que es la única salida que Alejandro ve a su situación familiar y social. El sanatorio, piensa, le proveerá al menos techo y comida.
Llegados a La Habana, Chijona nos adentra un poco en el mundo de los friquis y otros descastados. El filme se pasea por conciertos de rock metálico, en donde sucedáneos de Metallica y de Iron Maiden ladran para placer de los headbangers locales. La cámara se mueve por ambientes desolados en los cuales habitan los desposeidos y se muestra una realidad poco vista fuera de Cuba. La fotografía de Raúl Pérez Ureta (Suite Habana) retrata estos paisajes desolados y sórdidos, con unas tonalidades oscuras que hacen pensar que estamos en presencia de unos personajes de Fassbinder que se hacinan en un panorama de Béla Tarr narrado por Douglas Sirk. Sin embargo, el uso de la banda sonora hace que a veces la película parezca formar parte de un cine envejecido y ya demasiado trillado, pero en este melodrama, Chijona evita el melodramatismo, dejando que la trama se exprese por si misma. También evita, astutamente desde todo punto de vista, la indagación social.
Eunice se cobija por un tiempo en la casa de una friqui que a su vez se gana la vida como jinetera y la enrola brevemente en su trabajo, con lo cual Eunice termina en una estación de policía de la cual logra escapar en medio de una bronca entre arrestados. Finalmente se rencuentra con el ya infectado Alejandro y tras acostarse queda a su vez no sólo contagiada, sino también embarazada. Alejandro muere (su muerte no se enseña) y Eunice entra en el sanatorio y decide proceder con su embarazo, anunciando finalmente que su bebé se llamará Alejandro.
Como pincelada casual se nos muestran unos pacientes que atraparon la enfermedad durante su odisea con las tropas en Angola. La película tiene lugar en 1993, poco antes del maleconazo y durante la primera etapa de la opción cero.
Boleto al paraíso no es una obra maestra. Las actuaciones son irregulares y la narrativa es bien convencional. El ritmo es a veces demasiado lento y a ratos aburre por previsible, pero tiene la virtud de mostrar un mundo poco explorado, que dice mucho más que diez arengas. Por otra parte, aunque desconozco cómo se nombran los personajes y cómo suceden las cosas en el libro, me pregunto si hay un doble sentido en que el personaje principal, el friqui irresponsable que decide que su mejor opción es una estancia breve en un lugar cómodo en un acelerado camino hacia la muerte, pensando que quizá ocurra un milagro y se descubra una cura, se llame Alejandro y que Eunice enfatice que su hijo se llamará Alejandro (un hijo que, dadas las estadisticas, apenas tendrá posibilidades de supervivencia si llega a nacer). Todos sabemos que Alejandro es el nombre del ídolo de Fidel Castro, que fue su nom de guerre y que así le puso a su primogénito, Fidel Alejandro. ¿Hay aquí un double entendre en el cual podemos leer entre líneas e imágenes que Fidel Castro es un inmaduro y un irresponsable, cuya larga ejecutoria nos entrega una generación que está muerta antes de nacer? En estas historias que convergen en el jardín de los alivios efímeros, todo delirio es posible.
Boleto al paraíso (Cuba-España-Venezuela 2010). Dirección: Gerardo Chijona; Guión: Gerardo Chijona, Francisco García y Maykel Rodríguez, basado en Confesiones a un médico, de Jorge Pérez Avila; Fotografía: Raúl Pérez Ureta. Intérpretes: Héctor Medina y Miriel Cejas, con actuaciones especiales de Luis Alberto García, Laura de la Uz y Alberto Pujol entre otros.
De gira actualmente por varios festivales de E.U.A. y disponible en DVD a traves de Kimabara Cinemateca Cubana.
Roberto Madrigal
Muy buena redacción. Buen post.
ReplyDeleteSaludos,
Postes de madera