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Sunday, February 16, 2014

La frágil condición del disidente


Se requiere vocación para ser disidente. También coraje o irresponsabilidad, quizá un poco de ambas. Es el hartazgo del ilustrado. Es una condición frágil e ingrata. Se habla en beneficio de muchos, pero lo aprecian solamente unos cuantos.

El disidente pide libertad de prensa, el derecho a viajar, a la pluralidad política, al acceso a la internet y a la libre expresión individual. Todos son derechos importantes para la fundación de una sociedad en la cual se respeten los principios democráticos y cada ciudadano, dentro de ciertas limitaciones, pueda decidir su futuro. Pero a la masa eso le suena hueco. La gran mayoría, sobre todo en países como Cuba, quiere soluciones inmediatas al problema de la comida, de la vivienda o de la ropa. La apertura de una nueva cafetería es mejor recibida que la inauguración de un museo.

Hace muchos años, cuando el discurso ideológico estaba de moda y se construía la narrativa de la épica revolucionaria, recuerdo que cada vez que me metía en problemas en mi centro de estudio o de trabajo, el consejo de algunos amigos y enemigos era, siempre salomónicamente: “para que te metes en política”. Yo trataba de hacerles entender, inútilmente, que no era yo quien me metía en la política, era la política la que se metía conmigo. Pero es que la mayoría prefiere guardar silencio, esconder sus opiniones. Y eso que en Cuba no hay avestruces (aunque esa actitud no es patrimonio de los cubanos). Hoy en día, ya sin épica ni discurso, la actitud mayoritaria es mucho más pasiva.

El mensaje del disidente resulta atractivo a quienes viven fuera de su realidad mientras estos se mantengan allá. Una vez que viajan, su mensaje pierde validez al cabo de los días. En Cuba apenas se les conoce o se les ignora a propósito. Pero el poder siempre mantiene su vigilancia. Mientras su mensaje quede en ideas abstractas, todo va bien, pero si se deciden a manejar temas concretos entonces se desata la violencia contra ellos. Están indefensos.

Un tema cada vez más explosivo es la creciente desigualdad social. No me cabe la menor duda de que hoy en Cuba existe una situación económica mejor que la existente hace treinta años. La diferencia es que mientras antes había una igualdad en la miseria (aunque por supuesto, no todos éramos igualmente iguales, ya que ellos no espaguetizaban), hoy en día se hace más obvio que las ventajas son para el goce de unos pocos. La ostentación ha regresado a la calle (algo que durante la épica era anatema) y eso provoca molestias.

Las grandes desigualdades sociales son peligrosas porque fermentan el odio y la envidia, esas características tan propias de los seres humanos, que tienen más fuerza motriz que la compasión y los ideales de libertad. Los estómagos vacíos, ante  la vista de otros estómagos repletos, causan más enardecimiento que los cerebros clausurados.

Los mítines de repudio, el acicate a la masa enardecida son las formas de desviar esos instintos por caminos controlables y utilizables contra aquellos que proclaman la necesidad de establecer derechos civiles. Son la incivilidad organizada y manipulada.

Uno de los mayores combustibles para la envidia que pudiera ser nociva al gobierno es el enriquecimiento de individuos que no tengan que ver con el gobierno. Es por ello que limitan el horizonte de los negocios privados y que crean instituciones encaminadas a controlar el trasiego comercial para que quede en manos de los fieles al poder, como la corporación Gaesa, o el conglomerado Cimex, quienes controlan casi el ochenta por ciento de la economía cubana. Los cuentapropistas no son más que modestos buhoneros. También para prevenir el descontento entre los fieles, se construyen urbanizaciones cerradas como el Proyecto Granma, que ofrecen comodidades insospechadas para la mayoría de los cubanos, a los militares de medio y alto rango. En definitiva, quienes poseen las armas tienen la última palabra en un momento de caos.

Los disidentes cubanos operan en solitario. Al menos, visto desde afuera, hay muy poca coordinación entre los diferentes grupos, muy poca solidaridad. Para colmo, en los lugares en los cuales se escucha su mensaje, están expuestos a las críticas (bien y malintencionadas) de quienes difieren de sus puntos de vista, en sociedades en las cuales la libre expresión es un derecho asentado. O sea, se les victimiza en las sociedades a las que aspiran crear.

Este año se cumplirán veinticinco años de la caída del Muro de Berlín y la desaparición del bloque socialista, incluyendo, un poco después, la Unión Soviética. Sin embargo, en países en los cuales hubo grupos de destacados disidentes como Sharansky, Sozhenitsin, Michnik y Havel, existieron movimientos literarios como el Samizdat, y en los cuales existió una respetada tradición cultural mucho más antigua que la nuestra, todavía existe una actitud y una claustrofilia mental que no se aleja mucho de la que existía entonces.

Los gobiernos totalitarios solamente caen por explosiones internas o por movimientos violentos. Estas dos situaciones son generalmente promovidas por la desigualdad económica y social. Para ello los gobernantes cubanos toman medidas a diario, con promesas de cambio económico, con migajas para sus siervos y con sus tropas de choque asaltando la calle. Mientras tanto, frágilmente, el disidente debe continuar su trabajo, con su cabeza entre el hacha y el denuesto.

Roberto Madrigal

Sunday, February 9, 2014

Refrito oportuno



Publiqué en este blog el artículo que ahora reproduzco, el 29 de octubre de 2011, pero a raíz del desastre que ha sido el regreso de Cuba a la serie del Caribe, me parece que lo que en el mismo expongo, cobra vigencia.

Cuba participó en las series del Caribe desde que se inauguraron en 1949. Ganaron siete de las doce en las cuales participaron. La primera serie tuvo lugar en La Habana y los Alacranes de Almendares resultaron ganadores. En 1952 los Leones del Habana se impusieron en Ciudad de Panamá, pero la hegemonía cubana se consolidó a partir de 1956, cuando los equipos cubanos triunfaron en las cinco últimas series en las cuales participaron. Los Elefantes de Cienfuegos ganaron en 1956 y 1960, los Tigres de Marianao lo hicieron en 1957 y 1958 y los Alacranes de Almendares en 1959. Después de 54 años sin participar, los Azucareros de Villa Clara regresaron por todo lo bajo y no pasaron de la primera etapa, con una victoria y tres derrotas.

Una de las cosas que se destaca en el béisbol cubano de los últimos lustros es la pésima calidad de sus managers. Si el paso de Fermín Guerra, Natilla Jiménez, Ramón Carneado y Roberto Ledo a Servio Borges y Humberto Arrieta fue abismal desastre, los nuevos managers como Higinio Vélez y Víctor Mesa hacen lucir a Borges y a Arrieta como genios del béisbol. Por otra parte el doctor Antonio Castro, como directivo del deporte, es una pésima caricatura de su padre, quien desde su búnker en el antiguo Country Club, decidía las alineaciones y los cambios de lanzadores de los equipos cubanos mientras participaban en eventos internacionales.

Coronamiento de un desastre anunciado

La reciente derrota del equipo cubano de béisbol en los Juegos Panamericanos de Guadalajara, no es mas que uno de tantos tiros de gracia recientes que rematan el hace tiempo moribundo mito del invencible béisbol revolucionario.

Con la cancelación de la liga profesional de invierno (el último campeonato se jugó en 1960-61) y la creación del INDER en febrero de 1961, Castro heredaba un movimiento beisbolero cubano que se encontraba en su apogeo. No vale la pena hablar de las glorias pasadas, todo el mundo las conoce, pero en ese momento tenían menos de 25 años y ya comenzaban a despuntar en las grandes ligas y las sucursales americanas jugadores como Miguel Cuéllar, Tony Oliva, Zoilo Versalles, Luis Tiant, Dagoberto Campaneris y Tani Pérez, este último finalmente elegido al Salón de la Fama de Cooperstown, y al menos tres de los otros fueron merecedores del mismo honor que por diversas razones se les negó. El béisbol amateur cubano era excepcionalmentre sólido. Sus ligas contaban con excelentes equipos como los del Círculo de Artesanos, Artemisa, Hershey y Telefónicos, de cuyas filas saldrian muchas de las primeras estrellas destacadas en la pelota organizada por el INDER. El equipo amateur cubano se había coronado campeón mundial en los dos últimos campeonatos organizados por la FIBA (Federación Internacional de Béisbol Aficionado), en 1952 y 1953 (no se jugó ningún otro hasta 1963). El béisbol cubano era la base de lanzamiento tanto de figuras locales como de muchos jugadores venezolanos, puertorriqueños y dominicanos. Vivia un proceso de intercambio enriquecedor del que se beneficiaban profesionales y amateurs a la vez.

En esa nacionalización ya estaba inoculado el germen del desastre. Castro aisló al béisbol cubano de todo lo que lo había enriquecido. Decidió utilizarlo como un arma fundamental de propaganda para pregonar la infalibilidad de su sistema y de lo que éste producia. Al principio se benefició no sólo de la rica herencia, sino de la colaboración de muchas figuras importantes de la pelota anterior, como Fermín Guerra, Gilberto Torres, Natilla Jiménez y Ramón Carneado, quienes prestaron sus conocimientos para continuar desarrollando prospectos. El virus no podía notarse en los primeros años, ya que los peloteros en Cuba se dan más silvestres que la yerba mala.

Pero comenzaba la falta de competencia. A nivel nacional, no había otra liga que la estipulada y a nivel internacional solamente competían con un nivel muy inferior, los desechos del amateurismo en el Caribe y los colegiales americanos. O sea, los peloteros semiprofesionales cubanos (en realidad eran profesionales mal pagados, ya que lo único que hacían era jugar pelota), se enfrentaban a los caribeños que aun no estaban listos para las ligas menores americanas y a los colegiales americanos que empezaban a desarrollar sus cualidades en medio de un sistema con muchas ligas superiores.

Salir del país para abastecerse de bienes materiales no existentes el país era la mayor motivación de los peloteros cubanos. Pertenecer al equipo Cuba era lo más importante. Una vez ahí, eran difíciles de remover. Ya en los setenta eso empezó a mermar la calidad de las competencias nacionales, pues muchos de los jugadores del equipo nacional ponían poco esfuerzo en los juegos de las ligas internas, tratando de evitar lesiones que les impidieran viajar. Empezaron a surgir managers como Servio Borges y Humberto Arrieta, que no tenían conocimiento de otra pelota y sus estrategias eran pedestres. La técnica y la enseñanza del deporte nacional empezaron a decaer. A eso se añade que una parte esencial del proceso de selección al equipo cubano era de orden político. Muchos jugadores excelentes como Julio Rojo o Julián Villar, no podían viajar, y otros, como el caso de Félix Isasi, lo hacían porque se utilizaban a sus familiares como rehenes para evitar que desertaran.

Con las estructuras deportivas existentes en aquel momento, los cubanos barrían en cuanto evento internacional participaban. El mito de la invencibilidad de la “superior” pelota cubana se reforzaba y ayudaba a reforzar la propaganda sobre la invencibilidad de la revolución tanto dentro como fuera del país. Nunca se sabrá si los peloteros cubanos entonces hubieran tenido éxito en las grandes ligas. Mucha especulación se hizo, pero los mismos peloteros estaban inseguros y ninguno se atrevía a desertar. El primero en hacerlo fue Bárbaro Garbey, que salió por el éxodo del Mariel cuando despuntaba como estrella en el béisbol cubano. Llegó a formar parte del equipo de los tigres de Detroit que ganara la serie mundial de 1984, pero su carrera fue fugaz  debido a razones que nada tienen que ver con el deporte.

Las fisuras comenzaron a notarse cuando en 1991 René Arocha decidió abandonar la nave cubana para probar suerte en los Estados Unidos. Atrás empezaron a venir otros. La crisis económica de principios de los noventa y la subsecuente dolarización de la economía cubana mostraron, por una parte el nivel más bajo de degradación social y política del sistema y por otra nuevas formas de conseguir bienes de consumo que no requerían del esfuerzo de una disciplinada vida atlética. La motivación de los peloteros cubanos también comenzó a decaer. Ya ni siquiera ser del equipo Cuba era tan tentador.

Otro golpe decisivo fue cuando la FIBA y los organismos olímpicos permitieron la participación de profesionales en sus eventos. Cuba primero caía derrotada ante un grupo de peloteros de la liga Triple A americana y ya desde el año 2006, en que empezó a disputarse la Copa Mundial, han perdido evento tras evento de manos de holandeses, americanos, coreanos y japoneses. Hace más de un lustro que Cuba no domina nada en béisbol. Las filas de los equipos nacionales han comenzado a vaciarse con el éxodo ya casi masivo de muchos de sus mejores jugadores, que ya no solamente tienen que saltar la cerca cuando salen de gira, sino que sus salidas se arreglan por diferentes medios para que huyan como “balseros”.

Parte de la propaganda del gobierno era que la liga cubana estaba al nivel de las grandes ligas. Por supuesto, ya eso nunca se podrá corroborar, pero se pueden ver muchas evidencias de la falacia del mito. Después que República Dominicana, Venezuela y Puerto Rico ocuparon el lugar de Cuba en cuanto a abastecer de estrellas a la pelota de liga grande, de las decenas de peloteros cubanos que se han quedados en los últimos 15 años bien poco hay que destacar y sólo se observa una cadena de mediocridades. Cierto que El Duque Hernández y José A. Contreras llegaron en sus treintas a los Estados Unidos y por lo tanto no estaban en plenitud de condiciones, pero sus records de noventa victorias y sesenta y cinco derrotas (El Duque) y de setenta y siete victorias y sesenta y siete derrotas (Contreras), no dan mucho que hablar. Es cierto que en el caso de El Duque hay muchos intangibles que lo elevan a ser un lanzador destacado y apreciado por los equipos. Liván Hernández ha tenido una larga carrera y ha resultado un caballo de batalla, pero también su récord de victorias (173) y derrotas (175) es bien mediocre. Todos los recién llegados han tenido que pagar su cuota de estancia en las ligas menores, en donde aprenden muchas técnicas que desconocían allá. Solamente Alexei Ramírez ha resultado la excepción. Vino directo del equipo Cuba a los medias blancas de Chicago y hasta ahora su ejecutoria ha sido impecable, tanto a la defensiva como a la ofensiva. Todavía está por ver lo que harán prospectos como Aroldis Chapman y Dayán Viciedo. Otras supuestas estrellas del béisbol cubano, como Yuneski Maya, simplemente no han dado la talla en las mayores. Ya eso lo comentan hasta en “La esquina caliente”.

Nunca fui fanático de los equipos cubanos. Para mí no representaban a Cuba, sino al gobierno de Castro y siempre les deseo lo peor (no a los jugadores como individuos). Pero esta herramienta de propaganda ya se ha desmembrado. El aislamiento, la falta de competencia, las intrigas a la hora de seleccionar atletas, la creciente falta de motivación y por supuesto el deterioro de los estadios cubanos han sido algunos de los factores que han llevado, desde 1961, al lento pero seguro proceso de decadencia y caída de la pelota cubana. Lo que vemos ahora es el estrépito. Por supuesto que el talento no se ha ido de Cuba ni ha sido asesinado, eso es ridículo pensarlo, pero va a tomar tiempo recuperar el nivel anterior. Además, noto en las nuevas generaciones un amor por el fútbol que antes no existía, y puede que otro de los funestos resultados de la megalomanía castrista sea que el béisbol quede destronado como el pasatiempo nacional.

Roberto Madrigal

Saturday, February 1, 2014

El fanático irredimible


 
Leyendo sobre la reciente muerte del cantante americano Pete Seeger, me acordé inmediatamente del músico cubano que le enseñó la versión de Julián Orbón con los versos de Martí y que Seeger interpretó por primera vez el 8 de junio de 1963 en el Carnegie Hall, obteniendo un éxito inimaginable que continuó en 1966 cuando su versión fue interpretada por The Sandpipers y alcanzó el número 9 en la lista de las canciones más populares en Estados Unidos y el número 7 en el Reino Unido ese mismo año, para luego convertirse en el éxito global interminable que todos conocemos. Me refiero a Héctor Angulo o Héctor de Angulo, no estoy seguro cual es la forma correcta de su nombre, ya que respondía a ambos y aparece de ambas maneras en los pocos escritos que hay sobre él.

Angulo había recibido una beca del gobierno cubano para estudiar en Juilliard y prolongó su estancia en los Estados Unidos para cooperar con la lucha del proletariado internacional. Se unió a los grupos más radicales de los jóvenes izquierdistas americanos y cuentan que durante un recital que daba Seeger en un campamento de verano para jóvenes militantes de estos partidos, muy a principios de los sesenta, alguien le comentó que en el público había un músico cubano y le presentaron a Angulo quien en ese momento le dio la idea a Seeger de que cantara la Guantanamera con los versos de Martí, tal y como la había arreglado Julián Orbón en 1958 (La Guantanamera, según los créditos aceptados a pesar de muchas disputas, fue originalmente compuesta por Joseíto Fernández en 1929). Al menos esa es la leyenda.

Conocí a Angulo en 1970 o 1971, no puedo asegurar la fecha con exactitud. Era cuando un grupo de amigos que incluía, entre muchos otros, a Nicolás Lara, Benjamín Ferrera, Rogelio Fabio Hurtado, Jesús Suárez, Bielicki, Armando López, Franklin Romero, Manolito Profundo, Emilio López Alonso (más conocido como el Dingolondango al cero de alusión), Tomás Piard y a Esteban Luis Cárdenas, nos reuníamos en el parque frente a la funeraria Rivero, siempre después de las once de la noche, que era cuando hacían la primera colada de café y ahí nos sumábamos a toda una variopinta galería de personajes para sentarnos a hablar de lo que fuera. Algunos propinaban sus poemas a un público sarcástico, otros inventaban proyectos de publicaciones literarias clandestinas, otros leían fragmentos de novela, como Daniel Fernández, siempre adelantando un capítulo de “Las aventuras de Truca Pérez” y otros hablaban de política. Las conversaciones se entremezclaban en el pequeño espacio que ofrecían los pocos bancos del reducido parque y muchas veces recibíamos las visitas preocupadas de los compañeros de la seguridad del estado, que o nos dispersaban o nos arrestaban.

Tomar café era difícil, no colaban mucho y si había muchos velorios, los familiares de los difuntos se nos adelantaban, pero el café no era más que una excusa para la reunión de los aspirantes a intelectuales, escritores defenestrados, traficantes de bolsa negra y farsantes de toda calaña. Poco después de la una de la mañana, en grupos dispersos, nos íbamos hasta Coppelia, en donde la tertulia continuaba hasta que nos botaban y allí se nos sumaban otros amigos como Everardo Llanes. Por cierto, casi todos teníamos que levantarnos muy temprano al día siguiente para ir a trabajar. Fue en Coppelia cuando recuerdo haber visto a Angulo por primera vez, aunque creo que también iba de vez en cuando a la funeraria.

Calvo y bajito, mucho mayor que todos nosotros (ahora me entero que nació en 1932), Angulo fue clasificado rápidamente como “eltipoquelenseñólaguantanameraapeterseeger”.  Se declaraba por entonces como compositor de música concreta. A todos nos parecía incomprensible que alguien que estuvo en los Estados Unidos en los años sesenta hubiera regresado a Cuba voluntariamente y con asombro le preguntábamos las razones. El insistía en que era revolucionario y que vino porque era su deber con su pueblo. Llegó a decir que estaba muy feliz porque gracias al compositor Juan Blanco había conseguido un espacio radial en el cual poner música concreta durante media hora todos los días, en la emisora COCO. Insistía que el programa era muy popular. Alguien se levantó y preguntó: “Caballero ¿alguien aquí sabe a qué hora es el programa de Angulo?”  Ante el silencio general continuó: “Como verás, aquí hay más de diez personas educadas y semicultas y nadie ha oído hablar de tu programa, no te ilusiones que nadie te oye”. Angulo se insultó y se perdió por unos días. Nadie lo tomaba en serio a pesar de ser un gran conocedor de la música y un hombre dedicado a la composición. Pero siempre regresaba. Alardeaba de haberse negado a recibir ningún beneficio de los que le había propuesto la revolución a su llegada. Vivía con sus padres. Formaba discusiones delirantes, lanzando en voz altas afirmaciones como que los enfoques que hacía Carlos Rafael Rodríguez sobre Martí eran muy burgueses y que había que radicalizar más a la revolución. Sus paroxismos eran insufribles. Se convirtió en el objeto de bromas de muchos de los allí presentes.

No sé por qué insistía en reunirse con nosotros, que residíamos en una galaxia ideológica muy lejana a la suya. Quizás por su soledad y por ser primo de Armando López. O (los más probable), por ser homosexual, lo cual lo tenía eliminado de los grupúsculos oficiales, ya que corrían tiempos siniestros y los homosexuales eran ferozmente perseguidos, y en nuestro grupo encontró aceptación, a pesar de sus ideas absurdas. Era muy ingenuo y se entusiasmaba con cualquier cosa. La música popular cubana le parecía de mal gusto por entonces y cuando Barbara Dane llegó por primera vez, pensó que a través de ella iba a cambiar muchas cosas, porque Dane podía llegar a los oídos de Fidel Castro. Llegó un punto en el cual, entre el delirio y la frustración, hablar con él resultaba trabajoso y hasta desagradable. Llegó hasta crear problemas a algunos amigos con su fanatismo. Era buena persona pero su intoxicación ideológica lo volvía peligroso. Pero nunca le retiramos nuestra amistad.

Por supuesto, nunca cambió nada ni pudo escalar en el mundillo musical cubano. Buscando en google casi no se encuentra nada sobre él, solamente una mención a unos arreglos que realizó de cantos yoruba para guitarra y que han sido interpretados por Manuel Barrueco y por Marco Ramayo. Fue respetado por los conocedores como Harold Gramatges, Juan Blanco y Leo Brouwer, pero sin mucho entusiasmo. Un hombre que supuestamente ansiaba conectar con el gran público quedó como una apostilla de la élite.

En el obituario del cantante americano que escribió para el Granma hace unos días Gabriel Molina (en el cual se cuida de no mentar a Orbón, que murió en el exilio), lo menciona, tergiversando al menos la historia que conozco, señalando que “La cineasta estadounidense Estela Bravo relata…que solo al grabar el segundo disco supo Seeger sobre Joseíto y la Guantanamera con arreglo de Héctor Angulo. Declaró entonces que ambos cubanos debían ser quienes cobrasen los derechos de autor”. No sé si esto fue solamente una pose o se ha negociado alguna vez seriamente, pero de haber sucedido, no me extrañaría si me informaran que Angulo los hubiera rechazado o donado.

Cada vez que veo una película en la cual aparece por alguna razón la Guantanamera, me quedo a ver los créditos, en los cuales siempre aparece junto a Julián Orbón, Joseíto Fernández y Pete Seeger.  Me cuentan que sigue viviendo en la casa de la calle Prado que era de sus padres, que ya murieron. Continúa defendiendo la causa de un proletariado que nunca se lo ha pedido. Orgulloso de su miseria, empecinado en su desvarío, revolviéndose en su cautiverio.


Roberto Madrigal

Sunday, January 26, 2014

Dos libros me llegan de Cuba



Un amigo me envía dos libros, no necesariamente muy recientes, con reservada recomendación. Uno es la colección de cuentos Dolce Vita de Eduardo Heras León (La Habana 1940) y el otro es el premio UNEAC de novela de 2011, Making of, de Dazra Novak, una autora que ha borrado su verdadero nombre de todos sus libros y publica bajo este seudónimo, que ha adoptado más que como su alter ego, como su ego. Usa a la vez, con mayor ambigüedad, su lugar de nacimiento indistintamente como La Habana o el Berlín Oriental anterior a la caída del muro, ya que su fecha de nacimiento es 1978.

Son dos libros muy diferentes. El de Heras se inscribe dentro de una corriente realista muy tradicional y sus cuentos se centran en la narración de la trama sin muchos adornos estilísticos, con un lenguaje simple y coloquial. Dazra trata, quizá demasiado conscientemente, de romper esquemas, de atentar contra la temporalidad y de crear normas narrativas propias. Su uso del lenguaje es también muy directo y coloquial. Su prosa es, por lo general, precisa y concordante con el tema que aborda, pero a veces quiere entrar en juegos de palabra populacheros, como coña desmitificadora,  que lastran el párrafo.

Recuerdo haber conocido a Heras León cuando yo era apenas un preadolescente que trataba de ascender en los torneos nacionales de ajedrez. Llegó, junto con Miguel Angel Sánchez y Oscar Cuesta, a las finales provinciales de La Habana. Mis amigos y yo los odiábamos, no por nada personal, de hecho, después he seguido siendo muy amigo de Miguel Angel, quien desde hace más de treinta años vive en Nueva York, sino porque por ser los mejores jugadores de las Fuerzas Armadas, los clasificaban automáticamente y, según nosotros, nos robaban tres plazas inmerecidamante. Rabietas de muchachos.

Mantengo en la memoria la imagen de Heras, con su uniforme militar siempre impoluto, hablando en voz baja, irónico, mucho mayor que yo, un poco defensivo y  casi siempre sonriente. Para nosotros era “el chino Heras”. No duró mucho en el ajedrez organizado, era un buen jugador, pero lo superamos rápidamente. Después, se nos perdió de vista y luego me enteré que era escritor cuando ganó en 1970 el premio Casa de las Américas por su novela Los pasos en la hierba (anteriormente, en 1968 había ganado el premio David por La guerra tuvo seis nombres), que a la larga le causó más penas que gloria, ya que se vio como una visión nada ortodoxa de los militares cubanos. Pagó con seis años de ostracismo pero mantuvo su mansedumbre y luego comenzó a publicar a partir de 1977. Tengo entendido que se ha convertido en una especie de ídolo que inspira a las nuevas generaciones de escritores. Se le ve como una víctima del “quinquenio gris” y ha creado talleres literarios y aconseja a los nuevos narradores.

Por todo lo anterior y por la recomendación de mi amigo, me lancé con contradictorias expectativas a la lectura de Dolce Vita, pero tengo que confesar que me resultó una experiencia decepcionante. El libro reúne cuentos que datan desde 1990 hasta 2010, pero no hay mucha diferencia formal entre ellos. Todos son cuentos realistas, narrados con un lenguaje directo y una prosa limpia, pero argumentalmente esquemáticos y predecibles. Lo interesante de ellos es que a todos los recorre el desencanto y la frustración. Están narrados desde el punto de vista de una generación que no vio cumplidas las promesas que se le hicieron y que se siente defraudada. Es un tímido ajuste de cuentas con la revolución, pero en un tono muy menor.

Al libro de Dazra Novak lo recorre también el desencanto y la frustración. Su novela, que gira alrededor de la realización de un filme en Cuba por extranjeros que repiten los clichés de la épica revolucionaria y que han contratado a un grupo de técnicos cubanos que  no pueden aguantar burlarse de la temática del mismo y que cumplen sus funciones con la mayor abulia posible. Es una novela que intenta romper las barreras espacio-temporales, y lo logra, y que maneja un erotismo lésbico de gran fuerza y atrevimiento. La autora y su doppelganger se confunden en sus aventuras y placeres.

Novak presenta el cuadro tétrico de una generación sin esperanzas, que se resigna a no tener control de su destino con tal de moverse entre las ruinas que aman y que también odian. Una Habana raída y enfermiza se convierte en personaje y la escritora la rastrea en un intento de actualizar el espíritu de los recorridos de Cabrera Infante en Tres tristes tigres, pero esta vez con un escapismo sin ilusiones. Es una ciudad dominada por el cinismo. Los personajes se sienten obligados a disfrutar a pesar de su marasmo.

Making of es una novela imperfecta pero atractiva. Mayormente bien escrita, con algunos baches imperdonables pero con una osadía formal y unos ejercicios de estilo que resultan bien logrados.

Dazra Novak tiene un blog  (http.habanapordentro.wordpress.com) en el cual retrata La Habana desde su perspectiva muy personal.  En su novela, utiliza las palabras para lograr el mismo efecto que sus fotos. Existe una belleza detrás de la imagen, pero cada cual tiene que hurgar desde su punto de vista.  Son visiones subjetivas.

Dolce Vita. Autor: Eduardo Heras León. Ediciones Unión. La Habana 2012. 138 páginas

Making of.  Autor: Dazra Novak. Ediciones Unión. La Habana 2012. 150 páginas.

 

Roberto Madrigal

 

Sunday, January 19, 2014

Por ahí anda un poeta


 Hace tres años publiqué este artículo. Respondía a unos hipócritas y paniaguados rescates culturales que se hicieron sobre algunas figuras, ya convenientemente muertas en el exilio, de la literatura marginal cubana. Me molestó y me resultó curioso que a Rogelio Fabio, uno de los más importantes, quien aún vivía olvidado en Cuba, no se le prestara atención, sino que se le dejara en las orillas, que fuera incluso ignorado a la hora de contribuir con información acerca de los cadáveres rescatados, quienes fueron sus amigos. Reproduzco aquí este homenaje de entonces, en memoria del amigo que acaba de morir. Hasta la vista Rogelio. Que nunca se apague el recuerdo.

Roberto Madrigal


Este año se cumple el centenario de Gastón Baquero. Un excelente poeta que no se limitó a escribir poesía, sino que dentro de sus posibilidades, ayudó a muchos otros poetas, sin embargo, una vez que abandonó Cuba por su exilio madrileño, fue una de las mayores víctimas del ostracismo perpetrado por las tropas de choque cultural del régimen que decidió evadir. Incluso sus antiguos amigos y beneficiarios (y aquí se puede incluir a Lezama, a Cintio Vitier y a Eliseo Diego) se hicieron cómplices de la campaña, mencionando su nombre, si acaso, en voz baja, como para evitar resonancias, y en conversaciones muy privadas. Algunos esperaron décadas para que se les permitiera fundirse de nuevo en un abrazo hipócrita. Los intelectuales cubanos han hecho un hábito de pedir permiso.

Pero no es de Baquero de quien quiero hablar pues (espero) que este año muchos otros hablarán de él mucho mejor de lo que pudiera yo hacer. Es que a propósito de su efeméride, se me ocurre que dado los recientes rescates culturales de figuras como Esteban Luis Cárdenas, Guillermo Rosales y Carlos Victoria, todos fallecidos, por qué no incorporan a una figura viviente de esa generación. Me refiero al poeta Rogelio Fabio Hurtado.

No me estoy haciendo el ingenuo, sino que si es cierto que se quieren reparar “olvidos” y rectificar “errores”, ahora que hasta Raúl Castro habla mal de la Revolución, no debe haber motivos para estudiar la figura de uno de los mejores poetas de esa generación, que además está vivo y puede aportar valiosas informaciones a los estudiosos de los escritores de esos años, los que Manuel Ballagas y yo bautizamos hace años como la “Generación del silencio”.

Hurtado (La Habana 1946) trabaja cuidadosamente la poesía desde
los años sesenta, nunca ha dejado de hacerlo. Nunca ha sido
miembro de la UNEAC ni ha recibido elogios de ninguna
publicación oficial ni premios de ninguna organización
gubernamental. Cuando Ernesto Cardenal fue a Cuba, Hurtado se le
acercó para hablarle de la realidad cubana y le enseñó sus poemas.
Tan impresionado quedó el poeta nicaragüense, que le publicó dos
de ellos en su libro En Cuba, lo cual le trajo los primeros
problemas a Hurtado. Después lo incorporó a su antología Poesía
cubana de la Revolución (Ed. Extemporáneos, México, 1976).

Fue profesor de español en una facultad obrera hasta que llegó el Mariel, puerto por el cual casi todos sus amigos nos marchamos. Fue expulsado poco después y para sobrevivir se convirtió en vendedor de flores, cuando eso era una ocupación prohibida. Así sobrevivió por muchos años, ya que no ha querido irse, aceptando continuar su obra poética bajo el aplastante peso de la Historia.

En 1996 publicó su primer libro en Miami, durante una visita temporal. El poeta entre dos tigres (Editorial La Torre de papel, Miami 1996), recoge veintiún poemas escritos entre 1970 y 1986, en uno de los cuales expresa su situación existencial: “En esta solitaria, atómica, mañana de noviembre/ no siendo yo accionista ni dirigente/ sino un antiquísimo bebedor de pésima cerveza/ ofrezco para todos cuarto en mi corazón/ paz desde esta cuartilla”. Se define aún más en el poema que da título al libro cuando dice: “Al poeta le encanta/ parecer blanco entre los rojos/ y rojo entre los blancos. Siente/ una apasionada inclinación por las minorías/ Considera aristocrático/ avanzar hacia la derrota”.

En 1993 fue incluido en la antología El desierto que canta: poesía “underground” cubana  editado por el Endowment for Cuban American Studies, Washington, DC. Ganó en el 2004 el premio Vitral que concedía la revista católica pinareña del mismo nombre, por su libro Hurrá y otras elegías que fue publicado en 2005 por las ediciones Vitral. También ganó hace muchos años el premio de poesía de la arquidiócesis de La Habana.

Ha podido leer sus poemas recientemente, en la peña que organiza el incansable Joaquín Gálvez en el Café Demetrio de Miami. Por otra parte, se ha mantenido ejerciendo periodismo disidente y publica con regularidad una columna en el sitio Primavera Digital. También ha aparecido en la revista Voces, ese esfuerzo de Yoani Sánchez, Reinaldo Escobar, Orlando Luis Pardo Lazo y ahora en manos de María Matienzo. Dos trabajos suyos aparecen en el libro Cuba in Focus editado este año por Ted Henken, Miriam Celaya y Dimas Castellanos.

Los arqueólogos culturales no parecen haber detectado su presencia. Es curioso que hace unos años Hurtado escribió un poema que parece premonitorio: “La poesía me olvida y encanezco/ no sentirme siquiera vigilado/ así es vivir ahogarse de aburrido”. Pero estos estudiosos, si fueran verdaderamente responsables, debieran ocuparse de este poeta, del cual aprenderían mucho. Les advierto que aunque es un hombre que jamás ha tenido nada malo que decir de nadie y no parece conocer del odio ni del resentimiento, puede ser bastante incómodo, porque no se transa, va a nombrar las cosas como las ve y como las ha sufrido. No va a ser condescendiente ni va a complacer ningún tipo de peticiones. A ver si se atreven.




Nota: Poco después de publicado este artículo me llegó este poema de Jorge Luis Arcos que creo sirve de excelente complemento, para leerlo pinche:  http://archdil1.blogspot.com/2014/01/un-poema-dejorge-arcos-este-es-un-poema.html
 

Roberto Madrigal

Sunday, January 12, 2014

Premios y políticas culturales


Aunque establecer comparaciones entre premios y premiados es una tarea absurda, soy de la opinión de que estrictamente desde el punto de vista literario, el reciente Premio Nacional de Literatura concedido a la poetisa Reina María Rodríguez (La Habana, 1952), es el más merecido de los otorgados en los últimos diez años (para no ir más lejos). Una apresurada ojeada a los diez ganadores anteriores sería suficiente para confirmarlo.

Es el componente extraliterario del premio, sin embargo, el que más me llama la atención, sabedor de que en Cuba no se otorga ningún premio sin que existan muy sopesadas consideraciones políticas e ideológicas tras bambalinas.

A casi un mes del anuncio del premio, solamente he leído dos artículos serios al respecto. Uno es el de Emilio Ichikawa, publicado en su blog bajo el título de Reina María Rodríguez: Un premio posible para una época inevitable en el cual atinadamente señala que al premiarse a Reina se “acata en la opinión dominante en torno a Cuba, lo que por demás es realmente conocido y políticamente oportuno en un proceso de ‘reformas’…un interregno entre el oficialismo y el no-oficialismo  en el que regularmente la escritora ha fundado y refundado aspiraciones con gran tino…Porque Reina María Rodríguez no fue critica frontal de la estructura cultural cubana como María Elena Cruz Varela; pero tampoco fue como Basilia Papastamatiú o Amir Valle: rectos cuadros de la política bibliográfica oficialista en una etapa de la Revolución Cubana”.

El otro artículo al respecto es obra del poeta y profesor Guillermo Rodríguez Rivera, miembro fundador de El Caimán Barbudo, una figura también controversial en su momento, pero siempre poniendo palabra y silencio al servicio de las bases ideológicas de la política cultural castrista que todavía reclama defender. Titulado La generación invisible, se publicó primero en el blog del escritor Norberto Fuentes y ahora en Rebelion.org.  Disfrazado de reparo literario, Rodríguez Rivera lamenta los dos premios más recientes, el entregado el año pasado a Leonardo Padura y el de Reina María Rodríguez ahora. En realidad lo que destila es bilis subterránea por su temor a que con estos dos premios, él y su generación han quedado fuera de competencia. Trata de razonar que estos premios debieron haber ido a figuras como Lina de Feria o Eduardo Heras León, sin mencionarse a sí mismo por falsa modestia y lamenta que todos hayan sido víctimas del quinquenio gris (aquí se incluye) y que no se hayan beneficiado con las rectificaciones. Lo que como buen oportunista no dice es que su generación ya ha estado representada de sobra en este premio en las figuras de Miguel Barnet, Reynaldo González y Nancy Morejón.

Las razones extraliterarias del premio a Reina María Rodríguez pudieran explicarse desde varios puntos de vista. Uno sería decir que ejemplifica el ascenso a posiciones importantes dentro de la cultura cubana de individuos que traen ideas nuevas y que no se sienten endeudados con la “épica de la revolución”. Aunque es innegable que este proceso se da continuamente y tiene por fuerza que tener sus efectos, no creo que sea una posición preponderante ni tampoco aceptada (tolerada sí) por la cúpula dominante.

Lo otro es pensar que cae en el contexto de la nueva política cultural que consiste en desmantelar el discurso de los intelectuales, artistas y escritores exiliados. Se premia a una figura con suficientes méritos literarios, que no ha sido una zapadora de las políticas culturales, más bien ha ofrecido un mutismo cómplice, quien ha establecido proyectos literarios de carácter alternativo, siempre con la anuencia de la figura de Abel Prieto y que cuenta con muchas amistades entre importantes círculos disidentes. Más allá de la controversia, es una persona mayormente bien recibida entre los exiliados.

Lo último es que al convertir a la poetisa en figura icónica, se le puede amarrar dentro de ciertos compromisos políticos a los cuales hasta ahora no se ha visto obligada a obedecer. La convierte en una figura mucho más pública de lo que ha sido hasta ahora. Le concede un protagonismo peligroso.  

Este premio cae dentro del contexto de las “reformas” o “cambios” culturales que se han acentuado a partir de esta década, tras el rescate de figuras como Severo Sarduy, Virgilio Piñera, José Kozer, Lorenzo García Vega, Carlos Victoria, Esteban Luis Cárdenas, las ediciones El Puente y hasta la sombra de Guillermo Cabrera Infante, que se presenta como un proceso de rectificaciones liderado por una nueva raza de intelectuales inquietos, que quieren recuperar esos “olvidos”, esos errores que fueron el producto de un “periodo” o de un grupo de funcionarios culturales que quisieron, aparentemente por su cuenta, establecer rígidas políticas estalinistas.

Todo esto para desviar el análisis de las causas a etapas o personalidades y ocultar que todo lo sucedido no es más que algo natural al sistema. Una política represiva y humillante que desde que el castrismo se consolidó forma parte intrínseca de su ideario, de sus metas y de su aparato de defensa cultural. Por suerte, ahí están para recordárselo a quienes lo hayan olvidado (o querido olvidar), las recientes declaraciones de Raúl Castro en su discurso por el aniversario de la revolución, las palabras de Miguel Barnet, ahora todo un miembro del Comité Central del partido Comunista de Cuba y presidente de la UNEAC, dirigidas a los miembros de su organismo, el artículo de Pedro de la Hoz con respecto a lo que se le puede tolerar a los disidentes “que nos visitan”: el derecho al silencio, y hasta la entrevista recientemente publicada en La Jiribilla a Graciela Pogolotti. Todos reafirman tercamente los principios eternos del proceso y todos advierten posibles consecuencias a quienes se desvíen de ellos.

 
Roberto Madrigal

Saturday, January 4, 2014

Los mejores estrenos de 2013


 
Una vez más, nuestra testarudez se impone. Orlando Alomá y yo continuamos esforzándonos por ver la mayor cantidad de películas posible en salas de cine, para después hacer la lista de las mejores del año. Lo hacemos desde principios de los años setenta, junto con un grupo de amigos, cuando era nuestra única forma de expresar una opinión estética diferente a la oficial, en aquellos años de cruel represión, he estado haciendo la lista de las diez mejores películas del año. Tras el exilio de 1980, y la separación de casi todos nosotros los de entonces, no fue hasta principios de los noventa que Orlando Alomá y yo reanudamos el hábito, por el mero placer de hacerlo. Somos prácticamente los únicos de aquel grupo que vamos al cine con asiduidad hoy en día inusual. En los últimos cuatro años, por iniciativa de Alejandro Armengol, hemos publicado las listas en Cubaencuentro y ahora también lo hago en mi blog.

Este ha sido un buen año. Por primera vez en largo tiempo he tenido que escoger entre veinte finalistas para sacar diez. En los últimos años me ha costado trabajo llegar a diez. Aunque las películas alternativas experimentales o de vanguardia siguen sufriendo problemas de distribución cada vez mayores, este año las películas extranjeras y las independientes se distribuyeron con mayor rapidez y en una mayor cantidad de opciones, lo que reduce la hegemonía de Nueva York y Los Angeles. No sé si esta tendencia se mantendrá. El cine americano comercial, por su parte, ha tenido un bue  año, ofreciendo producciones de interés para el gran público sin los excesos de efectos especiales para atiborrar la mente de las audiencias. Ejemplo de ello pueden ser Captain Phillips y Gravity.

Este año hemos hecho un pequeño cambio en las bases de nuestra selección. Se limitarán ahora en lo estrenado en el año 2013 que está disponible a cualquier espectador normal en cualquier ciudad de los Estados Unidos, que puedan ser accesible en las salas de cine, en streaming, On Demand o en DVD durante el año. No cuentan películas exhibidas solamente en el circuito festivalero o en presentaciones especiales. No tienen ningún sentido canónico ni significativo más allá de la mera provocación. Aquí van las listas.

Orlando Alomá (sin orden ni concierto):
Zero Dark Thirty (EUA 2012), Dir: Kathryn Bigelow; Amour (Francia/Alemania/Austria 2012), Dir: Michael Haneke; Barbara (Alemania 2012), Dir: Christian Petzold;  The Sessions (EUA 2012), Dir: Ben Lewin; In the Fog (Bielorrusia/Alemania/Rusia/Holanda/Latvia 2012)), Dir: Sergei Loznitsa; In the House (Francia 2012), Dir: Francois Ozon;  Blue Jasmine (EUA 2013),Dir: Woody Allen;  Philomena (Gran Bretaña/EUA/Francia 2013), Dir: Stephen Frears; Fruitvale Station (EUA 2013), Dir: Ryan Coogler; Inside Llewyn Davis (EUA 2013), Dir:  Ethan y Joel Cohen; Neighboring Sounds (Brasil 2012), Dir: Kleber Mendonca Filho. (Si tuviera que agregar otra, sería Captain Phillips, EUA.)

Las mías, en orden de preferencia:

1.- Amour (Francia/Alemania/Austria 2012). Dir: Michael Haneke
2.- Beyond the Hills (Rumanía/Francia/Bélgica 2012). Dir: Christian Mungiu
3.- Blue is the Warmest Color (Francia/Bélgica/España 2013). Dir: Abdellatif Kechiche
4.- The Great Beauty (Italia/Francia 2013). Dir: Paolo Sorrentino
5.- Inside Llewyn Davis (EUA 2013). Dir: Ethan y Joel Cohen
6.- Spring Breakers (EUA 2012). Dir: Harmony Korine
7.- Blancanieves (España/Francia/Bélgica 2012). Dir: Pablo Berger
8.- Like Someone in Love (Francia/Japón 2012). Dir: Abbas Kiarostami
9.- Lore (Alemania/Australia/Gran Bretaña 2012). Dir: Cate Shortland
10.- The Canyons (EUA 2013). Dir: Paul Schrader

Quiero añadir una nota especial este año. Debido a las restricciones que nos hemos impuesto para seleccionar, hay dos filmes que hubieran caído en mi lista, pero que no tuvieron estreno amplio en los Estados Unidos, sino solamente en festivales o en ciudades como Los Angeles, Miami y Nueva York. Estas son: Tabú (Portugal 2012) de Miguel Gomes y Melaza (Cuba 2012) de Carlos Lechuga.

(Esta columna salió publicada ayer, 3 de enero, en la revista Cubaencuentro)

Roberto Madrigal