Aunque establecer
comparaciones entre premios y premiados es una tarea absurda, soy de la opinión
de que estrictamente desde el punto de vista literario, el reciente Premio
Nacional de Literatura concedido a la poetisa Reina María Rodríguez (La Habana,
1952), es el más merecido de los otorgados en los últimos diez años (para no ir
más lejos). Una apresurada ojeada a los diez ganadores anteriores sería
suficiente para confirmarlo.
Es el componente
extraliterario del premio, sin embargo, el que más me llama la atención,
sabedor de que en Cuba no se otorga ningún premio sin que existan muy sopesadas
consideraciones políticas e ideológicas tras bambalinas.
A casi un mes del
anuncio del premio, solamente he leído dos artículos serios al respecto. Uno es
el de Emilio Ichikawa, publicado en su blog bajo el título de Reina María Rodríguez: Un premio posible
para una época inevitable en el cual atinadamente señala que al premiarse a
Reina se “acata en la opinión dominante en torno a Cuba, lo que por demás es realmente
conocido y políticamente oportuno en un proceso de ‘reformas’…un interregno
entre el oficialismo y el no-oficialismo
en el que regularmente la escritora ha fundado y refundado aspiraciones
con gran tino…Porque Reina María Rodríguez no fue critica frontal de la
estructura cultural cubana como María Elena Cruz Varela; pero tampoco fue como
Basilia Papastamatiú o Amir Valle: rectos cuadros de la política bibliográfica oficialista
en una etapa de la Revolución Cubana”.
El otro artículo al
respecto es obra del poeta y profesor Guillermo Rodríguez Rivera, miembro
fundador de El Caimán Barbudo, una
figura también controversial en su momento, pero siempre poniendo palabra y
silencio al servicio de las bases ideológicas de la política cultural castrista
que todavía reclama defender. Titulado La
generación invisible, se publicó primero en el blog del escritor Norberto
Fuentes y ahora en Rebelion.org. Disfrazado de reparo literario, Rodríguez
Rivera lamenta los dos premios más recientes, el entregado el año pasado a
Leonardo Padura y el de Reina María Rodríguez ahora. En realidad lo que destila
es bilis subterránea por su temor a que con estos dos premios, él y su
generación han quedado fuera de competencia. Trata de razonar que estos premios
debieron haber ido a figuras como Lina de Feria o Eduardo Heras León, sin
mencionarse a sí mismo por falsa modestia y lamenta que todos hayan sido
víctimas del quinquenio gris (aquí se incluye) y que no se hayan beneficiado
con las rectificaciones. Lo que como buen oportunista no dice es que su
generación ya ha estado representada de sobra en este premio en las figuras de
Miguel Barnet, Reynaldo González y Nancy Morejón.
Las razones
extraliterarias del premio a Reina María Rodríguez pudieran explicarse desde varios
puntos de vista. Uno sería decir que ejemplifica el ascenso a posiciones importantes
dentro de la cultura cubana de individuos que traen ideas nuevas y que no se
sienten endeudados con la “épica de la revolución”. Aunque es innegable que
este proceso se da continuamente y tiene por fuerza que tener sus efectos, no
creo que sea una posición preponderante ni tampoco aceptada (tolerada sí) por
la cúpula dominante.
Lo otro es pensar
que cae en el contexto de la nueva política cultural que consiste en desmantelar
el discurso de los intelectuales, artistas y escritores exiliados. Se premia a
una figura con suficientes méritos literarios, que no ha sido una zapadora de
las políticas culturales, más bien ha ofrecido un mutismo cómplice, quien ha
establecido proyectos literarios de carácter alternativo, siempre con la
anuencia de la figura de Abel Prieto y que cuenta con muchas amistades entre
importantes círculos disidentes. Más allá de la controversia, es una persona
mayormente bien recibida entre los exiliados.
Lo último es que
al convertir a la poetisa en figura icónica, se le puede amarrar dentro de
ciertos compromisos políticos a los cuales hasta ahora no se ha visto obligada
a obedecer. La convierte en una figura mucho más pública de lo que ha sido
hasta ahora. Le concede un protagonismo peligroso.
Este premio cae
dentro del contexto de las “reformas” o “cambios” culturales que se han
acentuado a partir de esta década, tras el rescate de figuras como Severo
Sarduy, Virgilio Piñera, José Kozer, Lorenzo García Vega, Carlos Victoria,
Esteban Luis Cárdenas, las ediciones El Puente y hasta la sombra de Guillermo
Cabrera Infante, que se presenta como un proceso de rectificaciones liderado
por una nueva raza de intelectuales inquietos, que quieren recuperar esos “olvidos”,
esos errores que fueron el producto de un “periodo” o de un grupo de
funcionarios culturales que quisieron, aparentemente por su cuenta, establecer
rígidas políticas estalinistas.
Todo esto para desviar
el análisis de las causas a etapas o personalidades y ocultar que todo lo
sucedido no es más que algo natural al sistema. Una política represiva y humillante
que desde que el castrismo se consolidó forma parte intrínseca de su ideario,
de sus metas y de su aparato de defensa cultural. Por suerte, ahí están para
recordárselo a quienes lo hayan olvidado (o querido olvidar), las recientes
declaraciones de Raúl Castro en su discurso por el aniversario de la
revolución, las palabras de Miguel Barnet, ahora todo un miembro del Comité
Central del partido Comunista de Cuba y presidente de la UNEAC, dirigidas a los
miembros de su organismo, el artículo de Pedro de la Hoz con respecto a lo que
se le puede tolerar a los disidentes “que nos visitan”: el derecho al silencio,
y hasta la entrevista recientemente publicada en La Jiribilla a Graciela Pogolotti. Todos reafirman tercamente los
principios eternos del proceso y todos advierten posibles consecuencias a
quienes se desvíen de ellos.
Roberto Madrigal
Todos son la misma porquería, desde Rodríguez Rivera hasta la Reina. Si alguno tuviera siquiera un ápice de vergüenza, con no aceptar el premio bastaría, que por eso nadie te va a matar. ¿Pero saben qué? El premiecito va acompañado de 250 Cuc mensuales de por vida. Y luego algunos reprochan a Gastón Baquero el haber sido miembro del Consejo Consultivo. Yo no escribiré artículos tan serios, pero me atrevería a decir que además de Rodríguez Rivera, el señor Ichikawa también tiene su agenda.
ReplyDeletePara que perder el tiempo, para que volvernos locos..." Como cantara el Beni, yo ni los leo, ni me ocupo. En su salsa se cocinen y en su tinta se ahoguen. Amen.
ReplyDeleteHello mate ggreat blog post
ReplyDeleteThis was lovely to readd
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