Desde 1978
Henry Jaglom y Orson Welles almorzaban juntos, al menos una vez por semana, en
el ya difunto restaurante Ma Maison, considerado
entonces uno de los más chic de Los
Angeles, en el cual se dio a conocer el ahora famoso chef Wolfgang Puck y al
cual asistía a diario un gran número de celebridades hollywoodenses. El oropel,
la fama y la fortuna cruzaban cotidianamente su camino en este sitio que se
convirtió en toda una institución. Entre sus asiduos parroquianos se
encontraban Richard Burton, Vincente Minnelli, Jack Lemmon, Elizabeth Taylor,
Jack Nicholson y muchos más. En 1983, Welles le pidió a Jaglom que grabara
todas las conversaciones que sostenían durante sus almuerzos, con la condición
de que la grabadora nunca estuviera a la vista. Jaglom asi lo hizo y estos
diálogos que tuvieron lugar entre 1983 y 1985 quedaron registrados con todos
los defectos de una grabación hecha con una grabadora escondida en un bolso.
Las cintas se guardaron y estuvieron perdidas u olvidadas por más de
veinticinco años, hasta que Jaglom las pudo transcribir.
Peter Biskind,
el crítico de cine, quien fuera editor de las revistas American Film y Premiere, y
autor del libro Easy Riders, Raging Bulls
and Down and Dirty Pictures, convenció a Jaglom de que las conversaciones debían
ser publicadas y se dedicó a la tarea de editarlas y el fruto de su trabajo es
el recientemente publicado My Lunches
with Orson Welles.
Orson Welles
es conocido de todos. Nacido en Kenosha, Wisconsin, el 6 de mayo de 1915, se
desarrolló como un verdadero hombre renacentista. En 1937 fundó, junto a su
entonces amigo y luego bestia negra de por vida, John Houseman, el Mercury
Theater en Nueva York. En 1938 la CBS le permitió tener su propio programa
radial y aterrorizó a la nación con su versión de La guerra de los mundos, que se cuenta que hasta múltiples
suicidios causó por la veracidad de su montaje. En 1941 realizó su primer
largometraje, El ciudadano (Citizen Kane), que no fue su primera
película como se pensaba, recientemente se descubrieron en Pordenone, una
pequeña ciudad italiana, los rollos perdidos de Too Much Johnson, un mediometraje de 40 minutos que rodó en 1938 y
en el cual una Cuba de fantasía figura en parte como telón de fondo (para mayor
información remítanse al blog Cuaderno de
Cuba, de Alejandro Armengol o al New
York Times o a El País del ocho
de agosto). El ciudadano fue mal
recibida por la critica en su momento y resultó controversial por su nada
encubierto tratamiento del magnate de la prensa americana William Randolph
Hearst. Pero si hay justicia en el mundo del cine, y como ya ha citado con
razón anteriormente Guillermo Cabrera Infante (¿o fue G. Caín?), la historia
del cine se divide en antes y después de Kane. El ciudadano cambió el cine para siempre, y como dice el propio
Welles en este libro, podrá haber mejores películas, pero ninguna tan
importante como ella. Director maldito, con fama de exigente, irresponsable y
derrochador, Welles no solamente filmó varias joyas de la cinematografía
mundial como The Magnificent Ambersons (Soberbia), Mr. Arkadin (Raíces en el fango), The lady from Shanghai (La dama de Shanghai), Chimes at Midnight (Campanadas a medianoche), F
for Fake (F) y The Trial (El proceso, por la cual nunca recibió un centavo), sino que dejo
varios proyectos sin acabar y otras películas sin distribuir y fue quien le dio
la idea de Monsieur Verdoux a Charles
Chaplin.
Henry Jaglom
es mucho menos conocido pero es también un gran director. Nacido en Londres en
1941, pero criado en Nueva York, comenzó actuando en películas comerciales en
los años sesenta, tras estudiar en Actor’s Studio y en los setenta se vinculó
al movimiento contraculturalista y trabajó con Dennis Hopper y Jack Nicholson.
En 1971 debutó como director con A Safe
Place y ahí empezó su amistad con Welles, ya que lo convenció de que
participara en su película haciendo el papel de mago, una de las mayores aficiones
de éste. Un director comprometido con sus temas y su arte, se ha convertido en
icono de minorías y ha dirigido la excelente
Deja Vu (1997) y otras pequeñas joyas como Venice/Venice (1992) y Someone
to Love (1987) la ultima película en la cual aparece Welles, con unos
monólogos extraordinarios sobre el teatro y el arte como ilusión. Jaglom llegó
a ser amigo, publicista y agente de Welles.
En las
conversaciones recopiladas en este libro, Jaglom se presenta como un mero
comodín que permite a Welles perorar a gusto sobre sus temas, tabúes,
resentimientos, proyectos, inseguridades y pasiones. No puede haber dos
personajes más diferentes, pero Jaglom toma un modesto papel de segundón. Son
conversaciones de fluir libre que muestran a Welles en carne y hueso, sin
premeditaciones. Las anécdotas son extremadamente disfrutables para el
conocedor y altamente informativas para el no iniciado, aunque hay que tomar
con poca seriedad lo que dice Welles. No sabemos si asistimos a un mundo de
ficción ni cuánto de realidad hay en cada cuento, pero la narración es
fascinante.
El libro no
solamente permite al lector conocer las opiniones y preocupaciones (tanto
filosóficas, como estéticas como mundanas) de un genio lleno de defectos y
prejuicios, que a veces se presenta como alguien bien desagradable, sino que
permite que se adentre en la personalidad de Welles sin necesidad de alusiones
o conjeturas freudianas. No importa si lo que se cuenta es cierto o no, al
final entendemos mucho mejor al artista que no concibe un arte que exista sin
engaño y que vive esa creencia. No hay que estar de acuerdo con lo que dice
Welles ni creer sus anécdotas para disfrutar a plenitud de este universo que
recrea en sus almuerzos y conversaciones. Resulta curioso conocer que Welles
consideraba que lo mejor de Alfred Hitchcock fue su producción inglesa y que Vertigo, la película que finalmente destronara
a El ciudadano en las famosas listas
de Sight & Sound, le pareciera
una película mala.
El libro se digiere
con agilidad y cuesta trabajo interrumpir su lectura. Es fácil dejarse sumergir
en el contradictorio universo wellesiano y los personajes que protagonizan sus anécdotas,
entre ellos Marlene Dietrich, Greta Garbo, Howard Hawks, Ingrid Bergman y casi
todos los productores importantes de Hollywood como David O. Selznick y Louis
B. Meyer, son tan intrigantes como sus leyendas. Por aquí desfilan también los
mafiosos que controlaron en parte al mundo del cine y las versiones que Welles
nos da de ellos son frescas y novedosas. Mi única queja del libro es que no
fuera más largo.
Enfrentando
penurias económicas, en parte por su propia culpa, y lleno de proyectos que no
lograba financiar, Welles murió de un ataque al corazón en la noche del 10 de
octubre de 1985, con una maquinita de escribir sobre sus piernas. Un mes más
tarde Patrick Terrail, el dueño de Ma
Maison decidió cerrar sus puertas.
My Lunches with Orson Welles Conversations
Between Henry Jaglom and Orson Welles. Editado por Peter Biskind.
Metropolitan Books, New
York, 2013. 306 páginas.
Roberto Madrigal
Como siempre, descubres libros insospechadamente buenos. ¡Lo buscaré! Espero que ya te sientas mejor...seguró que sí, peus estás escribiendo muy bien.
ReplyDeleteCariños taoseños...
Todo muy interesante.
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