El problema del
cine político es que, por definición, trata temas de carácter general, temas
históricos de alto contenido social y si se quiere hasta filosófico. Es por
ello que a este tipo de cine le resulta muy difícil presentar a sus personajes
como seres humanos y no como símbolos, estereotipos y arquetipos. Por lo
general, las películas políticas terminan cayendo en la caricatura y en el
didactismo. Requieren demasiada contextualización, así como de una elaborada y
coherente dosis de información y por lo
tanto arriesgan y casi siempre resultan, redundantes y aburridas. Solamente
reciben el apoyo de quienes piensan igual que el director.
La directora
alemana Margarethe Von Trotta (Rosa
Luxemburg, El honor perdido de Katharina
Blum) trata de evitar todo lo anterior, infructuosamente, en su filme Hannah Arendt. Para ello, como hizo con Rosa Luxemburg,
esquiva adentrarse en una biografía para enfocarse en un episodio de la vida de
su personaje, con algunos saltos atrás, para introducir antecedentes que puedan
ser útiles a sus propósitos argumentales. Pero el filme resulta excesivamente
solemne, plagado de momentos históricos importantes que atrapan a los personajes,
que se ven obligados soltar una frase inteligente tras otra y los breves
momentos de intimidad parecen forzados o fuera de lugar.
Hannah Arendt
(Hanover, 1906) se definía a si misma como politóloga y no como filósofa porque
consideraba que la filosofía se ocupaba del hombre como entidad abstracta y
ella prefería los hombres concretos que habitaban los pasillos de la
Historia. De origen judío, aunque nacida
en una familia de “judíos asimilados”, cuando estudió en la Universidad de
Marburg sostuvo una relación amorosa (unos dicen que apasionada otros que no
tanto) con uno de sus profesores, el filósofo Martin Heidegger, diecisiete años
mayor que ella y quien aparte de ser uno de los filósofos existencialistas más
importantes del siglo veinte (El ser y el
tiempo), fue un seguidor del nazismo y militó en el partido nazi, de lo
cual nunca se arrepintió, al menos en público. En 1937, tras ser interrogada
por la Gestapo, emigró a Francia, se casó con el poeta y filósofo marxista
Heinrich Blücher, que no era judío, y cuando se formó el gobierno de Vichy fueron
recogidos y enviados a un campo de concentración francés (Camp Gurus) y en 1941
pudieron escapar a los Estados Unidos, donde murió en 1975.
En su juventud, y
hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial, fue una activa militante
sionista pero con el tiempo, adoptó posiciones más de centro y aparentemente
más racionales, aunque siempre polémicas. En 1948 escribió Los orígenes del totalitarismo, uno de los tratados más completos
sobre el tema. Más allá de su detallado análisis del antisemitismo, del nazismo
y del estalinismo, el punto más importante de su obra es la conclusión de que
los seres humanos pueden ser convertidos en instrumentos de terror no solamente
mediante la amenaza, el adoctrinamiento y la presión social, sino cuando se les
deshumaniza al enemigo. Cuando el individuo común acepta que su enemigo es “el
judío”, “la escoria”, “el gusano”, “el musulmán” o “el burgués” y no Menachem,
o Tom, o Juan, o Irina, o Abdelaziz, o Sara. Cuando el ser humano se convierte
en una entelequia.
El filme de Von
Trota centra su argumento en el momento en que Adolf Eichmann, uno de los
principales exterminadores de judíos, bajo el mando directo de Himmler (el jefe
y creador de los SS y luego ministro del interior de Hitler), es secuestrado en
Argentina por la Mossad, en 1961 y llevado a juicio en Jerusalén por sus
crímenes de guerra. Arendt, que era entonces profesora de la New School en
Nueva York, comenzó a observar cosas que le alarmaron y pidió a la revista The New Yorker que le permitiera ser su
corresponsal para cubrir el juicio desde Israel. Consiguió su propósito y con
gran demora, entregó su reportaje, que provocó la ira de sus colegas y de
muchos intelectuales, quienes no pudieron entender su punto de vista, ya fuera
por fanatismo o por ceguera emocional.
Entres sus principales críticos se encontraban Saul Bellow, Isiah Berlin
y finalmente su amigo, el líder sionista Karl Blumenfeld.
Arendt argumentó
que el juicio no se hacía contra Eichmann, sino contra el sistema, porque el
hombre estaba considerado como culpable de antemano y la legalidad brillaba por
su ausencia. Le molestó, y lo señaló, el circo que se formó alrededor del
proceso jurídico, lleno de discursos grandilocuentes e inflamatorios. Criticó
además, la actuación de los líderes judíos durante la guerra mundial, cuya
pasividad (que ella llamó cómplice), se puso en evidencia durante el juicio. Los
acusó de ser responsables por la muerte de millones de judíos. Sus reportajes
quedaron recogidos en un libro, Eichmann
en Jerusalén, que se publicó en 1963.
No es que
absolviera a Eichmann, a quien consideraba culpable y asesino, sino que cuando
se enfrentó a él lo vio como un hombre tan repugnante como insignificante. Un
burócrata frío con un exacerbado sentido del deber. Escuchándolo defenderse
desarrolló su concepto de la “banalidad del mal”, con el cual arguyó que no
solamente los grandes tiranos como Hitler y Stalin eran seres abominables, sino
que el ser humano común y corriente, puede ser o actuar como un monstruo una
vez que se le quita la capacidad de pensar. En este momento, la película
recurre a la figura de Heidegger y su teoría del pensamiento, mostrando a una
infatuada Arendt, escuchando absorta su discurso durante una clase. El uso de
los flashbacks en la película es uno de los recursos peor usados, pues son
puramente utilitarios, sirviendo solamente para subrayar como obvios unos
hechos o influencias que seguramente tuvieron un carácter más complejo.
Incluso, más tarde, presenta una imaginada confesión de leve arrepentimiento
justificativo sobre su apoyo a los nazis, que Heidegger le hace a Hannah.
Como quiera que
se mire, Hannah Arendt es un personaje fascinante. Barbara Sukowa (Bremen,
1950), la extraordinaria actriz alemana que trabajó anteriormente con Von Trotta
en Rosa Luxemburg y más recientemente
en Vision, y con Fassbinder en Berlin Alexanderplatz, hace lo mejor que
puede y salva bastante un personaje que cae en contradicción con la propia
visión de Arendt, ya que muestra pocas
emociones y es más prototipo histórico que ser de carne y hueso. En su homenaje
a la pensadora, Von Trotta no pudo evitar las trampas que no quiso tender.
Quienes no están
familiarizados con el tema dejan la sala con más preguntas que respuestas, pero
no hay dudas de que Hannah Arendt, con
todos sus defectos, es un filme que
hace pensar mucho después que ha caído la palabra Fin.
Hannah Arendt (Alemania 2012). Dirección:
Margarethe Von Trotta; Guión: Pam Katz y Margarethe Von Trotta; Fotografía:
Caroline Champetier. Con: Barbara Sukowa, Axel Milberg y Janet McTeer. La
película se ha ido estrenando a cuentagotas, desde mayo, en distintas ciudades
de los Estados Unidos.
Roberto Madrigal
Qué bien. No estoy muy familiarizada con el tema pero me ha gustado mucho como lo expones. En las dos primeras oraciones se puede sustituir "cine político" por "literatura política" y el resultado es el mismo.
ReplyDelete