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Saturday, February 11, 2012

Dos del horror cotidiano

Me atrevería a precisar que el “Quinquenio Gris” puede situarse entre el año 1968, cuando Castro desató su ofensiva revolucionaria, y 1980, cuando las visitas de la “comunidad”, la liberación de los presos políticos, el asilo masivo de la embajada del Perú y el éxodo del Mariel revelaron las pequeñas grietas de la muralla represora. Básicamente, llamo por ese término erróneo al período en que el aparato represivo se consolidó y su fuerza fue ejercida a todo trapo. No quiero decir que no hubiera mucha represión ni antes ni después y estoy abierto a sugerencias.

La represión intachable se desplegó mucho más allá de la esfera cultural y abarcaba zonas de la vida diaria que ni los más paranoides podíamos imaginar.

Desde los cinco años hasta que me fui de Cuba en 1980 viví en un edificio de dos plantas y cuatro apartamentos, situado frente al cine Arenal. Para ser más preciso, en la Avenida 41 #2819, en Marianao. Tras la Reforma Urbana el área quedó incluida en lo que se denominó “Zona congelada”, que fue el título que puse a mi novela a sugerencia del artista y escritor Nicolás Lara. En mi pequeño edificio quedamos dos familias y los otros dos apartamentos quedaron vacíos. En 1961 fueron inmediatamente ocupados por “técnicos” checoslovacos, que una noche primaveral de 1968 fueron rápidamente evacuados. Recuerdo que la checa que vivía en el apartamento contiguo se paseaba casi todo el día desnuda y dada la estructura de mi casa no se necesitaba rascabuchear para verla. La noche de su apurada evacuación tocó la puerta de mi casa y me dio un fuerte abrazo y un beso, a mis impresionables 17 años, que todavía no olvido.

Los checos fueron inmediatamente sustituidos por “técnicos” rusos. Varias oleadas de ellos pasaban por allí, casi siempre tres o cuatro hombres juntos. Cuando nos cruzábamos saludaban cordiales pero evitando hacer contacto ocular. Los fines de semanas daban fiestas ruidosas y borrachos se encaramaban en las mesas cantando canciones rusas. Yo los sentía como si estuvieran en mi casa.

Un día de 1972 llegó una pareja distinta. Boris y Olga, con un niño de unos seis meses. Me tocaron a la puerta y se presentaron, hablando español con acento peninsular, diciendo que él era ingeniero mecánico y trabajaba en la Misión Comercial Soviética. A partir de ahí vinieron los saludos rutinarios, igual que los anteriores y nada más. Hasta un día.

En mi casa pasó un tiempo un amigo, Oscar Lima, que ahora anda por la Martinica, que aunque estudiaba Literatura Inglesa, se especializaba en construir antenas colineales y de radio para captar las estaciones de televisión americana y las emisoras de frecuencia modulada de la radio de los Estados Unidos. Por supuesto, Oscar montó ambas en mi azotea. Un buen día, Boris me tocó la puerta y sin mediar saludo me espetó nervioso: “¿Esa antena que tienes en la azotea es para ver televisión americana?”. Inicialmente me quedé estupefacto pero pronto me repuse y como yo nunca oculté nada, le dije que sí. “Entonces yo quiero una” dijo para mi sorpresa. Consulté con mi amigo Oscar para el precio y se lo comuniqué a Boris, quien pareció encantado. A partir de ahí, empezó a venir a las fiestas que yo daba en mi casa, me visitaba para comentar algún programa de Wolfman Jack o un Rock Concert de Dan Kirshner que había visto y a llevarme en su Gaz a mi trabajo que quedaba a unas cuadras del suyo.

Una mañana en la cual, como rutinariamente, me disponía a abordar el Gaz de Boris, ya fuera del garaje del edificio, noté que se comportaba extraño. Miraba a todas partes menos en mi dirección, su cara estaba pálida y se le notaba nervioso. A su lado estaba sentado en el jeep otro ruso. Arrancó el carro torpe y apresuradamente y se fue veloz, dejándome plantado en plena acera. Por supuesto, ese día llegué tarde al trabajo. No entendí nada. Por la noche un Boris tembloroso tocó la puerta de mi casa para pedirme disculpas por el suceso de la mañana. Me dijo que cuando yo viera a otro ruso en su carro o alrededor de él, ni me acercara. Que él no tenía permitido llevar a ningún cubano en su jeep porque antes de salir de la Unión Soviética un agente del ministerio del interior cubano y otro del ruso les advertían, a él y a todos los que venían con él, que estaba estrictamente prohibido hacer amistad o asociarse de manera alguna con los cubanos. Entre otras cosas les informaban que los cubanos estaban en una etapa primitiva del desarrollo ideológico y que tenían muchas deficiencias. A partir de ahí, Boris me siguió llevando y viniendo a mi casa, pero al salir, yo tenía que vigilar para asegurarme que no había moros, en este caso rusos, en la costa.

La segunda anécdota se refiere a unas amistades más íntimas. Yo daba muchas fiestas en mi casa a las que venía gente que a veces yo ni conocía.  Sabía que estaba en la mirilla del Comité de Defensa de la cuadra (el presidente, que era mi amigo y se fue por el Mariel, me lo advirtió). Pero a mi no me importaba. Las fiestas eran en realidad inocentes para los estándares internacionales. Varios amigos, conocidos y desconocidos nos reuníamos a tomar, a bailar y a ligar. Se escuchaba música americana mayormente y a toda voz, pero nadie escondía nada. Eso en Cuba era mal visto, era diversionismo ideológico. Unas amigas que conocía casi desde la infancia y que frecuentaban mis fiestas, se casaron por arreglo, con unos presos políticos que iban a ser liberados en 1979, para poder salir del país. Eso se hizo mucho en Cuba. Una tarde recibieron en su casa la visita de los compañeros “Manolo y Ramón”, que las conminaron a que los llevaran a mis fiestas como “novios” y que además, si oían algo sospechoso en sus visitas a mi casa (que no se limitaban a las fiestas), tenían que informarlo y que si no, les suspendían la salida del país. Ambas ya habían perdido sus trabajos. Pues Manolo y Ramón se hicieron asiduos a mis fiestas. Nunca supimos a ciencia cierta de dónde salían ni nos importaba, pero no creo que encontraron nada importante que informar y lo que sí noté es que se divertían bastante. Nuestras amigas nunca pudieron avisarnos del asunto y me vine a enterar de eso una vez ya en Miami.

Resulta increíble cómo la seguridad operaba en esferas de la vida diaria de la cual uno ni sospechaba. Nos movíamos vigilados sin siquiera darnos cuenta. No era sólo espiar a grupos que conspiraban, a expresos o a infiltrados, o a escritores disidentes, sino a jóvenes inocuos, que por supuesto no éramos revolucionarios, pero que no presentábamos una amenaza real al sistema. Por suerte tanto yo, como mis amigas y Oscar, hace rato estamos fuera de peligro. Nunca más supe de Boris, espero que le vaya bien en la nueva Rusia.



Roberto Madrigal

2 comments:

  1. Creo que empezo el mal llamado Quinquenio arredor de Abril del 71 con la detencion de Heberto y la celebracion del Congreso "contra" la educacion y la cultura. Y termino transformandose despues de 1977 en una politica igual de represiva pero mas inteligente a lo largo de la decada del 80.

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  2. El comportamiento del ruso, perdón en ese entonces, soviético, es muy cierto, incluso les prohibían que se relacionaran con los cubanos porque decían que Cuba era un país tercermundista, irónico verdad, una ideología que proponía la igualdad de la clase trabajadora. Esos soviéticos eran unos "bisneros" todo cuanto sacaban de las diplotiendas (sólo para ellos) lo negociaban para llevar dineros para su país. En los proyectos que me tocó trabajar con ellos de "Planta Completa" nos separaban de los técnicos soviéticos. Por mi físico, blanco rubio y ojos verdes, mas mi forma de vestir pude conseguir ropa alimentos y el Ron Havana Club. En los negocios eran "pirañas" capitalistas.
    La parejita de Manolo y Ramón,que se hacían pasar por "homosexuales" probablemente eran unos infiltrados de la Seguridad del Estado.

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