La primera, y hasta hace unos días, la única vez que vi el filme Mephisto (Austria-Alemania Occidental-Hungría 1981), fue en 1982. En aquel año ganó el Oscar a la mejor película en idioma extranjero y poco antes había ganado varios premios en Cannes, Londres y Venecia. Me pareció entonces una obra excelente no sólo desde el punto de vista cinematográfico, sino por el tema que tocaba. Una película audaz, considerando los tiempos que se vivían en Hungría. Su director, Istvan Szabo (Budapest 1938), quien en 1966 había realizado El padre, una película excelente que transcurría durante el levantamiento húngaro de 1956, suplantó a Miklos Jancso y a Ferenc Kosa como la figura más destacada del cine húngaro, lo cual confirmaría con su siguiente producción, Colonel Redl (1985), que trata sobre un oficial austríaco que se convierte en espía ruso para ocultar su homosexualismo.
Ya no recuerdo que me movió a alquilar el DVD esta vez, pero treinta años más tarde, la película conserva todo su valor estético y su temática se mantiene tan vigente como en aquellos días.
Basada en la novela homónima de Klaus Mann, que se centra en la carrera de un actor oportunista y que en parte era un ajuste de cuentas contra su antiguo amigo Gustaf Gründgens, Szabo adapta la trama de una manera que trasciende los límites de la obra original.
La película comienza en 1926, su personaje central Hendrik Hofgen es un actor ambicioso de ideas socialistas, que empieza a destacarse en el mundo teatral de Hamburgo. Hendrik se siente indestructible y se burla abiertamente de las nacientes ideas del nacional socialismo alemán. Mira a los nazis con condescendencia como a insectos. Su fama continúa en ascenso y ya en 1936 es conocido nacionalmente, pero en ese momento los nazis ganan las elecciones y aunque se mantiene convencido de su invulnerabilidad, termina escuchando los ruegos de sus amigos y se traslada a Paris. Unos meses más tarde una amiga suya convence a una actriz famosa para que hable con su novio, un poderoso militar de la Luftwaffe (modelado en Goering), para que le extiendan un perdón a Hendrik que le permita retornar a Alemania y reintegrarse al mundo del teatro. Hendrik regresa y obtiene el papel de Mefisto en la primera parte de Fausto, lo cual lo hace famoso en los nuevos círculos del poder. A partir de ahi su relación con el general y ministro se vuelve inevitablemente más estrecha y culmina con su nombramiento para dirigir el teatro nacional de Berlin. Hendrik tiene una amante negra que debe esconder y que finalmente es arrestada, ve cómo se persigue a sus amigos judíos o incluso a aquéllos que en sus inicios abrazaron el nazismo y luego, horrorizados cambiaron de ideas. En algunas ocasiones, trata de utilizar su posición para proteger a algunos hasta que en un momento dado el general le hace ver que no es más que una marioneta al servicio del poder, con influencia limitada y cuya única seguridad es seguir sirviendo a los poderosos. Se da cuenta de que poco a poco ha vendido su alma al diablo.
Realizar cine político es casi como cruzar un campo minado, pero Szabo se las arregla para tocar temas importantes sin aires de solemnidad, dándole humanidad y dramatismo a sus personajes, que no resultan estereotipos de nada y manejando las transiciones dramáticas y situacionales con una soltura que las convierte en creíbles. Evita la monserga.
La película toca el tema del artista atrapado en su relación al poder, los dilemas morales que enfrenta, las ambigüedades que surgen cuando las aspiraciones personales de logro artístico se cruzan con la necesidad de subsistencia artística, existencial y física. El lugar del artista, su imagen y su conducta dentro de una sociedad totalitaria. Por ella transitan los oportunistas, los creyentes, los cínicos y los cambiacasacas. Aunque se desarrolla durante el ocaso de la República de Weimar y los comienzos del nazismo, está claro que Szabo se dirigía a Hungría. Incluso introduce cambios argumentales que en la novela de Mann sucedían en España para en la película hacerlos acontecer en Hungría. Hofgen no es un mero oportunista, es un hombre atormentado. Es sabido la forma oblicua en la cual los cineastas húngaros trataban estos temas en las décadas del sesenta, setenta y ochenta para burlar a la censura. Además, la forma en que Szabo enfoca el problema trasciende fronteras geográficas y abarca todo el paisaje del totalitarismo. Szabo expone los problemas, no les da solución. Mantiene sus complejidades sin simplificar las situaciones, Su trabajo es una verdadera meditación que se transfiere al espectador.
El triste corolario de este filme es la propia historia del contradictorio Istvan Szabo. Hijo de una familia judía convertida al catolicismo, pero vista como judía por los nazis. Se las arregló para estudiar en la Academia de Artes Teatrales y Cinematográficas de Budapest y con el tiempo lograr la imagen de ser uno de los principales directores contestatarios de Hungría. En el año 2006, la publicación periódica húngara Vida y Literatura reveló que entre 1957 y 1961, cuando estudiaba en la academia, Szabo fue informante del régimen comunista, entregando cuarenta y ocho informes sobre setenta y dos personas, mayormente profesores y compañeros de clase. Inicialmente, muchos intelectuales, incluidos algunos que Szabo había delatado, escribieron una carta en su apoyo y el cineasta declaró que había hecho esto como un acto de valentía para proteger la vida de Pal Gabor, un compañero de clase. Al descubrirse que esto no era cierto, Szabo se vio obligado a admitir que lo había hecho para evitar su expulsión de la academia.
Orwell dijo una vez, refiriéndose a Ezra Pound, que “uno tiene el derecho a esperar un mínimo de decencia aún de un poeta”. Szabo en una entrevista declaró: “No creo que se puede vivir sin hacer compromisos. La cuestión es sólo una: hasta dónde se puede llegar, cuándo es que uno cruza la línea en la cual el compromiso se convierte en algo malo, incluso mortífero”. Una respuesta posible se podría encontar en Milosz en su poema Ustedes que han hecho daño, cuando dice “Nunca se sientan seguros. El poeta recuerda”. A pesar de sus acciones, como quiera que se juzgue a Szabo como individuo, sus filmes, y Mephisto, en particular, quedan como ese recordatorio.
Roberto Madrigal
Esa película y el Coronel Redl las vi el año pasado (2011) porque unos amigos me las recomendaron y son maravillosas.
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