El reciente monólogo a tres voces perpetrado durante la reciente Feria Internacional del Libro, por los corifeos Leonardo Padura, Reinaldo González y Senel Paz, melodramática y escamoteadoramente titulado “Tan cerca y tan lejos. Literatura cubana de autores residentes fuera del país”, no solo ha suscitado numerosas y merecidas respuestas, sino que ha puesto en la palestra, una vez más, el tema de la posibilidad de un debate intelectual entre las mal llamadas “dos orillas” de la cultura cubana.
Hay dos dificultades fundamentales que habría que vencer primero para que el debate tuviera sentido. La primera de ellas es que en Cuba, a no ser los disidentes, no hay intelectuales en la definición amplia del término. Stefan Collini ha hecho una de las definiciones más universalmente aceptadas del concepto de intelectual. En primer lugar está el hecho subjetivo: un intelectual es aquel que lee mucho, le interesan las ideas y se dedica a “la vida del pensamiento”. Es a lo que la mayoría de la gente se refiere cuando hablan de un tipo intelectual. El segundo aspecto es el hecho sociológico, que describe a cualquier persona con un título universitario. Es lo que define el diccionario, las personas que se dedican profesionalmente al estudio o a actividades que requieren un empleo prioritario de la inteligencia. Hasta aquí, muchos cumplen con la definición. Pero el tercer aspecto, que es el más importante para los asuntos que nos interesan, es el papel cultural. Dice Collini que un intelectual es alguien que primero obtiene un nivel de logro creativo, analítico o académico y que a partir de ahí usa los medios de difusión para comprometerse con las preocupaciones de un público más amplio, convirtiéndose en una voz reconocida. Es quien se involucra en la discusión pública de los asuntos de política pública. Este aspecto de la definición no la cumple ningún escritor o artista oficial, porque como bien señala en un artículo reciente Antonio José Ponte en Diario de Cuba, ”hablan... desde el centro de un mundo del cual uno puede alejarse, pero al que tiene que volver si de veras desea alcanzar cumplimiento”. O sea, hablan desde la institución, a la cual representan.
Qué discusión se puede llevar a cabo, con honestidad en una mesa en la cual de una parte participen Haroldo Dilla, Emilio Ichikawa, Ernesto Hernández Busto, Alejandro Armengol, Rafael Rojas, Arturo López-Levy, Iván de la Nuez y el propio Ponte, asi como Yoani Sánchez, Dagoberto Valdés y Orlando Luis Pardo Lazo, y de la otra se encuentren Padura, Paz, Miguel Barnet y Reinaldo González. Los primeros no representan más que sus propias opiniones y difieren bastante entre ellos mismos, mientras que los últimos aceptan vender una posición institucional y esa no es otra que la institución del estado, regulado por un partido único con directivas muy precisas.
El segundo problema fundamental es la falta de espacio público. En Cuba “la calle es de los revolucionarios”, o sea, los espacios públicos y posibles foros de discusión están controlados por el gobierno y sus instituciones. ¿Por qué hay que esperar a que la UNEAC o el Ministerio de Cultura convoquen a un coloquio? Esa falta de espacio público es la que impide que Yoani, o si quiere el mismísimo Padura por su cuenta, alquilen un local y organicen un evento de discusión de cuestiones de interés político o cultural sin tener que pedirle permiso al gobierno, como sucede en cualquier sociedad democrática. Que una organización no gubernamental patrocine un coloquio en el cual se intercambien ideas libremente, sin que ningún ministro o ningún gendarme cultural tenga que estar presente en las mesas de debate. Que participe como parte del público si lo desea.
Desde esta orilla las puertas siempre están abiertas. El espectro de las opiniones es bastante amplio y estas no están apoyadas por una maquinaria represiva. El verdadero debate no radica en que exista un intercambio cultural más igualitario, sino en que las ideas fluyan libremente de un lado a otro. No creo que estos dos grandes escollos sean salvados en un futuro cercano. No son los únicos. Como bien señala Ichikawa, “cuando las autoridades cubanas lanzaron la ‘batalla de las ideas’ dieron el primer paso dentro de la misma, manipulando el nombre del proceso” y es cierto que el debate no es necesariamente el mejor ejercicio para producir obras intelectualmente valiosas, pero de alguna forma hay que responder, aunque sea con el silencio porque como dijo Abraham Heschel, lo opuesto al bien no es el mal, sino la indiferencia.
Roberto Madrigal
Impresionante.
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