En su obra mas reciente (Encounter, Harper Collins 2010), publicada en Francia por Gallimard en 2009 bajo el título de Une Rencontre, Milan Kundera (Praga 1929), enfrenta sus demonios internos mas actuales y responde oblicuamente a las acusaciones de colaboracionista e informante que se le hicieron públicas en el año 2008. Lo hace, por supuesto, con la elegancia y la dignidad que le ofrece la literatura.
El libro recoge una colección de ensayos y textos breves sobre autores que han sufrido la persecución tanto política como académica o institucional. Entre ellos se cuentan Céline, Dostoievski, Anatole France y Malaparte. También aborda el tema del exilio mediante autores como Vera Linhartova, Oscar Milosz y Josef Svorecky. Se ocupa también de las contradiciones entre el arte y la política en autores como Schoenberg y Brecht.
Con una prosa precisa, con brevedad pero sin levedad, Kundera se mueve fácilmente, de manera casi epigramática entre temas como las listas negras impuestas por modas, gobiernos y snobs; el exilio político como liberación individual del artista; la identidad del escritor exilado y la elección del lenguaje y el idioma en que mejor se puede expresar, tema que toca muy de cerca a Kundera, quien desde hace muchos años escribe en francés. Luego llega a meditar sobre la ceguera crítica que impone la ideologización de la literatura y cómo ésta termina afectando la visión que se tiene tanto de un autor como de su obra.
Comentar mas sobre este libro es dificil, leerlo es a la vez desafío y placer. Kundera sabe que el escritor puede que se deba explicar a si mismo, pero nunca debe explicar ni justificar su obra. Quien desee puede encontrar muchas respuestas a esa perenne interrogante, muy común entre los intelectuales cubanos, de la relación entre la ideología del autor y el valor de su obra. Esta es una temática que comprendo pero que no comparto. Sé que puede resultar fascinante analizar la psicología de un escritor o de un artista tanto a través de la relectura de su obra, como de su contextualización histórica o la revelación de ciertos datos personales. Todo eso está muy bien hasta que lo encontrado en el autor como persona o personaje, se trate de transferir inmediatamente a su obra.
Una novela, por ejemplo, una vez escrita, resulta independiente de su autor. La novela puede ser analizada, releida y transformada por críticos y lectores sin que nada de esto tenga que ver con las expresiones ideológicas o políticas de un autor antes o después de escribirla.
El Quijote es más importante que Cervantes, la obra de Borges perdurará mucho mas allá que cualquiera de sus opiniones políticas, la calidad de los textos de Carpentier y de Cabrera Infante no debe ser juzgada en base a sus respectivas posiciones políticas. Hay escritores buenos que son fascistas, comunistas o apolíticos. La obra sí que no puede responder a su circunstancia política. Una novela puede ser lastrada por la intromisión excesiva de la política, la politiquería no tiene lugar en una novela histórica. La novela siempre le pasa la cuenta a su autor si este la quiere utilizar como obra de tesis o como vehículo de una limitada visión política.
Yo no sé lo que constituye una buena novela (o cuento, o poema) hasta que la leo. Lo que sí estoy seguro que deseo evitar es la solemnidad, la rimbombancia, la falta de humor y la pretenciosidad. A la larga, autor y obra andan cada uno por su cuenta, entre ellos dos, me quedo con la obra, con las frases, con los personajes.
Roberto Madrigal
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