Tropicana ha sido siempre un símbolo manipulado. Por una parte representa el glamour, el lujo y la opulencia imaginativa de la farándula habanera de la década del cincuenta, capaz de hipnotizar al jet set internacional de la época. Su corolario es presentar al cabaret como el emblema de la corrupción política y social del momento, la metrópoli de la vanidad de una burguesía derrochadora que decidía vivir a espaldas de la pobreza general de la población, prácticamente un antro del vicio que justifica la llegada al poder de los poéticos barbudos.
Siempre me ha fastidiado, al hablar con americanos políticamente correctos (que no son todos pero son demasiados), escuchar como enarbolan Tropicana como la representación de la perversión. En sus conversaciones, pretenden utilizarla para reducir a La Habana como meramente el “playground” de los Estados Unidos. Tropicana es, para ellos, La Habana y por tanto nuestra capital no es mas que un casino lujoso. O fue. Se irritan cuando les recuerdo que aquí existe Las Vegas, que fue fundada por la Mafia, y que para todo el mundo es algo muy divertido y digno de verse y que nadie piensa que Estados Unidos es un gran casino. Les molesta que les haga la comparación. A los hispanos y a los negros solo se nos reserva el derecho a reclamar justicia social de modo violento. Aceptable para nuestros países, impensable aquí. La nuestra es la violencia del taparrabo. Tropicana un espejismo.
Tropicana ha seguido ahí, ya de otra manera, pero ahora el símbolo es manipulado como vitrina para mostrar al mundo la imaginación cubana en cuanto a montar un espectáculo se refiere.
En el mas reciente número de la revista Vanity Fair (Septiembre 2011), se publica un artículo titulado All Havana Broke Loose: An Oral History of Tropicana. Compuesto por Jean Stein (quien desde su libro Edie: American Girl se ha especializado en narrar historias mediante el enlace de fragmentos de entrevistas a varios personajes, sin intervención del autor), el texto cubre la historia del cabaret desde que en 1956 comenzaron los viajes de promoción “Un cabaret en el cielo” llevados a cabo por Cubana de Aviación, en los cuales se repartían daiquirís y se presentaban Ana Gloria y Rolando acompañados por un cuarteto, hasta el 31 de diciembre de 1958. Entre los enterevistados aparecen Armando Hart y Ricardo Alarcón, que son utilizados para contextualizar la lucha guerrillera que estaba en el trasfondo, pero que no hablan de Tropicana, Nati Revuelta ( a quien se presenta como “socialite” y quien habla de cuando conocio a Fidel Castro pero escamotea la parte del romance), Rosa Lowinger (co-autora junto a Ofelia Fox, viuda de Martin Fox, de Tropicana Nights), Domitila Fox, Eddy Serra (antiguo bailarín), la inevitable Marta Rojas y el impresentable periodista Reinaldo Taladrid, a quien ahora le ha dado por anunciar a voz en cuello que es sobrino-nieto de Martin Fox. Hay otros mas. Curiosamente, el teque revolucionario está a cargo de Omara Portuondo.
El artículo está bien montado y tiene puntos de interés. La autora dice haber estado en Tropicana varias veces y el trabajo está ilustrado por buenas fotos de archivo en las que aparecen Robert Taylor, Santo Trafficante, Meyer Lanski, Barbara Stanwyck, Errol Flynn, Nat King Cole, Marlon Brando, Spencer Tracy y Ernest Hemingway, entre otros,asi como fotos del cuerpo de baile tomadas en enero de este año por William Eggleston. A la larga, la narración se inclina por la versión políticamente correcta, a pesar de aclarar que era el único casino y cabaret habanero de la época que no era propiedad de los mafiosos.
Dos de los entrevistados llamaron mi atención por lo inesperado. Una es Magaly Martínez, la mujer que perdió el brazo cuando explotó una bomba en el cabaret el 31 de diciembre de 1956 y de la cual se sospechó que era quien llevaba la bomba, quien aun se niega a discutir el asunto. La otra es Carola Ash, la hija de Guillermo Cabrera Infante, quien hace una pequeña anécdota que incluye a su padre y a un personaje olvidado y menospreciado en la historia de la farándula y el deporte cubano, de cuya leyenda se pudieran escribir varias novelas: Sungo Carrera.
Roberto Madrigal
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