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Tuesday, February 5, 2013

Premios: docilidad y responsabilidad


 
La mayoría de los premios literarios se conceden a los autores por un libro destacado. Son generalmente otorgados por editoriales, asociaciones de críticos, círculos de lectores, instituciones culturales y algún que otro ayuntamiento. Sirven para propulsar a un escritor nuevo o reconocer la calidad de alguien establecido y ayudan al prestigio individual del escritor y a su estado financiero. Es cierto que muchos son arreglados de antemano, pero eso es ya otro asunto.

Hay otro tipo de premios, que son fundados por gobiernos o entidades gubernamentales, que por lo general son una coronación de la obra conjunta de un autor. Aunque no es gubernamental, el  Nobel cae más o menos en esta categoría. Estos premios se entregan a escritores que ya han pasado la madurez y han realizado lo mejor de su obra. Al aceptarlos, los autores asumen una gran responsabilidad  que va más allá de su papel como escritores. Se convierten, en algunos casos a su pesar, en figuras demasiado públicas, involuntarios embajadores culturales. A partir de ahí, sus palabras van a ser escuchadas por numerosas personas que jamás han leído un renglón de sus libros. Sus declaraciones cobran una resonancia que demasiadas veces tiene muy poco que ver con la literatura. Una gran parte de los ganadores de estos premios no vuelven a hacer ninguna obra de valor, pierden su filo, el peso de la responsabilidad los abruma o simplemente se docilitan, se acomodan al status quo.

El Premio Nacional de Literatura de Cuba fue creado en 1983 por el Ministerio de Cultura, o sea, por el gobierno. Al principio, para darle lustre, se lo dieron a figuras notables como Guillén, Tallet, Eliseo Diego y Dulce María Loynaz, pero poco después, sobre todo en la última década, se lo han dado a septuagenarios de segunda línea como Luis Marré, Ambrosio Fornet y Daniel Chavarría. El panteón de los ancianos se ha quedado vacío de gente de mérito. El de 2012 le fue concedido a Leonardo Padura, quien con sus cincuenta y siete años se convierte en el segundo escritor más joven en obtenerlo (el más joven, en su momento, fue Miguel Barnet). ¿Por qué Padura y por qué ahora?

No soy un experto en la obra de Padura (ni en la de nadie), pero desde hace unos quince años lo vengo leyendo con atención y por lo general con placer. Desde Pasado perfecto, su tetralogía policíaca me resultó muy interesante. Con la excusa de la investigación criminal, presentaba un mundo corrupto en las altas esferas del país, que se mezclaba con el poder político y que exponía algunas de las debilidades del sistema de una forma nunca antes vista en publicaciones de escritores residentes en la isla y aprobados por la UNEAC. Solamente me falta por leer La novela de mi vida y La cola de la serpiente para completar la lectura de su obra. Con La neblina del ayer me dio la impresión de que se la había acabado la gasolina a Mario Conde y al Padura policial, que parecía querer salirse de la literatura de género para atacar proyectos más ambiciosos. El hombre que amaba los perros me parece una novela muy bien hecha y bien investigada en la cual a pesar de escamotear algunas cosas, logra un trabajo pulido con un tema insólito en la literatura cubana.

Bien pensada, la obra de Padura es menos controversial de lo que parece, lo que sucede es que dadas las circunstancias de la censura cubana, antojadiza, rígida pero indefinida y con patrones siempre cambiantes para combinar la inseguridad con el terror, cualquier cosa provoca controversia. Si se lee con cuidado, a pesar de diagnosticar algunas enfermedades sociales, estas ya eran de sobra conocidas para el público en general. Cuando se publica Pasado perfecto (1991 en México y 1995 en Cuba), ya el caso Ochoa había mostrado, por todos los medios de difusión del propio gobierno, los niveles de corrupción que existían en las fuerzas armadas y en el mismísimo Ministerio del Interior. Contrapesando los pecadillos de funcionarios expuestos por Padura, está la presencia, como figuras centrales, como héroes, de honestos y diligentes miembros de las fuerzas represivas. El teniente Mario Conde, que nunca quiso ser policía y que resulta demasiado culto para su cargo, es un hombre honesto, su superior El Viejo, es otro hombre de la “honesta” vieja guardia, alguien frustrado por el derrotero que tomaba la utopía. Las observaciones críticas de estas novelas son siempre desde este punto de vista. El espíritu revolucionario se puede salvar aunque la realidad diga lo contrario.

En El hombre que amaba los perros, utiliza la figura de Trotsky para desarrollar la trama alrededor de su asesinato. Trotsky es, para los que se resisten a aceptar la historia, la esperanza de lo que pudo ser y no fue. El estalinismo y el hecho de ser asesinado por Stalin, lo convierten en el Mártir de la Utopía. La presencia del asesino Mercader en Cuba queda vista solamente desde el atisbo de un joven soñador, que por lo general desconoce de lo que es testigo. A pesar de su dominio del lenguaje y la técnica literaria, Padura, en sus novelas, siempre se queda corto, no trasciende. A su obra parece que le falta algo, es también como una promesa que no se realiza. Es porque escribe con sagacidad para evitar la censura. La suya es una literatura de pacto.

Como figura pública, habla por ambos lados de la boca. Se dice y se contradice. Por lo general, sus críticas son realizadas en el extranjero, pero el nivel de las mismas depende de para quién habla. Su postura es la de que hay que mejorar la revolución, aceptando el mando de la cúpula senil. Critica mayormente cosas que sucedieron y se cuida mucho de criticar lo que sucede en este momento. Si concede una entrevista para la revista danesa In Defence of Marxism, se presenta como el hombre que, a pesar de las dudas siempre creyó (y cree) en el proyecto y se distancia de las nuevas generaciones porque “estas no creen en nada”. Me pregunto cómo lo sabe. Si habla entonces para La joven Cuba, dice cosas como “…afortunadamente para todos nosotros a nivel político no hubo los excesos del estalinismo. La UMAP, que fue algo terrible e inadmisible, fue más o menos como ir a un juego de pelota, unos Quince o ir a la playa en comparación con lo que fue un gulag soviético, eso hay que reconocerlo”. Esto es un alarde de insensibilidad que linda con lo deshonesto.

Padura representa el hereje, sobre todo en la definición de Isaac Deutscher (autor que seguro  consultó para escribir sobre Trotsky y debe conocerlo bien), que es aquél que disiente porque en realidad tiene tanta fe en el proyecto político, en la utopía, que está convencido de su pureza. Padura añora la gesta, la época de las consignas y el internacionalismo, padece de lo que yo llamaría Gestalgia. El presente, a su modo de ver, es una perversión del sistema.

El premio que acaba de recibir y la presión a la cual lo somete, puede acabar con el elemento más crítico de Padura y reducirlo a su aspecto de hereje dócil. Es cierto que por su literatura y por muchas de sus declaraciones, ha sido una de las figuras más interesantes de la cultura cubana en los últimos quince años. No sé cómo se las arreglará este hombre que insiste que sigue siendo el mismo “Nardito” como se le conoce en Mantilla, fanático del béisbol, de Credence Clearwater Revival y de The Fool on the Hill, para mantener su creatividad y su responsabilidad social después de haber aceptado este premio. Ojalá me equivoque, porque es un hombre de indudable talento, pero me parece que al aceptar el galardón ha aceptado también las ataduras y la docilidad que implica. Tendrá que cumplir ese acuerdo nunca escrito y mucho menos firmado, pero no por ello menos acatable, que impone el censor. Se convertirá solamente en el escritor que dice, como expone Nicolás Lara en su trabajo Padura o la antimemoria de la estrella solitaria, publicado en este mismo blog, que: “al ser publicado el libro en Cuba (El hombre que amaba a los perros), y al ser presentado durante la Feria del Libro en los fosos de la Cabaña, es un símbolo de que el país avanza”.

 
Roberto Madrigal

2 comments:

  1. Muy interesante análisis del escritor. Debe de ser difícil vivir allá, escribir y mantener una conciencia tranquila.

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  2. padura no trasciende, dice el autor, de cuyo nombre ahora mismo no me acuerdo, tendré que subir el cursor de mi laptop para aprenderlo.

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