La mayoría de los premios literarios se conceden a los
autores por un libro destacado. Son generalmente otorgados por editoriales,
asociaciones de críticos, círculos de lectores, instituciones culturales y
algún que otro ayuntamiento. Sirven para propulsar a un escritor nuevo o
reconocer la calidad de alguien establecido y ayudan al prestigio individual
del escritor y a su estado financiero. Es cierto que muchos son arreglados de
antemano, pero eso es ya otro asunto.
Hay otro tipo de premios, que son fundados por gobiernos
o entidades gubernamentales, que por lo general son una coronación de la obra
conjunta de un autor. Aunque no es gubernamental, el Nobel cae más o menos en esta categoría. Estos
premios se entregan a escritores que ya han pasado la madurez y han realizado
lo mejor de su obra. Al aceptarlos, los autores asumen una gran
responsabilidad que va más allá de su
papel como escritores. Se convierten, en algunos casos a su pesar, en figuras
demasiado públicas, involuntarios embajadores culturales. A partir de ahí, sus
palabras van a ser escuchadas por numerosas personas que jamás han leído un
renglón de sus libros. Sus declaraciones cobran una resonancia que demasiadas
veces tiene muy poco que ver con la literatura. Una gran parte de los ganadores
de estos premios no vuelven a hacer ninguna obra de valor, pierden su filo, el
peso de la responsabilidad los abruma o simplemente se docilitan, se acomodan
al status quo.
El Premio Nacional de Literatura de Cuba fue creado en
1983 por el Ministerio de Cultura, o sea, por el gobierno. Al principio, para
darle lustre, se lo dieron a figuras notables como Guillén, Tallet, Eliseo
Diego y Dulce María Loynaz, pero poco después, sobre todo en la última década,
se lo han dado a septuagenarios de segunda línea como Luis Marré, Ambrosio
Fornet y Daniel Chavarría. El panteón de los ancianos se ha quedado vacío de
gente de mérito. El de 2012 le fue concedido a Leonardo Padura, quien con sus
cincuenta y siete años se convierte en el segundo escritor más joven en
obtenerlo (el más joven, en su momento, fue Miguel Barnet). ¿Por qué Padura y
por qué ahora?
No soy un experto en la obra de Padura (ni en la de
nadie), pero desde hace unos quince años lo vengo leyendo con atención y por lo
general con placer. Desde Pasado perfecto,
su tetralogía policíaca me resultó muy interesante. Con la excusa de la
investigación criminal, presentaba un mundo corrupto en las altas esferas del
país, que se mezclaba con el poder político y que exponía algunas de las
debilidades del sistema de una forma nunca antes vista en publicaciones de
escritores residentes en la isla y aprobados por la UNEAC. Solamente me falta
por leer La novela de mi vida y La cola de la serpiente para completar
la lectura de su obra. Con La neblina del
ayer me dio la impresión de que se la había acabado la gasolina a Mario
Conde y al Padura policial, que parecía querer salirse de la literatura de
género para atacar proyectos más ambiciosos. El hombre que amaba los perros me parece una novela muy bien hecha
y bien investigada en la cual a pesar de escamotear algunas cosas, logra un trabajo
pulido con un tema insólito en la literatura cubana.
Bien pensada, la obra de Padura es menos controversial de
lo que parece, lo que sucede es que dadas las circunstancias de la censura
cubana, antojadiza, rígida pero indefinida y con patrones siempre cambiantes
para combinar la inseguridad con el terror, cualquier cosa provoca
controversia. Si se lee con cuidado, a pesar de diagnosticar algunas
enfermedades sociales, estas ya eran de sobra conocidas para el público en
general. Cuando se publica Pasado
perfecto (1991 en México y 1995 en Cuba), ya el caso Ochoa había mostrado,
por todos los medios de difusión del propio gobierno, los niveles de corrupción
que existían en las fuerzas armadas y en el mismísimo Ministerio del Interior.
Contrapesando los pecadillos de funcionarios expuestos por Padura, está la
presencia, como figuras centrales, como héroes, de honestos y diligentes
miembros de las fuerzas represivas. El teniente Mario Conde, que nunca quiso
ser policía y que resulta demasiado culto para su cargo, es un hombre honesto,
su superior El Viejo, es otro hombre de la “honesta” vieja guardia, alguien
frustrado por el derrotero que tomaba la utopía. Las observaciones críticas de
estas novelas son siempre desde este punto de vista. El espíritu revolucionario
se puede salvar aunque la realidad diga lo contrario.
En El hombre que
amaba los perros, utiliza la figura de Trotsky para desarrollar la trama
alrededor de su asesinato. Trotsky es, para los que se resisten a aceptar la
historia, la esperanza de lo que pudo ser y no fue. El estalinismo y el hecho
de ser asesinado por Stalin, lo convierten en el Mártir de la Utopía. La
presencia del asesino Mercader en Cuba queda vista solamente desde el atisbo de
un joven soñador, que por lo general desconoce de lo que es testigo. A pesar de
su dominio del lenguaje y la técnica literaria, Padura, en sus novelas, siempre
se queda corto, no trasciende. A su obra parece que le falta algo, es también
como una promesa que no se realiza. Es porque escribe con sagacidad para evitar
la censura. La suya es una literatura de pacto.
Como figura pública, habla por ambos lados de la boca. Se
dice y se contradice. Por lo general, sus críticas son realizadas en el
extranjero, pero el nivel de las mismas depende de para quién habla. Su postura
es la de que hay que mejorar la revolución, aceptando el mando de la cúpula
senil. Critica mayormente cosas que sucedieron y se cuida mucho de criticar lo
que sucede en este momento. Si concede una entrevista para la revista danesa In Defence of Marxism, se presenta como
el hombre que, a pesar de las dudas siempre creyó (y cree) en el proyecto y se
distancia de las nuevas generaciones porque “estas no creen en nada”. Me
pregunto cómo lo sabe. Si habla entonces para La joven Cuba, dice cosas como “…afortunadamente para todos nosotros
a nivel político no hubo los excesos del estalinismo. La UMAP, que fue algo
terrible e inadmisible, fue más o menos como ir a un juego de pelota, unos
Quince o ir a la playa en comparación con lo que fue un gulag soviético, eso
hay que reconocerlo”. Esto es un alarde de insensibilidad que linda con lo
deshonesto.
Padura representa el hereje, sobre todo en la definición
de Isaac Deutscher (autor que seguro consultó para escribir sobre
Trotsky y debe conocerlo bien), que es aquél que disiente porque en realidad
tiene tanta fe en el proyecto político, en la utopía, que está convencido de su
pureza. Padura añora la gesta, la época de las consignas y el
internacionalismo, padece de lo que yo llamaría Gestalgia. El presente, a su
modo de ver, es una perversión del sistema.
El premio que acaba de recibir y la presión a la cual lo
somete, puede acabar con el elemento más crítico de Padura y reducirlo a su
aspecto de hereje dócil. Es cierto que por su literatura y por muchas de sus declaraciones,
ha sido una de las figuras más interesantes de la cultura cubana en los últimos
quince años. No sé cómo se las arreglará este hombre que insiste que sigue
siendo el mismo “Nardito” como se le conoce en Mantilla, fanático del béisbol,
de Credence Clearwater Revival y de The
Fool on the Hill, para mantener su creatividad y su responsabilidad social después
de haber aceptado este premio. Ojalá me equivoque, porque es un hombre de
indudable talento, pero me parece que al aceptar el galardón ha aceptado
también las ataduras y la docilidad que implica. Tendrá que cumplir ese acuerdo
nunca escrito y mucho menos firmado, pero no por ello menos acatable, que
impone el censor. Se convertirá solamente en el escritor que dice, como expone
Nicolás Lara en su trabajo Padura o la
antimemoria de la estrella solitaria, publicado en este mismo blog, que: “al
ser publicado el libro en Cuba (El hombre
que amaba a los perros), y al ser presentado durante la Feria del Libro en
los fosos de la Cabaña, es un símbolo de que el país avanza”.
Roberto Madrigal
Muy interesante análisis del escritor. Debe de ser difícil vivir allá, escribir y mantener una conciencia tranquila.
ReplyDeletepadura no trasciende, dice el autor, de cuyo nombre ahora mismo no me acuerdo, tendré que subir el cursor de mi laptop para aprenderlo.
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