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Monday, December 10, 2012

¿El compromiso social del escritor?

 
¿Tiene el escritor la obligación de tomar partido ante la situación política y social de su país? Depende.
 
El escritor establece su posición dentro de la sociedad o de su grupo social en base a su obra literaria y no a su actividad política. De hecho, la obra literaria, sin necesariamente ignorar la realidad política que la circunda o en la cual se gesta, gana en calidad mientras más se aleja de la misma y más se acerca a la imaginación del autor. Por supuesto, una vez establecido por su calidad literaria, la sociedad se plantea expectativas con respecto al escritor como persona y personaje. Estas expectativas y exigencias se relacionan directamente con el momento histórico que a cada cual le toca vivir.
 
 
En sociedades en las cuales la opinión política se canaliza mediante diferentes medios, en las cuales existe una prensa libre, hay una gran diversidad de instituciones culturales, un gobierno más o menos democrático y un acceso público independiente a las tribunas de difusión de ideas, la opinión del escritor tiene un peso relativamente ligero. Es el caso de países como Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Holanda, Dinamarca y otros países con largos años de experiencia democrática y prosperidad económica. Francia y Alemania son excepciones por distintas razones.
 
En contraste, en las sociedades totalitarias, en las cuales la opinión pública no se puede canalizar por medios oficiales y la expresión individual puede ser duramente castigada, al escritor se le exige una toma de posición. Es el caso de países como Cuba, China, la antigua Unión Soviética (incluso la Rusia de hoy) y otros países en los cuales no existe una infraestructura capaz de proveer un vehículo para el debate de las ideas y la libertad de pensamiento. El escritor y el intelectual, es visto como testigo.
 
Esto queda ilustrado con la controversia originada por las declaraciones y el discurso del
recientemente galardonado Premio Nobel de Literatura, el escritor chino Mo Yan. Este ha sido
            duramente criticado por la escritora Herta Müller (también ganadora del Nobel), el narrador Salman Rushdie y el artista Ai Weiwei. Le critican su afiliación al Partido Comunista chino y el hecho de que ha rehusado hacer declaraciones en favor del también escritor y Premio Nobel de la Paz, el chino Liu Xiaobo quien se encuentra encarcelado en China. Tampoco le ayudan sus festinadas, ligeras y disparatadas declaraciones recientes en las cuales trata de justificar la censura y la compara con los controles de los aeropuertos. Peor aún, justifica su silencio cómplice en base a la calidad de su obra literaria diciendo: “Me han dado el premio por mis cuentos, soy un cuentacuentos”. Y añade: “…mis libros…fueron escritos bajo gran presión y me han expuesto a grandes riesgos”. La calidad literaria no puede usarse para justificar una posición política, ya que en una gran cantidad de casos no tienen nada que ver. Los ejemplos sobran. Ezra Pound fue un defensor del fascismo, T.S. Eliot fue un antisemita, como también lo fue George Orwell, Knut Hamsun admiraba a Hitler, Gorki a Stalin y todos conocemos la estrecha amistad y admiración mutua entre García Márquez y Fidel Castro. Este hecho no lastra ni minimiza su excelencia literaria ni esta excusa su aborrecible actitud personal.
 
Mo Yan es un hombre que creció entre el Gran Salto Adelante y la revolución cultural china. Aprendió desde pequeño, instado por sus padres, según dicen sus familiares, la prudencia del silencio. El proceso chino es muy complicado y esta es la primera vez que Mo obtiene una plataforma para lanzar su obra a nivel global. Es obvio que no la quiere desperdiciar y que puso eso por delante de aprovechar el foro que se le otorga para criticar las injusticias del gobierno de su país. Como personaje público, no tiene el menor interés en solidarizarse con la disidencia china ni ponerse en la mirilla del partido reinante. Sus razones tendrá, eso explica su actitud, pero no la justifica.
 
He escuchado a muchos escritores cubanos, de ambas orillas, quejarse de que cada vez que los entrevistan les hacen más preguntas sobre sus posiciones políticas que sobre su obra literaria. Parecen querer disociarse de su inevitable circunstancia. No sé si es pose o es un verdadero sentimiento, pero es una queja inexcusable. Todos sabemos de sobra las posiciones que a lo largo de estas seis décadas han tomado quienes se pliegan a las directivas oficiales. Con la erosión de los años se han presentado oportunidades para asumir un rol un poco más digno. Algunos, como Padura y Pedro Juan Gutiérrez se han atrevido a decir “algo”, principalmente en sus declaraciones a la prensa extranjera cuando han estado en el extranjero promoviendo su obra, pero han mantenido una comedida ambivalencia. Entiendo que decir más implicaría jugarse la vida o tener que optar por un exilio incómodo. Apuestan a la seguridad personal y probablemente la de sus familiares, además de al ingreso al panteón nacional, que probablemente en pocos años tendrá una mayor validez de permanencia en el canon de las letras cubanas, pero dejaron pasar su oportunidad histórica.
 
 
Desgraciadamente, hablar de política es necesario, sobre todo con quien piensa de manera diferente. Como se ha visto en Alemania y en Polonia, por ejemplo, solamente la discusión abierta del pasado político (en nuestro caso del presente) puede finalmente liberarnos y conducir a una verdadera armonía. Es necesario sacar los trapos sucios y lavarlos en público, no con el ánimo de la vendetta, sino en busca de un verdadero entendimiento. Es un deber cívico. Ni la nostalgia ni la amnesia forzada pueden imponerse a la memoria.
 
“Quiero llamarlas a todas por sus nombres,/pero se han robado la lista y no hay donde/buscar.”, escribía Anna Ajmatova en Requiem refiriéndose a sus compañeras de prisión. Pero esa es una escritora de otra cepa. Alguien que sufrió lo indecible en carne propia y que vivió siempre consciente de su momento histórico. Muchos escritores cubanos se jactan citándola, pero muy pocos siguen su ejemplo.
 
Roberto Madrigal

2 comments:

  1. Los autores que vienen de Cuba y aseguran no querer hablar de política, lo empiezan a hacer en cuanto van de regreso a la jaula... y hasta por los codos. La moda de "no hablo de política" empezó hace poco, para no quemar el puente de ida y vuelta que tanto les gusta. Hay otra moda, esa de "ustedes están más informados que nosotros sobre eso", si alguien les pregunta por las Damas de Blanco u otros disidentes. Pero me parece que no se puede meter en el mismo saco a Padura y Gutiérrez. Padura sí habla de política cuando sale al extranjero, puras boberías, para dar la impresión de que tiene toda la libertad del mundo. Gutiérrez, a mí específicamente, me dijo una vez, cuando le propuse entrevistarlo, que no contestaría preguntas sobre política. Pero su obra po sí sola es un dictamen político sobrecogedor. Por eso a Padura lo publican en Cuba y a Gutiérrez, no.

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  2. Creo que sólo cuando toquemos fondo como nación (ya estamos cerca), y todo el horror y el dolor de lo vivido nos desgarre definiticamente y nos borre de la faz del planeta... cuando sólo nos quede la luminosa nada de nuestra esperanza, sobre ese humilde esplendor deberá erguirse, con inusitada dignidad y sabiduría, el diálogo que fundará la nueva nación de los cubanos del futuro. Un trabajo que sólo podrá realizarse con el talento, la entraga, la fuerza y el amor de los mejores. Ese momento será para mí una verdadera fiesta, la cual sé que voy a disfrutar, si no aquí, el algún frondoso lugar del paraíso.

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